Hace siete años. Un primer domingo de octubre que tenía todos los números para ser histórico. De hecho, tuvo tantos números que hizo saltar la banca. Fue un domingo nublado marcado por un fuerte contenido político, un simbolismo profundo y una actuación de inteligencia colectiva de carácter político que ha acontecido emblemática. Es uno de aquellos días, el día del referéndum del Primero de Octubre, donde la pregunta clásica que se procede es «y tú, donde eras?». Pero, que añadido los siete años que han pasado, se puede añadir otra: «Y tú, donde eres ahora?».

El Món ha conversado con protagonistas anónimos de aquella jornada. Ciudadanos que aquel día guardaron una escuela, sufrieron la fuerza policial y pasaron miedo e ilusión. Y otros que formaron parte de la máquina clandestina de la organización, a través de las urnas, de las campañas o del material indispensable para la votación. Todos reviven aquellos momentos con una ilusión marcada y viva, pero eso sí, admiten que todo y la persistencia del sentimiento, el paisaje ahora es desolador. Algunos son más optimistas y creen que aquel momento, un día u otro, se podrá repetir. Otros lo ven muy difícil, o en todo caso, piensan que no será igual. Son octubristas por convicción.

Carteles de las vías del tren por el referéndum del Primero de Octubre conservados en un magtazem/Quico Sallés
Carteles de las vías del tren por el referéndum del Primero de Octubre conservados en un almacén / Quico Sallés

«Los catalanes hacemos cosas»

«Yo guardé las urnas en el jardín, en un parterre tan sucio que ni mi mujer se acerca». Lo explica Joan, uno de los activos voluntarios que participó en el reparto logístico más complejo y clandestino de los últimos cuarenta años. «Fuimos la muestra que los catalanes hacemos cosas», ironiza. Joan, un hombre que siempre muerde un chicle, relata, en conversación con El Món, como escondió una urna en el coche para llevarla en un colegio y topó con la Guardia Civil. «Me salió de dentro de dirigirme a ellos para preguntar el camino del hospital, me creyeron y abrieron el control», detalla sonriente. Repartió urnas en todo la Cataluña Central. «Me siento orgulloso de haber participado, con la unidad de las derechas y las izquierdas para una misión concreta», enfatiza.

Ahora bien, el rostro le cambia cuando habla del momento actual. «Estamos desanimados, pero también fuimos unos ilusos, a pesar de que muchos sabíamos y advertíamos que el Estado español haría el que fuera imposible para pararlo, demasiado llirisme de los políticos», critica. De todas maneras, Joan cree que todo resurgirá «en el plazo de una generación, entre cuatro años y diez, a lo sumo». «Ahora nos intentarán marear con un acuerdo y más cuando llevas siete años de desilusión y cansado, después de una gran subida de adrelanina… pagamos el precio de ser unos mierdas, envolver la troca y no saber culminar el objetivo», reprocha con dureza. En todo caso, Joan insiste que tiene la «mochila a punto». «La plantilla la tenemos clara, pero eso sí, alguien me tendría que motivar», avisa.

Una imagen de la plaza Primero de Octubre de Fonollosa/Quico Sallés
Una imagen de la plaza Primero de Octubre de Fonollosa/Quico Sallés

La octubrista que se tragó una lista con números de teléfono

En el mismo sentido se expresa M.J. que defendió una escuela y ayudó después en el exilio. «Cuando vi la Guardia Civil entrando por la puerta del almacén, no tuve más remedio que tragarme la hoja de papel con el listado de móviles contactos», relata con una risa cuando describe uno de los múltiples cacheos que se hicieron en Cataluña los días antes para encontrar material del referéndum. «Estaba envuelto en la logística del referéndum, y éramos muchos, y veteranos», indica.

También defendió una escuela en Barcelona a la cual la policía no llegó. Fue la noche antes y durante buena parte de la jornada hasta que fue requerida como técnico para intentar arreglar incidencias informáticas. «Cuando quieran, que me llamen. Somos, con la misma fuerza y con siete años más», insiste como prueba de determinación a pesar de la trifulca política interna independentista. «De todas maneras, otra vez, al papel me pondré algún condimento», ironiza mientras fuma un pitillo rubio y acluca los ojos en formado trapacero.

