Hay que viajar bastante en el tiempo para conocer los inicios del Hard Rock, un macroproyecto capaz de situarse en el centro del debate político sin ni siquiera existir. Concretamente, hay que ir hasta septiembre de 2012. Era la Cataluña post-tripartit; un país que volvía a estar liderado por Convergència, ahora en manos de Artur Mas. El mismo president de la época fue el encargado de presentar el BCN World, una suerte de Eurovegas 2.0 a pocos kilómetros de Port Aventura que, con el paso de los años, se ha rebautizado como Hard Rock Entertainment World. El catedrático de ciencias políticas Joan Botella detalla, en conversación con El Món, que el proyecto siempre ha andado a remolque de unos partidos «que nunca lo han aplaudido con mucho entusiasmo», sobre todo a la bancada de la izquierda. Ahora bien, todo ello toma otro ritmo –y sobre todo otro protagonismo- en 2023, fruto de un «cambio profundo» de los socialistas, que deciden ponerlo como línea roja en la negociación de los presupuestos de la Generalitat. El resto ya es historia. Este golpe de volante obliga los Comuns a mover ficha –han puesto como condición para las cuentas de 2024 enterrar el Hard Rock definitivamente– y mostrarse fuerte en un terreno, políticamente hablando, que casi siempre había sido de la CUP, el partido más beligerante hasta entonces con el macrocasino.
El escenario actual en la circunscripción de Tarragona no es muy diferente al de los últimos años, pero la batalla por el voto contrario al Hard Rock ha generado una nueva arista en la campaña. La fundación municipalista de la CUP hace que los anticapitalistas tengan espacio en un terreno dominado históricamente por ERC y PSC. Y los Comuns, un partido que se articula sobre una base de votantes bastante sólida en el área metropolitana, en las elecciones de 2021 consiguieron a Tarragona el único escaño lejos de la capital. El punto de inicio de la campaña es exactamente este.
Las últimas cuatro encuestas que han difundido los resultados territorializados –publicadas en los diarios

Una jugada «arriesgada» de los Comuns
Los Comuns han contraatacado poniendo el Hard Rock de nuevo en el centro del debate político. Jéssica Albiach no ha querido aprobar los presupuestos de la Generalitat, que contaban con el aval de ERC y PSC, porque el presidente Pere Aragonès no se ha comprometido «de palabra» a enterrar el proyecto del Hard Rock. Una jugada que «puede servir para consolidar su electorado», según la opinión del profesor Gabriel Colomé, pero que a la vez «puede tener otras consecuencias». El experto en comunicación política remarca que no es, precisamente, el mejor golpe comunicativo «porque has tumbado el presupuesto de la Generalitat y, de retruque, automáticamente el de España». Por si no hay bastante, todo ello ha desencadenado el adelanto electoral. Teniendo en cuenta que el votante a veces penaliza a los culpables de ir a las urnas, el analista remarca que el golpe de efecto «podría suponer un castigo electoral» para los Comuns.
En todo caso, a las filas de los Comuns continúan tranquilos, según apuntan fuentes de la candidatura de Albaich, porque tienen la sensación que la gente «ha entendido» su postura. En este sentido, los Comuns no se mueven ni un milímetro de su discurso y continúan defendiendo que ERC y PSC no cedieron, durante la negociación presupuestaria, pensando ya en las elecciones. Es más, informaciones de los últimos días que apuntan que el Gobierno renovó el compromiso con el Hard Rock 30 minutos antes de cerrar un acuerdo con los socialistas han reforzado su discurso. Los de Albiach calculan que después del 12-M será «más fácil» llegar a acuerdos respecto al Hard Rock.
Ahora bien, los analistas ven intenciones que podrían ir más allá de un movimiento puramente electoral. Colomé, por ejemplo, indica que este gesto puede ser una manera de «fijar su independencia respecto a sus aliados a Madrid». Una manera de marcar Yolanda Díaz? En unos términos bastante similares, aunque centrándose en el panorama catalán, Joan Botella remarca que el veto de los Comunes al Hard Rock –y consecuentemente a los presupuestos– es una manera de fijar «un punto de diferenciación» con el resto de grupos de izquierdas, una manera de ejemplificar «qué modelo de país quieres». Botella añade, de hecho, que el que era extraño era la posición de antes, «menos enérgica y más ambigua».

