Esta sí que es una entrevista rara. Porque Sergi López se siente así. Dice de sí mismo que es “raro”. Cuando habla López lo mezcla todo, se dispersa, no termina las frases, se atropella y te marea, su cerebro va más rápido que su lengua, pero todo eso vale la pena, porque todo acaba teniendo sentido. Un sentido casi completo. Acaba de estrenarse Sirât, su última película, premio del jurado en Cannes, y Sergi López está en la cima efímera de una nueva ola de reconocimiento. Aquí habla de sus comienzos, de la sensación que tenía de ser un impostor, que dice que ya ha superado, y del cine que ha ido acumulando y apilando con los años. Lo explica y cuando habla y gesticula parece que esté rodando. O cuando rueda habla y gesticula como es él. Vete a saber. En todo caso, Sergi López es un fenómeno cinematográfico que se declara nada cinéfilo y que se define como “indepe”, pero, sobre todo, como antifascista. Afirma López que todo esto, este sistema, “explotará”. ¿Explotará? Una cosa es segura: él lo explicará y se explicará con el cine que, para aclararnos, hemos decidido que se diga “de autor”. Para “autor”, sin embargo, él mismo.
¿Por qué dice usted últimamente que ahora empieza de cero?
Que me hable de usted me gusta mucho.
En las entrevistas es así.
Señor Sanchis, puedo haber dicho que empiezo de cero porque el hecho de actuar, a pesar de que tenga experiencia, de que haya hecho muchas cosas y de que pueda tener una técnica o un aprendizaje, implica que en cada escena empiezas de cero. La experiencia sirve de poco, o quizás sí que sirve, pero no puedes hacer una escena diciéndote: “¡Ayer hice una que estuvo bien!”. Cada vez que ruedas aquello es presente puro, empiezas de cero.
A mí me ha parecido entender, hablando con usted hace poco, que ahora vive un momento diferente, un momento especial…
Ah, sí, quizás. Si usted lo dice…
Es horrible. Dice usted cosas y después se olvida…
Sí. Soy así. Pero ahora que lo dice, sí… Estoy en un momento particular, por diferentes cosas personales de mi vida. Me he cambiado de lugar, he cambiado de entorno… Sí, sí, a los 59 años estoy como recomenzando. Me he vuelto a encontrar viviendo solo y, de alguna manera, partiendo de cero, sí. Estoy reestructurando un poco qué es lo que quiero que sea mi vida, quién quiero que esté a mi lado, qué quiero hacer, qué hábitos debería tener que no tengo. En este sentido, tiene razón, se lo debo haber comentado.
Este nuevo estado de gracia lo puede llevar a momentos de euforia y desconcierto, de depresión…
O las dos cosas a la vez. Hay días que me parece que soy la hostia en vinagre y otros que veo que me hago mayor.
Bipolaridad, lo llaman ahora…
Sí. Es que seguramente así es. Como aquello que decimos de la verdad. No hay una. Todo es verdad a la vez. Estamos triunfando y al mismo tiempo vamos hacia abajo.
Desde hace un tiempo es usted más Sergi López? Es decir, ¿entra a rodar y hace de usted mismo?
Es una mezcla de cosas. De alguna manera, tengo una sobredosis de Sergi López porque siento hablar de ese nombre como si fuera alguien, que la gente reconoce, y al mismo tiempo soy yo. A veces me canso de escuchar hablar de mí, de escuchar ese nombre. Pero, por otro lado, también hay una parte que lo disfruta, porque tengo la sensación de que, de manera un poco intuitiva, un poco inocente, desde un principio el personaje de Sergi López me ha parecido que, cuanto más se parezca a mí, mejor.
Yo trabajo en cine y no soy muy cinéfilo. Me siento más cómodo diciendo: “No soy cinéfilo, no tengo ni puta idea, ¿sabes?”. Es mejor partir de ahí que inventarse una cierta cinefilia que podría fingir, porque algo sé. Con este personaje que empieza por abajo, un poco a la defensiva, también me reconozco. No es, sin embargo, vivir un personaje de un lado y otro, del otro, porque eso puede hacer más daño a la cabeza.
Ya…
Ya…
Pero cuando empieza una nueva película ¿entra con más seguridad ahora? ¿Sergi López se siente ahora más seguro delante de las cámaras?
Sí. Estoy más tranquilo. Con el tiempo he terminado asumiendo que no tengo del todo el síndrome del impostor. He asumido que quizás tengo algo de impostor, sí, pero también algo de actor. [Ríe].
Porque hasta ahora se había sentido impostor?
Ya hace tiempo que se me ha ido, sí, pero me pasé mucho tiempo pensando: “Esto se acabará. Vendrá alguien que me dirá: ¿Qué haces? No tienes ni puta idea, va, ¡vete!”. Lo sentí durante mucho tiempo…
No es para tanto. ¿Sabe cómo veía Robert Mitchum el trabajo del actor? Solía decir: “Actuar es llegar al set y procurar no tropezar con ningún mueble”.