En el mismo sentido se expresa otro de los que participaron en la logística, S. que todavía guarda los carteles oficiales del referéndum, retirados por las autoridades. «Casi ni recordaba que los tenía todavía, de tan muy escondidos!», confiesa después de bajarlos de un altillo donde los va entaforar después de estar camuflados en un tipo de gallinero en medio de la meseta bucólica del Lluçanès. Ahora raen en un almacén junto con los mismos trípticos de la campaña. Era el merchandising institucional de la consulta con la metáfora de las vías de los trenes. Una campaña que todavía mantiene inculpado, entre otros, el exdirector de TV3, Vicent Sanchis, por haber emitido los anuncios cuando, supuestamente, había sido retirada por la autoridad judicial a petición de la fiscalía.

La Candelària, en casa suya donde recuerda y pervive el Primero de Octubre/Quico Sallés
La Candelària, en casa suya donde recuerda el Primero de Octubre/Quico Sallés

«No dejarlo estar!»

«Todo es una chapuza, esto de la política». Esta es la definición de la Candelària, una mujer de 79 años con la movilidad reducida que estuvo protegiendo una escuela en Sant Joan de Vilatorrada con la Guardia Civil a pocos metros. «Lo viví con tanta emoción, aquella como nunca en mi vida he vivido la política, y con aquella como tanta gente debía de pasar», describe. «No me moví de allá, pero recuerdo que, a medida que iban pasando las horas, todo el mundo decía: ‘La gente mayor, íos hacia casa’, porque la cosa se complicaba. Pero yo pensé: ‘Tú a casa no irás’. Primero, que no tenía nadie. Y, después, que habría tenido problemas para ensartarme a la moto [la motoreta eléctrica con que se desplaza]», detalla. Al final volvió a casa a las once, pero no se puso ni a la cama y volvió a la escuela. «Estaba emocionada, sobre todo por mi marido, Jordi que era un gran patriota», destaca. De hecho, su estudio, todavía es un verdadero mausuleu de la lucha catalanista.

«Cuando volví a ir al colegio, había un ambiente nervioso, una cosa tan extraña, me parecía que se tenía que acabar el mundo», remacha. «Me pusieron a segunda fila, por la moto y porque soy grande. Allí había gente que no esperaba y otras que esperaba ver no vinieron. La gente se cogía del brazo esperando la policía y pensé: ‘Es mi tierra y no podemos desistir'», añade. Una idea que persiste. De hecho, la Candelària que ahora se está en casa porque se le ha estropeado la motoreta, cree que el 27 de octubre «no se tendría que haber dado marcha atrás». «Pero lo digo ahora y lo diré en todas partes allá donde quieran: no tenemos delante los políticos que nos merecemos!», critica.

En este sentido, asegura que mantiene la «ilusión» pero no ve «nadie capaz de hacer un arranque». «Se disputan unas cosas entre ellos mismos, que es tan triste, tan poca cosa, que no sé qué esperan…», se lamenta. «Me hacen mucho daño los huesos, pero tenemos que estar, mientras pueda, sí, volvería», remacha. «Seguramente de otro modo, no sería tan cordero… no teníamos que creer tanto», se autocritica. «Cuando me dicen que ya se lo harán, que lo deje estar, yo respondo que nos lo hacen! Claro que importa el que hagan!», subraya. «Por muy decepcionados que estemos, estamos!», declara después de recordar que ahora «hay un presidente socialista» y todo ello parece «muy lastimoso».

Ramon Armengol, en la plaza del Primero de Octubre de Fonollosa/Quico Sallés
Ramon Armengol, en la plaza del Primero de Octubre de Fonollosa/Quico Sallés

Fonollosa, un símbolo

Ramon Armengol es un jubilado que pasa horas y horas dedicado a recuperar la memoria histórica de buena parte de los pueblos del Bages. Es de Fonollosa, trabajaba en el textil y era el cartero. Este pequeño pueblecito del Bages profundo fue uno de los lugares donde los cuerpos y fuerzas de seguridad del Estado actuaron con más contundencia aquella jornada. Su alcalde, Eloi, fue uno de los testigos más sobrecogedores del juicio en el Tribunal Supremo. Ramon es el marido de la mujer a quien la Guardia Civil le rompió el brazo cuando la echaron por tierra antes de reventar la puerta del colegio electoral. Todavía hay el marco de la puerta como lo dejaron los agentes y una cápsula del tiempo que en salvaguardia la memoria de aquella Diada. Precisamente, a Fonollosa se celebró el acto institucional del primer cumpleaños del referéndum por parte de ERC.

