Unos días después de las elecciones a la presidencia de los Estados Unidos, la derrota del Partido Demócrata ha sido absoluta. A la espera de confirmar los equilibrios en la Cámara de Representantes -que todo apunta caerán del lado republicano- Donald Trump se ha asegurado cerca de 300 votos electorales y una mayoría de 52 escaños en el Senado, además de un Tribunal Supremo copado por magistrados conservadores. Todos los poderes del estado, pues, están al alcance del presidente electo. En su discurso de concesión, la vicepresidenta y candidata fallida Kamala Harris ha asegurado que «la lucha continúa»; aunque pocas voces, tanto en el aparato como entre los votantes, ven posible que mantenga una posición de liderazgo. No solo por la caída en apoyos respecto a su predecesor -sustancial, dado que ha sido la primera demócrata en perder el voto popular en unas presidenciales desde Al Gore en el año 2004-, sino por la búsqueda de sentido de un proyecto político sin una tesis central clara. «El partido debe buscar un relevo», apunta a este medio el profesor colaborador de los estudios de Derecho y Ciencias Políticas de la UOC, Ernesto Pascual.

La vicepresidenta de los Estados Unidos Kamala Harris en un acto de campaña en Wisconsin / EP
La vicepresidenta de los Estados Unidos Kamala Harris en un acto de campaña en Wisconsin / EP

Ya antes de su derrota, Kamala Harris no era una figura que despertara un gran consenso entre las caras visibles del partido. Es cierto que la mayoría de líderes demócratas se unieron a su campaña una vez fue confirmada como candidata presidencial; pero, en el momento de la retirada del presidente de los Estados Unidos Joe Biden -presionado por las voces que temían que fuera demasiado mayor y débil para presentar batalla contra Trump- un grupo de voces del centro-izquierda y la izquierda demócrata hicieron patente la falta de confianza con quien finalmente ha sido la frontrunner presidencial. Sin ir más lejos, entre sus detractores figuraba Alexandria Ocasio-Cortez, congresista estrella del Bronx que finalmente ha participado activamente en la carrera; así como Bernie Sanders, senador por Vermont, que logró acercarse a Biden durante los últimos cuatro años, pero no veía el mismo potencial en Harris. Otros llegaron a desaparecer de la campaña, como las congresistas Ilhan Omar o Rashida Tlaib -esta última, de ascendencia palestina-, desalentadas por la posición de la presidenciable respecto de la invasión israelí de la Franja y Cisjordania. No está claro, pues, que Harris tenga pensado continuar al frente del partido -y, si fuera el caso, difícilmente ganaría un apoyo amplio entre los suyos-.

Un giro a la izquierda

Después de un inicio de candidatura ilusionante, con un rápido giro en las encuestas que la puso cómodamente por encima de Trump -aún más con la nominación del gobernador de Minnesota Tim Walz como vicepresidenciable, un movimiento leído como una concesión a la izquierda- la campaña de Harris ha ido perdiendo impulso a lo largo de las semanas. Lo ha hecho, cabe decir, en paralelo a decisiones políticas cercanas a las tesis más conservadoras de la dirección demócrata: Harris dio la bienvenida a varios de sus mítines a figuras republicanas opuestas a Donald Trump que le dieron su apoyo, como Liz Cheney, la hija de quien fuera vicepresidente con George W Bush Dick Cheney -una de las caras más conocidas del giro neocon del GOP durante los primeros 2000-. Esta decisión muestra la supervivencia de unas tesis concretas de la coalición azul: que la victoria llega por el centro, atrayendo votantes rivales desencantados con la deriva extremista de Trump. Unas tesis que los expertos consideran erróneas: «Competir en el escenario de Trump es imposible, no hay nada que hacer», declara Pascual; que ofrece un camino completamente opuesto. Según el docente, «quien tiene base social real, quien se ha enfrentado al discurso republicano», es el ala progresista del partido. «Son los que deben tomar el relevo, el partido demócrata debe mirarlos a ellos», sentencia.

