Dolors Miquel -Lola Miquel, como se autorreconoció en un momento determinado- ha dejado una huella profunda, inquietante y alterada en la poesía catalana actual. Es la autora de varios libros -bastantes, y ahora dice también que suficientes- que han dado mucho que hablar. No solo a los críticos. Cada nuevo conjunto de versos era una sacudida. De un lado al otro. Como ella misma destaca, su camino “transcurre tanto por senderos y pasos de mula, como por avenidas, márgenes, cañadas, calles mayores, cumbres, abismos, zarzas o atajos”. Escarradueixes no queda claro qué es, pero debe ser, porque Miquel ha transitado por todas partes. A veces, a tumbos y vueltas. Como cuando leyó el poema “Mare nostra” en el Saló de Cent del ayuntamiento de Barcelona y, al son de trompeta, se abrió el primer sello del apocalipsis municipal.

Dice que hacía “terrorismo cultural”, pero los terroristas de Dolors Miquel no eran los convencionales. Reconoce como primer texto suyo el Llibre dels homes, que aplicaba y replicaba al maestro Jaume Roig. El último fue Sutura, un conjunto de poemas articulados temáticamente que considera incompleto. Ama a los clásicos. Sobre todo, Marc y Corella. También a Mercè Rodoreda, Víctor Català y Carmelina Sánchez-Cutillas. Es autora de una selección de poesía medieval, Cap home és visible. Un libro que Stefano M. Cingolani considera “desmesurado, atrevido, inteligente, provocador y agradable”. Teñido de “falta de cautela y exceso de audacia”. Quizás Cingolani hablaba de la autora. Ahora Lola Miquel dice que hace “textos” y vive con un chihuahua peludo, tan movido como su poesía, en una planta baja en Torredembarra. Ha pasado por un rosario amargo de enfermedades, de las cuales se recupera sin dejar de reír cada vez que considera que vale la pena reír. Cualquier conclusión, sin embargo, parece provisional.

¿Lola o Dolors?

Una u otra. He llegado a esta conclusión. A veces digo que me llamo Lola, a veces digo que me llamo Dolors. Pues, ambos. Pensé: “¿Por qué tengo que decir que tengo un solo nombre?”.

Porque cuando usted dijo que dejaba de llamarse Dolors y pasaba a llamarse Lola parecía que era una decisión tajante.

Porque una amiga mía que también se llamaba Dolors me contó partes de su vida y pensé: “Cuánta desgracia. Este nombre debe ser un nombre de mal augurio, ¿no?”.

Mujer, la Virgen de los Dolores… No es ninguna ganga.

Claro. Entonces, pensé en cambiarme a Lola. Y en el momento en que me cambié a Lola tuve un accidente, me vinieron noventa mil enfermedades y dije que ya no quería llamarme más Lola. Pero da igual, ahora puedo llamarme Dolors o Lola. Podría llamarme María, también, pero vaya…

No es una decisión militante, entonces.

No, de ninguna manera.

Muy bien, entonces, Dolors o Lola, ¿qué es la poesía para usted?

¡Ay, no lo sé! No tengo ni idea. Por eso escribo siempre, porque, como no tengo ni idea… ¿Qué es la poesía? Para mí en particular, es lo que me ha salvado la vida. Ya sé que es muy bestia decir eso, pero a mí… Yo sin la literatura y la poesía no estaría viva. Segurísimo. No habría podido soportar esta vida.

Cuando comenzó a escribir poesía lo hizo de una manera muy intensa. Muchos poemas, muchos libros, mucha actividad literaria o paraliteraria en forma de recitales, performances…

Mis compañeros y yo en realidad íbamos a cambiar el mundo. Es decir, nosotros no estábamos solo recitando poesía. Pero luego pasa aquello que hace siempre la sociedad. Por ejemplo, sale un punk y al cabo de diez años una marca de moda toma la manera de vestir y desvirtúa absolutamente el movimiento. De alguna manera la sociedad fagocita todo aquello que la podría cambiar. Nosotros -yo en particular y mis compañeros- íbamos a cambiar el mundo. [Ríe]. Quizás es loco pensarlo así, pero es que era así. Pero luego ya te van pagando, te van captando, y aquella libertad de expresión, de hacer, se ha acabado. Te llama aquel ayuntamiento para que recites, el otro ayuntamiento para que hagas no sé qué, la universidad para que… pero no es aquello de ir a recitar al bar del pueblo porque me apetece, no. De alguna manera, te quedan rasgos de anarquía, rasgos de terrorismo cultural, pero la esencia, la fuerza, ya te la ha chupado la sociedad, que de alguna manera ya te ha atado el zapato, ¿sabes?

Pero eso también se relaciona con la juventud. Todos los poetas jóvenes, cuando comienzan a escribir, solos o dentro de un movimiento, siempre piensan que pueden cambiar el mundo, pero el mundo -la vida- acaba cambiándolos a ellos…

Es una ingenuidad, sí, pero si no haces eso, ¿por qué haces las cosas? No hay motivaciones más importantes.

Pueden haberlas estéticas…

Eso sí, pero la belleza para mí ya es algo terrorista. Si hubiera mucha belleza en el mundo, muchas de las cosas que pasan no pasarían. La belleza en sí misma es un concepto que va en contra de la sociedad capitalista, de consumo… Obviamente, no me refiero a una belleza estereotipada.

Los nazis también rendían culto a la belleza, a sus estereotipos de lo que era bello…

Sí, pero no es ese tipo de culto. Para mí, belleza, por ejemplo, es un lugar. Quizás es un lugar que no gustará nada a la gente, que dirán que es feo. Es como una esencia, no tiene que ver con las formas. Es una esencia de vida, es como la misma vida, con su crueldad, con su ternura, con su dulzura, con su violencia. Para mí todas estas cosas tienen una belleza.