[Ríe mucho]. Está muy bien. Gary Cooper dijo en una entrevista que él no sabía hacer entrevistas, porque solo era actor: “Si quiere, me lío un cigarro”. Y se hizo un puto cigarro de vaquero allí mismo.

Hablemos de Sirât, que es su última película…
¡Ostras!
Dice que la vio primeramente en su ordenador y que no le gustó, pero que después en Cannes, en una sala con muy buenas condiciones acústicas, cambió de opinión. O sea, que la película le gusta cuando la puede escuchar en condiciones…
Pues, quizás sí. Es algo muy esotérico lo que pasa con esta peli. Quizás sí. A mí la música electrónica, la música en general, me gusta mucho. No soy melómano, tampoco, evidentemente. No soy muy entendido, pero me gusta la música de todo tipo. Ahora, no soy un fan de la música electrónica. No me había pasado nunca, pero con esta película en Cannes me pasó algo raro. Eso de los camiones por un desierto, ya lo había visto una vez u otra. También eso de la cámara moviéndose. Pero aquí tienes la impresión de que está pasando algo. Me pasó algo raro. No me había pasado nunca. Hay cosas ahí que no me terminan de gustar. Hay una obscenidad en el dolor, pero…
¿El guion, le convence?
Sí. El guion sí, porque me perturba también. ¡Yo soy un poco rarito, eh! No soy muy buen lector, pero, cuando leo guiones, que es lo único que leo y ya me he acostumbrado a leerlos… Cuando está mal escrito no paso de los dos folios. Cuando está bien escrito pero ves el mecanismo, una pareja que se cae mal pero que terminarán enamorándose o una de aventuras de esas con violencia fácil, tampoco… Con esta peli hay un montón de cosas que me cabrearon, que no me gustaron, pero…
Yo había oído que el guion no le había gustado…
Sí, sí, sí. En principio pensé: “Mira, pasa algo…”. Luego hay un hecho muy traumático, que te cambia la película. Cuando leí aquello me mosqueé. Pensé: “Ostras, va tío, ¿qué haces?”. Pero luego pasa otra cosa, no sabes qué pasa, se abre otro camino que va a otro lugar… Hay una energía que avanza y no puedes retroceder. Es difícil explicarlo. Yo me fío de mi lectura. Cuando leí ese guion aquello no era lo que esperaba, había cosas fuera de lugar, unos giros inesperados… ¡Y todo aquello me moló!
Me parece que esta película funciona porque vas allí, te meten una hostia de cojones, pero, y eso es el cine, al menos no te pasa a ti. Hay este fantasma, sabes que te puede pasar. La peli habla de la muerte. De esta cosa que todos sabemos que vendrá, pero que no sabes qué día ni cómo.
¿Por qué fue usted a estudiar interpretación a Francia con Jacques Lecoq? ¿Sabía hablar francés?
No. No sabía. Me lo planteé porque conocí a Toni Albà, que era de mi pueblo…
Habían hecho teatro juntos…
Yo había ido a una escuela de teatro de Barcelona y había entrado en algunas cosillas haciendo de payaso. No conocía a Toni, aunque sabía quién era. Fuimos a buscarlo y le dijimos que queríamos hacer un número de payasos en la calle. Él precisamente venía de esa escuela francesa. Nos citó al día siguiente en su casa. Nos hizo improvisar, trabajar, y finalmente llevamos adelante aquella obra. Entonces nos dijo que, si teníamos pelas y podíamos, debíamos ir a la escuela de Lecoq: “Un lugar number one, de creación, de escritura”… Aquello valía una pasta. Yo no tenía, pero fui ahorrando durante un año y medio y finalmente me encontré con un millón de pesetas. No tenía para pagar los dos años, pero me decidí y me fui a París…

Sin saber ni una pizca de francés…
Sin saber francés, pero siendo consciente de que podía ir sin saberlo los tres primeros meses. La clase principal de cada día se basaba en la improvisación y en los movimientos del cuerpo. En la improvisación desde el silencio. Todo aquello que pasa antes de que alguien hable. No significa que hagas pantomima, ¿eh? Te das cuenta de la cantidad de teatro que puedes hacer improvisando con un noruego o un chino que tampoco hablan francés. Hay un espacio de lugar, de teatro, sin llegar a hablar. Estos tres meses te permitían estar allí, empezar a aprender cuatro cosas del idioma, estar al lado de los alumnos que sí sabían francés y que te iban traduciendo lo que decía el profesor: “¿Qué ha dicho, qué ha dicho, qué ha dicho?”.
A partir de ese momento usted conoce a un director, Manuel Poirier, que lo toma y lo contrata para hacer una primera película…
Son estas cosas de tener suerte que no sabes por qué pasan, pero que tienes que alimentar. Este tipo, Poirier, preparaba su primera película. No era conocido ni nada, ni tenía el dinero para hacerla, pero va a mi escuela y cuelga un cartelito. Éramos cincuenta y sabía que había muchos extranjeros. De hecho, allí solo había cuatro franceses. El cartel decía: “Se busca actor con acento español para un primer largometraje en París”. Yo pensé: “Ostras, si no vas, ¡es que no tienes vergüenza! Ve a ver qué haces allí”. A mí el cine me parecía una cosa… La cosa es que me lo encuentro y me toma. Podría haber sido una peli de mierda o podría haber pasado que ni siquiera se hubiera hecho. Hace una peli que se estrena solo con dos copias.
