Eva Comas-Arnal (Gavà, 1975) ha estudiado durante años la vida y obra de Mercè Rodoreda. Filóloga, escritora, traductora, colaboradora de medios de comunicación y profesora del Departamento de Filología Catalana de la Universitat Autònoma de Barcelona, ha escrito ensayos sobre educación, sobre la educación en diferentes momentos de la historia. Y, sobre todo, sobre Rodoreda. Y sobre Rodoreda y Armand Obiols (seudónimo de Joan Prat), como Afinar l’estil. La reescriptura de La mort i la primavera de Mercè Rodoreda a partir dels comentaris d’Armand Obiols (IEC, 2022). Ahora, sin embargo, hace un cambio de registro. De hecho, da un salto, y lleva a una novela, de amor y aventuras –y dramática, con el drama de la Historia–, lo que sabe de Rodoreda y Obiols, intelectuales, escritores, exiliados y amantes durante décadas. Es Mercè i Joan, ganadora del Premi Proa de Novela 2024. Una historia con Historia y con ficción que comienza en abril de 1939 en el château de Roissy, donde Rodoreda y Obiols se conocen cuando se reúne un grupo de escritores exiliados, principalmente de la Colla de Sabadell. Obiols ha dejado a su esposa, Montserrat Trabal, y a su hija, un bebé, en Barcelona. Así comienza el triángulo amoroso y de sufrimiento que marcará la vida de la autora de La plaça del Diamant tanto como la Guerra Civil y la II Guerra Mundial.
Con esta novela, después de años de investigación académica sobre Mercè Rodoreda, da un salto y convierte a la escritora en un personaje de novela. ¿Voluntad de convertir su objeto de estudio en una figura que se acerque más fácilmente a la gente?
Hay una parte de eso, pero también hay otra parte. La investigación te obliga a dividir, a segmentar, a fraccionar, a ver solo este objeto, a actuar como un científico y a desligar el objeto de estudio del resto de cosas. Y sentía la necesidad de ver a estos personajes con sus objetos y con sus escenarios y rodeados de mucha gente, de todos los intelectuales que en ese momento estaban en París o en Limoges. Y, además, verlo mientras los hechos estaban en marcha. Cuando se escribe un ensayo o una investigación, ya se da por hecho que han pasado los años. Cuando escribes una novela, por mucho que la escribas en pasado, te sitúas al lado de los personajes en el sentido de que no saben cómo evolucionará la situación. Por lo tanto, hay un esfuerzo no de categorizar, sino de hacer tangible, de hacer perceptible, de trabajar con todos los elementos que se pueden captar por los sentidos. Y era un ejercicio que me interesaba mucho.
¿No le daba miedo abordar un personaje real muy popular, muy conocido, como Mercè Rodoreda, y mostrarla con las pequeñeces del día a día, con sus mezquindades, llegar muy dentro de su intimidad?
Al principio había un poco de miedo, pero la fortuna ayuda a los audaces. Pensé: ‘Esta historia es muy buena y no se ha contado nunca’. Se ha contado en algunos ensayos, pero no en forma de novela. Todo el mundo habla de ella, pero la conocemos a fragmentos. Lo veía como una oportunidad. Se han hecho narraciones sobre Verdaguer y, en cambio, sobre la escritora más grande de la literatura catalana y su relación amorosa con Obiols, no se había hecho. Y decidí hacerlo. Aunque debo decir que es una novela más de trama que de personajes.
¿Por qué elige esta fórmula?
Porque necesitaba colocar muchos personajes en la novela y porque ellos dos están separados una buena parte de la novela, él en Burdeos y ella en Limoges. Con lo cual quise que la acción y que la Historia, que les pasa por encima durante toda la novela, también tuviera mucho peso. De hecho, de la trama es un triángulo amoroso, entre Mercè Rodoreda, Joan Prat (o Armand Obiols) y Montserrat Trabal, su esposa. Pero podríamos decir que no es un triángulo, sino un cuadrado. Porque hay un cuarto elemento, que es la Historia, que les obliga a hacer cosas que ellos no saben hacia dónde irán. De hecho, los transforma. No son iguales cuando salen de Barcelona al final de la Guerra Civil que después de la Segunda Guerra Mundial.
De hecho, hay unos cuantos momentos en que la Historia los vuelve a juntar cuando estaban a punto de separarse…
Es que a veces la voluntad y las intenciones están sobredimensionadas. Muchas veces nos vemos obligados a hacer cosas porque todo el entorno nos acaba llevando a eso. Por ejemplo, a huir juntos de París en su caso por la ocupación nazi. Y en otro momento en que están distanciados se llevan a Joan a la zona ocupada de Francia, y Rodoreda se ve obligada a apartar todos los recelos que tenía y ayudarle.

