Este sábado se cumple medio siglo de la proclamación de Juan Carlos I como rey de España. Él fue la apuesta personal del dictador Francisco Franco para restaurar la monarquía en el Estado español. Lo designó príncipe y futuro rey el 22 de julio de 1969. Al morir Franco, y habiendo jurado acatar los principios del Movimiento, las Cortes lo proclamaron rey el 22 de noviembre de 1975. Dos días después de la muerte del dictador, Juan Carlos de Borbón, que entonces tenía 37 años, comenzaba su reinado. Esto fue el punto de partida de la restauración de la monarquía y el inicio de lo que se llamaría el régimen del 78, en referencia al año en que se aprobó la Constitución. Con un encargo claro del dictador al monarca, como él mismo reveló en un documental emitido en 2016 por la televisión francesa TF3. “Franco me tomó la mano y me dijo que preservara la unidad de España”, explicó el ahora rey emérito. Después de ocupar el trono de España durante 38 años y medio, historiadores consultados por El Món consideran que nunca tuvo ningún gesto de reconocimiento de la personalidad de Cataluña. Sus años como jefe de Estado sirvieron para confirmar la incompatibilidad de la dinastía borbónica con el país. En este caso, casi por falta de un interés serio.
Los analistas remarcan que su relación con Cataluña no fue más allá de pequeños gestos como el que hizo el 16 de febrero de 1976, cuando, en el Salón del Tinell, pronunció parte del discurso en catalán. Una visita que sitúan en una primera fase de la Transición, en la que parecía que había la intención de resolver de una manera adecuada el encaje de Cataluña dentro de la monarquía. Fue un tiempo en el que Juan Carlos I empatizó con Tarradellas y, posteriormente, pareció tener una cierta cordialidad con Jordi Pujol. Pero, a la hora de la verdad, con aspectos tan relevantes como por ejemplo la reforma del Estatuto y la recogida de firmas en contra por parte del PP, prefirió inhibirse y no ejercer el papel de moderador que le reconoce el artículo 56 de la Constitución.
El movimiento juancarlista que se extendió por todo el Estado español, sobre todo en la primera parte de su reinado, no tuvo una réplica en Cataluña, donde la monarquía siempre ha sido más impopular, igual que en el País Vasco. Esto, después de la dictadura, se hizo evidente por primera vez con el abucheo público al himno español, con pancartas incluidas, en el estadio olímpico Lluís Companys en 1989.
Pero el descenso al infierno de la figura del ahora rey emérito comienza en 2012, cuando tuvo que ser intervenido de la cadera por una caída en Botsuana mientras cazaba elefantes. Unos hechos que, sumados a los problemas judiciales de su hija Cristina y su marido, Iñaki Urdangarin, y sus problemas con Hacienda lo llevaron, el 18 de junio de 2014, a abdicar como rey y ceder el testigo a su hijo Felipe VI.

Borja de Riquer: “No tuvo ningún papel destacado respecto a Cataluña”
Borja de Riquer, historiador y profesor honorario del Departamento de Historia Moderna y Contemporánea de la Universidad Autónoma de Barcelona, considera que Juan Carlos I no tuvo “ningún papel destacado respecto a Cataluña”. “Lo tiene en la política española, lógicamente, pero dudo que se pueda hablar de algunos rasgos específicos para Cataluña”, afirma. En este sentido, recuerda que se limitó a hablar en público en catalán, un gesto que nunca tuvo su abuelo Alfonso XIII, que “se negó a hablar en público en catalán aunque se lo habían recomendado”. Además, De Riquer recuerda que su abuelo se atrevió a hacer un discurso en Barcelona elogiando a Felipe V y la victoria de los Borbones en 1714. «Eso, este no se ha atrevido a hacerlo», manifiesta.
Asimismo, el historiador deja claro que la prioridad de Juan Carlos I cuando muere Franco es “salvar la monarquía, no la democracia” y, ante el “camino sin salida” que lleva el gobierno de Carlos Arias Navarro, es cuando busca el relevo en Adolfo Suárez. “Su prioridad siempre ha sido salvar la monarquía”, dice, y señala que acaba abdicando porque su figura “está erosionando y desprestigiando la monarquía”. “La única explicación es esta”, y añade que “en este camino, Cataluña pinta muy poco”. “La cuestión catalana no es un factor importante en absoluto”, insiste Borja de Riquer, que separa la crisis del reinado y de la reputación de Juan Carlos I y el inicio del Proceso. «Es evidente que Cataluña es de los territorios donde la monarquía es más impopular, pero eso no interviene en absoluto en la crisis por la cual él abdicará«.
