En un momento en que la política europea parece dividirse en bloques irreconciliables, Sahra Wagenknecht (Jena, 1969) es una voz que agrada e incomoda a partes iguales. Hija de madre alemana y padre iraní, creció en la Alemania del Este, donde estudió filosofía y economía, se doctoró sobre el pensamiento de Hegel y terminó convirtiéndose en una oradora incómoda dentro de la izquierda poscomunista. Durante años, fue el rostro más popular —y a la vez más polémico— de Die Linke, hasta que sus críticas a la inmigración masiva, a la cultura de la cancelación y a la eurocracia la situaron al margen de su propio partido.

En 2024, fundó Bündnis Sahra Wagenknecht (BSW) con la promesa de volver a hablar “de lo que importa a la gente normal” —salarios, pensiones, alquileres, seguridad—, pero sin perder de vista las cuestiones que incomodan tanto a la izquierda como a la derecha: su partido defiende un control migratorio estricto, una política exterior no beligerante y una soberanía nacional que frene el poder de los mercados globales y de Bruselas. Ella dice que no ha cambiado, que sigue siendo de izquierdas, pero que la izquierda ha olvidado por quién lucha. Otros la ven como una figura mutante, capaz de unir discursos opuestos bajo una misma bandera. En esta entrevista con El Món, Wagenknecht reflexiona sobre los límites de la globalización y el fracaso de la izquierda en conectar con las clases populares, al mismo tiempo que aborda problemáticas de gran relevancia actual como el debate sobre la inmigración o el rearme europeo.

Usted ha criticado lo que describe como la transformación de la izquierda en una especie de «culto al estilo de vida urbano-progresista». ¿En qué momento cree que la izquierda dejó de representar a la clase trabajadora para hablar principalmente en nombre de una élite académica?

Este fenómeno lleva tiempo ocurriendo en Estados Unidos, y siempre gana impulso cuando partidos supuestamente de izquierdas llegan al poder y luego siguen políticas económicamente liberales en interés de los grandes bancos y corporaciones, en lugar de mejorar las condiciones de vida de la mayoría. En toda Europa, los partidos de izquierda han participado en políticas que han desmantelado el estado del bienestar, han privatizado bienes públicos y han reprimido pensiones y salarios. Para ocultar estas políticas desastrosas y parecer progresistas, después aplican políticas clientelistas para minorías seleccionadas, que a menudo no cuestan nada. Esta alianza impía de neoliberalismo y liberalismo de izquierdas aún existe hoy y contribuye masivamente al ascenso de los partidos de derecha.

La política alemana y fundadora del movimiento BSW, Sahra Wagenknecht / Europa Press (Sören Stache)

Cosmopolitismo y pertenencia nacional son incompatibles por definición? ¿Es esta tensión la que alimenta el auge de las opciones de extrema derecha?

Lo que irrita a mucha gente es la ignorancia y autosuficiencia de una élite académica, principalmente urbana, que vive en una burbuja ajena y desconectada de la realidad cotidiana. Esta élite no entiende que cada vez más familias tienen dificultades para pagar la calefacción o el combustible, ni que haya gente que no ve la inmigración masiva como un enriquecimiento cultural, sino como un problema directo en los barrios y escuelas donde viven. Esto es lo que empuja a muchas personas hacia la derecha. Además, cabe destacar que muchos políticos de derecha que hablan de patria y patriotismo esconden su dinero en paraísos fiscales.

¿Qué espacio electoral le queda a la izquierda si se desconecta de su base social histórica?

En toda Europa estamos viendo una crisis de la socialdemocracia porque esta ha roto con su base obrera tradicional, impulsando reformas antisociales. Esto ha favorecido el crecimiento de partidos de protesta de derecha, como el AfD en Alemania o el Frente Nacional en Francia. El BSW nació precisamente para ofrecer una alternativa a estos votantes descontentos, que ya no se sienten representados por los partidos tradicionales pero que, a diferencia del AfD, quieren un estado del bienestar fuerte con buenos salarios y pensiones dignas.

