Barrer puede ser un acto revolucionario. Así se demuestra estos días en el País Valenciano a raíz de la crisis abierta por la brutalidad de la DANA que ya ha dejado un registro oficial de 214 muertos. La acción de los voluntarios no se detiene aunque el gobierno de Carlos Mazón, -protagonista de diversas pintadas con palabras sencillas, pero nada tiernas- no los ve con buenos ojos. De hecho, para muchos jóvenes se ha convertido en un acto entre la desobediencia y la resistencia y, sobre todo, en una nueva manera de hacer las cosas y de entender la sociedad. «Esto es la revuelta de las escobas», comenta un vecino que recibe contento la oferta de ayuda de tres jóvenes.
Para los cientos de voluntarios que este lunes atravesaban el puente de José Soto que abre la puerta al barrio de la Torre de Valencia y de los densos municipios de l’Horta Sud no hay autoridad en el poder establecido. Tanto dan los llamados a la contención, las complicaciones que les ponen para poder desplegar su ayuda o aquellos gestos de la administración que les quieren hacer creer que hacen más estorbo que servicio. Van a trabajar, a echar una mano, a limpiar. Sin aspavientos, sin dramas a pesar de la dureza de todo ello. A lo sumo alguno expresa un lema que empieza a calar, sobre todo entre los niños: «Solo el pueblo salva al pueblo» o bien con la sencilla razón de que «hay que ayudar».
Los que sí defienden sin rodeos a los voluntarios son los vecinos. «Hemos tenido suerte, de los voluntarios» es una frase recurrente entre vecinos que hasta hace dos días, o hasta hoy mismo, no han visto ni a un bombero, ni a un militar, ni a un policía. Es la opinión de Vanessa de Massanassa, la Lacip de Alfafa o Vicent de la Torre, vecinos desesperados que han podido abrir puertas o vaciar de barro la casa gracias a los voluntarios. De hecho, es evidente el gran trabajo que hacen. Quizás sí que desorganizadamente, quizás sí que con cierta anarquía, pero la fórmula es sencilla. Llegan, en grupos o individualmente, y se hace la pregunta al vecino que intenta ordenar el desastre: «¿Os echamos una mano?». A partir de aquí comienza un esfuerzo colectivo que finalmente, policías, bomberos o militares respetan escrupulosamente.

De estadounidenses a adolescentes sin instituto
Susan lidera un grupo de chicas y chicos de Estados Unidos que con botas de agua se dirigen hacia la Torre. Estudian en Valencia y comentan a El Món que creen tener la simple obligación de ayudar. Al fin y al cabo, harían lo mismo si estudiaran en Kentucky. Les parece normal que, si en el lugar donde viven hay problemas, lo que hay que hacer es solucionarlos. Como Sandra, una valenciana que lidera un grupo de tres chicos y dos chicas que vienen de Burjassot o Gandía. Estuvieron dos días preparando y recogiendo material solidario y este lunes han venido a quitar barro. Tienen cara de cansados. Han venido en un autobús y se quedarán unos días. «¡Hasta que nos dejen!», comentan.
Pau, con quince años, formaba parte de un grupo de adolescentes de entre catorce y quince años. «No tenemos instituto y hemos venido a trabajar, a ayudar». La excusa para que les hayan dejado venir es que uno de ellos tiene un tío con una tiendita absolutamente embarrada en la avenida Real de Madrid. Una vía amplia que tras el paso de la DANA parece una zona bombardeada, pero que toma la vida de un hormiguero de voluntarios que cargan herramientas, se saludan y agradecen como grupos de vecinos les preparan bebidas, bocadillos y café. «Llevo cinco días aquí, estoy agotado, pero mañana vuelvo», comenta Pau que parece que las largas jornadas quitando barro lo hayan convertido en un verdadero profesional del orden público.

Un fontanero legionario
Los grupos de jóvenes voluntarios son numerosos. Y respetados. Se coordinan con destreza y los voluntarios que llevan maquinaria pesada, gruistas o taxistas les llevan comida. Unos tuppers de un solo uso con ensalada de garbanzos o lentejas estofadas, agua y fruta. Se preocupan para que coman, pero la preocupación de los jóvenes parece ser otra, como si tuvieran un compromiso moral de solidaridad tan arraigado como el que tienen con Tik Tok o Instagram, donde, por cierto, difunden vídeos sobre cómo protegerse de posibles infecciones en un terreno lleno de agua estancada y trabajar.
Entre los voluntarios también se cuentan personajes como Julio, un fontanero de Xàtiva, exlegionario -en la bandera de Ceuta- que ayuda a desatascar fregaderos y grifos. Va con una furgoneta llena de material, dos ayudantes y un paquete de 24 latas de cerveza, que lo mantiene en marcha. «¡Llevo desde el jueves aquí trabajando, y me iré cuando ya no sea útil!», exclama mientras una mujer le da mil gracias por haberle desatascado una tubería que el barro había taponado.
Hay gente de todo el País Valenciano y de toda la nación catalana. Un grupo de cinco que se han conocido aquí se desplazan juntos. Se acoplan a otros grupos, sacan barro en una sincronía encomiable o bien actúan en una zona muy concreta con división concreta de tareas. «Es más efectivo y compartimos las herramientas», justifica uno de los voluntarios que proviene de Sagunto. Otros descargan u ordenan las colas para recoger el agua, la comida o la ropa para los damnificados a través de sofisticados grupos de Telegram o documentos archivos abiertos donde se desgranan las necesidades por dirección. Los voluntarios se han convertido en los protagonistas buenos de la desgracia, pero, como quien dice, sin querer. La pésima gestión de lo que ha hecho la administración los ha encumbrado hasta convertir el hecho de ensuciarse de barro en un acto revolucionario.
