La psicóloga Thaïs Tiana (Barcelona, 1980) lleva década y media dedicada a la prevención del suicidio. Formada en la Universidad de Barcelona (UB), actualmente trabaja en el programa de prevención del suicidio y en el programa de atención al superviviente -que enfoca su labor en familiares y personas cercanas de personas que han muerto por suicidio- del Hospital de la Santa Creu i Sant Pau de Barcelona. Hablar claro y sin rodeos, pero siempre consciente de la gran complejidad que rodea el suicidio, la primera causa de muerte no natural de Cataluña. En esta entrevista con El Món dentro de la campaña Units per la Salut Mental, la especialista reflexiona sobre los datos «alarmantes» de intentos de suicidio entre la población catalana, especialmente en los más jóvenes, y reclama más «recursos» y «formación» para los profesionales del sector.

Los últimos datos preliminares del proyecto Prosia-Y, del parque sanitario de Sant Joan de Déu, indican que un 32% de los jóvenes catalanes han tenido pensamientos suicidas. Los datos también indican que el suicidio es la segunda causa de muerte en Cataluña, la primera causa no natural. Son datos muy preocupantes…
¡Lo son mucho! Es la primera causa de muerte no natural…
¿Cómo hemos llegado hasta esta situación?
Pues, la verdad es que no lo sé. No sé cómo hemos llegado hasta aquí. De hecho, también hace relativamente poco que tenemos datos fiables, o más o menos fiables, sobre las muertes reales por suicidio, porque antes era una muerte que se silenciaba mucho. Entonces, tampoco podemos tener muy claras las tendencias. Como mínimo, lo que dicen las cifras, aunque varía un poco según los años, es que, en cuanto a significación estadística, se mantiene una tendencia bastante estable. Los datos, sin embargo, sí muestran que, en la franja joven, que algunos estudios sitúan de los 15 años a los 30, han aumentado mucho los intentos. Con todo lo que implica sobre cómo estamos gestionando el malestar, como sociedad, pero también como familias. Cómo estamos ayudando o no ayudando a sostener a las personas. Hay que tener en cuenta, también, si una persona llega a gestionar un malestar emocional con una autolesión o con un intento de suicidio, que se debería diferenciar.
¿En qué sentido?
La autolesión muchas veces es para sentir físicamente algo más fuerte que el dolor emocional y es una especie de regulación emocional. Y, en cambio, un intento puede ser un suicidio frustrado. Realmente, esa persona, ese niño, ese adolescente o adulto joven, no ha visto ninguna posibilidad de mejorar, de esperanza. Lo ha visto todo muy negro y no ha contemplado otras alternativas. Nos tiene que hacer pensar a todos, no solo a psicólogos y psiquiatras, sino al conjunto de la sociedad. Todos debemos implicarnos. Debemos poder preguntar a alguien qué le pasa y escuchar, quizás, un ‘me quiero morir’. Y, quizás tú no lo puedes sostener, pero sí que lo puedes acompañar a alguien que le pueda ayudar. Y todavía estamos muy lejos de eso…

¿Todavía pesa un estigma o un tabú sobre el suicidio?
Sí. Afortunadamente, sin embargo, yo llevo desde 2010 trabajando en este tema, y veo que progresivamente hay menos tabús. Y esto lo veo sobre todo en los supervivientes de una muerte por suicidio. Es decir, familiares y amigos que han perdido a alguien por suicidio. Cuando empecé a trabajar en este campo había gente que no lo decía, que lo ocultaba. Y, personalmente, a mí me pasaba que cuando compartía algo sobre el suicidio en redes, como por ejemplo sobre el día mundial de la prevención del suicidio [el 10 de septiembre], mi madre siempre me decía «no compartas cosas feas en las redes». Y ahora, en cambio, ella también lo comparte. Creo que esto, a diferentes escalas, es positivo, porque la gente habla más del tema. Ahora bien, todavía estamos muy lejos, y el suicidio sigue siendo una muerte muy juzgada. Y esto tiene mucho que ver también con el hecho de que se tarde mucho en pedir ayuda, sobre todo los más jóvenes. En cambio, hay una tendencia de los adultos con ideas suicidas de ir a urgencias a pedir ayuda antes de cometer el intento. Hay la tendencia de decir ‘pienso en morir, pero vengo aquí’ [a urgencias]. Esto es muy importante, porque significa que se sienten legitimados para pedir ayuda, y sienten que se les ayudará.
