Donald Trump vuelve a ocupar el primer despacho de Occidente. El 45º presidente de los Estados Unidos y candidato republicano en las elecciones presidenciales celebradas el pasado martes se ha impuesto con contundencia a la rival demócrata, la vicepresidenta Kamala Harris, según ya confirman la mayoría de medios estadounidenses. Según las proyecciones de MSNBC, Trump ya supera los 270 votos electorales necesarios para confirmar la presidencia – gracias, en buena parte, a un dominio absoluto de los conocidos como swing states –. El líder ultraderechista ha barrido a sus rivales, precisamente, allí donde perdió la contienda de 2020 ante el todavía presidente Joe Biden: ha recuperado Carolina del Norte, Georgia y Pensilvania, con avances en condados y ciudades que hace cuatro años fueron los principales motores de su derrota.
Más allá del colegio electoral, además, las cifras de hoy rompen una tendencia histórica: la campaña de Trump de 2024 es solo la segunda este siglo que supera en voto popular a los rivales demócratas. Él mismo no lo hizo frente a Hillary Clinton en su primer éxito de 2016; y tampoco fue capaz George W. Bush en su segundo mandato, cuando fue superado por John Kerry en papeletas emitidas. La intensa expansión trumpista ha garantizado, además, un dominio total sobre el Senado: los conservadores, a falta de confirmar ocho asientos, ya superan el umbral de los 50 miembros de la cámara alta que les garantiza la mayoría. De esta manera, Trump no tendrá enfrente, desde el ejecutivo, el contrapeso de la principal cámara legislativa estadounidense. Más aún cuando un grueso de los nuevos senadores republicanos que accederán son perfiles cercanos a sus tesis, a menudo críticos con el establishment del partido. En esta coyuntura, el presidente electo disfrutará de vía libre para, por ejemplo, nombrar a quien quiera en su gabinete ejecutivo – dado que los secretarios sectoriales deben ser confirmados por una mayoría senatorial-.
Así, Trump ha detenido los avances de los demócratas en los estados bisagra. En Pensilvania, Trump ha ganado por cerca de 200.000 votos a Harris, rozando el 50,1% de los sufragios. Exactamente la misma ratio ha garantizado a favor de los conservadores los votos electorales de Carolina del Norte, mientras que los de Georgia han sido ligeramente más ajustados, con un 50,7% de los votos. Con la victoria en estos tres campos de batalla y las proyecciones favorables en Alaska y uno de los distritos del estado de Maine, el expresidente alcanzaría los 270 votos mínimos para ocupar el Despacho Oval.

Un «movimiento histórico»
Tras confirmar la victoria en Pensilvania, que le garantiza virtualmente la presidencia, Trump ha comparecido con el conjunto del equipo de campaña ante las bases movilizadas en Florida, desde donde ha seguido el proceso electoral. Flanqueado por su familia -que en 2016 ocupó algunas de las principales posiciones dentro de la Casa Blanca- y por el vicepresidenciable JD Vance, Trump se ha atribuido «un mínimo de 315 votos electorales», refiriéndose a las victorias aún lejos de confirmarse en el resto de swing states -Arizona, Michigan, Wisconsin y Nevada-. En todos ellos, cabe decir, sostiene ventajas sólidas sobre Kamala Harris en las últimas horas del recuento. Sobre esta expansión del apoyo, Trump ha asegurado que accede a la presidencia de nuevo con un «mandato sin precedentes»; preparando el terreno para aplicar un programa electoral mucho más agresivo que el de hace ocho años.
En su discurso, ha hecho referencias parciales a dos de los grandes temas de la batalla contra los demócratas: la gestión de la inmigración y la economía. Según Trump, desde 2020 «las cosas se han hecho muy mal»; y es responsabilidad de la nueva administración «curar el país». Los próximos cuatro años, proyecta, serán «la era dorada de América». Continúa, así, en la línea que le ha llevado a garantizarse un buen resultado electoral, con una crítica encarnizada de la gestión de Joe Biden de las consecuencias económicas de la pandemia y de la inestabilidad geopolítica. Por otro lado, ha vuelto a azuzar el rechazo a las personas migrantes, comprometiéndose a un «cierre de fronteras» que no logró aplicar en su primera estancia en el Despacho Oval. «Debemos dejar que la gente entre, pero solo de forma legal», ha sentenciado.