Anna Sallés: “La singularidad de Cataluña no existía en su mente”
Por su parte, Anna Sallés, historiadora catalana y profesora emérita de la Universidad Autónoma de Barcelona, no hace diferencias entre Cataluña y España sobre el análisis de su reinado y considera que ha significado el “mantenimiento de un funcionamiento derivado del antiguo régimen y el establecimiento de un nuevo equilibrio de fuerzas que, de una forma u otra, estaban bendecidas por Juan Carlos», que, según subraya, ha sido heredero de un sistema político “corrupto”. “Esta corrupción ha continuado funcionando en España, y también en Cataluña”, concluye. Sallés apunta que Juan Carlos I nunca dio indicios de entender qué es Cataluña y que durante su reinado no tuvo ningún gesto para reconocer la singularidad de Cataluña, más allá de hablar en catalán de cara a la galería. “No existe en la mente del monarca, como no existen tantas cosas en su mente”, manifiesta, y añade que es “bastante siniestro” que una figura como la suya haya sido rey de España.

Aun así, destaca que «lo importante es que las fuerzas políticas catalanas aceptaron el juego derivado de la Constitución del 78”. “Así estamos en estos momentos”, lamenta la historiadora, y deja claro que el rey emérito no ha tenido ningún tipo de “intervención en particular” durante su reinado y se limita a aceptar lo que fue aprobando las Cortes españolas. “Mientras se le mantuviera el statu quo, y se le permitiera vivir casi como un rey del siglo XVIII, tenía absolutamente suficiente”. Sallés defiende que trató a los ciudadanos como «súbditos, casi como tarados mentales», y recuerda que «no tenía ningún tipo de formación política”.
Xavier Diez: “No intentó ningún gesto de reconciliación con Cataluña, ni se lo imaginaba”
El escritor e historiador Xavier Diez, licenciado en filosofía y letras por la Universidad Autónoma de Barcelona, doctor en Historia Contemporánea por la Universidad de Girona y colaborador de El Món, expone que Juan Carlos “es una figura muy blindada, que, en su momento, juega un papel conciliador, pero, por otro lado, no responde a un programa determinado, sino que todo se fundamenta en relaciones personales”. Y sitúa el punto de inflexión el 2 de febrero del año 1981, cuando hace un viaje oficial al País Vasco que culminó en un incidente en la Casa de Juntas de Guernica, donde parlamentarios de Herri Batasuna le abuchearon e interrumpieron su discurso. Unos hechos que ocurrieron días antes del intento del golpe de estado del 23-F. De hecho, Diez deja claro que la diplomacia personal de Juan Carlos se neutraliza con la discusión de la Constitución, cuando se impuso el café para todos y el “franquismo de toda la vida” actúa para neutralizar la idea de una España con un País Vasco y una Cataluña autónomos.
Con todo, Xavier Diez deja claro que el ahora rey emérito nunca destacó por ser una persona con “gran capacidad política, ni inteligencia, ni independencia”. “Es alguien que se deja influenciar fácilmente por su entorno y, finalmente, la realidad se impone a la inconsistencia del personaje”, argumenta el historiador. Aunque cree que podría haber aprovechado su reinado para intentar, por ejemplo, un encaje de Cataluña dentro de España, como el de Escocia en el Reino Unido, deja claro que “eso no ocurrió”. “No ocurrió porque ni él mismo se lo imaginaba, ni intentó ningún gesto de reconciliación como ahora pedir disculpas por el trato histórico de los Borbones respecto a Cataluña” y tampoco lo hizo porque, según ellos, “si lo hubiera intentado, seguramente el Madrid político se lo habría comido con patatas”. “Su reinado fue un intento frustrado y fracasado de encaje”, afirma, y argumenta que su política de gestos personales “no implicó los gestos políticos que probablemente podría haber protagonizado, y se volvió a la lógica de que Cataluña y Borbones no puede ser”. Ni que solo fuera por la vía de la indiferencia.

