La escritora y artista valenciana Anna Moner (Vila-real, Plana Baixa, 1967) se adentra de nuevo, con su última novela,
¿Por qué le gusta explorar en sus novelas la parte más oscura del ser humano?
No lo sé, pero siempre me ha atraído. Muchas veces es porque te da herramientas para defenderte. Vengo del mundo del arte y mi primera expresión creativa es la pintura. En el arte siempre intentas ir a buscar una manera de explicar, de narrar, de estar cómodo. Me gusta sobre todo bordear el abismo, invitar el lector a ver los límites, pero siempre un abismo como el de Nietzsche, que te devuelve la mirada. Lo que busco es el equilibrio entre la parte irracional del arte y la parte racional del mundo de la historia de la ciencia. Andar entre estos dos mundos te permite pisar con seguridad territorios muy inestables, como es el de la maldad. Una de mis debilidades desde siempre es Edgar Allan Poe, el mejor, la persona que mejor se ha sumergido en la maldad, en la parte más oscura y más humana. Es una cosa que nos atrae a todos. Además, la novela era una manera de curar los miedos generados a la hora de mirar a los ojos a un asesino en serie como hice yo. A mí me pasó, yo he mirado a los ojos a un asesino en serie, y no me pasó nada porque lo supe detectar. Estaba aprendiendo a
Solo hay que ver el éxito del
Claro. Además, hay autores que no reconocen que tratan esta parte, pero lo hacen. Por ejemplo, William Shakespeare nadie diría que trata la parte más oscura del hombre, pero la trata de manera sublime. En general todos los grandes autores saben que se tiene que tratar esto. A mí lo que me gusta son las perversiones refinadas. Me fascina y es lo que me excita literariamente.

¿Esta novela es de la que está más orgullosa en este sentido?
Lo trabajo desde el principio, desde el primer relato breve que escribí. Tenía claro que era el mundo que quería abordar. El tema de la parte oscura lo he planteado desde la primera novela porque realmente es donde yo estoy cómoda y dónde sé que puedo elaborar personajes complejos que tienen una personalidad, un comportamiento y una sexualidad compleja también.
¿Cómo nace esta novela y cuando siente que tiene una historia a explicar?
Ya hace tiempo. Trabajo las tramas como si fueran un cubo de Rubik. A la hora de empezar puedo llevar dos o tres hilos argumentales a la vez y mentalmente voy ligando las piezas. En el momento en el que una encaja tengo claro que es el momento que estoy lista para empezar a escribir. Antes de escribir tengo que tener toda la novela en la cabeza, porque como vengo del mundo del arte y además trabajo con mi pareja, Sebastià Carratalà, estoy acostumbrada a visualizarlo todo antes de ejecutar. Esto mismo lo aplico a la hora de escribir: voy interiorizándolo todo y cuando llega el momento puedo pintar, en este caso escribir, el paisaje que ya tenía dentro. Es como si rodara una escena detrás de otra.

¿Por qué escoge a un ser mitológico como asesino a su historia?
La novela habla de los depredadores sexuales y de sus reacciones. Sobre cómo les excitan las reacciones físicas y fisiológicas de sus víctimas. Realmente es una fábula que habla del miedo, pero lo que más me interesa es hablar de qué y de quién se tiene que tener miedo. Quizás estamos equivocados en esto. Asumimos que las mujeres son las que tienen que tener miedo porque de hecho somos nosotras las víctimas. El minotauro de la historia es un asesino en serie, pero es un psicópata ilustrado. Le pongo minotauro porque en la mitología representa la lascivia y la brutalidad masculina. De hecho, no sigue el patrón de los psicópatas actuales, está inspirado en Pierre François Lacenaire, el asesino poeta. Lacenaire guillotinó a muchas personas en el siglo XIX y se convirtió en un asesino mediático. Lo que me fascina es que él escribe sus memorias mientras espera a ser ejecutado y habla de la bestia que tiene dentro. Él no tiene motivos para matar, tiene una fascinación y dice que necesita templar el corazón. Solo lo consigue matando o escribiendo poesía. Todo esto me dio muchas ideas para construir el personaje del minotauro.
¿Esto es lo que quería transmitir con el hecho de que el monstruo disfrute probando el sabor de las lágrimas de sus víctimas?
Sí, porque a él lo que le excita es sentir el miedo de la víctima y apreciar las reacciones fisiológicas del último momento antes de morir.
¿Qué quería conseguir con la figura de la niña huérfana, Emily?
Emily se llama Amherst de apellido porque está inspirada Emily Dickinson y ahí es donde ella vivía. Dickinson es la reina recluida porque estuvo veinte años encerrada en su habitación. A mí me sirve por el físico, para tener una imagen de mi Emily, y por su reclusión voluntaria. Se relacionaba con amigos y familiares a través de la puerta y todo esto yo lo utilizo en la novela. También elaboró un herbario que se conserva en la Universidad Harvard y esto inspira mi personaje, que también lo hace. Tiene cosas de Emily y otras muchas cosas que no son de ella.
La novela está completamente vinculada a la cultura. Presenta al lector una selección de cuadros del Renacimiento, obras románticas, realistas y naturalistas. ¿Son las obras de su vida?
Son algunas, pero hay otras que aparecen porque me sirven mucho con el minotauro. Borges utilizaba muchas citas y muchos relatos los construía a partir de citas otros autores, porque decía que era una manera de pensar y hacer valer el texto. Que el minotauro utilice textos puros que no tienen voluntad de invitar a matar y los interprete así me sirve para construir el personaje y mostrar como su mente enferma altera la realidad.

¿Qué espera de la crítica?
Ya se ha publicado alguna reseña y veo que el libro está gustando. Siempre estás contenta porque siempre dudas hasta el final de si has conseguido lo que buscabas. A parte de que te lo diga algún lector, si las críticas hablan de brutalidad, pero de delicias veo que he conseguido lo que quería. He encontrado el punto justo de perversión refinada, nada gore, pero sí buscar la belleza que hay bajo el infierno y la maldad que se esconde detrás de la belleza de las pinturas.
¿Ha sido difícil conseguir este equilibrio entre brutalidad y belleza?
No es difícil cuando tienes buenos maestros, buenos referentes literarios. El punto artístico es lo que hace que se pueda tratar de manera estética un asesinato y que se convierta en otra cosa. Esto lo explicó muy bien Thomas de Quincey en El asesinato entendido como una de las bellas artes. Describe de forma excepcional a un asesino que aterrizó en Londres y explica sus crímenes desde el punto artístico. Esto me iluminó mucho desde la segunda novela, El retorno del húngaro.
¿Qué diferencias hay entre escribir y pintar?
Utilizo las palabras y el lenguaje exactamente igual que lo hago con los pinceles. Sobre todo el que me gusta en la hora de escribir es atrapar la luz, igual que en la pintura. Igual que la pintura quiere atrapar la atmósfera, la luz que cae encima de los personajes, esto es el que intento en la hora de escribir con las descripciones, con la manera como se mueven… La luz muchas veces puede ser muy suave, como en un Vermeer o en un Friedrich, pero otros puede ser muy violenta, cruda y anatómica, como en un Caravaggio, en un Rivera o en un Artemisa Gentileschi. Esto es el que me gusta más. Puedes estar transitando por la novela en una luz suave y de golpe todo puede volverse llevar. Con esto consigues inquietar y provocar la asfixia literaria en el lector.