Donde comenzó el desastre también comienza la recuperación, pero también gracias a una idiosincrasia propia. Se trata del municipio de Utiel. Una población de poco más de 11,600 habitantes ubicada en la comarca de la Plana de Utiel-Requena. De hecho, pertenece desde hace poco –en términos históricos– al País Valenciano. Jaime I no llegó allí. Hasta el año 1851 pertenecía al reino de Castilla, a la demarcación administrativa de Cuenca.

Su fisonomía geográfica deja claro que son valencianos desde hace poco y, sobre todo, se nota en un acento más bien aragonés. Pero eso sí, son fallers y tienen dos bandas de música espectaculares. Hay una que toca con tanta dulzura la BSO de Star Wars que se le ha reconocido incluso con el premio del Certamen Nacional de Bandas de Música de Cine Ciudad de Cullera. Utiel fue la primera en sufrir las consecuencias más duras de la DANA. El desbordamiento del río Magro, un afluente del Júcar, arrasó una parte de las márgenes del municipio.

La devastación es evidente, pero también es evidente la diferencia con la situación de otros municipios como Algemesí, Massanassa, Benetússer o Paiporta. La recuperación comienza a asomar. El tono más relajado de los vecinos lo delata, y el aspecto de las calles, a pesar de las cicatrices, también. La suerte, para muchos afectados, es que al ser los primeros en recibir también fueron los primeros en recibir ayuda. Pero, sobre todo, gracias al hecho de que es un municipio eminentemente agrícola, que crece con el vino y la denominación de origen Utiel-Requena, los tractores y las máquinas pudieron actuar inmediatamente. Tanto es así, que tres días después del aguacero enviaron una multitud de tractores, camiones y maquinaria pesada para ayudar a los valencianos de la costa. El vino ha obrado un pequeño milagro, y es que ha podido ayudar a agilizar la remontada.

Vecinos de Utiel colocan vallas en la margen del río Magro que se recupera del desbordamiento/Mathias Rodríguez
Vecinos de Utiel colocan vallas en la margen del río Magro que se recupera del desbordamiento/Mathias Rodríguez

El susto del desbordamiento del río en 1996

Paula y Marina, que viven cerca del río, solo tienen que lamentar la entrada de agua en los bajos de su casa. Ambas explican que esperan a los técnicos de la compañía de agua y luz para revisar las instalaciones, muy afectadas por el desbordamiento. Antonio, el vecino de al lado, está con ellas tras orientar un camión de bomberos que busca un garaje donde tiene que sacar agua. Los tres recuerdan, en conversación con El Món, el desbordamiento del año 1996. Pero aquella vez solo afectó a dos calles y el agua no llegó con la ferocidad que llegó el pasado martes, donde las marcas de agua certifican una altura de dos metros por encima de su cauce.

Precisamente, los recuerdos del agua y el barro están muy presentes estos días. La riuà del 57 y la pantanà del 82 –cuando reventó, en octubre de 1982, la presa de Tous y provocó una de las grandes calamidades del país– son dos fechas que muchos vecinos recuerdan con malestar. Conxa y Vicente, que forman parte de una brigada popular de limpieza, destacan que la Confederación Hidrográfica del Júcar frunció el ceño cuando, hace pocos meses, se otorgaron licencias de construcción a cien metros del río. Lo narran con sospecha y señalando que, quizá, hay decisiones que habría que revisar.

Operarios del Ayuntamiento de Utiel sacan una excavadora del río Magro que realizaba tareas de limpieza/Mathias Rodríguez
Operarios del Ayuntamiento de Utiel sacan una excavadora del río Magro que realizaba tareas de limpieza/Mathias Rodríguez

Los vecinos de Utiel son conscientes de que se recuperan mejor de la DANA que el resto del País Valenciano

Aunque el número de muertos en Utiel se mueve entre seis y ocho y hay unas 150 viviendas afectadas, la vida va abriéndose camino. Las calles mantienen el barro, pero como un rastro, y las brigadas de bomberos, la UME, el personal del Ayuntamiento, de las pedanías, de la Guardia Civil y voluntarios del pueblo van terminando de hacer limpieza. Kevin, un chico con temple, lo describe con facilidad. «Fuimos los primeros, los voluntarios vinieron a cientos, pero el ejército y los bomberos, también», expone. «Pero la clave fueron los tractores y las máquinas, que en un día y medio, limpiaron las grandes pilas de destrozos y chatarra que se acumulaban en las calles», añade.

Juan, que viste un mono azul de cuando trabajaba y que tiene un hermano en Barcelona con un apartamento en Segur de Calafell, subraya la importancia de haber tenido máquinas. «Entrábamos y vertíamos los desechos en este punto», y señala un cruce amplio y espacioso cerca del río donde los camiones y las grúas pueden maniobrar con facilidad. «¡Una grúa iba llenando los camiones y fuera!», remata Vicente, con un hablar nervioso y risueño, vestido con una camiseta bastante explícita de su falla: «Donde cabe el dedo, cabe el plátano».

Todos cuentan la misma historia. El agua salvaje convirtiendo el pueblo en un río desbocado que arrastraba vehículos, agrietaba el suelo y las carreteras y rompía paredes, fachadas y escaparates. Al día siguiente, el paisaje era desolador. Una semana después se nota la recuperación, con el corazón en un puño pensando que podría haber sido mucho peor. Mucho más. Se hace un silencio en la brigada que rompe Angelines, que ofrece (ese ofrecimiento obligado de las abuelas) un café con leche calentito a todos. Aceptan. Parece que todo está bajo control.

Un vecino de Utiel observa los destrozos en la entrada del municipio/Mathias Rodríguez
Un vecino de Utiel observa los destrozos en la entrada del municipio/Mathias Rodríguez

Comparte

Icona de pantalla completa