Alemania apura las últimas horas de una campaña electoral especialmente agitada. El apuñalamiento de un turista vasco en Berlín el pasado viernes ha sacudido las últimas horas de un proceso electoral amenazado por el auge de la extrema derecha de Alternativa para Alemania. Con un discurso marcadamente antiinmigración, contrario a la Unión Europea y con tintes nostálgicos del nazismo, el partido de Alice Weidel ronda el 20% de los votos en las encuestas, y se consolida como la segunda opción para los ciudadanos del país. La derrota del Partido Socialdemócrata del canciller Olaf Scholz, a quien los sondeos otorgan entre un 15 y un 16% de los apoyos, deja vía libre a los ultraderechistas para formularse como oposición única a los conservadores tradicionales de la CDU/CSU. La derecha democristiana, cabe decir, sostiene su rechazo a cualquier acercamiento al AfD: el candidato y prospectivo canciller Friedrich Merz ha reiterado en las últimas horas la política de cordón sanitario -o, como se le conoce en el país, brandmauer, cortafuegos- que los suyos sostienen desde el año 2018, cuando acordaron públicamente no llegar a pactos ni con la extrema derecha ni con la izquierda postcomunista de Die Linke. Con un 30% de los sufragios previstos, las encuestas dejan vía libre a Merz para explorar una coalición de gobierno, aunque un puñado de votos puede complicarle la formación de mayorías -especialmente en el todavía complejo sistema electoral alemán-.

A la espera de la concreción en la distribución de escaños en el Bundestag, durante la campaña los conservadores han reiterado que su objetivo es salir de los comicios con un camino claro para un ejecutivo fundamentado en dos partidos. La mayoría más probable es la gran coalición -o GK, grosskoalition-, el pacto entre CDU y SPD que ya se ha producido en media docena de ocasiones -la última, con Angela Merkel al frente-, y que es vista como un garante de estabilidad parlamentaria. Más aún después de la última experiencia de un acuerdo tricolor, la conocida como alianza semáforo -rojo, amarillo y verde- que llevó a Scholz a liderar un ejecutivo con los Verdes y el FDP. Cabe recordar que la alianza estalló el otoño pasado con la expulsión del líder de los liberales Christian Lindner del Consejo de Ministros -donde ocupaba la cartera de finanzas- y llevó al canciller a una moción de confianza que perdió el pasado mes de diciembre. Así, el objetivo de Merz es reducir los colores del gobierno para evitar tensiones como las que finalizaron antes de tiempo la última legislatura. Ahora bien, que la suma de centroderecha y centroizquierda garantice una coalición estable depende, en buena medida, de las dos expresiones de la izquierda: Die Linke y la Alianza Sahra Wagenknecht (BSW).

El canciller alemán y candidato socialdemócrata a las elecciones del 23 de febrero, Olaf Scholz / EP
El canciller alemán y candidato socialdemócrata a las elecciones del 23 de febrero, Olaf Scholz / EP

Con 630 diputados, el Bundestag es el parlamento más numeroso de la UE, y alcanzar la mayoría absoluta se plantea complicado el próximo domingo. En caso de que los sucesores del Partido del Socialismo Democrático y la nueva escisión de la izquierda logren un puñado de escaños significativo, el reparto final sería desfavorable para las intenciones de Merz, en tanto que es más que posible que la suma de CDU y SPD no alcance los 316 diputados necesarios para formar gobierno. El umbral no es muy claro. El sistema electoral alemán se divide en dos votos: el primero, a la lista de diputados de cada circunscripción; y el segundo, a un partido. Solo las formaciones que superen el 5% de los apoyos en esta última papeleta pueden entrar en el legislativo. No obstante, el sistema deja un margen para los partidos más pequeños -que, por ejemplo, aprovechó Die Linke en la última cita electoral-: acceden al parlamento aquellas formaciones que ganen el mandato directo en tres o más circunscripciones electorales.

Con todo, tanto la izquierda tradicional como los socialconservadores, así como los liberales, oscilan alrededor del umbral: según el barómetro general del digital Politico, Die Linke apuntaría a un 7% de los apoyos, mientras que tanto FDP como BSW se mueven entre el 4 y el 5%. Así, Merz y los conservadores están especialmente interesados en reducir el número de partidos con representación, en tanto que un reparto entre menos opciones favorecería a las grandes marcas -conservadores, extrema derecha, socialdemócratas y verdes-; y acercaría la grosskoalition a la mayoría absoluta.

Grietas en el cortafuegos

La carrera previa a la campaña electoral dejó una imagen que podría haber perjudicado a los conservadores: a finales de enero, el Bundestag aprobó una moción de la CDU/CSU para endurecer la política migratoria del gobierno alemán, gracias a los apoyos de los Liberales, ahora en guerra contra Scholz, y de Alternativa para Alemania. La suma dejaba una imagen para la historia, en tanto que se trataba de la primera vez que la extrema derecha era clave para una victoria parlamentaria de uno de los grandes partidos que se comprometieron a una política de no colaboración. En ese momento, se especuló sobre un posible giro a la derecha de Merz. Un giro que, de hecho, se ha producido en términos programáticos y discursivos; pero que no ha llegado a saltar a la política de pactos. Durante la campaña, el líder democristiano ha reiterado a menudo que no llegará a ningún acuerdo con los de Alice Weidel. Aunque sus estrategas plantean la decisión en términos de salud democrática, también hay un claro cálculo electoral en mantener el cordón sanitario: el gran objetivo de Weidel es seguir la hoja de ruta de Marine Le Pen en Francia, y sustituir completamente a los conservadores -en el caso galo, Los Republicanos- para ocupar el espacio de la derecha nacional en las próximas elecciones, que se celebrarían en el año 2029. Así, la Unión tiene especial interés en retornar a los ultras a la marginalidad donde fueron relegados a finales de la pasada década.

