La victoria de Donald Trump en las elecciones a la presidencia de los Estados Unidos ha sido lo suficientemente contundente para profundizar -aún más- muchas de las alarmas que el presidente electo ya hace saltar desde su análisis político global. Las voces expertas apuntaban que en 2016, en un ejecutivo poco acostumbrado a lidiar con los pesos y contrapesos de Washington y una elevada representación del partido Republicano tradicional en sus filas, Trump vio muy limitado el alcance de sus políticas públicas: Cámara de Representantes, Senado y gabinete sirvieron para obstaculizar la acción política del presidente; y propuestas como la construcción del muro en la frontera con México o las deportaciones masivas de personas migrantes murieron en una mesa de negociación interna. Ocho años después, con unas elecciones mucho más exitosas que las primeras y un partido forjado a su imagen y semejanza, los límites son mucho más difusos. Con la mayoría absoluta en la cámara alta y sin oposición interna relevante, Trump tiene vía libre para decidir sin condiciones la composición de sus círculos de confianza -de la misma manera que, poco a poco, ha ido erosionando las antiguas élites de la formación en el Capitolio-; y no se atará las manos a sí mismo con los responsables de sus departamentos.
La mano del hombre más rico del mundo
Entre los fichajes más llamativos de Trump, a la espera de confirmarlo, está el hombre más rico del planeta. Elon Musk ha sido un vínculo directo entre el presidente electo y el nuevo capital tecnológico conservador que disputa la hegemonía de Silicon Valley -con el vicepresidenciable JD Vance, es el puente con el grupo de neorreaccionarios que lidera el fundador de PayPal Peter Thiel, entre otros-. Sería difícil ver al CEO de Tesla y X en una posición ministerial, pero el líder republicano ha insistido a menudo en la posibilidad de incorporarlo como una especie de asesor externo en cuestiones relacionadas con los recortes en la administración, por ejemplo. En caso de incorporarse al ejecutivo, sin embargo, los expertos locales ya alertan de la multitud de conflictos de intereses que pondría sobre la mesa, dado que la mayoría de agencias gubernamentales -desde Medio Ambiente hasta Competencia- afectan directa o indirectamente sus negocios.
Por su parte, el millonario sudafricano ha dado una efusiva bienvenida a una segunda administración Trump, especialmente en lo que respecta a su promesa de desregular los sectores tecnológicos a los cuales Joe Biden ha aplicado una intensa fiscalización en los últimos cuatro años. «Lo que vemos con Tesla y Space X es la suerte de opresión reguladora que sufrimos más año tras año», denunciaba, en referencia al todavía presidente, en una entrevista el pasado mes de octubre. La guerra entre sus empresas y el gobierno federal ha tenido hasta 19 instancias judiciales en los últimos años. Unos enfrentamientos de los cuales espera liberarse con un inquilino más amistoso en la Casa Blanca, lo que explica las enormes inversiones que ha dedicado a la campaña electoral de Trump, que han llegado, a través de su America PAC, a los 130 millones de dólares.
El Kennedy conspiranoico
Musk, curiosamente, no es el maverick más externo al mainstream político que Trump puede incorporar -oficialmente o extraoficialmente- a su círculo de confianza. En las últimas semanas, el ya presidente electo ha acercado posiciones con Robert F. Kennedy Jr, candidato independiente a las elecciones a la presidencia que finalmente se retiró de la carrera para apoyar a los republicanos. Hijo de Robert F. Kennedy y sobrino de JFK, Kennedy ganó fama a finales de los 80 y durante los 90 como abogado ambientalista. Entonces, se convirtió en una de las primeras voces de peso público en posicionarse en defensa de la preservación de los ecosistemas acuáticos, contra el uso del carbón o a favor de los derechos de las comunidades vulnerables o indígenas en la federación.

En los últimos años, sin embargo, RFK Jr. se ha sumado a varios grupos conspiranoicos: el candidato estaba detrás de un controvertido libro antivacunas, en el que se relacionaban las muertes de varios jóvenes durante 2021 y 2022 con las vacunas contra la Covid-19. Culpa también a estas inyecciones de un falso aumento de casos de autismo en el país; y ha llegado a asegurar que la culpa de los tiroteos masivos en escuelas «es de los antidepresivos», y que el wifi «causa cáncer» -tal como sentenció en un pódcast con el también trumpista Joe Rogan-. Cuando aún se proponía llegar a la Casa Blanca, su vicepresidenciable era el quarterback de los New York Jets Aaron Rodgers, conocido también por sus teorías conspiranoicas sobre la procedencia del coronavirus. El atleta, según informó la CNN, también se suma entre los creyentes de que la masacre de Sandy Hook -un tiroteo en una escuela primaria en Connecticut en 2012 que dejó 20 víctimas mortales- había sido «planeada por el gobierno». A diferencia de Musk, RFK Jr. sí que optaría a ocupar un puesto orgánico en el gabinete de gobierno de Donald Trump. En concreto, según ha explicado él mismo, el acuerdo por el apoyo mutuo contempla nombrarlo secretario de Salud, un cargo del cual dependen, por ejemplo, la agencia alimentaria, de medicamentos o de salud pública. También suena, según el digital Politico, para ocupar la secretaría de Agricultura, especialmente relevante en la gestión alimentaria de la federación. Para esta posición, compite con Sid Miller, un antiguo cowboy de rodeos que ha acabado dirigiendo la regulación agrícola del estado de Texas bajo el gobernador Greg Abbott.
Republicanos conversos
Entre los afines a Trump, pues, constan muchas figuras ajenas a la tradición conservadora del partido Republicano -el mismo Vance es un ejemplo, así como el cerebro de la extrema derecha global Steve Bannon, estrategas como Stephen Miller o el presidente de la Heritage Foundation, Kevin Roberts-. El presidente también ha conseguido, sin embargo, sumar a su causa algunas figuras más tradicionales de la formación, que han abandonado los postulados neocons para unirse a las filas trumpistas. El ejemplo más claro es el senador por el estado de Florida Marco Rubio. En la carrera para las elecciones de 2016, Rubio era la apuesta del establishment republicano para enfrentarse a Hillary Clinton, recibiendo claros apoyos de las familias reales del partido -los Bush, Cheney o McCain-. Hijo de inmigrantes cubanos, Rubio suponía un paso más respecto a los halcones conservadores de la década pasada, con postulados ultraliberales en la gestión interna y extremadamente nacionalistas en cuanto a las relaciones externas. Desde la primera victoria de Trump, sin embargo, ha ido tomando peso en sus filas, hasta haber llegado a ser «el secretario para América Latina de facto». Tanto es así que, según recoge Politico, es uno de los nombres que más suena para ocupar la secretaría de Estado de Trump. A su lado, aparece el nombre del senador por Tennessee Bill Hagerty, otro converso del conservadurismo tradicional hacia el nacionalpopulismo del presidente electo, para ocupar algunas de las carteras económicas -Comercio, Tesoro o Mercados-.