Ahora me ha hecho pensar en uno de los últimos intentos de cambiar las cosas, de plantar cara a la sociedad. Lo que impulsaron los poetas que se quisieron llamar Imparables…

¿Los imparables? ¿Plantar cara a la sociedad? ¿Qué dices?

Sebastià Alzamora, Manuel Forcano, Hèctor Bofill, Txema Martínez…

¿Qué dices? Lo único que hicieron fue cargarse a Josep Carner y enseguida hacer lo que hacían los noucentistes. Es decir, pasar a ocupar cargos, uno tras otro. En mi generación no hay ninguna persona de las que conozco que haya ocupado un cargo. Es que, de verdad, que yo tenga que escuchar esto en mi casa, al lado de esta hiedra tan querida. [Ríe]. No sé ni cómo decirlo. Pero, ¿qué es para ti el terrorismo?

Depende.

El literario. O si quieres llamarlo revuelta… Quizás terrorismo es una palabra muy exigente.

Por supuesto. ¿Qué es terrorismo? ¿El Estado, no? Perpetra un terrorismo cuando ataca y desmantela la disidencia nacional como han hecho aquí…

Totalmente. Sí, pero eso es el terrorismo legal.

El ilegal era ETA, que causaba muertos y dolor.

Sí, pero miras el mapa y cuando ves líneas, ahí ha habido dolor, matanzas y sangre.

En efecto, en nombre de eso, de las líneas, se han hecho muchas barbaridades.

Y se seguirán haciendo siempre. Mira ahora a ese Trump, que quiere apoderarse de Groenlandia. Volvemos a lo de siempre. Quieren tener más terrenos, más territorios. Es una mentalidad de conquistadores.

Lola Miquel poeta catalana. Torredembarra 03.04.2025 / Mireia Comas
«Cuando hablo de terrorismo cultural me refiero a tener libertad más allá de lo que está permitido pensar» / Mireia Comas

Eso es una connotación innata al poder también. Nunca tiene suficiente.

¿Sabes cuando miras la colmena de las abejas? Sabes que las abejas o los zánganos, si se van solos, no sobreviven? Es como una estructura… Incluso si les matan a la reina, toman y ponen otra. Es una estructura de vida. Muchas veces he pensado que hay muchos movimientos para hacer igualitaria la sociedad, por la estabilidad y la dignidad de todos los seres que viven en ella, y siempre lo que ha pasado es que los que ostentaban el poder han acabado haciendo como los demás. Es como una colmena de abejas. Lo veo todo como una estructura de la misma especie.

Cuando se refiere al terrorismo cultural, al literario, ¿a qué tipo de terrorismo se refiere?

Al hecho de tener la libertad de poder pensar más allá de lo que está permitido pensar. Ahora estamos en un círculo que, si nos pasamos de lo permitido pensar y decir, ya mal, se ha acabado. Realmente, estamos muy cercados en este sentido. ¡Ay! ¿Qué me habías preguntado?

No me acuerdo [ríe mucho].

¡Qué peligro!

Quiero decir que yo estoy atento a lo que usted me dice, para ver cómo responderle o cómo replicarle, y el guion se me escapa a veces… Si me pregunta por el principio, me descoloca… Ah, sí, le preguntaba sobre terrorismo cultural…

¡Exacto! Poder pensar más allá de estos límites. Y poder decirlo. En versos o en pintura.

Visto de esta manera, las corrientes poéticas o pictóricas, como usted dice, cuando han surgido siempre han tenido esta intención. Una intención de ruptura, de “terrorismo”, si usted lo quiere así…

Sí. También alguna vez he pensado en una olla a presión. Sabes que una olla a presión siempre debe tener una válvula para que salga el vapor? La poesía o el arte son esa válvula. ¡Petit Duc, no!

[Petit Duc es el perro de Lola Miquel, que justo en ese momento intenta saltar sobre mis piernas].

¿Petit Duc?

Sí. Es que es de la aristocracia.

Una terrorista cultural que tiene un perro de sangre azul. Está bien…

Debe haber de todo.

¿Quién la acompañó en este intento de ruptura? ¿Quién formaba parte del escuadrón?

En todo este tiempo que he estado así enferma, moribunda, he escrito un libro -de hecho, escribo cada día-, donde hablo, entre otras cosas, de toda esta gente. Hablo bien de ellos. De Enric Casasses, Carles Hac Mor, Ester Xargay, que falleció, precisamente, Gerard Horta, Josep Pedrals, Eduard Escoffet… Ya lo ves, un montón de mujeres. [Ríe].

¿Por qué en 2021 dice que se ha acabado la poesía y que ya no escribirá más?

Porque quiero más libertad.

¿Qué quiere decir? ¿Haciendo poesía no tiene suficiente?

Cuando escribes poesía, de alguna manera, aunque hagas prosa poética, te mueves dentro de unos cánones. En ese momento pensé que ya no quería moverme más en ellos y que quería libertad total. Libertad total para hacer lo que quieras, de la manera que quieras. Además, pensé que haría textos. Ahora hago textos, ya no hago poesía ni nada. Ahora me han llevado a escena el Mata’m psicosi, que es un texto teatral. Eso hago ahora. Textos.

Que pueden ser igual de dramaturgia o de prosa…

O de poesía [Ríe mucho].

¡Por el amor de Dios!

O de ensayo. [Ríe más]. Sí, porque ahora, por ejemplo, quieren reeditarme un libro de sonetos, que es divertido, pero está dentro de unas estructuras. Estás dentro de unas estructuras, tanto si es poesía rimada como si no. También dentro de un tipo de pensamiento. Un texto lo puedes alargar o lo puedes acortar aforísticamente. Es muy libre.

¿Las editoriales también son una coacción?

No, no. He tenido mucha suerte en eso. Aunque tuve un editor que quería hacerme escribir de la manera que él quería que yo escribiera. Le dije que lo escribiera él.

Miquel Alzueta.

No. El otro. El compañero.

