Las desgracias nunca llegan solas. Desde que la historia se escribe, la tragedia hace más daño donde la escasez se ha instalado antes. Los estragos de la DANA en el País Valencià vuelven a certificar la historia. En concreto, en el barrio del Raval de Algemesí. Si Algemesí ha sufrido enormemente el desbordamiento del río Magro, el barrio del Raval, aún más. Es una zona de bloques y casas del pueblo de aquellas que se califican de «marginales» o lo que el lenguaje político de los últimos años describe como «de especial complejidad» o «pendientes de actuación integral». Un no-lugar marcado por la dejadez de las administraciones y por una leyenda negra alimentada desde hace años por los mismos vecinos del pueblo.

Tal es el abandono seis días después del aguacero: todavía no ha entrado ninguna máquina. Solo voluntarios que desde hace dos días están abriendo a pico y pala o a golpe de escoba el metro de barro de los bordes de las calles que impide, todavía a estas horas, que la gente salga de casa. Seis días después, la gente del barrio, ya estigmatizada como «gitanos», «moros» y «desgraciados», todavía convive con coches convertidos en chatarra, basura y miseria que llenan las calles convertidas en embalses de barro.

«Esto también es el País Valencià, aunque alguien crea que es el trasero del país», opina Raül, un maratoniano comprometido que ha cruzado el «check point» que separa el «pueblo» del barrio, la estación de Renfe, para venir a echar una mano y organizar la legión de jóvenes voluntarios que este martes trabajan de arriba abajo del barrio, localizando personas encerradas, desbrozando las casas de muebles y trastos mojados y deteriorados por el agua, limpiando de barro cada rincón o, simplemente, poniendo alma al desánimo de ver que hay alguien a quien la vida no le da nada de paz ni una simple tregua. Raül va de un lado a otro blandiendo una pala que ha arrastrado más kilos de barro que granos tiene un saco de trigo. Es ingeniero, pero ha pedido vacaciones para ayudar. «Si nos echan, pues… ya se las apañarán», sentencia convencido del compromiso de los voluntarios que han pedido fiesta en los trabajos para poder recuperar la vida de sus pueblos.

Una vecina del Raval de Algemesí, sentada en medio de los estragos de la DANA/Mathias Rodríguez
Una vecina del Raval de Algemesí, sentada en medio de los estragos de la DANA/Mathias Rodríguez

Ni la gente de Algemesí

Aurora, la farmacéutica, está indignadísima. «¿Tú crees que desde el Ayuntamiento decían que al Raval no iba nadie porque tiraban piedras a la policía?», se exclama escandalizada, aunque intenta ayudar a calmar el caos social que se vive en el barrio. «¡Ya está bien, hombre! ¡Decían a la gente que no viniera aquí!», añade. Jaume, un hombre hábil y que conoce bien a los ‘influencers’ del barrio, también está enfadado con la situación de abandono perpetuo, que la DANA ha incrementado. «He tenido que ir yo fuera del pueblo a buscar a unos bomberos! Cuando han visto cómo estábamos han llegado enseguida y ya ves cómo están aquí trabajando», explica mientras señala a una brigada de los Bomberos de Madrid que, con una radial, abren persianas y puertas como si fueran latas de sardinas.

José, un hombre corpulento y con un peinado clavado al de los cantantes de Rumba 3, se queja de todo sin miramientos. «¡Y yo que mis favoritos son los de Vox!», lamenta después de enterarse de que fue la extrema derecha españolista la que eliminó la Unidad Valenciana de Emergencias. De todas formas, no tiene muy claro si el alcalde de Algemesí es del PP o del PSOE. De hecho, parece que le da igual, pero sí advierte que si en las próximas elecciones viene a pedir votos, lo echará. «A ver si es verdad, José», le replica Raül. Uno de los problemas es que ni la gente de Algemesí quería ir al Raval. La crudeza de la leyenda negra es infinitamente poderosa. Pero, al final, se ha captado la magnitud de la tragedia y, ahora sí, llegan y ayudan.

