Els Catarres irrumpieron hace quince años en Cataluña con Jennifer, una canción que se ha convertido en uno de los clásicos de la historia reciente de la música catalana. Desde entonces, el trío originario de Aiguafreda formado por Èric Verges (1983), Roser Cruells (1987) y Jan Riera (1983) se ha convertido en uno de los grandes nombres de la escena musical del país. Quince años después del éxito inesperado de Jennifer, Els Catarres vuelven a los escenarios para presentar su último disco, Paracaigudistes (Halley Records, 2025). Un disco fresco y vivo que, tal como describen, se ha convertido en el «heredero espiritual» de su segundo –o primer– trabajo de estudio, Postals. En esta entrevista con El Món, el trío de Aiguafreda se remonta a sus orígenes y navega por los quince años de carrera que los han llevado a llenar escenarios de todo el mundo y publicar siete discos.
Acabáis de publicar vuestro séptimo disco, Paracaigudistes. ¿Cómo definiríais este último trabajo de estudio?
Èric Vergés: Bueno, a mí me gusta pensar que es el heredero de nuestro segundo disco, Postals (2013), que fue un disco muy fresco, espontáneo, que nos dio un aire. De hecho, podríamos decir, incluso, que fue un poco nuestro primer disco, porque nos sirvió para asentar las bases, ya que el anterior era más una recopilación de canciones… Por eso, Paracaigudistes es un poco el heredero espiritual de Postals. No suena igual, porque la música ha cambiado muchísimo, pero creo que el espíritu es muy similar. Un disco muy positivo, que habla de la vida, de las relaciones humanas, siempre desde un punto de vista de buscar la parte brillante de las relaciones, incluso cuando se acaban. Hay momentos para todo, y canciones para todo. Creo que cada canción es un universo, pero todas están relacionadas en este nexo que son las relaciones humanas y cómo nutren y visten nuestra vida.
En el momento de empezar a componer el disco, ¿sabíais que queríais enfocarlo de esta manera?
Jan Riera: Siempre los títulos del disco y el concepto final lo vemos cuando están prácticamente terminadas todas las canciones y vemos cuál es el denominador común de todas ellas. En este caso vimos que era este, pequeños detalles de nuestras vivencias personales que también se pueden aplicar a las vidas de cualquier persona.
Es ir haciendo, un poco, sobre la marcha entonces.
È.V.: Sí. También es verdad que en este disco hay algo definitorio diferente de los otros discos, y es que trabajamos las letras antes que la música. Es un aspecto que nos autoimpusimos. Nosotros siempre habíamos trabajado primero las músicas de las canciones, y a partir de las melodías hacíamos las letras. Sí que les dábamos importancia [a las letras], pero esta vez hemos querido trabajar de una manera diferente, construyendo primero la letra, los relatos. De hecho, hay algunas versiones finales que las terminamos antes de poner una sola nota musical. Es un proceso mental muy diferente, porque es vestir poesía casi, y es un ejercicio que hasta ahora no habíamos hecho nunca y que nos ha llevado a otro lugar, creativamente hablando. Y eso era muy interesante para nosotros. Al principio nos daba un poco de miedo y era un poco incómodo, pero ahí es donde estaba la gracia.
¿Por qué decidisteis hacer este cambio de planteamiento?
È.V.: Sobre todo, para obligarnos a mirar las cosas desde otra perspectiva y crear de manera diferente, porque después de seis discos creemos que era importante intentar buscar una nueva forma de componer para aportar elementos diferentes.
J.R.: Y también para dar mayor importancia a las letras, porque algo que nos diferencia de la música que nos llega de fuera es, precisamente, la letra. En las canciones catalanas, para nosotros, un aspecto troncal es la letra y la historia que cuentas o expresas. Y por eso esta era una manera de dar mucha importancia a las letras y no tanto a las melodías.

Lleváis más de quince años dedicándoos a la música. ¿Consideráis que, con los años, se ha empezado a dar menos importancia a las letras?