Manuel Poirier es un director que tiene algo… Hace un cine social, sencillo, con pocos planos… Yo termino en la escuela de teatro, vuelvo a Cataluña y me pongo a hacer teatro. Y al año siguiente me vuelve a llamar para hacer otra película, y al siguiente, y al siguiente… Hemos hecho cinco. La quinta es un western que llevan al Festival de Cannes, a la sección de Competición. No nos conocía ni Dios. Yo hasta ese momento no pensaba ni que hacía cine. Me entendía con aquel tipo, nos caíamos bien, me llamaba cada año para hacer una peli y ya está. Pero aquel western va a Cannes y le dan el premio del jurado. Claro, aquello era otra cosa. En Francia todo el mundo ve estas pelis. Todos los franceses me conocieron. A partir de ese momento me empezaron a salir propuestas de autor, de directoras marcianas… Este cine francés de autor, de cosas raras, que he conocido de pura suerte, es el que me ha dado a conocer. No fue una decisión mía…
Porque a usted le habría gustado más rodar cine comercial?
¡Hombre, claro, tío!
¿Síííí?
No, hombre, no. [Ríe mucho].
Ahora me había sorprendido, pero nunca se sabe.
Si hubiera tenido la suerte en aquel momento –aunque, visto desde ahora, quizás sería la desgracia– de recibir una oferta de cualquier mierda de peli… Cuando empiezas, cuando no tienes trabajo, como todos los actores y actrices, hacemos lo que nos proponen. Si me hubieran propuesto una peli comercial, de tiros, yo qué sé, habría dicho que sí. Pero no me salió eso. Me salió aquel tipo marciano que hacía cine de autor.
¿Y cómo se las arregla un catalán que no sabe francés?
Al acecho con los complejos, que cada uno se los administra! Yo, también. Aquel cartel decía que buscaban un actor con acento español. Yo no hablo casi francés, voy al casting y me encuentro un tipo que después descubro que es el director. Un tipo con jersey de lana lleno de pelos de perro. Le advertí que no tenía acento español, sin decirle aún de dónde venía yo. El tipo me mira con cara de francés, que les hablas de esto y no entienden nada: “A mí qué me importa que seas español, catalán, andaluz, portugués…”. Le daba igual. Le advertí: “A mí, no. No he leído el guion, pero si me pides que tenga acento de Salamanca, ya te digo que no, que mi acento no es de Salamanca”. Él debió pensar: “¡Qué tipo más gracioso!”.
Al fin y al cabo, quien buscaba un español era él, no usted.
¡Exacto! En la peli hay una escena donde hablo con un señor negro, antillano, grande, que me pregunta: “Alors, vous êtes espagnol?”. Y el director me dijo: “Diga, diga eso que dice usted de usted mismo”. “¿De verdad? ¿En la escena?”.
¡Un director moderno, que dejaba improvisar!
Sí. Entonces eso era muy audaz, ¡eh! Cuando el diálogo iba demasiado bien, se iba a un actor y le decía: “Escucha, cuando te pregunte eso que dice el guion no le contestes”. [Ríe]. Entonces, ¿qué pasaba? Que siempre que actuabas estabas vivo, pendiente de lo que te decían los otros actores. “Entonces –me preguntaba el antillano–, ¿usted no es español?”. Y yo le contestaba: “No, catalán”. Y él seguía: “¿Pero eso no es lo mismo?”. Y yo: “No exactamente”.
Aquí Albert Serra practica el mismo método, debe ser por eso que gusta tanto a los franceses…
Albert Serra solo improvisa. [Ríe].
Y cuando alguien se sabe el guion bien sabido lo insulta.
[Ríe mucho].
Al final, usted no tiene acento francés y los franceses son muy intransigentes en todo esto. Y a pesar de todo, usted allí es una celebridad…
¡Debe ser por mi cuerpo! [Ríe mucho]. ¡Abultado, abollado! No lo sé, de verdad. Cuando terminé en la escuela de Lecoq y ya había hecho la primera película me dijeron de quedarme a vivir en París por el bien de mi carrera escénica. Respondí: “¿Pero qué carrera escénica?”. Además, yo no tenía un duro y en París todo vale una pasta. Al menos Vilanova es mi casa y seguro que me acogen en algún lugar. Yo pensé que haría una peli, quizás dos o tres… Los primeros papeles que me proponían antes de ir a Cannes eran de torero, gitano, albañil, portugués… Todo eso. [Ríe]. Hasta que llega alguna película que da el salto.

Harry, un amigo que te quiere representa eso, ¿un salto?
