Mia Sala-Patau (Barcelona, 2002) forma parte de la generación que se enfrentó al reto de decidir su futuro en medio de la pandemia de la Covid. Criada en una casa donde se respira pasión por el cine, la televisión y el teatro, la joven actriz barcelonesa decidió, después de una «gran crisis existencial», embarcarse en el tortuoso e inestable mundo de la interpretación. Ha trabajado en el éxito de la televisión pública catalana Com si fos ahir, también ha participado en Això no és Suècia -una colaboración de TV3 y RTVE-, entre otras, y debutó en la gran pantalla con Un lugar común en el año 2024, un drama dirigido por Celia Giraldo, que recibió el Gaudí a la mejor dirección novel. Ahora compagina el trabajo entre Madrid y Barcelona, ya que está preparando simultáneamente una película en la capital española y una obra de teatro en su ciudad. En esta entrevista con El Món, Sala-Patau recuerda sus inicios en el mundo de la interpretación y reflexiona sobre el cambio de rumbo de la industria a raíz de la llegada de las redes sociales. Esta es la segunda entrega de una serie que radiografiará a una generación, talentos menores de 30 años, con Carnet Jove o con la posibilidad de tenerlo.
Desde hace unos años te dedicas al mundo de la interpretación. ¿Te viene desde pequeña?
Sí, es un mundo que me viene desde pequeña, sobre todo por mi familia, porque mis padres se dedican a esta industria, y es algo que siempre me ha acompañado. Siempre hemos ido mucho al cine y al teatro, he conocido la profesión muy de cerca. La he entendido desde siempre desde el amor.
¿Querías dedicarte a ello?
Mi hermana fue antes que yo. A mí al principio no me interesaba tanto, me interesaba más el mundo artístico. De hecho, ahora estoy estudiando Bellas Artes. Cuando era pequeña sí que empecé a hacer castings y a ver si la cosa funcionaba bien, y ahí fue donde vi que podía encontrar algún tipo de hueco dentro de este mundo. Pero tardé muchos años hasta que me dieron un papel importante en una película, que fue en Un lugar común, de Celia Giraldo. Antes, sin embargo, ya había hecho un papel en la serie Com si fos ahir [de TV3].
Ahora estudias Bellas Artes, pero comenzaste tu etapa universitaria estudiando Comunicación Audiovisual…
¡Sí! Yo soy de la generación que hizo la selectividad durante la Covid. A mí la pandemia me pilló aún haciendo segundo de bachillerato, entonces viví una gran crisis existencial, como todos [ríe]. Yo no entré en la carrera que quería en ese momento, que era hacer Comunicación Audiovisual en la Pompeu Fabra (UPF), y terminé apuntándome a esa misma carrera en la Universidad Autónoma de Barcelona (UAB). Ir hasta allí me suponía todo un mundo [ríe], entonces terminé decidiendo dejar la carrera y comencé a trabajar en rodajes, pero no como actriz, sino detrás de las cámaras. Haciendo trabajos de vestuario… Al cabo de un año me fui a vivir a Dinamarca y estuve durante seis meses en una escuela donde pruebas muchos ámbitos artísticos para poder tomar la decisión bien, no como aquí que somos unos inconscientes y con dieciocho años te pones a hacer algo que no sabes si realmente te quieres dedicar toda tu vida. Y cuando volví de Dinamarca vi que quería probar estudiar Bellas Artes.
Crees, entonces, que el funcionamiento de la elección de estudios universitarios no está bien planteado.
Totalmente. Me parece que [el modelo actual] es muy precipitado. Desconozco los porcentajes de desempleo, pero creo que mucha gente que termina la carrera con 22 años se da cuenta de que podría haber hecho muchas más cosas antes de comenzarla, o creo que no querrá dedicarse a ello toda la vida. Creo que es muy precipitado tener que elegir con solo 18 años.

¿Cómo lo cambiarías?
Creo que ahora está planteado mucho como una elección para ponerte lo antes posible en el mundo laboral. Creo que, más bien, debemos replantearnos nuestra juventud y lo que significa. Para mí ser joven es ¡vivir la vida! [ríe]. Es tomar riesgos, irte a vivir fuera, independizarte… La carrera ya llegará cuando tenga que llegar. También es verdad que yo hablo desde el privilegio, hay mucha gente que tiene que ponerse a estudiar rápidamente porque necesita con urgencia comenzar a ganar dinero. En mi utopía, en mi mundo ideal, creo que debería haber un acompañamiento económico para la gente joven por parte del Gobierno, para que de esta manera la gente pudiera hacer otras cosas antes de ponerse a hacer una carrera por simplemente estudiar. Es estudiar por estudiar.