Roser Cruells: Bueno, yo creo que está bien que haya muchos estilos de música diferentes y muchas maneras de hablar y de llegar al público. Creo que, lo más importante, es que se siga haciendo música en catalán y que los jóvenes, los no tan jóvenes y los niños más pequeños se sientan identificados con un estilo, con un grupo… Porque es verdad que, sentirse identificado con un grupo es hacerlo con un estilo de vida y una manera de entenderla.
È.V.: También es muy relativo saber qué es una buena letra y qué no [ríe].
R.C.: ¡Totalmente! Al final, que la lengua catalana llegue a mucha gente es el gran éxito. Por otro lado, si el contenido puede ser elaborado intelectualmente y un poquito interesante, mucho mejor, pero también tiene que haber canciones de todo tipo.
J.R.: Hay letras que pueden ser muy buenas en su contexto, pero que no son muy elevadas intelectualmente. Creo que es una trampa, porque no todas las canciones tienen que serlo, y no todos los grupos tienen que cantar sobre lo mismo. Hay un equilibrio. A nosotros tampoco nos consideraría un grupo muy intelectual. Intentamos que las letras sean buenas desde nuestro punto de vista, pero quizá otra persona las considerará muy sencillas.
¿Cuál es el gran aprendizaje que os lleváis, de momento, de vuestra carrera?
R.C.: Creo que muchas cosas diferentes [ríe]. A nivel musical creo que hemos aprendido muchísimo desde el principio. De entrada éramos un grupo muy acústico, y ahora somos un grupo muy electrificado, con mucha electrónica, aunque en este último disco quizá no haya tanta como en los anteriores. A nivel personal también hemos aprendido a cómo organizar una empresa, porque empezamos solo nosotros tres y ahora somos diecisiete personas en las giras y, sumando el equipo detrás del escenario, casi treinta. Entonces, son muchas cosas que hemos aprendido en estos quince años. Hemos aprendido mucho a convivir los tres, porque somos tres personas que, prácticamente, compartimos todo el tiempo del mundo, entonces nos tenemos que entender muy bien. Hemos aprendido, sobre todo, a potenciar las partes que nos funcionan muy bien, tanto dentro del grupo como personalmente. También debemos valorar la suerte que tenemos, que quince años después seguimos aquí, y es un poco también de lo que habla el disco.
J.R.: Y a nivel musical hemos aprendido, sobre todo, a no aburrir las canciones. A pensar que cada concierto es una actuación única e irrepetible. Que la gente viene para escuchar unas canciones y que si tú no te la crees, o no la transmites de una manera sincera, hay algo que falla. Hay canciones que las hemos tocado, 120, 500 veces, o en el caso de Jennifer 2.000 veces [ríen], y hemos aprendido a disfrutarlas cada vez y cantarlas con el corazón. Al principio teníamos mucha presión, después seguramente tuvimos una etapa donde aburríamos más las canciones, y luego, desde hace ya unos años, hemos aprendido que cada concierto es una actuación única. Y si alguna empieza a aburrirnos, pues la cambiamos un poco para que nos ayude a transmitirla como queremos.

¿Habíais imaginado en algún momento llegar hasta donde estáis ahora?
È.V.: Nosotros ya hacía muchos y muchos años que hacíamos música, pero llegaba un punto en que, después de muchos proyectos que no habían acabado nunca de funcionar, nos habíamos desencantado mucho respecto a la industria. De hecho, ‘Catarres’ lo empezamos a hacer para huir de esta industria. Era una idea de pasarlo bien, divertirnos, y fue aquí mismo de donde despuntó el proyecto y tuvimos este éxito repentino con Jennifer. Ya sabíamos que era muy difícil triunfar, y que no es todo tan bonito como lo que te pintan cuando, de repente, lo petas entre comillas. Y entonces fue cuando nos pusimos a trabajar de verdad. Tuvimos un momento de reflexionar y ver que habíamos tenido la suerte de conectar con la gente con esta canción, y por tanto, teníamos que aprovecharlo. Por eso considero que, de alguna manera, Postals es nuestro primer disco, con las canciones de Vull estar amb tu, Invencibles, Rock & Roll, Tokio… Son canciones que definen el espíritu Catarra, no tanto la bromita de Jennifer, que la queremos muchísimo y la cantaremos hasta la muerte, pero creo que no define tanto el grupo como las otras.