Manifestación antifascista en Alemania / EP
Manifestación antifascista en Alemania / EP

A pesar del giro conservador de Merz -próximo a la rama más dura del partido, que tiene como cara visible en Europa al líder del PPE Manfred Weber-, las diferencias con Alternativa para Alemania son claves en algunos puntos estratégicos del debate electoral. Por ejemplo, el candidato a canciller no solo descarta cualquier movimiento de alejamiento de Berlín respecto de la UE, sino que busca ejercer un mayor control sobre Bruselas desde la cancillería. Un cambio, cabe decir, respecto de un Scholz que ha estado consistentemente a la sombra del presidente francés Emmanuel Macron en términos de voz y voto en la política de la CE, a pesar de que la presidenta Ursula von der Leyen es, de hecho, alemana. En términos de política exterior, Merz también rechaza dos de las alianzas clave que Weidel sí considera necesarias, incluso deseables, como son la Casa Blanca y el Kremlin. Mientras que AfD ha recibido con los brazos abiertos la ofensiva de Donald Trump y Elon Musk para empequeñecer la capacidad reguladora de la Unión, los democristianos abogan porque «la UE no se presente ante Washington como un enano, porque será tratada como tal». Es decir, el futuro canciller aspira a liderar una Europa más cohesionada y fuerte, que incluso busque el cuerpo a cuerpo con las grandes potencias; mientras que la alternativa ultra defiende el Dexit y una inclusión de la política alemana en una suerte de eje Washington-Berlín-Moscú, favorable, por ejemplo, a la retirada de apoyo a la resistencia ucraniana en la guerra que todavía mantiene Vladímir Putin.

Al borde de la crisis

Más allá de los choques en política internacional, AfD y los conservadores sostienen posiciones diferentes en su gestión de la maltrecha economía alemana. En un reciente discurso, Merz advirtió que, tras dos años en claro peligro de recesión, la economía del país -y de los 27- está «al borde de una nueva crisis financiera». Mientras que los de Weidel, herederos de la tradición económica ordoliberal, defienden la no intervención del estado en el mercado, la CDU deja una pequeña apertura, por ejemplo, a hacer excepciones en la dura política contra el endeudamiento y el déficit que sostiene Alemania en cuestiones estratégicas, como la inversión en defensa, tal como solicita el secretario general de la OTAN, el conservador neerlandés Mark Rutte. Cabe decir que las dos derechas tienen una clara oposición en este ámbito, ya que tanto los socialdemócratas como las izquierdas contemplan abrir el candado de la deuda ante la intensa crisis industrial que padece el país, hundido por el fin del gas ruso a precio de costo y por el fallido intento de electrificación de su histórica industria automovilística. El límite de deuda, cabe recordar, es un mandato constitucional alemán que no permite al ejecutivo endeudarse por encima del 0,35% de su PIB. Al cierre del curso pasado, la deuda alemana rondaba el 62% del valor de su economía -a años luz, por ejemplo, del 102% que registró el Estado español a finales de enero de este año-.

El logo de Volkswagen, una de las empresas más afectadas por la crisis industrial alemana / EP
El logo de Volkswagen, una de las empresas más afectadas por la crisis industrial alemana / EP

Los últimos datos económicos registrados por Alemania no son muy alentadores. Según las estimaciones del Banco Comercial de Hamburgo, el índice de gestores de compras -PMI, una cifra que muestra la actividad transaccional de las empresas- fue ligeramente positivo el pasado mes de enero, con una ratio de 51. Cabe recordar que, en cuanto a este indicador, cualquier cifra por encima de 50 se considera una tendencia creciente. El liderazgo, sin embargo, fue del sector servicios, que mostraba una salud frágil, con una nota de 52. La industria, por su parte, continúa decreciendo, si bien a un ritmo más bajo de lo esperado: el informe elaborado por el economista Cyrus de la Rubia otorgaba al manufacturero alemán un 46,1, unas décimas por encima del 45,5 que estimaban los mercados. Los empresarios, sin embargo, lo fían todo a unos resultados claros este domingo, que permitan formar un ejecutivo sólido. «Se puede ver que las expectativas de una situación política más estable en el futuro son mayores en Alemania. Gran parte del estado de ánimo del sector privado dependerá de la capacidad del nuevo gobierno para dar señales de estabilidad», argumentaba De la Rubia. Así, la economía alemana respirará si Merz consigue una mayoría fuerte. Sin ella, todo puede comenzar a tambalearse ya desde los cimientos.

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