¿Has sentido, en algún momento, que estabas estudiando por estudiar?
Yo personalmente no, porque tuve muy claro que haría lo que quisiera. Y tengo una familia que me ha acompañado mucho aquí. Pero tengo amigos que han tomado decisiones por inconsciencia, porque no podían plantearse que hubiera alguna otra opción. Sigues adelante porque sientes que no hay nada más, y no te enseñan que hay más cosas aparte de hacer la selectividad y comenzar a estudiar una carrera. Además que la selectividad tiene unos criterios de evaluación extrañísimos. ¿Cuántos artistas se deben haber quedado fuera de poder estudiar la carrera que querían porque no han obtenido la nota? ¿Que tenga mejor o peor nota de catalán, castellano o matemáticas, significará que será mejor cineasta? Para mí deberían ser pruebas de acceso a cada carrera, a cada universidad.
¿Sentiste miedo o vértigo a la hora de hacer el cambio?
En ese momento tenía una sensación que, energéticamente, me estaba consumiendo. Pensaba: «¿Qué estoy haciendo yendo a una carrera que me da igual, donde la gente no me inspira?». Me desanimé muchísimo, la verdad. Necesitaba hacer otra cosa. Recuerdo que fui a un rodaje de una amiga y fue el momento de ver que era lo que realmente quería hacer en el futuro.
Pero no decidiste estudiar interpretación.
He hecho cursos toda la vida y me he formado con diferentes profesores, con diferente gente de la industria, pero no quise hacer la carrera. El año que viene, con suerte, tendré la de Bellas Artes [ríe].
¿Por qué no quisiste hacerla?
No me hubiera gustado hacerla, porque había algo dentro de mí, identitario, que no solo me quería definir como actriz. Entonces pensé que si estudiaba y trabajaba y todos mis amigos formaban parte de la profesión, lo acabaría quemando. Creo que soy una persona muy creativa y, entonces, necesitaba otras vías. Sentía que tenía muchas más inquietudes aparte de ser actriz.
El momento de desengaño con los estudios y la incertidumbre del futuro te llega durante la pandemia, una etapa donde los jóvenes y sus decisiones estuvieron muy en el centro del debate.
Creo que durante la pandemia nos introdujeron en nuestro subconsciente la idea de ser, constantemente, una especie de policía. Todos éramos nuestro propio policía, el policía del vecino, del amigo… Un juicio moral de ver quién estaba haciendo las cosas mal. Y yo ya lo defendía en aquel momento. La gente necesita salir de casa y encontrar espacios lúdicos. Había gente con mucha ansiedad, gente con situaciones familiares en casa que no eran las agradables para estarte tres meses encerrado. También es cierto que siempre nos estigmatizan a los jóvenes…

¿Esa estigmatización que comentas sigue existiendo?
Creo que justo, hace poco, que están cambiando un poco las cosas y se está viendo más la juventud como una herramienta de cambio, como la gente que está reivindicando y poniendo las cosas sobre la mesa, pero supongo que esta mentalidad más reivindicativa también viene del hecho de que siempre nos hayan dicho que no hacemos nada [ríe]. Tampoco te lo puedo defender mucho.
Antes comentabas que no quisiste estudiar interpretación para definirte exclusivamente como actriz. Ahora que te dedicas a ello, ¿sientes presión por definirte así?
Hay una especie de pensamiento que dice que si eres muchas cosas a la vez, la gente termina confundiéndose. O te dicen que la gente se terminará confundiendo. Esto tiene mucho que ver también con la industria de los actores y las actrices, de cómo te tienes que vender. Son cuestiones que a mí me generan mucho rechazo. Yo siempre he pensado que quiero ser mucho más que actriz. También tuve mis dilemas, momentos de pensar que si me dedicaba a otras cosas dejarían de llamarme, o si tengo un Instagram donde parezca que solo soy actriz me saldría tanto trabajo… Tuve dudas, pero siempre he tenido clara cuál es mi identidad. Hacer otra cosa sería forzarme. Sería estar en falso.
¿La llegada y el auge de las redes sociales ha modificado negativamente la industria?
La industria, evidentemente, ha cambiado. Yo creo que hay dos puntos de inflexión. Por un lado, las redes sociales. Creo que ser actor ha comenzado a ir muy de la mano de tener un perfil en redes, tener muchos seguidores, una tipología de Instagram… Que eso antes no pasaba. Y creo que, en ese sentido, la industria ha cambiado negativamente. Ahora la profesión es confusa. Parece que todo el mundo puede ser actor. Tienes que tener una cara bonita, pero ya no se valora tanto el talento. Y el segundo momento de inflexión es que comienzan a entrar muchos no-actores dentro de la industria. Creo que la definición de lo que conlleva y es ser actor ha cambiado en los últimos años. Ahora es más accesible para todos. A mí me da pena ver que tengo amigos que se han formado toda la vida para hacer esto, que se han gastado mucho dinero en formaciones, que han probado muchos métodos y no les llega ningún trabajo, pero que, en cambio, una tiktoker que tiene muchos seguidores, de un día para otro, hace una película y nunca había sido su sueño.