Menos optimista con este camino es el profesor de Ciencias Políticas de la Universidad de Barcelona Xavier Torrens, que ve difícil que una candidatura nítidamente socialdemócrata pueda atraer mayorías en un país tan reticente a este lado del espectro político como los EE. UU. Pone de ejemplo las campañas de Sanders, derrotado en dos ocasiones por las opciones del establishment del partido: Hillary Clinton primero, Biden después. Ahora bien, coincide con Pascual en negar el potencial de una hoja de ruta destinada a «arañar votos conservadores». «La estrategia de Harris ha provocado que una parte del electorado demócrata se haya quedado en casa», lamenta el académico. «La clave es entusiasmar, ilusionar», analiza; recordando las amplias victorias de Barack Obama en los comicios de 2008 y 2012. Aunque el programa del 44º presidente no era especialmente izquierdista -con la sonada excepción del Obamacare, la tímida semejanza de sanidad subsidiada que se convirtió en su medida estrella-, sí que ofreció un viento de cambio al gran público. Tal como apunta Torrens, como lo ha hecho Trump, aunque en una dirección opuesta: el presidente electo «no ha movilizado a ningún demócrata, ha atraído a los suyos, y ha hecho que los otros se queden en casa».

El gobernador de California Gavin Newsom, uno de los nombres que más suena para el tiquete demócrata en el año 2028 / EP
El gobernador de California Gavin Newsom, uno de los nombres que más suena para el tiquete demócrata en el año 2028 / EP

El camino de siempre

En un sentido opuesto, el entorno demócrata parece estar dispuesto a doblar la apuesta en 2028. Los principales candidatos que suenan en los medios estadounidenses en los primeros días después de la derrota son, mayoritariamente, miembros del aparato: congresistas, senadores, gobernadores e incluso personalidades televisivas muy cercanas a los planteamientos dominantes de la dirección. Entre los que han comprado más boletos para enfrentarse al sucesor de Donald Trump en cuatro años está el gobernador de California, Gavin Newsom. Se trata de un perfil centrista, lejano a la izquierda del partido; aunque es estéticamente muy diferente de los candidatos que han perdido dos de las últimas tres elecciones. Lejos del tono liberal tradicional, Newsom tiene un discurso especialmente agresivo contra los republicanos; confrontacional incluso. Su programa es marcadamente business friendly, centrado en las ayudas a la innovación y las empresas tecnológicas como fuente de «creación de oportunidades» para los californianos. Más a la izquierda, aparece el congresista Ruben Gallego, de Arizona. Con pasado militar, Gallego es percibido como un candidato «de extrema izquierda» por los republicanos. Protagoniza una de las carreras al senado que aún no se han decidido, pero con el 82% de los votos escrutados, parece que sucederá a la centrista Kyrsten Sinema en uno de los dos escaños de su estado en la Cámara Alta.

La conversación mediática apunta también a otros gobernadores locales, especialmente en los estados péndulo donde Harris ha perdido las elecciones. Dos casos llamativos son los de Josh Shapiro, gobernador de Pensilvania, y Gretchen Whitmer, de Michigan. El primero, un centrista clásico, despierta especial animadversión entre la izquierda por su apoyo a Israel -como se demostró cuando su nombre sonaba para tomar el relevo de Biden tras la retirada del presidente-; mientras que la segunda ha sido una de las grandes valedoras de Harris en su carrera fallida a la Casa Blanca.

Finalmente, las casas de apuestas -un clásico en EE. UU.- proyectan, con buenas opciones a su parecer, candidatos más sui géneris para combatir a los republicanos en 2028. Es un clásico, cabe decir: personalidades televisivas, magnates o actores de Hollywood abiertamente demócratas son las primeras caras en las que los jugadores piensan tras una derrota. Por ejemplo, aparece en las betting odds la presentadora de televisión Oprah Winfrey; la que fuera primera dama Michelle Obama o el actor Dwayne ‘The Rock’ Johnson. El modelo Trump, pues, aplicado a su oposición.

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