Carles, voluntario en el Raval que viene de Beniparell, conmocionado por las imágenes/Mathias Rodríguez
Carles, voluntario en el Raval que viene de Beniparell, conmocionado por las imágenes/Mathias Rodríguez

Mariano, el argentino de la muixeranga

Mariano, con una sudadera roja y una gorra con visera, fue de los primeros en llegar. Vive en el pueblo, aunque no en el barrio, y la suerte ha querido que su piso sea un tercero. Estaba ayudando en el pueblo y su hijo le mostró las fotos de cómo estaba el Raval. «Vine aquí y vi el panorama», recuerda con recelo y apretando los dientes. Ahora coordina a los voluntarios y es difícil seguirlo por las calles llenas de barro y recuerdos rotos mientras propone, pide, encomienda o facilita.

Es profesor de Educación Física. Un argentino que llegó en 2002 al País Valencià y maestro de muixeranga. Al verlo actuar, parece un comandante de la UME, pero rápidamente aclara que él no es ningún profesional. «Soy argentino y, si de algo sabemos los argentinos, es de catástrofes y desgracias!», responde con un humor fino este hooligan del River. «Hoy han llegado de verdad los militares, y aunque me extrañaban sus órdenes, admito que no hacen cosas lógicas, sino prácticas, y han dado resultado», reconoce. Una de esas cosas es una cadena de decenas de jóvenes que trasladan y vacían trastos en un gran descampado que ha permitido utilizar con destreza y eficacia cientos de manos con ganas.

Una fotografía dentro de una vivienda del Raval castigada por la DANA/Mathias Rodríguez
Una fotografía dentro de una vivienda del Raval castigada por la DANA/Mathias Rodríguez

Todos se llaman Joan

Como Mariano, están Josep y Carlos, que sacan barro a golpes de pala y agradecen que la prensa haya venido a ver la devastación. Creen que las autoridades han visto ahora la oportunidad de hacer una «actuación integral en el barrio». Es decir, derribarlo con la excusa de que el aguacero lo ha dejado inhabitable, sin ningún negocio, con casas y calles destrozadas y sobre todo, con una escuela que amenaza ruina. Josep y Carlos, sin embargo, también se llaman «Joan».

De hecho, este martes hay muchos «Joans» en el Raval. Todo a raíz del hecho de que el primer coordinador de los voluntarios se llama Joan, pero estaba tan desbordado, que los que le ayudan también se hacen llamar «Joan» y así pueden acelerar el trabajo. Cuando llega un grupo de voluntarios nuevos preguntan dónde deben ir, un «joan» los recibe y les dice «id a este calle y preguntad por Joan». Lo hacen, y alguien que, tal vez se llama Guadalupe, levanta la voz y pronuncia con fuerza: «Yo soy Joan». Encomienda el trabajo y nadie se pregunta nada. Aunque Joan no sea nombre de mujer y que quien ordene, se llame Guadalupe.

Voluntarios en el Raval de Algemesí/Mathias Rodríguez
Voluntarios en el Raval de Algemesí/Mathias Rodríguez

Maquinaria y metadona, por favor

El colapso es todavía enorme en el Raval. Los cientos de manos que allí trabajan hacen trabajo pero no lo suficiente para avanzar. El llamado general de los «joans», de los «vecinos» y de los voluntarios es que hacen falta máquinas. Luchan para que entren excavadoras, palas, camiones y grúas. La llamada es a través de las redes sociales. Todos se desgañitan pidiendo a través de Twitter, Tik Tok, Instagram o Facebook que llegue la maquinaria. La llamada conjunta se ha hecho a las tres de la tarde y, a las cuatro, han comenzado a llegar decenas de máquinas. Quizás es que las redes son más democráticas y menos clasistas de lo que algunos quieren hacer creer.

Las peticiones no se acaban aquí. También hay una petición soterrada pero necesaria. Se necesita metadona. «En este barrio es como la insulina, se necesita metadona, hay gente que no lo puede aguantar más», alerta Mariano. «Si hasta hoy no ha llegado de verdad la UME, no sé qué pasará con la metadona», comenta Josep. Hay necesidades, hay desprecio, pero por unas horas, todo ha cambiado. El «trasero del País Valencià» que nadie quería limpiar ha encontrado a muchos que no tienen manías, que dejan de lado los prejuicios y hacen faena en el Raval, porque también han descubierto que es su pueblo. Aunque sea seis días después.

Un vecino del Raval no se atreve a salir de casa por el agua y el barro ante la atención de los voluntarios /Mathias Rodríguez
Un vecino del Raval no se atreve a salir de casa por el agua y el barro ante la atención de los voluntarios /Mathias Rodríguez

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