Àlex Susanna.

Exacto. Quería que yo escribiera en una determinada dirección. El primer libro que hice, que me premiaron, es un libro que a mí no me gusta, que es una mierda. Lo hice porque estaba con un hombre que no leía nada. No le gustaba la poesía ni nada de nada. Aparte de matarlo en un cuento, lo único que podía hacer era un libro de poesías insulsas y mediocres para que él lo leyera.

¡Qué bestia!

[Ríe]. Escribí ese libro y me lo premiaron. Porque era insulso y mediocre.

Y lo publicó Columna.

Exacto. Yo quería que ese hombre leyera lo que yo había escrito. Para mí era muy importante.

¿Y lo leyó?

Cuando lo dejé. [Ríe mucho]. Entonces lo entendió todo. Yo había escrito muchos años antes que rompería con él.

Si él lo hubiera leído antes, se habría ahorrado unos cuantos años…

No. Me los habría ahorrado yo.

Lola Miquel poeta catalana. Torredembarra 03.04.2025 / Mireia Comas
«Sí, choqué con Columna, pero de una manera muy correcta» / Mireia Comas

¿Por qué rompió con Columna?

Por eso. Por Àlex. A ver, le tenía un aprecio, ¿eh? Fue una persona que me ayudó y hay que ser agradecida. Rompí con él porque… Cuando escribí el libro de cuentos Maruja Reyes soc jo él quería que continuara escribiendo cosas de ese estilo, porque era la moda de aquel momento. La gente leía ese tipo de cuentos. Y él pensó: “Dolors podría escribir cuentos de esos y los venderíamos”.

La poesía no vende…

Ya, pero, aparte de eso, cuando ya hice una poesía que… la mía, no porque la leyera mi compañero, a él aquello no le gustó. No le gustó porque se apartaba del concepto que él pensaba que debía ser la poesía. Entonces…

Chocaron…

Sí, hubo un choque, pero de una manera muy correcta. También pasó que un día que fui a verlo a su editorial porque habíamos quedado el tipo se había ido no sé dónde. Me puse como una fiera…

Usted debe ser para salir corriendo…

Si me tocan las narices, sí. ¿Tú no? Tú también.

Cada vez menos.

Lo haces ver.

Es posible, pero la edad te calma. A mí también me ha calmado. Pero en aquel momento, usted no…

[Ríe]. En aquel momento, tú tampoco.

Entonces fue a parar a la editorial Empúries.

Primeramente fui a Valencia, porque me hacía mucha ilusión publicar El llibre dels homes en Valencia. Tengo un aprecio especial por esta ciudad. El barrio del Carmen, todos los barrios donde he estado… Me gusta mucho esa ciudad. Lástima que los del PP la han pulido tanto. Ha perdido algo, pero aun así me gusta mucho. Como Jaume Roig era valenciano y había escrito El llibre de les dones, me hacía mucha ilusión publicarlo allí. Entonces entré en contacto con el director de poesía de Bromera. Él me dijo que sí, que sí, que le gustaba mucho. Pero luego se ve que el director general de la editorial debió pensar que la poesía no vendía una mierda. Yo llamaba a uno y me decía: “Sí, sí, lo sacaremos ahora”. Pero luego me llamaba el otro y me decía: “Ese libro, no lo publicaremos nunca”. Y así pasaron dos o tres años. Entre tanto me llamó Xavier Folch, porque Enric Casasses le había hablado de mí. Me lo pidió, pero le dije que no, que ya había quedado con Josep Ballester, de Bromera. No podía jugar de esa manera, pero luego, cuando vi que había todo aquel lío, lo llamé y le pregunté si todavía le interesaba. Como me dijo que sí, se lo llevé.

Con Xavier Folch ya no tuvo problemas?

A ver, a Josep Ballester le gustaba. Lo quería editar. Pero tenía problemas con su jefe, seguramente por una cuestión económica.

La poesía no vende… En Valencia también estaba Tres i Quatre, pero la colección de poesía publicaba muy pocos libros al año.

Sí. Y además, de premios.

¿Qué revolución se puede hacer con un público tan escaso?

Si lo miramos todo desde el punto de vista de la gente que te puede leer o que te puede escuchar, tienes que ir a la tele o a lugares así. Es inútil pensar que puedes incidir. Pero también, por otro lado, pienso que las revoluciones -o los cambios en la manera de pensar- comienzan en pequeños puntos del cuerpo social y luego se van extendiendo, como si fueran una plaga…

Nunca mejor dicho.

[Ríe]. Bueno, entonces que sea una plana estilo covid, que ya no es extender, sino que ya es una matanza…

¿Y usted ha acabado finalmente en la editorial Pagès…?

Pagès me hacía mucha gracia porque era de Lleida. En Lleida hay muchos payeses. [Ríe]. A mí me hacía mucha gracia publicar allí, porque soy de Lleida.

¿Qué es Lleida para usted? No vive allí y le he oído decir que se fue porque estaba muy harta.

Cuando me fui, sí. Porque había pasado que a mí se me ocurrió hacer una revista en la universidad, La Higiènica…

Que casi secuestró la guardia civil…

Casi, no. Vino la guardia civil, la secuestró y a uno de los que habían escrito lo denunció. Tuvo que sufrir todo el teatro legal. Yo también tenía que ir a declarar porque había escrito un poema que se llamaba “Oda a la masturbación en honor mío de un monje”. O algo así. Eso tampoco les había gustado mucho.

A mí no me gusta ser popular. Entonces, iba por la calle y la gente me miraba o me señalaba. Había parte de eso y sufría también una situación familiar un poco dura, por cuestiones de salud. Si me quedaba en Lleida, yo la palmaría, no podía soportarlo. Tuve que irme por eso. Pero siempre me ha quedado un vínculo. En un lugar muy fuerte por la familia, que están todos enterrados allí, y luego por todo aquello de la infancia, la adolescencia… Supongo que eso nos pasa a todos, casi. Momentos en que hemos sido felices. Lo que pasa es que ahora estoy mucho más desligada y me doy cuenta. Han pasado tantos años…

Ya no volvería a vivir en Lleida…

No. He hecho muchas mudanzas y en esta casa ya estoy bien. Ya estoy bien aquí. ¿Para qué moverme más? Me he movido mucho yo.