Harry es un salto en dos direcciones. En primer lugar, hago de malo, y yo hasta ese momento solo había hecho de buen tipo. Inicialmente a mí me habían propuesto hacer del bueno de la película. Más tarde, cuando ya la habíamos hecho, el director me dijo que le había dicho al productor que había pensado darme a mí el papel del malo. Y el productor le contestó: “¿Pero qué dices? ¡Si es buen tipo! Es divertido, un poco como un niño…”. Toda esa mierda. Toda esa mierda, pero bueno, a ver, yo no soy todo el día un niño tampoco, ¡eh! Tengo un carácter… En todo caso, no veían nada claro que pudiera hacer de malo. Pero cuando el director me lo preguntó le dije que a mí me parecía de puta madre, porque me había leído el guion y pensaba que sí. Que Harry podía llegar al principio y parecer un buen tipo, je, je, y después…
Aquella película significó un primer salto porque hacía de malo y un segundo porque, con ese acento, no hacía un personaje que se llamara Paco Ibáñez Serrador, ni Antonio… No sabías exactamente qué era Harry, aunque se apellidara Ballesteros. Y aquello era un salto. Con esto del acento se me ha ido pasando el rollo. Como que no estoy allí ni aquí tampoco… Allí la gente no sabe bien qué soy, si soy francés, si soy un emigrante republicano, dónde coño vivo… Una vez un periodista preguntó dónde coño vivía y le dije que en Vilanova, al lado del mar. En el artículo explicaba que vivía en un pueblecito de pescadores… Parecía que allí no hubiera llegado ni la electricidad. Hay este misterio. El acento, que al principio es hándicap, ha terminado siendo como un misterio, un triunfo, una cualidad. Me da un pasado incierto, no saben de dónde viene este tipo… En todo caso y a pesar de lo que parece, en Francia son más permisivos. Yo no me imagino aquí a un tipo con acento francés haciendo más de dos películas. Quizás sí, pero siempre que hiciera lo mismo.
Esto le pasaba en Hollywood al mexicano Anthony Quinn. Por su físico, durante muchos años se vio obligado a aceptar papeles “exóticos”: indio americano, mafioso italiano, gánster, chino, árabe, filipino, hispano…
¡Ya me gustaría a mí ser Anthony Quinn! [Ríe].
Hablábamos de puntos de inflexión… El laberinto del Fauno, de Guillermo del Toro, también significó uno en su carrera…
Sí. Y tanto. Es un trozo de película. Viene un mexicano al Estado español a contar la historia de la guerra civil, desde un punto de vista alejado, juntándolo con unas hadas que vuelan, unos pajaritos y unos muñequitos… Un mundo fantástico. Si te lo cuentan así, dices: “¡Esto no cuadra!”. Pero resulta que Guillermo del Toro es un genio. No llega al fascismo, pero es intransigente con todo lo que él cree. Y siempre tiene razón. Siempre tiene razón. Es muy leído y, además, tiene la capacidad de improvisar. Está encima de todo. Él dirigía una escena así: “Aquí levantas la copa, miras hasta allí, vas siguiendo así con la cabeza, te paras, cuentas hasta tres, respiras una vez, cuentas hasta cuatro, miras allí…”.
Eso no es hacer de autor. Haces de marioneta.
Muy bien. Habla tú con él, habla tú con él, habla tú con él. Yo le pregunté por qué no hacía cine animado. Y me contestó: “Sí señor. La próxima voy a hacer Pinocho”. Una película de puta madre, por cierto. Me decía: “Los actores americanos, una vez has hecho una toma y está bien, son capaces de repetirla veinte veces igual!”. Y yo le contestaba: “Yo vengo del cine de autor francés y no sé cuánto he contado. Si me pongo a contar, no veas…”. Si tú haces lo que Del Toro dice que hagas, ¡ves que está bien! Esta es la gran virtud. Me he encontrado con otros directores que, para hacer ver que están seguros, te explican la escena punto por punto. Y entonces tú dices: “¿Pero para qué?”. Y muy raramente tienen razón. Si algo tenemos los actores, es esa intuición.
El problema de un director con mucho carácter es cuando se encuentra un actor o una actriz con más carácter todavía…
Sí, sí, sí.
Ya que hablamos de directores… usted ha trabajado para un montón de catalanes: Ventura Pons, Marc Recha, Isabel Coixet, Agustí Villaronga, Bigas Luna, Pau Escribano, Iñaki Lacuesta… La lista impone…
Hombre, claro, es que este es un país pequeño.
Pero pocos actores de ahora han trabajado con tantos directores…
No lo sé. No sé si son pocos o muchos. En todo caso, sí que te diré que todos ellos, una vez han trabajado conmigo, han querido repetir. Me entiendo bien. Quizás hay el hecho de mi trabajo en Francia: “Ostras, el tipo trabaja en Francia!”… No lo sé.
Una de las películas que más impacto ha tenido en el cine catalán de los últimos años ha sido Pa negre, de Agustí Villaronga. ¿Le gustó hacerla?
