Para disfrutar de la costa y el mar no es necesario irse al otro extremo del mundo. Las playas paradisíacas del sur de Asia se han convertido en uno de los destinos turísticos por excelencia de las personas -generalmente, adineradas- que buscan escapar de la rutina y refugiarse entre la arena y las olas. Este refugio idílico, sin embargo, también se puede encontrar en Cataluña, y de manera mucho más económica. Un gran ejemplo de destino ideal para disfrutar de la costa y la playa es Sant Pol de Mar, una villa y municipio de la comarca del Maresme situada entre Calella y Canet de Mar. Con poco más de 5.800 habitantes, según los últimos datos del Instituto de Estadística de Cataluña (Idescat), Sant Pol es un claro ejemplo de pueblo mediterráneo que recuerda sus orígenes marineros con un skyline de edificios blancos.
De hecho, desde el año 2019, Sant Pol de Mar forma parte de la marca turística Barris i Viles Marineres, formada por un conjunto de municipios de la costa catalana que, a pesar del paso de los años, aún conservan la tradición, la cultura y sus raíces, directamente vinculadas con el mar. En la arquitectura de la villa y la configuración de las calles, estrechas pero acogedoras, ya queda patente este espíritu mediterráneo, pero la guinda del pastel se demuestra con su gastronomía, muy ligada a la cocina tradicional catalana. Y Sant Pol de Mar tampoco queda al margen de la tradición vitivinícola del país, ya que forma parte de la Denominación de Origen Alella. Este cóctel de vinos, sol, playa y muy buena comida lo convierten en un muy buen destino para disfrutar de la costa catalana durante un fin de semana.

La tradición de gigantes de Sant Pol
Sant Pol de Mar, como tantos pueblos en todo el país, aún conserva tradiciones populares que, a pesar del paso de los años, perduran entre sus habitantes. Un ejemplo de esta cultura popular que se mantiene es el baile de las morratxes de los Gigantes de Sant Pol, que representan durante las fiestas mayores del municipio. Según cuenta la leyenda, un rico morisco llamado Ben Hassat, que vivía en esta villa, se enamoró de una joven del pueblo, Mercè de la Murtra, pero este amor no era correspondido. Para intentar cautivarla con sus encantos, Hassat aprovechó que en el Castillo de Santa Florentina, situado en la actual Canet, hacían un baile para invitarla y regalarle una morratxa -un recipiente decorado hecho de vidrio. La joven, sin embargo, lo rechazó y, al hacerlo, la morratxa cayó al suelo, haciéndose añicos.
Esta leyenda de amor no correspondido es precisamente lo que bailan, hoy en día, los gigantes del municipio. Una de las peculiaridades de esta tradición, en comparación con otros espectáculos de gigantes del país, es que el gigante que simula a Ben Hassat tiene un brazo móvil, ya que de esta manera los gigantes pueden simular la ofrenda de la morratxa a la gigante, Mercè. Los bailes terminan cuando los niños y niñas recogen los pedazos de la morratxa, ya que, según la tradición, da buena suerte.