Hubo otro escándalo. En 2016 en la sala del Consell de Cent del ayuntamiento de Barcelona. Allí leyó el poema «Mare nostra» en el acto de entrega de los Premios Ciutat de Barcelona… El grupo del PP se fue y la denunciaron. ¿Ninguna denuncia prosperó?

Sí, pero yo tuve suerte. Con la ley mordaza y todo aquello habría palmado. Yo tuve la suerte de que me denunciaron a mí con Ada Colau. Siempre lo he pensado. En el caso de Ada Colau, ¿cómo podían meterla en la cárcel, delante de toda Europa y todo el mundo, por un poema? ¡A mí sí que me habrían metido! Si no hubiera estado la alcaldesa de por medio, yo habría ido de cabeza a todo este rollo que le ha pasado a tanta gente. A mí todo aquello no me gustó. Comencé a recibir mensajes, gente que me quería matar… Cosas horribles. Hasta el punto de que yo también tuve que poner una denuncia. Fui a Barcelona a hacer una presentación de un libro de Maria Espasa y tuvieron que venir mossos d’esquadra a vigilar que no hubiera algún altercado. Fue bastante desagradable. Iba por la calle y la gente… Pffff. Es que a mí no me gusta. A mí me gusta ir por la calle como si fuera un pajarito que vuela. Que nadie se fije. A mí me gusta esa sensación, no la otra. Eso me desagrada mucho.

Pero si usted quiere cambiarlo todo, influir en ese cambio, eso siempre puede pasar…

También había gente que me paraba para agradecerme lo que había dicho, pero no me gustaba ni una cosa ni la otra. A mí, cuando voy por la calle, que me dejen en paz. Esa historia de que me reconozcan y todo eso no me gusta nada.

Lola Miquel poeta catalana. Torredembarra 03.04.2025 / Mireia Comas
«No. Ada Colau no me indujo. Me indujeron los que lo habían organizado» / Mireia Comas

¿Por qué acabó diciendo que Ada Colau y los organizadores del acto la habían inducido a leer aquel poema?

No. Ada Colau, no. Ella no me indujo. Ada Colau, cuando terminé, me felicitó por otro poema que había recitado. Me indujeron los que lo habían organizado. Al principio me dijeron que tenía que recitar tres poemas. Les envié tres. Ninguno de los que después leí. Me apetecía leer en aquel momento otra cosa. Y entonces ellos me dijeron que no. Insistieron mucho en que querían que leyera “Mare nostra”. Hubo un momento en que… No sé… Me dio un poco de mal rollo, pero, como eran amigos, pensé: “No, no puede ser”. Incluso vinieron a mi casa, aunque estaban de trabajo hasta las narices. Encontraron el tiempo para venir y asegurarse de que yo recitaría aquel poema y otro. El tercero, me lo dejaron elegir a mí. Como eran mis amigos… Yo en principio no pienso mal, pero cuando pienso mal, huye… Creo que aquella gente buscaba eso…

El escándalo.

No. No necesariamente el escándalo. Un poco aquello de: “¡Ay, ha dicho esto!”… Creo que los Juegos Florales les importaban un pimiento, medio real. Ellos querían que eso saliera en la prensa. Que la prensa se fijara, que se hablara de ello, pero se les escapó de las manos… Aquella reacción… Es que yo tampoco pensaba que estaba recitando en el ayuntamiento. No tenía ningún tipo de conciencia…

Un poco inconsciente -ingenuo, si quiere- por su parte…

Yo soy las dos cosas. Inocente e inconsciente. Lo digo en serio. Salí a hacer una prueba de voz, recité el poema y a todos aquellos técnicos, de imagen y de sonido, gente de mi estilo, les encantó. Luego cuando volví a salir pensé: “¡Qué lugar de gente tan estirada!”. Había gente que no es tan estirada normalmente, pero todos estaban allí estirados.

Es que aquello era un acto institucional, lleno de autoridades… Tuvo suerte de que no estuviera el capitán general…

Exacto. [Ríe]. Bueno, eran gente para mí muy rara, sí. Como si todos juntos estuvieran haciendo un desfile militar, también el público. Y yo que pensaba: “¡Qué cosa más rara de lugar!”. No fui consciente. Cuando me fui hacia dentro una amiga mía me escribió y me dijo: “¡Hostia, has conseguido echar al PP”. Yo no lo había visto y le contesté: “Ah, ¿sí? Pues, mejor”. Porque no me caen nada bien, los del PP. Ah, mira, rima. Aunque ya no hago poesía, todavía rimo. [Ríe]. No me di cuenta. Fue después. Cuando salí todos me decían: “¡Oooooh!”. Me miraban y era como si vieran a Gandhi caminando sobre las aguas. Una cosa muy rara. Pero a partir de ahí, cuando la cosa se fue complicando, ya la gente actuó de otra manera. Ya no era aquello de Gandhi caminando sobre las aguas. No. Muy desagradable.

Me gustaría repasar algunos de sus libros. Antes cuando ha hablado del Llibre dels homes, obviamente, ha hecho referencia a Jaume Roig y a su Llibre de les dones. Usted trabajó su manera de rimar. Roig vivía intensamente la misoginia corriente de la época. ¿Por qué lo escribió, aquel libro? ¿Pensaba en alguien en particular o quiso hacer como Isabel de Villena con su Vita Christi y quería contestarle a él?