Era un papel pequeño, pero sí, la película está bien. Y Agustí, también. La visión, la pulsión creativa que tenía. Eso es lo que más me alucina y me sobrepasa, porque yo comparto una pasión. Sé que actuar es ponerse a saco. Haya quien haya enfrente. Tu madre o quien sea. ¡Hacerlo a saco! Encontrar gente que tiene esa pulsión y que tiene el talento de imaginar, de encontrar respuestas visuales. Pa negre es un trozo de película. Y mi papel es uno más dentro de ese collage.
Le he comentado la cantidad de directores catalanes con los que ha trabajado. También le puedo hablar de una filmografía muuuy extensa. Pero quizá usted también me dirá que lo suyo es un caso normal…
Noooo. Estoy de acuerdo. Sanchis, estoy de acuerdo con usted por primera vez en toda la entrevista [Ríe].
¡Alabado sea el Señor! [Río también].
No de verdad. He tomado conciencia de un tiempo a esta parte. Ahora con el premio de Sirât en Cannes la gente me lo ha comentado. Y yo mismo pienso: “Ostras, es verdad”. No lo sé… A mí me parece que todo me ha ido pasando de manera bastante natural, bastante salchichera, por un lado y por otro, con un zapato y una alpargata… Pero, claro, hace tantos años que dura y la lista de películas se ha hecho tan grande, que dices: “Cojones, tío, ¿cómo es que no tengo nada de propiedad?!”. Con todas las pelis que he hecho, con el dinero que he ganado, ¿cómo es que solo tengo una Vespino?!
¿Tampoco tiene ahorros?
No.
¿Se lo ha gastado todo?
Sí.
Pues, ¿cómo es, cómo es, cómo es… Porque es un gastador, vive al día.
Sí, pero ¿tanto?
¿De qué se extraña?
No, de nada,…
¿Ha sido feliz?
Sí, sí, sí.
¿Se ha separado más de una vez?
Sí.

Eso puede ser caro…
No, no. Cuando me separé tanto yo como ella nos quedamos con una hipoteca y con una mano delante y otra detrás…
Si pagaban una hipoteca, significa que había una propiedad. ¿Y quién se la quedó?
Un ruso. Se la quedó un ruso dos semanas antes de que el banco nos dijera: “Si no os la vendéis, os la quitamos”.
¿Porque usted no podía pagar la hipoteca?
Es eso.
Tanta película y tanta mandanga y no podía pagar una hipoteca?
Porque tuve un negocio muy curioso.
¿Un restaurante?
Sí.
Una catástrofe, como suele pasar…
Sobre todo, si lo lleva gente como yo, que no tiene ni puta idea.
¿Y por qué se mete?
Porque soy burro. Ya está.
Le faltaba una bodega para que la ruina hubiera sido redonda. ¿Todavía está pagando el restaurante?
Sí. Un día vino alguien y nos dijo: “¿Pero, qué hacéis? ¡Cerradlo ahora! ¡Lleváis así ocho años!”. Bueno, tanto da. Todavía lo arrastramos. Pero al final me doy cuenta de que no consigo preocuparme por estos temas porque, como gano dinero, no pienso en los que he perdido. Tanto da. Voy haciendo. Ahora tengo una peli dentro de poco, me falta cobrar no sé qué… Voy haciendo. Encuentro que ganar dinero me ha servido para no preocuparme, para no pensar en ello. Si no tengo pelas ahora, haré una peli el verano que viene. Y si no, haré teatro. Algún bolo me saldrá ahora con el Non solum…
Todo esto no es muy catalán.
[Se indigna burlándose]. ¿Qué quiere decir con esto!
El tópico dice que los catalanes son lo contrario. Hormigas, no cigarras.
Eso dice el tópico del catalán normal. Yo soy catalán, pero lo que no soy es normal. Pero también hay descerebrados, punkis… También hay así.
Cuando usted dice que no es normal, ¿en qué piensa? ¿Cómo se definiría?
Ostras, tío. Esto es complicado. Yo me definiría como un pavo a quien la vida ha dado la oportunidad de conocer que la intuición que tiene quizás tiene más valor de lo que pensaba. Ahora cuando veo la lista de películas que he hecho pienso: “Ostras, tío, muy bien, calma. Eres un actor que lo hace bien”. La vida me ha dado la oportunidad de conocer a un Manuel Poirier, directores, gente que me ha hecho crecer hacia lugares interesantes… Jorge Picó –valenciano también, por cierto–, con quien escribo teatro, es un tipo, a diferencia de mí, leído, culto, estructurado. ¿Por qué voy hacia él? ¿Por qué nos entendemos? No lo sé.
Porque se complementan.
Claro. Eso me hace crecer… Encontrarte gente que te dice que lo que tú piensas o haces es interesante…
Podríamos llegar, entonces, a la conclusión de que usted era inseguro y ahora ya no lo es tanto.
Exacto.
Que se sentía inseguro y que ahora ya no se siente.
Exacto.