La bandera territorial de la CUP
La histórica resistencia a los macroproyectos en las comarcas catalanas, como mínimo en las últimas décadas, ha venido de mano de la Candidatura de Unidad Popular. Los anticapitalistas, ante el énfasis de los de Albiach en el rechazo al Hard Rock, lo han hecho notar en las listas electorales. Sin ir más lejos, el número 2 por Tarragona de cara al 12-M es Eloi Redón, portavoz de la plataforma Aturem el Hard Rock. La oposición a este tipo de iniciativas de carácter turístico va más allá, justo es decir, de las comarcas tarraconenses: la cabeza de lista por Lleida, Bernat Lavaquiol, es una de las caras visibles en el territorio contra los Juegos Olímpicos de invierno. Más allá de quien es quien de sus candidaturas por demarcaciones, los cupaires han hecho un esfuerzo, como remarca el politólogo de la UAB Marc Guinjoan, para vincular el rechazo a «un modelo de país relacionado con el cambio climático» con estas grandes operaciones, como es el mismo Hard Rock, el cuarto cinturón en el Vallès o la ampliación del aeropuerto del Prat. «La CUP tiene credibilidad; y los Comunes también, pero en un grado más bajo», reflexiona Guinjoan.
Similar es la percepción de Ivan Serrano, experto de la Universitat Oberta de Catalunya, que apunta que el foco electoral en el Hard Rock lo hace devenir una suerte de símbolo de crisis como «el clima, el modelo económico, la migración o la precarización» en el sector turístico. Si bien reconoce que la «jugada» por parte de los Comuns es «inteligente», porque permite abanderar la cuestión de salida, la presencia de la CUP en el territorio daría cierto impulso allí donde la izquierda independentista ha sido más fuerte y arraigada que el espacio postcomunista.
Desde la academia, empero, dibujan un buen número de hipótesis y posibles escenarios. El mismo Serrano introduce un importante matiz material: si bien es cierto que allá donde se concentren estos macroproyectos el rechazo social es más intenso, también lo es su influencia sobre la economía del territorio, hecho que podría desmovilizar electoralmente a una oposición que vería cómo un Hard Rock o unos Juegos Olímpicos podrían mejorar a corto plazo las condiciones o la oferta laboral al sector turístico local. Este fenómeno seria, apuntan las fuentes consultadas, en beneficio de los Comunes, por su concentración de voto en la región metropolitana de Barcelona, fuera de la oleada expansiva de casinos y pistas de esquí.

Una movilización incierta
Pese a la batalla electoral que se ha puesto en marcha, los expertos consultados ven la cuestión ecológica -representada aquí por los macroproyectos- aún como marginal; un nicho político que, por la falta de movilización que hay alrededor de l‘emergencia climática, no será a corto plazo el hecho que decida el voto de la mayoría de la población. «No estamos todavía en este momento» del crecimiento del espacio verde en Cataluña, según apunta el politólogo de la UPF Didac Amat. Cualquiera de los dos espacios de la izquierda alternativa, a ojos de Amat, está relativamente bien posicionado para capitalizar la oposición a los macroproyectos; «el tema es si será suficiente para activar a los votantes». Tampoco Guinjoan se muestra especialmente optimista, asegurando que, especialmente en un panorama de múltiples ejes políticos como es el catalán, el voto es «una decisión mucho más compleja, vinculada a la identidad del partido». La pugna por esta masa de votos, de hecho, se produce dentro de un mismo bloque social: «El votante de izquierdas ya está en contra de los macroproyectos; no les supone un conflicto».
A ojos de Amat, de hecho, los proyectos en positivo de ambas formaciones son más valiosos en términos electorales que no su oposición a hidras climáticas como el macrocasino o el aeropuerto. Una medida cupaire que, para el politólogo, puede servir para «activar el voto» es el impulso a l’Energètica como comercializadora; con una oferta pública de electricidad directa al consumidor capaz de aglutinar mayorías incluso más allá del espacio tradicional de la izquierda independentista. «Cataluña necesita macroproyectos, pero no de esta naturaleza», argumenta el experto: cuestiones como trenes orbitales que conecten los cascos urbanos de la región metropolitana sin pasar por Barcelona, o la distribuidora alimentaria pública de proximidad -donde coinciden no solo CUP y Comunes, sino también ERC- servirían de mechero de la movilización ecologista en las urnas mucho más que las posiciones de resistencia por las cuales pugnan Albiach y Estrada.