¿Os arrepentís de alguna decisión que habéis tomado en estos quince años?
R.C.: Yo te diría que no… Creo que hemos pasado por muchos momentos muy diversos, momentos de mucha felicidad, y también muchos momentos que podríamos haber gestionado de manera diferente. Momentos en que nos habría hecho falta conectar más con la facilidad de las cosas [ríe]. O sea, no complicarnos tanto la vida. A veces nos hemos enredado y las cosas son más simples… Por otro lado, creo que el hecho de darle tantas vueltas a las cosas nos ha hecho ser quienes somos hoy, y hemos querido desde siempre controlar muy bien nuestro proyecto. Y aunque nos haya traído mucho trabajo o que en algunos momentos haya sido muy agotador, si no lo hubiéramos hecho, no nos lo querríamos tanto, o no sería tan auténtico.
Algunas de vuestras canciones han acompañado la infancia y adolescencia de algunos artistas que, hoy en día, son de los más reconocidos dentro de la escena. ¿Os sentís, de alguna manera, referentes?
J.R.: No…
È.V.: Bueno, depende.
R.C.: Yo creo que sí.
E.V.: Depende. Yo creo que está bien autovalorarse y querer lo que haces, pero también está bien valorar de dónde vienes. Yo tengo muy claro que sin los grupos que vienen antes que nosotros y los que vienen durante nuestra época, que hemos creado una escena, no estaríamos aquí. Sin Txarango, Oques Grasses, Doctor Prats, Buhos… Sin Sopa de Cabra, Els Pets, Dusminguet, Lluís Llach… Es una cadena donde todos vamos poniendo eslabones. Y los que vienen después siguen haciéndolo. Al final todos somos lo mismo, y unos sin otros no somos nada. Sí, supongo que para algunos seremos referentes, y que habremos inspirado a muchos grupos y muchos cantantes, pero de la misma manera que nos han inspirado a nosotros.
J.R.: Sí que somos de una generación que nos encontramos unos conciertos, al principio, bastante precarios. Sobre todo en el ambiente de las fiestas mayores, que es donde empezamos muchos de estos grupos, como Txarango, Oques… Al principio, las condiciones eran precarias. Y ahora, después de diez años, la música en catalán suena en las radios privadas, en la radiofórmula, y cada fiesta mayor parece un festival. No por los músicos en sí, sino porque toda la gente que trabaja: técnicos, la infraestructura, los de seguridad… están trabajando con unas condiciones bastante dignas. Seguramente mejorables, pero bastante dignas. Comparado con cómo era hace quince años, cuando empezamos, la diferencia es abismal.
È.V.: El cambio también es por el público, porque ha apostado. Al final, todo el mundo trabaja en conjunto. No es una sola persona ni un solo grupo.
J.R.: Es la escena. Si miras cómo empezamos todos y cómo está ahora, estoy muy orgulloso de haber contribuido, de alguna manera, a formar esta escena que ha dado un giro a la profesionalización de las fiestas mayores y de los festivales.

¿Cómo recordáis los primeros conciertos?
È.V.: Mucho caos. Eran muy divertidos los primeros conciertos, no sabías qué podía pasar. Nos encontrábamos a veces que tocábamos sobre un remolque de un tractor, y al día siguiente tocábamos en un escenario increíble con Manel. La cosa era muy loca, esquizofrénica. Nosotros hacíamos un concierto que era medio teatro. Parábamos entre las canciones, explicábamos anécdotas… Yo tenía un punto muy canalla y muy divertido. Y con Postals ya queríamos hacer más música y no tanto el tonto [ríe]. Era muy divertido, pero también era agotador.
J.R.: No era un tonto planeado, eh. Era totalmente espontáneo. Siempre nos pasaban cosas. Íbamos muchas veces sin técnico de sonido, sin técnicos de luces, nos equivocábamos porque no nos oíamos, se acoplaban los instrumentos… Era divertidísimo. Era un proyecto pensado para bares que ya era una tralla. O sea, Els Catarres dentro de un bar funcionaba mucho, pero en cuanto se hizo conocido el proyecto y nos ponían en escenarios más grandes…
È.V.: Claro, nos ponían antes de Txarango, que venían con banda, y después de otro grupo que también iba con banda… Quedaba un poco pobre [ríe].
