El patronato del Museo Nacional de Arte de Cataluña (MNAC) tiene este lunes, 16 de junio, una reunión muy importante. Debe valorar la última sentencia del Tribunal Supremo, que confirma las decisiones del juzgado de primera instancia y de la Audiencia de Huesca de ordenar al museo catalán devolver las pinturas murales románicas al monasterio de Sixena. No es la primera decisión de la administración de justicia que obliga a las instituciones culturales catalanas a devolver obras de arte a uno de los grandes monumentos de la corona catalanoaragonesa situado en los Monegros, en la Franja de Poniente.

De hecho, ya se han devuelto 155 piezas, un número curiosamente coincidente con el número del artículo de la Constitución que, en diciembre de 2017, permitió que la Guardia Civil entrara al museo de Lleida a llevarse las obras, algunas de las cuales aún no se han expuesto en Sixena. Ahora el debate se encuentra en las pinturas románicas de la sala capitular. Una sentencia cuya ejecución muchos expertos, tanto juristas como museólogos y conservadores, ven de imposible cumplimiento, a menos que quieran «cargarse» las obras.

En medio de este tira y afloja, lo que es seguro de imposible cumplimiento es la devolución de una de las verdaderas joyas que provenían de Sixena. En concreto, de un portapaz de delicadísima orfebrería y de un valor incalculable que desapareció, en extrañas circunstancias, del armario de seguridad del MNAC en mayo de 1991. Nunca se ha podido recuperar y todavía se encuentra en búsqueda. De hecho, la Interpol aún lo tiene en el top de los objetos históricos robados más buscados. Los Mossos d’Esquadra no han hecho ninguna indagación desde 2011 y el Cuerpo Nacional de Policía tiene la carpeta del caso en un archivo de Madrid. Un portapaz que ni siquiera la imposición de la justicia española hará que regrese a Sixena. Ni, como hicieron en Lleida, con la Guardia Civil.

Primera página del expediente de Interpol remitido a El Món esta semana sobre el portapaz en búsqueda y captura que proviene de Sixena/Quico Sallés
Primera página del expediente de Interpol remitido a El Món esta semana sobre el portapaz en búsqueda y captura que proviene de Sixena/Quico Sallés

La joya de la colección

La pieza más buscada del MNAC es un portapaz que los Museos de Arte de Barcelona adquirieron en 1972, a través del contrato con el directorio de museos de arte de Barcelona, aún con Franco en el poder. Según explica el historiador del arte Joan Francesc Ainaud i Escudero en el boletín del MNAC de 1994, es el Portapaz de Pere d’Urgell, datado hacia el año 1400. Una pieza que fue un regalo del conde Pere II de Urgell cuando su hija Isabel era monja en Sixena. Hay que tener presente que los monasterios reales, como el de Sixena, formaban parte de las cortes, y allí se encontraban miembros de la nobleza y de la aristocracia. Pere II de Urgell era hijo del conde Jaume I de Urgell y sobrino del rey Pere III El Ceremonioso. En la lucha contra Fernando de Aragón, el rey le otorga el título de lugarteniente en el Reino de Valencia y, posteriormente, la baronía de Fraga, donde se incluía territorialmente Sixena.

El portapaz es una verdadera joya de la orfebrería de unos 10,5 centímetros construido con una delicadísima técnica de esmalte conocida como sur ronde bosse, que solo se llevaba a cabo en sofisticados talleres de París. Dentro tenía una reliquia extraordinaria, un trozo de la túnica de Jesucristo, y representa una imago pietatis. Es uno de los instrumentos de los rituales católicos de la época que los fieles besaban en las eucaristías y las celebraciones. Incorpora una figura de Cristo, con unos cabellos hechos de alguna aleación de plata, y lleva incrustados un balaje -un rubí de color claro- y dos zafiros brillantes, que le otorgan un valor imposible de calcular.

Imagen de la noticia de La Vanguardia que informó sobre el robo del portapaz/Hemeroteca
Imagen de la noticia de La Vanguardia que informó sobre el robo del portapaz/Hemeroteca

34 años después, ninguna pista

«Una valiosa joya gótica del siglo XV ha sido sustraída de la caja fuerte del Museo Nacional de Arte de Cataluña». Así comenzaba la crónica del 28 de marzo de 1992 en La Vanguardia, cuando la cabecera adelantaba la desaparición del portapaz. El caso trascendía casi un año después del robo. Y, 34 años después, no solo no se ha recuperado la pieza sino que además, el caso continúa rodeado del misterio de quién y cómo se llevó a cabo. Bien podría alimentar una de las mejores aventuras de Sherlock Holmes y su inseparable Watson.

