Hergé es un creador universal. La globalización ha hecho que su obra no deje de batir récords en el ámbito del cómic, como una propuesta de portada para el ‘Loto azul’ que fue subastada, hace un par de años, por 3’2 millones de euros (por poner un ejemplo, en la última feria Arco, la icónica ‘Mujer y pájaro’, de Joan Miró, fue vendida por 2 millones). Un salto que se aceleró con la película de Steven Spielberg (‘Las aventuras de Tintín: El secreto del Unicornio‘, 2011), que ha creado un anchísimo mercado de coleccionismo, que va desde las subastas millonarias a la modestia del merchandising o los ejemplares viejos que se venden como tesoros en el mercado de Sant Antoni de Barcelona.
Pero Hergé, el artista global, es, también, un mito catalán. Georges Prosper Reme (Etterbeek, 22 de mayo de 1907-Woluwe-Saint-Lambert, 3 de marzo de 1983, dos municipios de la región de Bruselas), personalmente, solo hizo una visita, corta, al Valle de Aran cuando era un simple boy scout con hambre de montañas y naturaleza. No tuvo ninguna otra vinculación con Cataluña, ni consta que acusara recibo de las traducciones al catalán que la Editorial Juventud inició en 1964, con ‘Las joyas de la Castafiore’.
Dos generaciones de niños
Pero aquellas aventuras con encuadernación holandesa ocuparon un lugar, inmediatamente, en el paisaje emocional de un par de generaciones de niños catalanes, que no tenían ningún otro contacto con la lengua catalana escrita que los colores espectaculares de los viajes del reportero belga, rellenados de tacos -catalanísimos- del capitán Haddock, joyas del lenguaje popular de los pescadores del Port de la Selva elevadas a la eternidad por las traducciones de Joaquim Ventalló. «Farts de sopes!», «saltabardisses!» o «astronauta d’aigua dolça!» no lo podía decir cualquiera.

Y aquí reside gran parte de la catalanidad del personaje, deliciosamente versionado. Joaquim Ventalló fue un periodista terrasense, director de ‘L’Opinió’ y ‘La Rambla’ y el primero que retransmitió un partido del FC Barcelona por la radio, en 1928. Su implicación en ERC lo llevó al exilio, durante un tiempo, en Francia, donde aprovechó y amplió la formación francófona y conoció, de primera mano, el fenómeno editorial de Tintín. De él fue la iniciativa de escribir a Juventud para ofrecerse -si hacía falta, gratis- a trasladar aquellas aventuras a los niños estrictamente escolarizados en castellano.
El resultado fue un exitazo. Los libros de Tintín eran muy caros para la época, pero consiguieron situarse como el regalo, valioso, a que los niños aspiraban vía cumpleaños o buenas notas. La línea clara del trazo recordaba algunos de los grandes dibujantes catalanes de antes de la Guerra Civil, como Ricard Opisso o Joan Junceda y unos valores difusamente cristianos hacían de Tintín un personaje próximo para padres y abuelos que habían crecido con el ‘Patufet’ o lo ‘TBO».

Toda esta fascinación catalana cogió mayor, rico y un punto indiferente a Hergé. De hecho, entre el inicio de las traducciones al catalán y la muerte del dibujante solo se publicaron dos aventuras nuevas: ‘Vuelo 714 a Sidney‘ y «Tintín y los Pícaros‘, además de una última ‘Tintín y el Arte Alfa‘, incompleta, que se publicó tal y como la había dejado el propio Hergé. La muerte del creador, hace justo cuarenta años, creó un impacto mundial. Y la decisión de no continuar su obra, expresada por él y ejecutada al pie de la letra por su segunda esposa, ha generado una hambre de novedades que es exprimida -a menudo sin muchos escrúpulos- por la fundación que lleva su nombre y gestiona los derechos.
Más que Tintín
A pesar de la fama deslumbrante de Tintín, la creatividad de Hergé fue mucho más allá. Ilustrador, publicista, cartelista… El dibujante belga exploró todos estos campos, así como también puso en circulación otros personajes, como ‘Quico y Flupi‘ -dos chiquillos traviesos- o ‘Jou, Zette y Jocko‘, una familia con padre, madre, dos niños y un mono que Hergé creó a petición de un editor católico que quería «valores más familiares» que los de Tintín, un reportero que no parece tener vínculos de ningún tipo.

Cuarenta años después, queda claro que la influencia de Hergé en Cataluña ha sido enorme, hasta el punto que se puede decir que la escuela franco-belga, con Tintín de mascarón de proa, ha sido predominando durante unas cuántas décadas. Una revista infantil como ‘Cavall Fort’ o una publicación para adultos como ‘Cairo’ no habrían sido iguales o no habrían triunfado en el mercado catalán, como tampoco el personaje de Massagran, de Josep Maria Madorell.
Tintín en Barcelona
Tanto es así que los dos, Tintín y Massagran, protagonizan ‘Tintín en Barcelona‘, un conocido
Hay quién dice que Tintín no tiene relevo generacional, en época de súperheroes norteamericanos y manga japonés. Quién sabe. Pero los que lo sentencian, tan despectivamente, quizás son los mismos que dieron por acabados los discos de vinilo y la cocina de la abuela. De momento, Tintín lleva cuarenta años sobreviviendo a Hergé. Y con buena salud.