Usted propone una redistribución basada en la solidaridad nacida de una identidad compartida. ¿Qué pasa en territorios como Cataluña, donde esta identidad no coincide con la del Estado, que ostenta el monopolio de la redistribución?

Para que la redistribución y un estado del bienestar funcionen, se necesita una identidad común que sustente la voluntad de solidaridad. Esta identidad se fundamenta en una cultura compartida que ha crecido históricamente y en instituciones democráticas legítimas. El federalismo y la autonomía económica y cultural pueden ser vías útiles dentro de un estado nación donde no siempre coincide la identidad regional con la nacional. En todo caso, se necesita un estado fuerte que garantice que ninguna región se queda atrás y que nadie es favorecido ni perjudicado por su origen. Sin embargo, este sistema no debería ser sustituido por un estado unitario supranacional sin legitimidad democrática real —como es el caso cada vez más evidente de la Unión Europea.

¿Es posible globalizar el capital y el mercado laboral y, al mismo tiempo, mantener la protección social de las clases medias?

No. Un estado del bienestar sólido necesita reglas que controlen el movimiento de capitales y aseguren que las empresas y las grandes fortunas contribuyen al financiamiento de la comunidad. Y, evidentemente, la inmigración también debe regularse de manera que la infraestructura social no colapse. La gente necesita vivienda, escuelas y servicios de cuidado infantil, así como cursos de idiomas para poder integrarse en la sociedad. Si el Estado ya no puede garantizar todo esto porque recibe demasiada inmigración y su infraestructura lleva décadas abandonada, esto genera conflictos e inseguridad social.

Si entendemos que las grandes empresas y la minoría más rica de la sociedad contribuyen relativamente poco en impuestos, mientras que los más desfavorecidos —a menudo trabajadores migrantes— reciben subsidios para complementar salarios bajos y preservar la paz social, ¿podemos concluir que las élites están explotando a las clases medias?

Sí, especialmente las rentas medias sufren una carga fiscal cada vez más elevada, mientras que los multimillonarios y las grandes corporaciones no solo evitan pagar impuestos, sino que a menudo también reciben subvenciones y ayudas públicas. Por ejemplo, la gran crisis financiera y bancaria se superó de tal manera que los pequeños ahorradores pagaron una gran parte de la factura a través de tipos de interés negativos y los inquilinos a través de alquileres disparados. La crisis de la Covid-19 arruinó muchas pequeñas y medianas empresas, mientras las acciones de las grandes compañías tecnológicas y farmacéuticas se disparaban. Ahora vemos cómo los accionistas de petroleras y empresas de armamento acumulan beneficios mientras los costos de programas de armamento masivos recaen sobre la población.

Hay una presión creciente para aumentar el gasto en defensa en Europa. ¿Considera que es una dirección acertada?

Encuentro una locura la decisión de la OTAN según la cual sus miembros deben destinar el 5% del PIB a gasto militar. En el caso de Alemania, esto supondría unos 225.000 millones de euros: ¡casi la mitad del presupuesto federal! Además, no hay ninguna amenaza real que lo justifique. Rusia lleva años luchando en Ucrania y la idea de que podría atacar territorio de la OTAN es completamente irreal. Incluso antes del conflicto, la OTAN ya superaba con creces a Rusia en gasto militar. Solo los países europeos de la alianza ya tienen más presupuesto, más efectivos y más armamento pesado. ¿Y ahora se quiere duplicar este gasto? Europa se está preparando para la guerra, con misiles de medio alcance de Estados Unidos que se quieren desplegar en Alemania —un gesto que Rusia percibe, con razón, como una provocación. En lugar de apostar por una nueva carrera armamentista que beneficia a la industria de guerra, necesitamos urgentemente volver a la diplomacia y a una política de distensión si queremos evitar un conflicto a gran escala.