Ser viral es más importante que tener talento, entonces.
Es parte del capitalismo. Yo, de alguna manera, lo puedo entender. No lo respeto, pero lo entiendo [ríe]. Si eres una productora muy grande y quieres que tu película funcione para poder recaudar mucho dinero y hacer otras películas, quizá yo también me plantearía poner una cara famosa para que venda más.
¿Puede acabar siendo contraproducente a largo plazo?
Depende del producto que quieras hacer. Si estás haciendo una película comercial y la interpretación no es importante para ti, puedes coger a cualquier persona. Pero si estás haciendo una película íntima donde necesitas contar una historia personal, y necesitas contarla bien, supongo que aquí le das más valor a la interpretación. Aquí hay diferencia en los dos tipos de cine.
¿Este patrón solo se produce en el cine o también se vive en el teatro?
Creo que pasa más en el cine. El teatro creo que todavía conserva la base humilde de la interpretación, de lo que significa ser actor. Hay mucha gente que se dedica al cine que no se atreve a hacer teatro, pero no creo que haya gente que haga teatro que no se atreva a hacer cine [ríe]. Siempre pensaba, y ahora no sé si todavía lo comparto plenamente, que los buenos actores son los que hacen teatro. Los que saben hacer teatro.

Un factor común tanto del teatro como del cine es la inestabilidad.
La industria lo es mucho. Yo, ahora, por ejemplo, tengo trabajo hasta el mes de diciembre, pero después quizá me puedo estar un año entero sin trabajar. Intento vivir mucho en el presente, pero seguro que en el momento en que esté mucho tiempo sin trabajar me angustiará. Por eso creo que debo buscarme otras cosas que me llenen, porque puedo pasar muchos períodos de mi vida donde no tenga trabajo. Necesito encontrar la creatividad en otros espacios, porque si ha de depender del trabajo, no depende de mí. Esto también lo vivo a través de los compañeros que no tienen trabajo, y es durísimo. Y los ingresos van y vienen. En el mundo del actor, cuando tienes trabajo cobras bien si son grandes producciones, pero lo haces durante un tiempo muy corto. Si solo lo haces una vez al año, no tienes para vivir todo el año. Es una incertidumbre, hasta cierto punto, frustrante, porque nunca te explicarán por qué no te han dado un trabajo. Cuando te dicen que sí, te dan los motivos, pero cuando es que no, no te lo explican. Puede ser por talento, porque has hecho una mala prueba, porque no encajas en el perfil, tienes un grano…
Entiendo que esta inestabilidad también puede complicar tu vida personal. ¿Te has podido independizar?
Aún no he podido.
¿Y quieres hacerlo?
Lo quiero hacer. Y quiero vivir en Barcelona. Yo soy del barrio de Sant Antoni y me gustaría poder quedarme en esta misma zona. Aún no lo he intentado porque este año es el primero que estoy trabajando mucho y que tengo suficientes ingresos para empezar a ahorrar. Hasta hace poco no tenía ni conciencia del dinero [ríe]. He aprovechado estos años para viajar muchísimo y pasármelo muy bien, pero ahora también veo que siempre que trabajo no puedo gastar todo el dinero, que debo ahorrar un poco.
¿Te preocupa no poder independizarte?
Ahora ya no tanto porque estoy aprendiendo a controlarme el dinero. Ya me he abierto una cuenta de ahorro [ríe]. Pero pensar en independizarme sí que me da un poco de miedo, porque son unos gastos que nunca he tenido y que me descuadran los números que he hecho hasta ahora. Primero quiero vivir con mis amigas. También me gustaría poder comprarme un piso en algún momento, pero viendo cómo están las cosas… Siempre he tenido el interés por independizarme, pero no la necesidad. También siento que hay elementos de la vida adulta que no los tienes hasta que no te independizas.
Antes has mencionado que las redes sociales han supuesto un punto de inflexión para la industria de la interpretación. Aparte de convertirse en herramientas que te definen como actriz, de alguna manera, ¿también te sobreexponen y pueden llegar a condicionar?
Yo siempre he pensado que Instagram es como si tú fueras tu propia empresa. Todo el tiempo estás intentando venderte. Es decir, si yo publico algo sobre un libro, ya me estoy definiendo de alguna manera como persona. Las redes te empujan a buscar validación constante. Buscar una identidad, definirte. Es agotador.