Pero eso no lo hace raro. Un porcentaje enorme de la humanidad se siente inseguro.
A ver… El rasgo más raro que tengo yo es que lo que me pasa, si no es raro, es excepcional. Es una epopeya alucinante. Soy un tipo que no tiene el BUP. Soy un tipo que hace de Satanás en los Pastorets, una obrita de teatro y se va a París con una furgoneta de segunda mano… Y me encuentro con Poirier, uuuh!”, y me encuentro con Jorge Picó, uuuh!, y me encuentro el cine, ¡uuuuh! Ostras, ¡he ido diez veces a Cannes! Lo que no es normal es lo que me ha pasado a mí. Cuando me encuentro gente joven que me dice: “Ostras queríamos hablar contigo. ¿Cómo podemos hacer, para que esto que has conseguido…?”, les respondo: “Olvidaos, porque te tiene que sonar la flauta, tienes que tener una flor en el culo, una pulsión de ir hacia un lugar…”. Esto lo pienso ahora, reflexionando de cuando era joven. Tienes que tener la pasión que te mueva hacia un lugar. ¡Y ir, ir! Pero eso lo hace mucha gente y no lo consigue. Y mucha gente se ahoga en el Mediterráneo…
Vivo en un mundo, en un lugar concreto, en Cataluña, en Occidente… En Francia hacen mucho cine y yo no sé el cine ni qué diablos es. Empiezo a trabajar en él y digo: “Ostras, aquí hay una industria que alucinas”. Y gente que piensa, gente que sabe, gente que tiene gracia. Me encuentro con este mundo y no sé, veo que todas me ponen. No siempre, porque también hay momentos de dolor, de pérdida, pero sí.
Y usted, que quería ser payaso…
Sí. Es que me pienso que soy lo que soy de manera más natural. Bueno, payaso, payaso, sí, pero no con la nariz roja, que me da rabia.
Hizo Els Pastorets y una obra, Non solum, que lleva arriba y abajo, como actor único, desde hace veinte años…
Una solo, no…
De acuerdo. Pero sí una sola de larguísima explotación… La escribió, la ha alterado, la hace descansar, la recupera y siempre triunfa.
[Ríe]. Sí. Es eso.
Pues, eso sí que es raro.
Ah, pues mira, ¡ya lo tenemos! ¿Por qué soy raro? Porque hago una obra así, rara. Es raro, sí, pero visto desde la capital. Desde comarcas la gente que hacemos teatro lo vemos como una tradición que viene de lejos. Nosotros la escribimos, la producimos, la distribuimos, la pagamos y compramos incluso los focos. Si al cabo de veinte años nos llaman y nos dicen: “¿Podéis hacerlo esto?”, contestamos: “¡Y tanto!”. Y vamos hacia allí. Es una mentalidad de saltimbanqui de provincias. Si te salen bolos, no puedes decir que no. Mira a Toni Albà o tantos otros…
Pero estas compañías van cambiando el repertorio.
Es que yo soy más manta, más vago… [Ríe].
Ahora ha estado unos días en el Poliorama de Barcelona. ¿Todavía lo llaman mucho?
Sí, sí. Y tanto. Nos llaman para hacer algunos bolos. Con la ventaja que yo tengo, que es un privilegio, que ahora no necesito vivir del Non solum solo. No necesito hacer una gira exhaustiva con la obra. Si hago diez bolos al año, pues, de puta madre, porque eso me permite hacer cine y otras cosas, que es lo que a mí me gusta.
Mañana, además, hace canción.
Ah, ¿sí?
Sí. Con Borja Penalba, el Giròvag, en Agramunt. O eso dice el anuncio.
Pero la canción es cosa suya. Él hace unas canciones y yo estoy por ahí haciendo el payaso, haciendo el burro, que es mi papel. Todavía no sé qué haremos. [Ríe]. Estel Solé nos ha acogido y nos paseará por el escenario.
Dice Borja Penalba que usted es su primo…
Ah, ¿sí? Pues, encantado de la primada. Es un tipo con quien me he entendido desde el primer segundo. Sin decir nada. ¿Por qué las parejas funcionan y por qué después no funcionan?
Pregúnteselo a Stan Laurel y a Oliver Hardy…
Parece que ahora no van nada bien. [Ríe]. Están fatal.
Sí. Escuche, vuelva a la película. A raíz del rodaje de Sirat, usted ha comentado que no conocía a los ravers, pero que le han encantado, que están bien organizados, que saben de qué va el mundo, que tienen unos códigos muy interesantes, que son una opción social e incluso política…
Yo encuentro fascinante que la realidad –por eso la ficción es tan interesante– se pueda explicar de maneras muy diferentes, que la misma historia se pueda contar desde varios puntos de vista… Pero qué digo, ¡usted ya lo sabe, que se dedica a esto! ¿Cómo explican ustedes las noticias? Yo no diré que todos son cojonudos. Evidentemente, también hay imbéciles. Pero en este caso me quedé parado de la imagen superficial que tenemos de los ravers. Los ponemos allí drogándose y bailando. De eso, deducimos que no hacen nada. Y sí, se pueden drogar, quizás no todos ni todo el tiempo. Y sí, bailan, quizás no todos ni todo el tiempo. Pero, además, todo esto no es gratuito. Están organizados y tienen una conciencia colectiva que en otros lugares no está. Cuesta mucho mantener y alimentar. Creen en ello. Creen también en el feminismo, en un mundo nuevo, son anarquistas… Vaya, que tienen valores.