La guerra en Ucrania ha reactivado una política exterior más agresiva en Europa. ¿Cree que esto responde a necesidades legítimas de defensa o a una agenda impulsada por la OTAN y los Estados Unidos?

Estoy convencida de que la guerra en Ucrania nunca habría tenido lugar si la OTAN no hubiera continuado expandiéndose hacia el este y si los Estados Unidos no hubieran interferido masivamente en los asuntos internos de Ucrania. La guerra podría haber terminado después de pocas semanas si se hubiera rechazado claramente la adhesión de Ucrania a la OTAN y si las negociaciones de Estambul no hubieran sido saboteadas. La política de la UE es todo menos soberana. ¿Por qué callamos ante la destrucción del gasoducto Nord Stream? ¿Por qué apoyamos sanciones contra Rusia que nos perjudican más a nosotros, mientras las empresas petroleras y de armamento estadounidenses se benefician? Donald Trump hace que la UE se comporte como un perro que arrastra la panza. El secretario general de la OTAN europeo, Mark Rutte, aún parece orgulloso de que Europa «gaste dinero sin escatimar» en interés de la industria armamentista de EE.UU. En lugar de mantener buenas relaciones con los países BRICS en interés propio, permitimos que los EE.UU. nos empujen a una confrontación con China e Irán. ¿Cómo puede ser que el canciller Merz legitime un ataque a Irán que viola claramente el derecho internacional diciendo que es una tarea sucia «necesaria»? Me parece escandaloso cómo se aplican dobles estándares aquí y también con respecto al genocidio en Palestina, y cómo se pisotea el derecho internacional.

¿Qué tipo de Europa imagina: una con más integración política o con más soberanía nacional?

Queremos una Europa democrática en la que las decisiones se tomen tan cerca como sea posible de los ciudadanos. Las cuestiones importantes como las intervenciones militares, el armamento o la política económica y social deben ser decididas por los parlamentos nacionales, no por una burocracia alejada en Bruselas. Nuestro objetivo es una Europa segura de sí misma formada por democracias soberanas que se reúnan no mediante la centralización del poder en la Comisión Europea, sino mediante una cooperación equitativa. Necesitamos una política tecnológica europea común que nos haga independientes de los grandes gigantes digitales, y no podemos seguir tolerando que las grandes corporaciones eludan sus obligaciones fiscales –esto requiere una cooperación europea mucho mayor. En muchas otras áreas de política, la UE debe dar un paso atrás. Los derechos sociales y democráticos, así como la libertad de expresión y de información, no pueden ser erosionados desde arriba. Tampoco la UE puede continuar siendo un paraíso para los lobbies que cierran acuerdos secretos en despachos oscuros que perjudican a la mayoría de la población.

Usted propone una segunda cámara legislativa formada por ciudadanos elegidos por sorteo. ¿No teme que esta idea debilite la legitimidad de los parlamentos elegidos democráticamente?

La legitimidad de los parlamentos ya está debilitada por poderosos lobbies que sobornan diputados y partidos para prevalecer sus intereses. La democracia se vería reforzada si esta connivencia fuera disuelta mediante presión desde abajo. Por ejemplo, mediante más democracia directa en forma de referéndums o con una segunda cámara en la que ciudadanos elegidos al azar trabajen conjuntamente para encontrar soluciones a los problemas de interés común.

También ha denunciado la opacidad creciente de los partidos tradicionales. ¿Qué mecanismos concretos propone para garantizar una democracia interna real dentro de su partido?