Las dos cosas. Pensé en Jaume Roig, porque pensé: “Hosti…”. Pero también buscaba una sensación de unirme a él. Yo admiro mucho la literatura medieval porque la lengua y los que la escriben y los que trabajan en ella tienen una seguridad con ella que ni se cuestionan. Esa fortaleza de la literatura medieval me llega al alma. Muchas veces intento escribir -no lo consigo mucho- desde esa fortaleza. Sin dudas. Sin todas estas dudas que nos ha traído la época, la ocupación… En fin, todas estas historias que sufrimos como catalanes o como valencianos.

Jaume Roig me gustó mucho también porque considero que su literatura siempre es lírica, elevada. Hay esa otra parte, la de la literatura satírica, humorística, guerrera… Y ese hombre iba también por esa parte. Como muchos otros poetas de la literatura medieval o posteriores. Eso no se valora ahora.

Después estaba que yo también iba en contra de los hombres. Ir contra los hombres es ir contra el sistema que sufrimos todos. En este aspecto, también soy machista, porque me han criado en este sistema. Pienso, entonces, en hombres, en circunstancias y en cosas que me han contado. A partir de ahí escribí aquellos versitos. Me reía mucho mientras los escribía. Me pegaba unas risas porque era muy divertido escribir eso de esa manera. Y yo también, como Jaume Roig, acabo al final: “Hombres, adiós y no volváis, me voy a pie”. No llego a decir, como él, que las únicas buenas mujeres son la Virgen María y su esposa, pero…

Los únicos hombres buenos serían Dios y su…

Yo, en este caso, es que ni Dios. [Ríe].

Es una rimada muy divertida. Joan Fuster la ensayó también en un largo poema sobre Valencia y la visita que le hicieron Carles Riba y Clementina Arderiu que envió por carta a Albert Manent.

No lo conocía… Es que ese hombre, bua!, ¡qué tipo! La verdad es que yo lo admiro mucho. Admiro mucho también a Ausiàs Marc, pero eso no hace falta ni decirlo. Es un poetazo. Admiro mucho a Roís de Corella. Admiro mucho a Jaume Gasull. Gasull me encanta… En cambio, hay otro, Fenollar, me parece que se llama…

Mossèn Bernat Fenollar, sí…

Ese era como un Àlex Susanna de la época, yo creo.

En cuanto a Ausiàs Marc…

Ausiàs Marc es maravilloso. Además, no se puede traducir. Es intraducible, porque tiene esa densidad… Cuando lo traduces te pierdes la mitad, y aun así les gustaba.

Los contemporáneos lo veían como poeta y también como filósofo.

Totalmente. Sí, sí.

A diferencia de Roig, vivía torturado por las mujeres.

Claro. Vivía torturado por la misma idea que me ha torturado a mí -y seguramente a ti-, que es la idea del amor romántico. Es una idea torturadora…

Él pensaba en esta pauta, pero no la vivía. Vivía, como los nobles de su época, una gran juerga.

Sí. Es cierto. Vivió muchos episodios… Hay aquel que va con un chico… Esta historia de la homosexualidad. Aquella otra con unas chicas jóvenes… Sí. Hay todas estas historias de por medio. En aquella época los hombres, sobre todo si eran nobles y tenían derecho a entrar en casa de una chica, la mayoría debían ir así. Por un lado, iban así, y por otro, era aquello de: “¡Ooooh, que no me amas y me muero!”.

La tradición inmediata era la poesía trovadoresca y la deificación del amor puro, espiritual… Y al mismo tiempo, “la carne quiere carne”. Ese era el gran dilema.

Sí. Él vive esa historia. Vivía con esas aspiraciones divinas y al mismo tiempo quería hacer el amor. Es una manera de pensar que se ha extendido mucho en el tiempo. Las mujeres debían ser espirituales, unas buenas niñas, que debían dejarse hacer solo un beso en la mejilla o poner la mano sobre la rodilla, guardarse hasta el día del matrimonio y ese día… ¡te espatarras! [Ríe].

Él quería el amor puro que lo acercara a Dios y al mismo tiempo sufría la comezón del falo.

De alguna manera, sí, esperaba una espiritualidad que no llegara a la carne. O que llegara solo de casado. De hecho, pidió ser enterrado con su segunda esposa, Joana Escorna, que había muerto antes. Eso también apunta a la relación real que vivió. Si no, no quieres enterrarte con ella. Yo quiero que me entierren con mis animales.

En todo caso, había la pugna terrible entre espiritualidad y carnalidad.

Sí. Eso lo frustraba mucho. Él se enamoraba de una manera exagerada, exaltada, ideal. Ellas le fallaban, porque se volvían carnales, vulgares…

¡Es que sois terribles, las mujeres! [Río]

¡Los que sois terribles sois los hombres! [Ríe también]. Pero ¿cómo dices eso?

He usado la ironía de la escuela satírica valenciana…

¡Ah, yo también!

Miremos otro libro. Haikús del camioner. Tanto que dice contra los hombres y luego se pone a hacer poesías de camionero, gente dura y oficio duro…

Sí, gente que tienen un oficio duro, pero que al mismo tiempo hacen poesías. Yo pienso que, en ese sentido de belleza que decía antes, la poesía está en todas partes. En el caso de ese libro recuerdo que bien entrada la noche, a las cuatro o a las cinco de la madrugada, como trabajaba y tenía que levantarme bien temprano para escribir, me iba a un bar de la carretera, en una gasolinera, una zona de camiones y camioneros. Yo no he subido nunca a un camión. ¡Me habría encantado!

Ningún camionero le hizo la propuesta?

No, porque, como te diría, a mí, si un hombre me gustaba, iba directa y, si no, no existían. No me fijaba.

Ningún camionero le hizo tilín…

No. Y si me dijeron algo, no me enteré. Porque no me entero. A veces cuando iba con amigas me decían: “¿Eh, no te has fijado?”. Y yo no me había dado cuenta. He ido muy despistada.

En todo caso, se puso en su lugar.