Yo mismo, que no tengo ni idea, después de ver la película, donde los protagonistas no son actores, sino ravers de verdad, me pensaba que todo aquello era un espectáculo, y resulta que es una doctrina…
¡Exacto! Hay algo de doctrina, de línea de pensamiento. Ellos dicen que ya han desertado del sistema. Son antisistema en un sentido profundo. Dicen: “Tío, ¡esto no tira!”. Y yo creo que eso lo vemos todos. Esto se está desmoronando a pedazos. Y ellos dicen: “Paso, paso. Cojo una furgoneta y me voy a coger setas, a hacer yoga, con cuatro duros. Y miro a la gente a los ojos”…

Usted en los últimos años se había identificado con la CUP…
¿Ve a esa mujer que ahora pasa [lo dice mirando por el vidrio que da a la calle de la redacción donde hacemos la entrevista] por delante de nosotros?
Sí.
Mire, todavía lleva la etiqueta de los pantalones…
En efecto.
Por el contrario, ese negro que lleva el carrito lleno de chatarra no lleva ninguna…
Esos señores limpian la cara de Barcelona… ¿Le interesa este contraste por su compromiso social?
No. Yo solo constato que el negro de la chatarra no llevaba ninguna etiqueta aún por arrancar…
De alguna manera, esto nos lleva a la CUP. ¿Usted se identifica con toda esta gente?
No. Con toda esta gente, no. Yo no estoy nunca de acuerdo “con toda esta gente” en ningún lado. Nunca. Yo pienso que una de las cosas innegociables –innegociables para mí– es el pensamiento crítico con todo el mundo y en todas partes. Sobre todo contigo, con aquel, con aquel otro… Pensamiento crítico y conciencia colectiva. Yo pienso esto. ¿Los de la CUP? Yo no sé ni quiénes son. Conozco a Quim Arrufat, Eulàlia Reguant, David Fernàndez, Anna Gabriel… Conozco a cinco, seis, siete o diez, que han estado dentro de la cúpula. Pero yo no sé ni cómo funciona la CUP ni qué se dice en las asambleas.
Pero le pidieron que fuera en el último lugar de la lista y se apuntó…
Me pidieron que fuera el último de la lista –de Vilanova, evidentemente– y hombre… Hombre, una candidatura de unidad popular de la izquierda… Solo por eso… Mira, yo no tengo tatuajes. Yo soy indepe. Lo he sido desde pequeño, porque considero que cada pueblo debe poder decidir lo que le sale de los cojones…
Eso no es ser “indepe”, eso es ser decente…
Pues, eso. Voy hacia aquí. Para mí ser indepe no es ser nada radical. Para mí, eso es lo mínimo. Hay un colectivo que existe… Hola? Que decidan quiénes son, qué se ponen, cómo viven… Para mí eso es la base. Pues, eso mismo me pasa con el fascismo. Yo soy indepe, no tengo tatuajes, no me tatuaría nunca nada, pero el otro día lo pensaba: “¿Tú no te tatuarías una estelada?”. No. Yo no me tatuaría nunca una estelada. En cambio, me tatuaría una bandera antifascista. El antifascismo para mí es el principio. Es lo mínimo innegociable. En cambio, en mi pueblo, Vilanova y la Geltrú, las candidaturas de Esquerra, de Convergència –de Junts–, de los socialistas, del que sea, de los Comuuuuns, sobre todo de los Comuns, nadie se hace llamar. ¡Nadie! “¿Antifascista? No, no, no queremos ser radicales”. Eso pasaba en aquel momento, ¡eh! Y la única candidatura que se presentaba como antifascista era la CUP. Bueno, tíos, pues para mí eso es lo mínimo.
La CUP… Todo lo que sean esfuerzos para que la izquierda intente aglutinar lo que son las clases trabajadoras está bien. Hay que ir hacia aquí. Hacia una democracia más justa. Que la riqueza está mal distribuida lo sabe todo el mundo absolutamente. Todo el mundo. Sidât, al final, habla de ello. Hay una especie de energía, de temple, que pasa y que nadie cree que se pueda frenar.
Sí, soy de izquierdas. Radical, comparado con la mediocridad de una izquierda que no es de izquierdas. Soy radical porque soy antifascista. ¡Uy, qué radical!
Su izquierda es anticapitalista. La otra acepta el sistema y se contenta con reformarlo.
Sí. Desde dentro. [Ríe].
No querrá que lo hagan desde fuera…
Es que se tiene que hacer desde fuera. Esto terminará reventando, ¿no?, un día u otro…
¿Usted cree que esto reventará?