Una democracia que funcione necesita estructuras de base, que actualmente estamos creando. En muchos lugares se están fundando asociaciones locales, estamos aceptando muchos nuevos miembros y se está estableciendo una asociación juvenil. Hay grupos de trabajo temáticos en los diferentes estados federados donde se discuten posicionamientos y se desarrollan demandas. Este proceso ascendente culminará en debates en los congresos del partido, donde decidiremos nuestro programa y estrategia. Obviamente, también tenemos problemas típicos de otros partidos: los grupos parlamentarios, especialmente cuando forman parte de un gobierno, pueden acabar actuando de manera independiente y seguir un rumbo diferente del que quiere la mayoría de miembros. Una línea política clara y una cultura viva de debate dentro del partido pueden evitar que esto pase.

La política alemana y fundadora del movimiento BSW, Sahra Wagenknecht / Europa Press (Bernd Elmenthaler)

Aunque su partido no entró en el Bundestag, usted se ha convertido en una figura clave del debate político alemán. ¿Cree que su movimiento se beneficia de no estar “contaminado” por la lógica parlamentaria tradicional?

Estamos seguros de que obtuvimos más del 5% de los votos y que deberíamos estar representados en el Bundestag. Según los resultados oficiales finales, con un 4,981%, nos faltaron solo 9.500 votos para entrar. Hubo muchos errores en el recuento y la transmisión de los votos, que nos perjudicaron desproporcionadamente como partido nuevo. Según nuestros análisis, habríamos recibido hasta 30.000 votos adicionales si el recuento hubiera sido correcto. Por eso, hemos presentado un recurso contra este resultado electoral y exigimos un recuento. Es escandaloso, aunque no sorprendente, que los partidos representados en el parlamento –que según la ley alemana deben decidir primero sobre el recurso antes de que se pueda presentar una demanda ante el Tribunal Constitucional Federal– estén demorando los procedimientos. Al fin y al cabo, el gobierno federal del canciller Merz ya no tendría mayoría parlamentaria si el BSW entrara en el Bundestag. En cuanto a la lógica parlamentaria, nosotros decidimos las votaciones en función del contenido de las propuestas y no del partido que las presenta. Por ejemplo, creo que es un error rechazar irreflexivamente todo lo que proviene del AfD y autocelebrarnos como grandes demócratas. Este enfoque solo ha hecho que el AfD se haga más fuerte.

Su defensa de la clase media frente a los intereses de las élites recuerda la retórica de figuras en Francia, Italia y Estados Unidos. ¿Ve afinidades con políticos como Bernie Sanders, Jean-Luc Mélenchon o incluso ciertos intelectuales conservadores?

No copiamos ninguna retórica exitosa, sino que reaccionamos ante un desarrollo que yo describiría como refeudalización. Una casta alejada de multimillonarios y oligarcas domina la política con el objetivo de enriquecerse, mientras que los intereses de la población trabajadora, de los pensionistas y de muchas pequeñas y medianas empresas quedan en el camino. Este desarrollo se encuentra más avanzado en Estados Unidos, donde Bernie Sanders critica con razón la influencia decisiva de la “clase multimillonaria”, que incluye personas como Elon Musk, Peter Thiel, Jeff Bezos, Mark Zuckerberg, Bill Gates y George Soros.

Su posición sobre inmigración ha sido criticada como demasiado cercana a la derecha. ¿Cree que defender un control migratorio más estricto es incompatible, en principio, con los valores de la izquierda?

Como la gran mayoría de la población, el BSW quiere limitar la inmigración a un nivel razonable para evitar presión sobre los salarios, una sobrecarga de las infraestructuras y problemas de integración. Sin embargo, esto no tiene nada que ver con las demandas extremas de reemigración promovidas por el AfD o Donald Trump. Considero la demanda de “fronteras abiertas” no solo irreal, sino también poco de izquierdas, ya que implica robar mano de obra calificada a países pobres que la necesitan urgentemente para su propio desarrollo. Quien quiera ayudar a los refugiados debería atacar las causas de raíz, es decir, acabar con las guerras que empujan a la gente a huir y garantizar unas relaciones económicas justas para que las personas puedan volver a ver perspectivas en sus países de origen.

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