Más las redes en sí, es el uso que se hace de ellas.
Nos han vendido un discurso donde las redes son maravillosas y son el futuro, y nos lo hemos tragado entero. Creo que nos hemos olvidado un poco de lo que generan las redes, que es una profunda ansiedad [ríe]. Además, creo que vivimos una época profundamente narcisista. Estamos muy enfocados en nosotros mismos todo el tiempo, nos miramos todo el tiempo a través de los ojos de los demás.

¿Se ha perdido, entonces, un poco el espíritu de comunidad?
Ha quedado desdibujado. Y aquí también hay conformismo. Es decir, creo que a nivel político, el hecho de hacer comunidad u organizarse se ha perdido un poco. Y creo que aquí las redes también han hecho daño. O sea, ahora es muy fácil publicar un post diciendo que te posicionas de alguna manera contra alguna guerra o alguna opinión política, pero después en la calle terminamos siendo muchos menos cuando salimos a manifestarnos. Creo que estamos en un momento en el que parece que nos hemos conformado con dar nuestra opinión por las redes, y eso ha terminado eliminando, de alguna manera, la lucha. Y a mí me parece muy importante salir a manifestarnos.
¿Debemos quejarnos y manifestarnos más?
Yo estoy muy a favor de la queja [ríe]. Creo que la queja es un motor de cambio. Esto lo explica muy bien la pensadora y feminista Sara Ahmed, que dice que el sistema desfavorece la queja. Es decir, que quejarse hoy en día es un proceso tan agotador que, hasta que, en el ámbito institucional, te lleguen a hacer caso, te acabas desmotivando. Creo que está hecho para que, la próxima vez que te quieras quejar, ya no lo hagas. Yo creo que debemos quejarnos más [ríe], es muy agotador, pero siempre lo defenderé. Cuesta mucho el cambio.
Las reivindicaciones constantes, sin embargo, también han provocado una deriva reaccionaria entre la gente más joven. La última encuesta sobre calidad democrática del CIS apunta que cerca de uno de cada seis jóvenes de entre 18 y 24 años prefiere un régimen autoritario antes que una democracia… Y lo mismo ocurre, de alguna manera, con el feminismo.
¡Es muy preocupante! También pienso, ¿es nuestra responsabilidad hacerles cambiar de idea? Evidentemente, creo que el cambio siempre comienza desde tu círculo, con tu familia, tus amigas… La gente que te rodea. Pero si que hemos de hacer que una parte de la juventud que tiene estos pensamientos cambie, creo que ya no depende de nosotros. Depende de quién tiene el poder. Y aquí, otra vez, creo que las redes han hecho mucho daño. Creo que hay una libertad de discurso que, por un lado, no me parece negativa, pero que también puede llegar a ser peligrosa. Y lo puedes encontrar todo con un solo clic. Lo que vivimos en Twitter, por ejemplo. Desde que lo compró Elon Musk se manipulaba para que hubiera mucho más pensamiento de derechas. A mí también me da miedo pensar, a veces, que este tipo de discursos son muy accesibles para la gente más joven. De la misma manera que en clave más feminista. Es decir, el discurso que nos han impuesto toda la vida, no solo de las redes, de la belleza normativa… Todo esto nos lo hemos tragado entero.
Este discurso de la normatividad y la belleza, sin embargo, se ha ido desdibujando poco a poco.
Ves, aquí sí que estoy a favor de las redes [ríe]. Creo que es muy importante, desde tu conciencia, hacer una selección de la gente a quien das voz y sigues. Te definen los espacios a los que vas, de la misma manera que a los que no vas. En este aspecto, las redes me han abierto un mundo del cual he aprendido muchísimo. Y he tenido muchos referentes, gracias a Dios. Creo que me he creado una identidad y estoy muy conforme con mi cuerpo y cómo me defino gracias a chicas que he seguido que tienen discursos increíbles que en la escuela no me los daban. Los encontraba a través de internet.
¿La escuela, entonces, aún debe dar más pasos adelante en este aspecto?
¡Por supuesto! Creo que, ahora mismo, la opinión en las escuelas es muy neutra. Se deberían hablar de muchos más tabúes. Yo recuerdo que en la escuela nunca me hablaron de sexo, de violencia de género, del placer femenino, de la belleza normativa… O si me hablaban era solo uno de los 365 días del año. A mí en la escuela no me explicaron las disidencias… Y me parece muy importante que puedas tener estos espacios. Supongo que no se está haciendo tanto porque quien regula la escuela es gente a la que este tipo de discursos les ha llegado muy tarde. Necesitamos un cambio generacional de la gente que gobierna y la gente que ocupa los espacios de poder.