Vanished kingdoms. Es decir, Reinos desaparecidos, del sabio Norman Davies, es un libro clave sobre «la historia olvidada de Europa». Es un libro necesario que facilita liberarse del peso enorme y la insistencia de algunas historiografías en hacer entender la historia a través del marco mental de los estados nación. Uno de los capítulos del libro está dedicado a la corona catalanoaragonesa, que define como Imperio Mediterráneo y sitúa temporalmente entre 1137 y 1714.

Un estudio bastante plástico de la singularidad de este imperio -imperio no en los términos actuales- que incluso enfatiza las diferencias en la nomenclatura de los soberanos, donde algunos los llaman reyes-condes y otros, condes-reyes. De hecho, la describe como una «monarquía compleja», es decir, un sistema de monarquía compuesta donde el rey reina, pero para mandar pacta con los que tienen el poder. Según Davies, la unión del reino y el condado creó una «base territorial extensa que combinaba un sistema montañoso seguro con una costa marítima de un enorme potencial naval y comercial».

Por tanto, Davies cree que es lógico entender que la Corona de Aragón fuera tanto «rica como invencible». Y su libro aporta una cantidad ingente de información del crecimiento, expansión y desarrollo de este estado, así como de su desaparición y, lo que es más inquietante, la poca memoria que se le guarda o el hecho de que parece que nadie ha querido ser un heredero directo. De hecho, ha sido un campo de batalla para la historiografía española y españolísima, que ha querido girar como un calcetín una historia política de éxito como fue la de la corona catalanoaragonesa.

Entrada a les oficines del MNAC/Guillem Roset/ACN
Entrada a las oficinas del MNAC/Guillem Roset/ACN

Un imperio, un monasterio, unos frescos

Es en este contexto de un imperio potente que hay que entender el caso de las pinturas murales de Sixena. Unos frescos que, de momento, aún se encuentran en el Museo Nacional de Arte de Cataluña (MNAC), con el riesgo inminente de ser trasladados a un monasterio que la política y una escandalosa manipulación histórica han querido reconvertir en un repositorio de venganzas. «Estas pinturas señalan un momento de máximo esplendor de la corona», explica apretando los dientes Montserrat Pagès, conservadora de arte románico del MNAC desde 1990 hasta 2016. Pagès disfruta de las pinturas, las analiza, las vive y, lo que es más importante, las hace vivir. «Son los murales románicos más importantes de la etapa del 1200», sintetiza.

Pagès conoce cada detalle de las pinturas y tiene la gratitud de explicar su significado a El Món. Lo que narran, y sobre todo, su contexto. Porque, sin contexto, no tenemos medida de las cosas. «No podemos explicar los mandamientos si no explicamos qué hacía Moisés en el monte Sinaí», razona Pagès. Para esta conservadora, Sixena es un símbolo de la potencia de la corona, teniendo presente que el monasterio era una «corte». «No podemos entender el monasterio como entendemos actualmente los monasterios, sino como una verdadera corte donde residían miembros de la jet-set de la época», recalca.

De ahí la situación de Sixena y la entronización. Era un punto de unión de la monarquía. Un nexo político y, sobre todo, espiritual. Por eso su importancia, su construcción y el arte que se encontraba en él. Es en este punto que, a Pagès, como buena historiadora del arte, le surge la vena investigadora durante la visita. «Las pinturas muestran cómo la Corona de Aragón era capaz de tener a los mejores artistas globales de la época», expresa. La comparativa que utiliza es bastante clara: «Es como si un gobierno contemporáneo decorara sus palacios por talleres de artistas de primerísimo nivel como Miquel Barceló o, en su día, Salvador Dalí o Picasso».

Detalle de una de las pinturas murales de Sixena expuestas en el MNAC, en Barcelona / Eli Don (ACN)

De Sicilia a Inglaterra y… una fábula irlandesa

Pagès, mientras indica los detalles y la composición de los frescos, se detiene. Hay que descansar y aguzar el oído a una teoría que ha ido elaborando a lo largo de los años y a su investigación, que remachan la importancia simbólica de Sixena para la corona catalanoaragonesa. Los frescos tienen un nexo de unión evidente con los mosaicos de los grandiosos artistas bizantinos en la capilla palatina de Palermo o en la catedral de Monreale (Sicilia), y también con la miniatura de oro inglesa de la época.