Sí. Me gustaba mucho. Ser como un camionero, que va por la carretera. Yo en ese tiempo iba mucho, por la carretera. La imagen de la vida contemporánea es una vida en carretera. No es una vida que estés en un lugar y camines por las calles. Te mueves continuamente… La velocidad… La visión que tienes del mundo es una visión rápida. Todo es rápido. Las imágenes no te vienen de una manera pausada, sino que están pasando, como una película, a toda pastilla.

Los americanos, que han hecho de ello un estilo de vida, la han convertido en un género literario.

Sí. Jack Kerouac y toda esa gente. A la carretera a mí me parece un libro extraordinario. Es fantástico. Hay mucha gente que lo critica, pero es un libro precioso, lleno de poesía. Es un libro maravilloso. Aparte de que describe América como no la puede describir nadie más. Me fascinó mucho, ese libro.

Otro libro suyo, Mos de gat. Ya que hablábamos antes de Marc, estos poemas son la exaltación absoluta del amor… Usted va de un extremo al otro. ¡No hay quien la entienda!

[Ríe]. ¿Por qué? Yo no puedo huir de mi época. No puedo huir de esta idea del amor que me han inculcado a través de anuncios, películas, cuando voy a comprar al súper, la moda…

Eso es una contradicción total.

¡Claro! Yo vivo en contradicción, como cualquier ser humano. Es imposible no vivir así. A ver, yo habría querido no estar infectada de ese amor, que para mí es algo nocivo, pero ese amor te atrapa. Es como una gripe. ¿Qué puedes hacer tú contra la fiebre de la gripe? ¿Puedes hacer algo? Tú o nadie…

Analgésicos.

Analgésicos. Y aun así con analgésicos tienes que ponerte a sudar y tienes que pasar no sé cuántos días. Tienes que dejar que pase…

Y entonces escribes un libro de poemas.

Claro, porque me apasiono. Tienes que hacer algo con la vida, ¿no?

Ver7s de la terra. Aquí le agarra la fiebre de Lleida y escribe poemas como usted habla y de donde nació.

¿Sabes qué pasa? Acababa de enterrar a mi familia allí. Necesitaba reír. Empecé a escribir estos versitos heptasílabos, me parece [recita uno: “A lo canal de Pinyana…”], sí, heptasílabos… Empecé a escribir estos poemas a la manera de pensar de la gente de Lleida, de cuando yo era pequeña o joven. Y esto me hacía reír mucho. Lo hice, tanto como pude, en leridano. Lo apilé todo como si fuera una pequeña enciclopedia casera. ¿Sabes aquello que tenían las mujeres en casa? Cómo coser los dobladillos o Qué has de hacer para que la sopa te salga buena… Todo era en español entonces. Un poco era esta historia, este libro.

En este libro aparece también Perejaume, que después la acompañará a menudo.

Sí. Se lo pedí porque yo lo admiro mucho. No solo como pintor, los performances que hace, los montajes, sino también como pensador. Para mí es uno de los grandes pensadores que tenemos hoy en día. Pensamiento, así, digamos singular, que no nos diga qué le parece la amistad o la cojera, sino que tenga una trascendencia, un poco una cosmogonía, una manera de ver las cosas… De eso, de esos pensadores, no tenemos muchos. A mí me gusta Perejaume porque precisamente hace eso. Tiene un mundo.

Terminó esa etapa -¿primera?- poética con un libro, Sutura, que es un conjunto, pero con variaciones y ordenado de una manera diferente a la cronología, y que fue como un canto del cisne…

Sí. ¡Adiós! [Ríe]. Me dijeron de hacerlo. Entonces llegó el covid. Cogí todos esos poemas y los ordené por temáticas. De esta manera, quedaron fuera todos los que eran de risa, de no sé qué… Lo hice así y cuando terminé pensé: “Hosti, la misma selección de los temas ha dejado fuera poemas que a mí me gustan”.

Por lo tanto, esto es una falsa antología.

Sí. No es una antología, esto.

¿La hará?

Mi editor, Jordi Cornudella, me ha hablado de ello, sí, me la ha pedido. Pero yo creo que eso se tiene que hacer cuando me muera.

O a una cierta edad respetable…

Ahora ya la tenemos. Usted y yo. [Ríe].

Y también se hacen como divulgación.

De acuerdo, pero yo pienso que una antología… Mira, prefiero eso que hacen los de Documents Documenta, que me cogen El llibre dels homes y me lo republican. Ahora me cogen el Musot y me lo republican. De hecho, mi editor me ha dicho que, si quiero, puedo ir republicando todos los libros. Pero no lo sé. Hay uno que quiero rehacer, que publicaré el año que viene, y ya está. Después me quiero dedicar a escribir textos. Textos teatrales.

¿Para no representarlos?

Exacto. Sobre todo. [Ríe]. ¿Cómo lo has captado?

Lola Miquel poeta catalana. Torredembarra 03.04.2025 / Mireia Comas
«A Ramon Llull le falta la pasión carnal mística» / Mireia Comas

Antes cuando ha hablado de los clásicos ha citado a uno que a mí me hace una gracia absoluta… Roís de Corella.

¡Ah! Roís de Corella es maravilloso. Aparte de que había aquella mujer que lo obsesionaba… ¿Cómo se llamaba?

Caldesa.

Esta, que estaba caliente siempre…

Y que él odiaba.

Aparte de estos poemas, que me hacen mucha gracia, para mí tiene un lirismo… Es algo fantástico. Para encontrar a alguien así tenemos que saltar a Màrius Torres, en ciertos poemas, no en todos, porque los otros, por desgracia, están demasiado influidos por Carles Riba. Eso se puede encontrar en lengua castellana… Es que la lengua catalana es muy poco dada a este tipo de espiritualidad por la misma fonética. La lengua castellana, como es tan seca y árida, se presta más. Es como echar agua a una superficie seca y árida, y hace buuuf el vapor.