J.R.: Todavía hay algún aspecto de aquellos Catarres que conservamos. Siempre preferimos un Apolo, o una sala, a un superfestival. Molan mucho las dos cosas, pero cuando tenemos un final de gira preferimos hacer cuatro Apolos seguidos que un Sant Jordi Club.
¿Qué diferencias notáis entre salas y grandes festivales?
È.V.: Son energías muy diferentes. Por un lado, las salas son propiamente tu público… Hay muchas caras que, después de quince años, ya las conoces. Pero luego vas a una Mercè, un Canet, un Cabró Rock y la energía también es bestial. Es muy gratificante poder hacer las dos cosas y pasártelo bien en todos lados. Y mentalmente también es diferente, porque a veces parece más difícil conectar con un público pequeño que con uno muy grande.
¿Cuáles son los mejores momentos que habéis vivido en los quince años de carrera?
J.R.: En los escenarios, el primer Canet Rock y el primer concierto en Bogatell [para las fiestas de la Mercè] los recuerdo muy bestias. Y fuera de los escenarios recuerdo mucho el momento en que Lluís Llach grabó una canción nuestra cuando ya estaba retirado. Eso, para mí, fue como una marca en la lista que me decía que ya me podía retirar [ríe].
È.V.: El primer Bogatell te lo compro, el primer Canet yo no porque estaba muy nervioso. Prefiero mucho más el segundo, ¿que tú lo pasaste muy mal no?
J.R.: Se estropeó la guitarra…
È.V.: Yo creo que otro de los momentos más bonitos de Catarres fue muy al principio, que hicimos un bolo en la plaza de Osca de Sants. De una semana para otra, de repente, la gente nos conocía y llenamos la plaza con un concierto en un escenario miserable… Pero se llenó, y fue muy bonito. Justo la semana anterior habíamos tocado en Moià y solo habían venido tres personas, y la semana siguiente ya pudimos llenar la plaza de Osca de Sants. Fue el momento de ver que lo que estaba pasando era especial, y empezamos a cambiar mucho el chip. Luego vinieron muchos altibajos, y no todo fue un camino de rosas, pero creo que aquel momento nos definió mucho.
R.C.: Yo también creo que hay diferentes puntos. Este de la plaza de Osca lo recuerdo con mucho cariño, el primero que hicimos en Aiguafreda también [ríen], que tocamos en una feria de artesanos…
È.V.: Ahí vimos que Jennifer tenía algo especial [ríen].
R.C.: Y luego, ya cuando estábamos más definidos, recuerdo mucho también el concierto de Bogatell, que no veíamos el final del público… De hecho, creo que utilizaron el vídeo de ese concierto para vendernos a China.

¿Cómo fue esta experiencia? Porque tocar en el otro lado del mundo no debe ser lo mismo…
R.C.: Fue muy guay. Yo no entendía qué hacíamos tocando en el otro lado del mundo [ríe]. Era un momento para pensar cómo habíamos empezado y dónde habíamos llegado cinco años después.
J.R.: Hemos tocado en lugares muy extraños.
È.V.: En China es menos extraño que otros lugares donde hemos tocado. Hemos ido a la India, que eso sí que fue el cúmulo del surrealismo. Te explotaba el cerebro. Salías de la sala y de repente veías vacas, niños removiendo las montañas de basura… En China, que son muy organizados, la experiencia fue increíble. Recuerdo que aplaudían todos a la vez y cuando paraban hacían silencio todos a la vez, y seguían el ritmo…
R.C.: Sí, servía para ver que no solo eran las letras, sino la importancia de la música.
J.R.: Conectar con el público, cuando no te entienden, es cuestión pura de música y actitud. Allí, las letras, que es lo que decíamos antes de la música en catalán, no tiene ningún sentido [ríe]. Preparamos un concierto, también, muy potente desde el inicio.