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Fue, creo, un poco precipitada la frase de Pablo Casado en esa especie de mini-debate parlamentario sobre el estado de la nación del pasado miércoles: “dimita”, le dijo el líder de la oposición al presidente del Ejecutivo, “disuelva el Parlamento y convoque elecciones; solo así podría quizá indultarlo la Historia”. Algo excesivo, quizá, aunque se entiendan las prisas del presidente del Partido Popular por echar al inquilino de La Moncloa.

Por supuesto, ni Sánchez tiene la menor intención de dimitir ni seguramente, en estos momentos, debería hacerlo, cuando toda Europa mira qué grado de credibilidad tiene la democracia española. Que puede que pronto se lleve un varapalo en el Tribunal de Derechos Humanos de Estrasburgo, tumbando la sentencia del Supremo contra los líderes del ‘procés’. Ese, caso de producirse, sería un golpe muy duro para la credibilidad del conjunto del país.

Pienso, por ello, que no conviene dar la sensación de que aquí algo se tambalea, empezando nada menos que por el Tribunal Supremo y por el propio Ejecutivo, cuando andamos esperando la llegada de ciento cuarenta mil millones de euros procedentes de las arcas europeas. Así que habrá que ir sobrellevando como se pueda la pésima situación de la política española, que ni ha sido capaz de renovar el gobierno de los jueces, ni el Tribunal Constitucional ni, por supuesto, renovará a tiempo –el próximo 23 de julio—el Tribunal de Cuentas, que esa es otra patata caliente: ¿cómo hacer para que los independentistas demandados por sus presuntos débitos económicos, más de cinco millones para empezar a hablar, se libren de pagar, en aras del buen entendimiento entre el Estado y el independentismo catalán? También aquí el Gobierno central busca puentes, por muy frágiles y provisionales que sean, para sortear esas aguas turbulentas.

Insisto, por si alguien tuviese alguna duda: Sánchez no va, desde luego, a dimitir. Así que, antes de vender la piel del para nada cazado oso Sánchez, más valdría que quienes quieren desalojarlo le sigan de cerca. A ver por dónde sale. Porque sin duda tiene una salida, diseñada con la inestimable ayuda de un ministro de Justicia que sabe lo que se hace para llegar a los fines deseados. Aunque a él tampoco le importen demasiado la transparencia, el estricto y difícil seguimiento de la literalidad legal y todas esas cosas que contradicen la afirmación –no puedo recordar su paternidad—que asegura que “un buen jurista es aquel que sabe saltarse la ley en beneficio de su cliente sin que ni siquiera la ley lo note”.

Aplíquese eso a, por ejemplo, las exigencias de referéndum y amnistía que proceden de la plaza de Sant Jaume y veremos el resultado. ‘Referéndum’ es la palabra hoy de moda en los cenáculos y mentideros políticos madrileños. Se buscan afanosamente en la Constitución –lo hacen sin duda en La Moncloa y en el Ministerio de Justicia, claro—los posibles recovecos que eviten la prohibición taxativa de celebrar una consulta ‘independencia sí-independencia no’. Esos recovecos, que serían algo semejante a remedos que ambas partes negociadoras, el Gobierno central y el Govern catalán, habrían de aceptar, existen. Otra cosa es que las instituciones, la opinión pública y la publicada lo asuman, tanto en Madrid como en Barcelona: ahí estará la clave de la supervivencia de Pedro Sánchez en La Moncloa.

José Antonio Zarzalejos, uno de los analistas políticos hoy con mayor influencia en ámbitos gubernamentales, afirma que Pedro Sánchez busca una “equivalencia de resultados” tanto en lo del referéndum como en la amnistía. O sea, sin llegar a vulnerar la Constitución, pero contentando, en lo posible, a sus próximos interlocutores en septiembre de Esquerra y hasta a los de Junts per Cat. Nada definitivo –no hay soluciones definitivas en este contencioso, nos repetía Ortega y Gasset–, pero ganando tiempo, algo que a Sánchez le viene bien, pero que tampoco les viene mal, creo, a Pere Aragonés ni a Junqueras. Se trata de mantener como sea una mesa negociadora al menos un par de años, lo que dure la Legislatura. Después…

Me pregunto si esa ‘conllevanza’ orteguiana, a la que tanto se alude en estos días, es precisamente eso: buscar salidas por la puerta de atrás manteniendo  aparentemente intacto el frontispicio de la Constitución y demás leyes afectadas. Puede que algunos se escandalicen por ello. Quizá otros lo consideren –lo consideremos– un mal, o un bien, menor e inevitable. Vuelvo a remitirme a Ortega: nadie cree que haya una solución tajante, para siempre, y menos que contente plenamente a todos.

En todo caso, no es sagaz mofarse, como, algo prepotente, hizo hasta Gabriel Rufián, de la por otro lado patente escasa credibilidad de Pedro Sánchez: el pragmático presidente del Gobierno central sabe que, cuando una puerta se cierra, siempre se abre una ventana. Si ambas partes evitan arrojarse por ella, puede que la cosa no salga del todo mal: el tiempo es, ya digo, lo que se compra, y es el bien más valioso que tenemos los humanos. Así que atención a lo que comience a ocurrir ya este mes de julio; vienen días, semanas, meses, apasionantes .

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