En una novela basada en hechos históricos y con personajes reales siempre hay debate sobre qué es verdad contrastada y qué es invención. ¿Eso le era importante, como autora?
Hay mucha verdad y hay mucha imaginación en la obra. Con toda la línea cronológica, he intentado ser muy rigurosa. También con los espacios. Pero es obvio que las escenas me las tenía que inventar, y algunos personajes también. No me importó porque hay precedentes. Por ejemplo, Colm Tóibín, en El Mag, sobre Thomas Mann, o novelas sobre Verdaguer y sobre Gaudí. Y he buscado un modelo estético muy Stevenson. Es decir, es una novela de amor, pero también de aventura. Y, sobre la cuestión de la intimidad, es una puerta abierta a conocer más cosas de Rodoreda. Pero creo que la he tratado con respeto, no he hecho nada que sea inverosímil.
En sus años de investigación, ¿había llegado a poder hablar con alguien que hubiera conocido personalmente a Rodoreda?
No. Toda la información la tengo de documentación, que hay mucha…
Incluida una interesantísima correspondencia…
Sí, las cartas, pero también las entrevistas. Aunque insisto en que la novela no es de personajes sino de trama, sí que he querido recrear cómo el narrador la habría visto con 30 años, con todo aquel entusiasmo que tenía. Era, en cierta manera, extravagante para la época y, como se ve en las cartas, tenía muchísima energía.
¿Y de las entrevistas qué se extrae?
Las entrevistas comienzan en el año 1966. Hasta el 66 no le habían hecho ninguna. Y entonces ya es una mujer madura. Y yo lo que iba a buscar para la novela, que pasa del 1939 al 1948, es la Rodoreda que todavía no es el personaje importante que conocemos ahora. Sí que había ganado el Premi Crexells [con Aloma, en 1937], y comenzaba a tener nombre, pero todavía no era la mejor escritora de las letras catalanas. Me interesaba este personaje lleno de energía y audaz.
Basado en todo esto, imaginar e inventar escenas como la del primer beso con Obiols, por ejemplo.
La idea era hacer una novela de amor, por lo tanto, se le tenía que conceder importancia al primer beso. Y tuve que buscar una manera, basándome en lo que se sabe, o se deduce, de la información que hay, que es que ella llevó la iniciativa en el enamoramiento, el inicio de la historia entre ellos. Y para hacerla arrancar, me invento que ella le bordó dentro del chaleco un verso de Verlaine, pero sobre el hecho real de que Verlaine era el poeta preferido de Obiols.
¿Esa iniciativa que llevó ella, debemos entender que fue así durante toda la relación?
No lo podemos saber. Pero lo que es seguro es que ella era más determinada que él.
Quería decir en la novela, en su obra.
En la novela lo que pasa es que él tiene el corazón dividido entre dos mujeres. Y al final, sin hacer ningún spoiler, se deshace el triángulo amoroso. Eso tiene mucho peso y, para mí, es muy importante que el primer capítulo se sitúe en el año 1946, en las oficinas de la Generalitat en el exilio, en París. En ese momento los intelectuales catalanes que están en Francia quieren volver, piensan que volverán pronto. La perspectiva para Joan/Obiols era volver con la madre de su hija y su hija. Y la de Rodoreda, volver a Sant Gervasi, con su madre y su hijo. Eso no pasó, pero ellos creían que podía pasar. Y, de hecho, Rodoreda incluso fabulaba que la podían hacer consejera de Cultura. Por lo tanto, ellos no sabían si esta relación duraría mucho o poco y quién sabe qué habría pasado. Quizás la relación se habría acabado antes si hubieran tenido que volver.
¿La relación fue tempestuosa por las circunstancias o por los caracteres de ellos dos?
Es tempestuosa por sus caracteres, especialmente el de ella, que es muy eléctrica. Pero la Historia también los lleva a ser apasionados.
¿Por qué acaba la novela en 1948?
En parte porque es muy detallado todo lo que explico y cómo lo explico y si hubiera querido hacer toda la relación amorosa, hasta el año 1971, que es cuando muere Obiols, habría necesitado mil páginas. Y pensé que precisamente este momento del 39 al 48, son años que hasta ahora no habían sido muy estudiados y además me venía bien que la historia comenzara como un triángulo amoroso y que terminara en el momento en que se deshacía. Eso me permitió tener el marco temporal cerrado y un período de tiempo breve sobre el cual investigar, porque hay bastante investigación para hacer la novela.