Sí, hombre. De una manera u otra. Espero que será de la manera menos dolorosa posible, pero…
Cuando las cosas revientan no suele ser para bien…
¿No?
Piense usted en todas las revoluciones y en qué consecuencias se han derivado…
Sí. Yo pienso que cuando las cosas revientan está bien, pero es verdad que lo que pasa después, cuando se accede al poder, cuando la cosa se calma y está todo organizado, es que vuelven a aparecer el mismo patriarcado, los mismos poderes…
Condición humana…
Sí. Pues, mira, comprémonos una furgoneta tú y yo, Sanchis, y nos vamos al desierto. Con un fogón.
Después de ver qué le pasa a usted en el desierto en la película no tengo ganas. ¿Y qué ha pasado con el procés?
El procés, je, je… El procés, ostras. El procés es una palabra que se inventó Artur Mas… En Cataluña ha pasado algo brutal, inaudito, histórico, que estoy convencido que no ha pasado en ningún lado, que es esto del 1 de octubre. Esto del 1 de octubre es una animalada tan grande, que alucino pepinos. Yo no he adoctrinado a mis hijos, pero ellos y sus amigos, amigos de mi barrio que eran castellanohablantes, me los encontré a las cinco de la mañana… Me decían: “Yo no soy indepe ni por el forro, pero estoy aquí con el pueblo. ¡Es que es el pueblo!”. Unas frases, un sentimiento… Es que me emociono y todo. Un sentimiento, una idea de unidad popular que existe, que me quedé… Lloré como una Magdalena al final. Y después, en cambio, esto se ha frivolizado: “El procés, no sé qué, ya se ha acabado…”. Pero todo esto demuestra que hay una base muy muy amplia que se mueve entre ser indepe por cuestiones nacionales y ser indepe por cuestiones sociales. Creo que quien tiene el poder de verdad esto lo sabe. Y luego, los partidos de izquierda, independentistas, que entran en el juego del poder, de estar en el poder, como acceder a las instituciones, que ya es una mierda, más complicada… He dicho “mierda» muchas veces en esta entrevista…
No se preocupe, las conservaré todas en la transcripción. ¿Y considera que este sentimiento es recuperable?
Sí, sí, sí.
¿Cuándo?
Cuando sea. Siempre. Estamos a punto. Cuando yo era pequeño hacíamos pintadas sobre este país vecino tan interesante que se llama España y éramos cuatro. Éramos cuatro.
Ahora casi tienen a ser cuatro…
No, no. Nosotros éramos cuatro, pero mis hijos y sus amigos y… ¡han vivido el 1 de octubre, tío! Yo confío en ello. Toda la gente que ha vivido el 1 de octubre no lo olvidará nunca. No lo olvidará nunca. Hay algo que no es ni la CUP, eh… Algo extraordinario. “¡Ostras, cuánta gente!”. Ni la CUP, ni la QUEP, ni Esquerra, ni su puta… ¿sabes? Era un montón de gente en la calle esperando la urna. ¡Y la urna llegaba, tío! Para ponerse a llorar. Esto una masa popular catalana lo ha vivido. Los que lo quieran entender que lo entiendan, es igual. Pero los que lo han vivido… ¿Se puede olvidar esto?
No lo sé… Allí había de todo. Y cuando las cosas han ido mal dadas algunos se han olvidado…
La manera como se ha explicado el procés, como se ha tergiversado, como se ha manipulado… no es esa la palabra…
Puede ser como se ha domesticado?
Sí. La manera como se ha domesticado la idea hace que la gente que no ha trabajado lo suficiente su pensamiento crítico termine creyéndose un discurso… “Sí, es verdad, nos pasamos un poco…”. ¿Hola? Nos pasamos cuatro pueblos, pero de democracia. ¡Fue una pasada! Que la gente vaya allí a poner una puta papeleta y que la única respuesta del estado sea decir [aflauta la voz]: “¡No lo podéis hacer!”. “¿No? ¿Por qué no? ¿Lo dices de verdad?”. “No, porque tengo policía!”.
Después fueron muy persuasivos en la represión.
Sí. Han metido gente en la cárcel. Hay mucha gente que ha sufrido. Sí, sí. Y aún hay gente acusada por una botella de acetona que tenían en casa para las uñas de su abuela. Sí, sí. ¡Y el Hasél! ¡Este chico está en la cárcel, tío! ¿De verdad? ¿Este tipo tiene que estar en la cárcel por hacer esta cancioncita? Tienes ganas de decir me cago en la puta madre que parió al rey… ¿Hacia dónde vamos, Sanchis? ¿Vamos hacia un lugar en que nos meterán a todos en la cárcel?
¿Hacia dónde vamos? Usted y, sobre todo, yo, hacia la jubilación.
[Ríe mucho]. ¿Los jubilados pueden hacer explosivos?
[Río]. Quizás, si la jubilación es activa, que te permite hacer otras cosas…
¿Qué?
Que ya está.
¡Ah! ¡Muy bien!