¿Y con los jóvenes?
Con los jóvenes, en cambio, y muchos nos lo han dicho, pasa que sienten que no les dan cita si no hay un intento. Y no es una situación tan alejada de la realidad, porque faltan recursos y, por tanto, se priorizan los casos más graves. Y esto, en una situación de guerra temporal, de acuerdo, pero no puede ser la tónica general, porque se está dando un mensaje muy pernicioso. Lo que queremos es que la gente pida ayuda cuanto antes mejor por todo lo que supone después la mejora de la persona y por la posibilidad de sanar, porque con un intento te puedes quedar en el camino… Los intentos autolíticos de adolescentes vemos que son mucho más impulsivos y, muchas veces, mucho más letales.
¿Estos intentos se producen de la misma manera en chicos que en chicas?
La tendencia que se suele mantener nos indica que, en adultos, se producen más muertes por suicidio en hombres que en mujeres, porque suelen utilizarse métodos más letales. En cambio, los intentos suicidas se producen más en mujeres.
¿A qué se debe?
Como la causa del suicidio es multifactorial, los intentos también son multifactoriales. Históricamente, se ha intentado buscar el perfil del suicida, un término que no me gusta nada utilizar porque no es ningún rol, con la buena intención de identificar los motivos. Pero en el suicidio intervienen muchos factores diferentes. También hay un factor cultural. Por ejemplo, en China se suicidan más mujeres que hombres, sobre todo en un ambiente rural. De hecho, en China prohibieron ciertos pesticidas porque estaban muy relacionados con muertes por suicidio. Y también hay países donde muchas mujeres mueren y se cuantifica como suicidio porque no interesa. Con los datos crudos, sabrás antes cuando la gente muere por cáncer que por suicidio, porque muchos accidentes de tráfico o muchas muertes por sobredosis quedan en el limbo.
Teniendo en cuenta esta situación que comenta, ¿qué deberes tiene la administración?
Aquí podría hacer una carta a los reyes. Creo que los principales deberes que tiene la administración es escuchar más a la gente que está sobre el terreno. Y esto no significa escuchar solo a psicólogos y psiquiatras, sino escuchar a los pacientes primero. Y pacientes lo digo con todo el respeto, entendido como una persona que tiene paciencia en el proceso terapéutico. No olvidemos que no todo el mundo que tiene un problema de salud mental hará un intento, ni que todo el que lo hace tiene un problema de salud mental. Pero sí que hay una gran prevalencia. Teniendo en cuenta esto, es importante que preguntemos a las personas que han tenido un problema de este tipo cómo se han sentido cuando han estado ingresados, cómo han sido atendidos… Afortunadamente, hay medidas de calidad que se tienen en cuenta en investigación. Ya era hora de que no solo usaran los datos clínicos.
¿A qué se refiere?
A los datos clínicos les dicen datos objetivos y, a los de la persona, subjetivos, como si fueran peores. ¡Y no! Aquella persona es quien lo vive. Creo que la administración debería tener muy en cuenta esta situación, pero no como defensor del pueblo -que también-, sino para ver qué cosas funcionan. Cosas que quizás han sido la buena voluntad, o la personalidad, o el buen hacer de un clínico, pero que dichas muchas veces sería un empirismo de qué cosas nos van bien como humanos. Yo me dedico también a la salud mental perinatal, en el duelo, y lo que recuerdan las mujeres son cosas tan fáciles de hacer, ¡y tan baratas! Creo que también podría aplicarse en la prevención del suicidio.

Aparte de escucha, ¿cree que falta algún aspecto más?
