La 58ª cantada de habaneras de Calella se ha cerrado, finalmente, con la pieza que tradicionalmente ha sido el colofón de este concierto de verano, El meu avi. A pesar del intento del Ayuntamiento de Palafrugell, que había anunciado que la pieza se retiraba del repertorio este año a raíz del documental Murs de silenci –que vincula al compositor, Josep Lluís Ortega Monasterio, con un caso de explotación sexual de menores–, la revuelta del público ha obligado a mantenerla.

De hecho, horas antes, este sábado por la mañana, la alcaldesa, Laura Millán (PSC), había desmentido que era falso que se hubiese prohibido a los grupos que actuaban acompañar al público si cantaba El meu avi por su cuenta. «Si la quieren cantar, que la canten», decía en declaraciones a RAC 1, adelantando ya su derrota. Que el público diera la vuelta a los planes del Ayuntamiento era una posibilidad clara, y el partido Alhora había anunciado que, para incentivarlo, repartiría hojas con la letra de la canción entre el público.

Silbidos, pañuelos y gritos

En el tramo final de la velada musical, cuando se acercaba el momento de poner punto final y se debía dar paso a las tres habaneras de autores locales elegidas como cierre en sustitución de El meu avi, los espectadores iniciaron un ruidoso silbido con pañuelos, que recogieron las cámaras de TV3 que hacían la retransmisión. Los gritos que se oían reclamaban que se cantara la pieza tradicional. Hasta que el grupo que estaba sobre el escenario pidió silencio para comunicar la decisión que habían tomado: terminarían la actuación con El meu avi, pero antes cantarían Mariner de terra endins, La bella Lola y La gavina.

Un público que se ha hecho sentir, cantando también

Una vez terminaron de cantar La gavina, comenzó El meu avi, que el público cantó también, de pie, agitando pañuelos blancos –ahora ya no como protesta, sino como parte del ritual de canto– y con gran entusiasmo. De esta manera, después de la polémica generada desde que se anunció el cambio de repertorio, la pretensión de eliminar la habanera de Ortega Monasterio no solo ha fracasado, sino que la ha popularizado más que nunca y la ha convertido en un símbolo político, cuando hasta ahora no pasaba de ser una tradición.

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