Allí hubo la contrarreforma, la inquisición y la penumbra… Tiempos propicios para el misticismo y el ascetismo… Aquí en aquellos momentos no tenían figuras de altura y, además, los que escribían lo hacían en castellano precisamente.

No es solo eso. Por ejemplo, Ramon Llull ya escribió mística. Escribió el Llibre d’amic e amat, que es precioso. Pero le falta la pasión carnal mística…

Le faltaban cuatro o cinco siglos.

[Ríe]. A mí me gusta mucho Llull, pero yo soy muy fan de san Juan de la Cruz…

¡Claro!

[Vuelve a reír]. ¿Por qué dices claro?

Porque la poesía de san Juan de la Cruz se segrega en un momento histórico de penumbra, de contradicciones, de represión. A nosotros todo aquello nos agarra en una etapa decadente, de absorción política y cultural…

¿Nosotros, decadentes? No. El pueblo ha sido fantástico hasta ahora.

De acuerdo. En un momento de cultura decadente. No tanto como se quiso ver en algún momento, pero decadente.

Eso sí. Porque nos habían quitado todo.

No digo que quisiéramos ser así. Digo que nos llevaron a eso.

Hay algo que es básico. Yo soy una persona insegura una vez he hecho las cosas, pero mientras las hago tengo una seguridad total. O sea, tengo doscientos por ciento de seguridad. Cuando dejo de hacerlas ya estoy al veinte, al treinta por ciento. Si te quitan esa seguridad -que es lo que nos hicieron-, si te quitan la seguridad en tu lengua, en tu cultura y en todo lo que piensas…

Es lo que hicieron.

Es lo que hicieron entonces y lo que han hecho ahora. Lo que han hecho siempre. Porque no saben hacer otra cosa. Año tras año. Esto es peligrosísimo porque, si tú tienes seguridad en ti mismo, puedes hacer las cosas. Si no la tienes, pues…

¿Se puede tener seguridad cuando los instrumentos de poder están en manos de los otros, de la corona o del estado?

Por eso. Por eso te lo digo. Te quitan la seguridad. Te la quitan. Y cuando te la quitan la cultura tambalea. De hecho, la gran literatura medieval, para mí, aparte de algunas excepciones del principio, que son en Mallorca, después está en Valencia.

No en vano. Durante el siglo XV es el territorio más fuerte de la corona de Aragón, en todos los sentidos.

Sí. Y antes de que llegue el gran declive de Valencia, con la corte aquella de Germana de Foix, hay esta maravillosa explosión de creatividad. Esto es algo que me ha extrañado mucho siempre.

Debe ver cómo era aquella ciudad, el esplendor económico, la vitalidad comercial, la relación con la corte de Nápoles de Alfonso el Magnánimo… Valencia concentraba muchos poderes, mientras que Barcelona se sumía en una oscura guerra civil…

No sé mucho de historia, pero Valencia y Lleida…

Lo que ha pasado con Lleida no se entiende…

[Sorpresa y divertida]. ¿Por qué dices eso?

Es una ciudad que dio mucho antes del siglo XV, que podría haber dado muchísimo más, y que se fue apagando.

Pero, fíjate, en el fondo… ¿Sabes que hay esta historia de Lleida hacia Barcelona? Hubo un momento que tanto Lleida como Barcelona eran superimportantes. De este trasfondo, de la pugna y la supuesta lucha posteriores, quien ha ganado ha sido Barcelona. En Lleida la gente de Barcelona no les caen bien. Yo pienso que viene de ahí, en cierto modo. Es que, de hecho, en la época medieval, cuando lees las Crónicas, o cosas así, ves que todos los Países Catalanes son un solo lugar. Si tú estás en Valencia y quieres ir a Gandia, ahora llegas en un santiamén. Pero si estás en Barcelona y quieres ir a Valencia, parece como si tuvieras que hacer un viaje mentalmente. En aquella época no había esta sensación. Había una concepción territorial unitaria.

La nuestra es una historia de perdedores. A partir de la unificación peninsular todo cambia. Después de la guerra de las Germanías Valencia pierde esa concepción en parte. Y mira siempre hacia el rey, hacia la corte castellana.

No solo los valencianos. ¿Dónde está la alta aristocracia catalana? Ahora es Ágatha Ruiz de la Prada…

Marquesa de Castelldosrius y grande de España.

Esta es la gran aristocracia catalana. Siempre dicen que Valencia mira hacia Castilla. Sí, sí. ¿Hacia dónde miraba Barcelona? Si todo es lo mismo… Hay toda una serie de cambios desde el siglo XV que nos afectan, pero, de todas maneras, también somos responsables o eran responsables. Eso ya lo dijo Ramon Muntaner con el ejemplo famoso de la mata de junco. Ha pasado siempre y pasa ahora.

Aparte de los clásicos, usted se refiere a menudo a Víctor Català y a Mercè Rodoreda…

Me encantan. Y también me gusta mucho Carmelina Sánchez-Cutillas. Encuentro que hizo un libro fantástico, maravilloso: Els jeroglífics i la pedra de Rosetta. Aparte de los otros poemas, que también son maravillosos, pero, este libro en particular, lo encuentro una pasada de libro. Y nadie le hace caso. Hice una lectura y de repente tuve como una iluminación. Me gusta mucho esta mujer. Y Rodoreda y Català, hombre, para mí son las mejores escritoras del siglo XX. Sin ninguna duda. Pasando por encima de Papasseit, de Maragall, de Riba, de Carner… En fin, es que son una maravilla. Además, es que… Bueno, de Foix, no, quizás…

¡Caramba! ¡Hasta aquí podíamos llegar! ¡Cuidado!

[Ríe]. Es que Foix es muy bueno.

¿Considera que han sido maltratadas? ¿Menospreciadas? ¿Invisibilizadas?