La situación política y la guerra están muy presentes. También en cuanto a la posición de los personajes respecto a Cataluña. La voz narradora asegura que desde el exilio intentaban «preservar un ideal de país».
Debemos pensar que mientras les pasa la guerra por encima, desde el primer momento que están en el exilio, en abril de 1939, en el château de Roissy, ya están reactivando la Revista de Catalunya, y Obiols era el jefe de redacción. La revista quería ser el ejemplo de las plumas de prestigio de la alta cultura catalana. Y cuando entran los nazis en París y tienen que huir a pie con las cosas imprescindibles, toman la traducción de la gramática de Fabra que habían hecho al francés y la ponen en un cochecito de niños con las otras cosas que pueden llevarse. Para mí eso es como una metáfora de salvar la lengua, lo poco que nos ha quedado. Por eso, para mí Rodoreda es la gran vencedora.
En ese momento era de los vencidos…
Sí, pero después gana, por el tipo de escritora que logrará ser. Será la primera que hace un puente maravilloso entre la época de la República, aquel mundo que perdimos, y nuestro tiempo. Porque a partir del año 1962, cuando en todas las casas entra ‘La plaça del Diamant’, hay un libro concebido, según ella misma explica en las cartas de Joan Sales, para reivindicar a los republicanos, aquellos que habían hecho la guerra por la República. Para el alma del país, es muy importante, porque nos conecta con la República, con aquello que perdimos o con el mundo de los abuelos que se acabó y del cual en las casas no se hablaba. Ella hace que en las casas vuelva a entrar aquella historia que había quedado silenciada. Eso es importantísimo.
Uno de los temas que introduce al principio de la novela es el de las peleas entre los vencidos. ‘Los que han perdido generalmente acaban haciéndose la vida imposible unos a otros’, dice el narrador. Esto parece un puente con el presente también…
Lo hice deliberadamente.
Ah, así no es que yo haya hecho una sobreinterpretación…
No. Lo hice expresamente. En 1939 se ríen de Sebastià Gasch. Y ese era el primer síntoma de que eso los acabaría infectando a todos. Cuando uno ha perdido necesita exorcizar el mal y las angustias y la rabia que lleva dentro y, como no puede hacerlo contra los ganadores, lo hace contra lo que puede. Y lo que puede es uno mismo. Esta gran derrota entre ellos se parece mucho a la actual. Buena parte de los catalanes en estos momentos se sienten perdedores y en la política, solo hace falta abrir un diario para verlo, los partidos no se pelean solo entre ellos sino que hay peleas intestinas en los partidos. Por eso es importante cómo piensa Mercè Rodoreda desde la derrota. Es la gran vencedora porque, a pesar de estar en un ambiente de gente que lo ha perdido todo, que se pelean, con la literatura hace un puente con el pasado y lleva a las casas la historia que se ha silenciado.

Al principio, el grupo de Roissy no la toma en serio como escritora. El mismo Obiols la trata con cierta condescendencia, tratándola de escritora que ha sido popular.
Es que debía ser una mujer muy diferente de todas las otras mujeres. Era una mujer separada, que eso en los años 30 debía ser bastante inaudito. Y era una mujer que estaba dispuesta a dejarse la salud para construir una obra. Eso debió trastocarles los esquemas sobre lo que se espera de una mujer.
Le costó años…
Sí, y en momentos como cuando le dicen que un cuento no es lo suficientemente bueno para publicarlo en la Revista de Catalunya, en 1940, las críticas no la detienen. Continúa escribiendo. Era un modelo de mujer que fue muy criticado, con todas las batallas intestinas que se iniciaron en el château de Roissy, que han devenido en un símbolo. Pero ella encarna otra manera de superar los problemas. En una entrevista que le hizo años después Joaquín Soler Serrano, decía que todo aquello fue terrible, pero que para ella también era una aventura. Y por eso le he querido dar un toque de aventura a la novela, porque pienso que ella también era una aventurera. Creo que es un punto de vista poco explorado.
La novela también tiene toques humorísticos en algunos momentos. Cuando regresan a París y Rodoreda y Obiols están peleados, y el pobre Rafael Tasis tiene que hacer equilibrios para que él no sepa que la tiene en su casa.
Es el narrador que me ha salido. Y yo me he enamorado de este narrador. Diría que lo encontré y es ligero. Quería que fuera ligero. Porque si no habría sonado todo de una manera muy igual a las otras cosas que se han hecho sobre esta etapa de la historia y tal. Claro que fue dramático, pero cuando podemos respirar porque están en París, necesitaba que hubiera un poco de humor.