Sí, creo que también hace falta más formación, tanto en la carrera de psicología como en la carrera de medicina, porque se escucha muy poco hablar del suicidio. Cuando yo hice la carrera, que me gradué en 2003, se daba a entender, de alguna manera, que era mejor no preguntar [sobre el suicidio] ‘a ver si das ideas’, y es todo lo contrario. Debes lanzarte, aunque también da mucho miedo como terapeuta, porque, ¿y si te digo que sí? Por tanto, necesitamos dotar de un mínimo de herramientas a la gente, aunque no se dediquen a la prevención del suicidio, porque un médico de cabecera siempre nos deriva estos casos. Se necesita formación, y se necesitan más recursos. No puede ser que tengamos en el estado español ratios de psicólogos tan bajas respecto a Europa, porque también, como muchas, es una profesión que quema. El colectivo médico es un colectivo con índices muy elevados de suicidio. Necesitamos cuidarnos todos como sociedad. Y no dejemos de lado que la administración debe tener en cuenta que el suicidio es multifactorial, pero que hay muchos factores socioeconómicos, de necesidades básicas, que cuando están cubiertos la persona puede levantar la cabeza.
¿Cuáles son los factores de riesgo más comunes en los intentos de suicidio?
Los factores de riesgo más comunes son la edad avanzada o tener una enfermedad, también física. Es decir, tener un diagnóstico que ya prevés que te quitará calidad de vida. También la soledad, el consumo de tóxicos, porque se entiende muy bien que cuando estás mal consumes para regularte, pero después también hay una resaca emocional y física. También influye no tener un grupo de apoyo, que va muy correlacionado con la soledad, o haber tenido una pérdida reciente. Una ruptura de pareja, una pérdida de empleo… Cosas muy de la vida, pero que depende de cómo te atrapan en ese momento pueden ser un gran precipitante. Y, también, una muerte por suicidio cercana. Es decir, los supervivientes por suicidio tienen más riesgo de suicidio.
Para la población más joven, ¿las redes sociales también pueden suponer un factor de riesgo?
Creo que es un arma de doble filo. Sí que es verdad, y hay estudios que lo demuestran, incluso antes de Instagram, que ya correlacionaban que a más tiempo de consumo de redes, menos autoestima. Aunque tú solo digas que vas a mirar qué hace Pepito de vacaciones, automáticamente tu cerebro ya está comparando. Y si tú estás mirando redes desde tu casa, medio aburrido, y empiezas a ver playas, o gente que patina muy bien, te comparas. A más tiempo, menos autoestima. Un factor que se suma a lo que se puede consumir en redes, y que siempre que estás consumiendo pantalla no estás vinculado al mundo real. Estás alienado. Hay que tener en cuenta también que en las redes hay contenido fantástico y muy valioso, pero hay mucho contenido… Ya pasaba mucho con los trastornos de la conducta alimentaria, y con suicidio lo mismo. Es muy fácil que entres en un chat donde hay un ir y venir de gente que está mal. Y que se intenta ayudar, pero todavía se aliena más… Cuando estamos mal emocionalmente, ya estamos muy turbios como para ver qué es real y qué no. Y si además estamos tanto tiempo en las redes, pues termina teniendo un impacto.
Así pues, y de acuerdo con los datos alarmantes de intentos de suicidio entre la gente más joven, ¿considera que se debería impulsar alguna regulación?
¡Sí! Yo creo que aquí nos tenemos que reunir más, pero no para divagar, y hacer algún comité para regularlo. Se están haciendo cosas, pero cada vez que cambia el partido de gobierno todo se viene abajo. Se tiene que poner la prevención por delante, como se hizo con la Covid. Parar el mundo, de alguna manera. Preguntarnos si realmente nos interesa resolverlo. Si decimos que sí, nos tenemos que sentar, se tiene que mirar qué políticas en todo el mundo están funcionando teniendo en cuenta los factores culturales. Es decir, yo no solo me planteo prevenir el suicidio de mis pacientes, sino promover que quieran vivir. Cuando tenemos una vida que nos gusta, habrá tristeza, angustia, o algún día quizás se me hace muy pesado, pero no me aparecerá la ideación [del suicidio]. Tendré ganas de luchar. Y debemos tener en cuenta también que cada vez la gente habla más de lo que le pasa, y explica más sus traumas.