Sí. Han sido maltratadas totalmente. Mercè Rodoreda, en particular, por la Colla de Sabadell -Traval, Oliver, Orriols…-, que la dejaron caer de un burro. Y todos. Si lees la correspondencia que tenían ella, el tonto que tenía al lado [Armand Obiols] y Josep Carner, ellos dos la trataban… Ellos dos son los grandes personajes y ella es como si fuera una niña que pasara por allí pidiendo limosna.

Cuando presentó La plaça del diamant -con el título de Colometa- al premio Joanot Martorell Josep Pla, que estaba en el jurado, la descartó inmediatamente. Fue Fuster quien lo defendió y quien después se preocupó para que lo publicaran, pero Pla decía que aquello no valía nada.

[Ríe]. Sí. Pero creo que con Rodoreda no han podido hacer lo que han hecho con Víctor Català hasta hace poco. No han podido obviarla. No han podido dejarla arrinconada, porque era demasiado fuerte. Lo que escribía aquella mujer era demasiado fuerte para poder dejarla en un rincón y mirarla de vez en cuando. Víctor Català, en cambio, aunque hicieron correr el rumor de que era una niña tonta, que vivía encerrada en la escalera y que no había ido nunca a ningún sitio… La verdad es que tenía una casa en Barcelona, viajaba a Roma, a París, se iba a las óperas, tenía una vida bastante movida. Ya me habría gustado a mí tener el dinero que ella tenía para poder hacer lo que hacía ella.

Yo me quedaba muy sorprendida cuando era joven y pude acceder a la literatura catalana -que no era fácil en aquella época-, porque me encontré con estas grandes bestias. Y me daba cuenta de que, sobre todo Víctor Català, era tratada de una manera terrible. Además, como si fuera un hombre grande. De alguna manera tratan diferente a Rodoreda. Es más bonita, toda fina, delicada, ¿no? Pero no es el caso de Víctor Català…

Eligió un nombre de hombre para escribir… Eso tiene consecuencias en el estilo…

Pero lo hizo obligada por las circunstancias. Con aquello de La infanticida, le dieron el premio en los Juegos Florales de Olot y ya se la querían comer, todos allí hablando mal de ella. Eso era insoportable. Ese rollo de hombre grande, de mujer fea, también me molestaba mucho. Toda esta historia de porque, como escribes, ya eres un marimacho.

Es propio de la época, de todas las épocas…

Sí. Solo espero que ahora no me vean como un marimacho. [Ríe].

Creo que las cosas han cambiado. ¿Han cambiado? ¿La consideración de una mujer escribiendo es la misma que la de un hombre?

Yo pienso que no. No. Y además, lo he hablado con poetas jóvenes. Los cargos, salvo alguna excepción, como Maria Bohigas, los que mandan qué se publica y qué no se publica, o los críticos, todavía son en su mayoría hombres. Eso es lo que me dicen las chicas jóvenes ahora, las que escriben poesía, que tienen entre veinte y treinta y cinco años.

¿Todavía es eso? ¿Todavía lo ven así?

Sí. A mí, la verdad, es que el hecho de ser mujer me ha pesado.

¿A quién no de su edad? Antes ha hablado de Carmelina Sánchez-Cutillas. Quería preguntarle si ha leído a Maria Beneyto.

Muy poco, solo algunos poemas.

Es muuuy interesante. Y le pasó exactamente igual. El peso de ser mujer durante el franquismo le marcó totalmente la carrera literaria. Brutalmente. Todo lo que hizo pasó desapercibido. Ahora comienzan a reivindicarla.

Me interesaré.

En este libro, Ictiosaure, hay un poema que se llama “Marit” donde se puede leer: “Ahora Dios se levanta del sofá. Ha estado sentado mientras me violaba. Cuatro paredes. Era tiniebla. Todas las cosas que eran Dios y no eran Dios estaban allí en tanto que. Empujaba. Marit empujaba. Boca horrorizada retrocedía al túnel de las larvas. Marit atravesaba. Perforaba.”…

El marido de este libro es un maltratador.

¿Era el suyo?

Eso no lo responderé. Yo tengo la sensación de que el patriarcado es una cultura basada en la violación y en el maltrato psicológico. La historia de este marido es que la mujer que vive esta circunstancia, que en cierto modo es agredida por un hombre que la está casi violando, cierra su vagina a cualquier tipo de reproducción de ese ser. Este poema, que narra con mucha ternura la imaginación de tener un hijo y tal, cierra al mismo tiempo la puerta para que cualquier posteridad de este monstruo que tengo encima pase más allá. Encuentro que eso es algo bastante bestia.

¿Tenemos solución los hombres en esta sociedad?

¡Y las mujeres! ¿A ti quién te ha educado básicamente? Tu madre. ¿A mí? Mi madre. Los padres sí que entran, pero de otra manera. Son las contradicciones estas que decíamos. Tú recibes la cultura patriarcal por parte de una mujer que la está sufriendo. Un cambio de esta magnitud es un cambio lento. Las mujeres dan pasos, pero les cuesta. Si ahora tú mismo tienes un hijo o lo envías a la escuela, lo harás ir hacia allá, hacia donde van todos. Estás presionado por una sociedad que no quieres que triture a tu hijo. No quieres que le hagan bullying por ser diferente. Entonces, si tú educas a tu hijo con las nuevas consignas, aunque se suponga que todos las deberían haber cambiado… ¿No tendrías miedo de que tu hijo fuera triturado? Yo sí. Es una posición muy incómoda incluso para aquellos padres que son conscientes. Algunos lo hacen, a pesar de eso. Me quito el sombrero tres veces. Es difícil, porque no es solo cambiar la mentalidad.

También es verdad que pasa algo con los hombres. A nadie le gusta perder poder. A nadie le gusta ir de más a menos. De menos a más, a todos. Con todo de la vida. Eso explica la violencia que hay. Porque los hombres no quieren dejar

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