La parte sur de Valencia tiene, más o menos, la vida de un lunes normal y corriente. Solo algún grupo de gente joven, muy joven, que transporta cubos y escobas rompe la normalidad. Pero a medida que se llega a la parte del Cementerio General de la ciudad y se sube al barrio de Jesús, el paisaje se transforma en un hormiguero de gente que, con botas y ropa cómoda, se dirige hacia las partes más afectadas de la DANA, como el barrio de La Torre, hasta llegar a los estragos que la tormenta ha dejado en Benetússer, Alfafar o Massanassa.

Uno de los puntos de entrada es La Rambleta, un centro cultural que se ha transformado en un encomiable centro de operaciones logísticas autogestionadas. Se distribuye ayuda alimentaria e higiénica, hay servicios de ducha, enchufes para móviles, cobertura telefónica, distribución de voluntarios y de tareas. Todo un despliegue que haría las delicias de un experto en logística. Sin gritos, ni aspavientos, ni chalecos fosforescentes innecesarios pero sí con distribución lógica del trabajo. Simple y efectivo, como las cosas que funcionan. Tan sencillo como es una bicicleta.

Tres voluntarios encargados de repartir la ayuda que debe llegar a las zonas de Valencia afectadas por la DANA/Mathias Rodríguez
Tres voluntarios encargados de repartir la ayuda que debe llegar a las zonas de Valencia afectadas por la DANA/Mathias Rodríguez

Piñones de solidaridad

Uno de los ejemplos es el servicio de bicicleta. Un engranaje solidario sobre dos ruedas absolutamente autogestionado que no solo distribuye ayuda sino que también proporciona un elemento quizás ahora más importante, la información. Alrededor de una organización bautizada como Massa Crítica, decenas de ciclistas o, simplemente, gente que se desplaza en bicicleta, se presenta en la plaza de La Rambleta. Una vez allí, el ciclista se encontrará con un chico alto y de gestos firmes, Txema.

Con serenidad mirará su libreta de espiral, con todas las direcciones y apuntes y ofrecerá al ciclista rutas para llevar material. Todo con carácter urgente, pero sin que nadie salga lastimado. Da las indicaciones e incluso organiza grupos de bicicletas, para abastecer una misma calle que ha solicitado ayuda. Paralelamente, van llegando otros ciclistas que han terminado la entrega de material, pero traen en el zurrón material aún más valioso: información. Es decir, lo que piden o necesitan vecinos o voluntarios, de manera precisa y sin ser excesivo.

Una de las bicicletas embarradas que vuelve del servicio de ayuda a la zona afectada por la DANA/Mathias Rodríguez
Una de las bicicletas embarradas que vuelve del servicio de ayuda a la zona afectada por la DANA/Mathias Rodríguez

Almacenes y talleres

«Hacen falta pañales para personas mayores en el número 42 de la calle Giménez», alerta uno de los retornados. La solución se encuentra muy cerca. A solo cinco metros, hay dos zonas de distribución de material que va llegando de manos de los voluntarios. Un lugar con material para niños, y otro genérico, donde unas mujeres afanadas ordenan, reparten y, sobre todo, no paran de dar las gracias. La inquietud con que cargan arriba y abajo y reconocen, al momento, dónde están las cosas es profesional. No hay más espera que la justa y necesaria.

Está todo tan previsto que se ha dispuesto un taller de bicicletas. «Sufrimos muchos pinchazos», exclama César, el encargado de la mecánica. Ir por el barro y por calles descuidadas castiga las ruedas y las cámaras. Por eso, también piden cámaras y parches que, pese a la ayuda, son insuficientes. De ahí que han dispuesto un número de Whatsapp (670759726) para hacer un llamado y poder ir más rápido con las reparaciones y no detener el servicio sin fin, un verdadero taladro rodado que va entrando y saliendo de la zona cero de la DANA. No paran de pedalear. De hecho, parece que todos pedalean.

Dos voluntarios con utensilios para la limpieza de la
Dos voluntarios con utensilios para la limpieza de la DANA/Mathias Rodríguez

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