Esta conexión acredita, en primer término, las buenas relaciones políticas entre los imperios del momento, y cómo la Corona de Aragón es capaz de contratar a la flor y nata de los artistas del momento. Incluso, hay un detalle interesantísimo, como es que hay una miniatura inglesa inacabada a causa de las tribulaciones políticas del momento, que habrían reverberado en Sixena. Es decir, los artistas dejaron a medias el trabajo para venir a trabajar a uno de los grandes imperios del momento y, en concreto, a su sede espiritual emergente.

Una imagen de los frescos es un indicio claro. Pagès se encarga de hacer el descubrimiento y cuando tienes los ojos bien abiertos te das cuenta de la sorpresa. En medio de las representaciones bíblicas, preciosas, por otro lado, aparece una imagen enigmática. Un árbol lleno de pájaros colgados. Pagès sonríe y, con la complicidad perspicaz de quien sabe compartir el arte y hacerlo atractivo, espera la reacción del visitante. Es la representación de una fábula irlandesa, bautizada como Barnacle goose, de los patos colgados o el árbol de los pájaros. Un mito nacido sobre unos patos bastante peculiares que se cuelgan del árbol por el pico y se dejan caer. Si chocan con el suelo, mueren, si caen al agua flotan y viven. Una especie que la mitología elevó a leyenda y abrió un debate entre cristianos y judíos sobre si se podían comer, y en caso de que se dieran por buenos como alimentos, si era necesario tratar a esta especie como un animal o como una planta. La fábula como ejemplo de la internacionalización del arte del momento, en el que la corona catalanoaragonesa era un protagonista de primerísimo orden.

La faula irlandesa, una de les claus de volta dels murals de Sixena/QS
La fábula irlandesa, una de las claves de los murales de Sixena / QS

Pecados y redención

Entrar en la sala del MNAC donde se conservan los murales de Sixena, donde se mantienen y se da valor a las pinturas, sorprende. De repente, la dimensión del arte se transforma en una imagen 3D. Envuelve al visitante, aunque Pagès advierte que falta una buena parte de la obra, castigada por las humedades de los humedales donde se levanta el monasterio de Sixena y por la quema durante la Guerra Civil. Las representaciones son cautivadoras. Lo son tanto que algún atrevido diría aquello de «parece que se mueven». Expresivas, a pesar de la falta importante de la ilustración del Nuevo Testamento, como el nacimiento, y la restauración hecha en el MNAC que ayuda a dar comprensión y entendimiento a la historia, así como una esforzada iluminación que no acaba de permitir otorgar la majestuosidad de las pinturas.

El dedo de Pagès recorre con ternura cada episodio, como un resumen en forma de telenovela de lo que ha aportado a la mitología y la espiritualidad el Antiguo y el Nuevo Testamento. Con una finura de oficio, va operando quirúrgicamente cada escena, cada dibujo, la evolución pictórica de los personajes, los símbolos, el trazo, la continuidad de la narración y el misticismo que, a pesar del paso de los siglos, parece que renace en los tiempos de la red X y de la poderosa inteligencia artificial.

«Las pinturas son un juego, una combinación, entre el pecado del Antiguo Testamento y la redención que expresa el Nuevo Testamento«, sintetiza Pagès. El pecado, un concepto que ha impulsado la historia, colocado en una sala capitular. La perversión y la bondad. El motor de ciclo combinado que ha alimentado las religiones. Adán y Eva, el pecado original, la expulsión del paraíso y el ángel que enseña a Adán a trabajar la tierra; Caín y Abel y su fratricidio; la borrachera de Noé; el sacrificio de Isaac; Moisés, las aguas del mar Rojo que ahogan las fuerzas del Faraón, las tablas de la ley y la adoración del becerro de oro y la unción de David por Samuel son episodios crueles dibujados con un gusto y una modernidad curiosísima. Las pinturas se despiden con lo único que se ha conservado de la vida de Cristo. Un esbozo de la flagelación, una figura impactante de la Crucifixión y las tres Marías en el Sepulcro, la Resurrección. Es entonces, después de digerir de nuevo una historia conocidísima a través de los ojos y las palabras de Pagès, cuando surge la pregunta: ¿Es un pecado trasladar las pinturas? O bien, ¿la insensatez del aragoespañolismo provocará la resurrección de lo que fue un imperio singular?

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