El robo salió a la luz pública pocos meses antes de los Juegos Olímpicos de Barcelona, y los cambios en la dirección del MNAC y de los responsables de la seguridad de la entidad meses después, como el de Joan Sureda, que fue relevado por Xavier Barral, incrementaron el misterio. Aunque el relevo se hizo con suficiente tacto y margen para que no se relacionara la desaparición de la pieza con la sustitución y se conectara más con los cambios de gestión. El robo se perpetró en mayo de 1991, sin que se sepa la fecha exacta, porque se descubrieron los hechos cuando alguien vio que el armario estaba abierto, pero no se pudo concretar si hacía muchos días o pocas horas que lo estaba. De la investigación se hizo cargo la brigada de delitos contra el Patrimonio del Cuerpo Nacional de Policía, que entonces era el cuerpo competente en Barcelona, y no tuvo éxito. Lo calificó de «hurto atípico».

Imagen general de la entrada del MNAC este fin de semana/Quico Sallés
Imagen general de la entrada del MNAC este fin de semana/Quico Sallés

Un ladrón que conocía la casa

La tesis policial de aquel momento fue que el ladrón «conocía perfectamente el funcionamiento del museo». De hecho, el robo se perpetró aprovechando las obras de remodelación del MNAC y durante la negociación del cambio de gestión, con la cual la titularidad del museo pasaba a manos de la Generalitat. Las obras se guardaban en un armario metálico en el ala derecha del edificio. Una zona que los empleados habían bautizado como «búnker» porque era el lugar más seguro de la institución. Varias personas tenían acceso o conocían dónde se guardaban las llaves del armario. Pero nunca se abrió ningún expediente a los trabajadores que podrían haber tenido acceso. La policía tampoco encontró ninguna pista concluyente o ningún indicio suficientemente convincente. El móvil del delito se podría reducir a una venganza o incluso a un encargo de un coleccionista obsesionado con esta joya gótica. Toda hipótesis era tan convincente como susceptible de ser refutada.

Hay que situarse en el año 1991, en que la seguridad en los museos era bastante diferente de cómo se entiende ahora y cuando la tecnología no estaba tan avanzada para la detección y prevención de los robos, aunque se supone que la zona donde estaba la pieza era mucho más segura que el resto del MNAC. De hecho, según las crónicas de la época, en el armario solo había las piezas más pequeñas y no las más valiosas. En este sentido, los testimonios recogidos aseguraban que había piezas de más valor fuera del armario que dentro. Poco tiempo después, sin embargo, se cambió de empresa privada de seguridad. Un trámite que se hizo tan rápido que durante 24 horas, entre la salida de una empresa y la entrada de la otra, la seguridad estuvo a cargo de la Guardia Urbana de la ciudad.

Vista del monasterio de Sixena con el tejado ocupado por cigüeñas/Quico Sallés
Vista del monasterio de Sixena con el tejado ocupado por cigüeñas/Quico Sallés

La Interpol, detrás de la pieza perdida

Han pasado 34 años. El Cuerpo Nacional de Policía tiene sobre la mesa para desclasificar el expediente del robo, que se encuentra en el archivo histórico policial, y traspasó el caso a los Mossos d’Esquadra. La Unidad Central de Patrimonio Histórico de la División de Investigación Criminal de los Mossos d’Esquadra (UCPH), los Indiana Jones de la policía catalana, un escuadrón formado por un cabo y seis agentes comandados por el sargento Josep Lluís Ulloa, tiene en la carpeta de casos pendientes encontrar este portapaz.

Ahora bien, admiten que desde 2011 no han hecho ningún movimiento porque el caso está en manos de la Interpol. Aunque esta unidad tiene la fama de testaruda. Por ejemplo, en enero de 2024 recuperaron otra pieza histórica robada en 1983, una fabulosa cruz gótica de la parroquia de Santa María de Sant Martí Sarroca. La Interpol, la coordinadora policial internacional, ha confirmado a El Món que la pieza aún se encuentra en el catálogo de las obras de arte más buscadas. De ahí que utilicen toda la red informativa de subastas, coleccionistas, revendedores, traficantes habituales para detectar si en cualquier momento emerge una pista, como un intento de venta.

El tamaño de la pieza, casi de bolsillo, su singularidad y el simbolismo que supone hace que los actuales poseedores se cuiden mucho de hacer ningún movimiento en falso. Aunque el CNP, los Mossos y la Interpol llevan 34 años detrás, así como la estructura del MNAC, no consta que hasta ahora ni el gobierno de Aragón, ni el Ayuntamiento de Sixena hayan hecho ningún movimiento para averiguar el paradero del portapaz aunque en el Museo consta una referencia escrita. Quizás si sospecharan que el portapaz estuviera en Cataluña serían capaces, incluso, de contratar a Sherlock Holmes para encontrarlo. O tal vez alguien les avisaría de que el famoso detective solo era un personaje de novela, como parece el robo del portapaz Pere d’Urgell.

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