«Aquel día lo vivimos con ilusión, aquel embate con el Estado, quiero decir, hacer un referéndum, con todo en contra…», rememora. Ramon expone que a las séis de la mañana ya estaba en la escuela por si pasaba algo. «Quién nos tenía que decir que nosotros seríamos unos de los que nos tocaría?», todavía se pregunta. «Y, vigila, nos vapulearon», recuerda. De hecho, esposaron un vecino todo. Ramon redibuja la jornada en el casal de la gente mayor porque en el bar hay demasiado temporal. Así, recuerda que veían las imágenes de Sant Julià de Ramis por televisión y no pensaban que aquello pasara a Fonollosa. «Y sí, vinieron, nos avisaron que venían por la carretera, y… fue de un gran impacto», añade. Eran más policías que gente y decidieron sentar en tierra y proteger la votación, no se salieron. «Nos vapulearon, picar no, pero vapulear sí», exprés. «Fueron más feroces en Sant Joan!», compara con relación a las actuaciones en Sant Joan de Vilatorrada, un pueblo a once kilómetros donde la Guardia Civil se despachó a gusto en el instituto Quercus y en el colegio Joncadella, donde zurró el payaso Jordi Pesarrodona.

Después de siete años, Ramon opina que se volvería a poner. «Ahora bien, lo que pasa es que dos cosas iguales yo pienso que no pueden pasar», admite. También voz «difícil» poder llegar a la independencia, «viste el que ha pasado estos años». «Lo veo bastante complicado, porque hay un estado demasiado fuerte delante», razona. «Fue un proceso que duró muchos años, y con aquella cosa que teníamos todos, con los amigos, por ejemplo, había que eran más optimistas, otros que no lo éramos tanto, y otros que no lo eran nada. Y recuerdo siempre un amigo, que nos decía que el Estado español todavía es demasiado valiendo, quiero decir, tenía que tener más debilidad para poderlo derrotar, y pienso que tenía razón», reflexiona. «Yo, personalmente, veo difícil que se pueda volver a llega a aquello que se llegó, pues, aquel octubre del 17», concluye.

«Ahora, se tiene que trabajar con bata blanca, se tiene que trabajar fin»

Joan Sebarroja vivió la jornada como uno de los voluntarios de una asociación de la AFA de una escuela de Manresa, la Serra Hunter. Joan ha conseguido una de las pocas condenas por una agresión fascista a su persona, en Almeces, cuando un grupo de ultraespanyolistas le echó disolvente en los ojos. El recuerdo de aquel día es complicado. Tiene presente la ilusión y como tuvo que marchar porque la madre de su mujer había muerto. «Tuve un papel de logística del colegio electoral, dormimos y con nanos que nunca habría pensado que serían de la causa», comenta.

Después del referéndum ha trabajado en mil causas y mil proyectos relacionados con el Proceso. Su conclusión es que después de la éxit del Primero de Octubre, ahora hay que «trabajar con bata blanca». «Se tiene que trabajar fino, las cosas se tienen que hacer y se tienen que hacer bien», abona. «Se tiene que trabajar fino», insiste para hacer valer el Primero de Octubre. «Ahora ya no tenemos margen de error», argumenta.

Joan no cree que sea correcto «simplificar» el movimiento del Primero de Octubre en el concepto Procés. «El Primero de Octubre no es un proceso de un día, ni de dos, como la Segunda República tampoco lo fue, duró unos cuántos días más, por así decirlo. Cuándo han tardado las otras independencias?», se cuestiona. «No podemos perder la esperanza. Si la perdemos, los habrá salido muy barata, nuestra esperanza», confirma. «Quién se podría dedicar más, que se dedique más; y, evidentemente, quien desde ante un partido político pueda hacer más, que haga más», concluye.

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