Ya antes de las elecciones legislativas francesas, los espacios del liberalismo y la derecha tradicional del país empezaron a poner apellidos a las alianzas contra Marine Le Pen que proyectaban a la Asamblea Nacional. Aquel «entendimiento de los partidos republicanos» era vista por el análisis local como un rechazo de Reagrupamiento Nacional; pero también de los puntos más izquierdistas del Nuevo Frente Popular; en concreto de La Francia Insumisa, el partido de Jean-Luc Mélenchon. El presidente de la República, Emmanuel Macron, y sus aliados buscaban profundizar las rendijas creadas en el seno de la socialdemocracia francesa por el pacto con los partidos autodenominados «rupturistas». Después de la inesperada victoria de la NFP, el Elíseo intentó completar su operación: primero, negándose en rotundo a nombrar primera ministra Lucie Castets, la opción técnica de las izquierdas; y, después, ofreciendo las claves de Matignon al que ya fuera líder del gobierno bajo el mandato de François Hollande, Bernard Cazeneuve, una de las caras más relevantes del escape de cargos del Partido Socialista desprendido del primer pacto con los insumisos el 2022. En la imaginación del jefe del Estado, una gran coalición desde el centro-izquierda hasta el gaullismo capaz de excluir tanto LFI como Rassemblement National. La jugada, pero, salió mal; y Cazeneuve hizo bono el pacto progresista exigiendo, antes de acceder al Consejo de Ministros, cuestiones como la retirada de la difamada reforma de las pensiones. Todo ello para acabar consumando un giro a la derecha con el nombramiento del conservador Michel Barnier, y el que, apunta la prensa del país vecino, acabará siendo un gabinete de macronistes y Republicanos.
El análisis político francés, pero, voz este cierre en falso como una oportunidad para las izquierdas en un país poco acostumbrado a la inestabilidad. Hay que recordar que la potestad única de nombrar primer ministro recae en el Elíseo; y la norma, con excepciones, ha estado que el gobierno compartiera color con la presidencia -lo hacía con Macron, bajo la batuta del joven Gabriel Attal-. Según ha declarado a
Más contundente todavía ha estado Mélenchon, que calificó de «robo» la decisión del jefe del Estado. A ojos del líder de la izquierda transformadora, el nombramiento de Barnier supone un acercamiento abierto del Elíseo a la extrema derecha -llega a tildar el gabinete incipiente, incluso, de «gobierno de Macron y Le Pen»; asegurando que dirigirá el país «con permiso» del Reagrupamiento Nacional-. Una postura que comparte -desde muy lejos en el espectro ideológico- Hollande, que asegura que «si Macron ha podido nombrar Barnier es porque Reagrupamiento ha dado alguna forma de aquiescencia».

En este sentido, el Nuevo Frente Popular critica la «carencia de legitimidad política y republicana» del primer ministro, y ya en las primeras horas después de la noticia convocó una jornada de protestas para el próximo sábado día 7, que la mayor parte de cargos de todas las patas de la alianza -socialistas, insumisos, verdes, comunistas y otras agrupaciones afines- han hecho suya. «Emmanuel Macron desprecia la soberanía del pueblo francés y hunde el país en su inmovilismo»; enmedio, recuerdan, de un contexto de altas tensiones sociales por las amenazas sobre los servicios públicos, la precariedad de la juventud o los efectos de la crisis climática, entre otras cuestiones.
Euforia ultra
Las reacciones ultrajadas de la izquierda tuvieron un contrapunto en la bienvenida de la ultraderecha al nuevo ejecutivo. Después de semanas de aspavientos contra cualquier concesión en el Nuevo Frente Popular, Le Pen y su delfín, Jordan Bardella, han dejado la puerta abierta de par en par a apoyar en el gobierno de Bernier; a la espera, pero, de las primeras medidas en sus puntos programáticos clave, como pueden ser la inmigración o las políticas securitàries. «Nos reservamos todas las opciones», apuntaba Bardella, exigiendo «respeto» para los votantes extremistas. Le Pen, por su parte, ha sido más abierta; agradeciendo a Macron la «respuesta al criterio que habían reclamado» para el nombramiento de un primer ministro. El nuevo líder conservador, asegura, «es respetuoso con todos los partidos y capaz de dirigirse a RN».

Gabinete compartido
A la espera de la conformación de un Consejo de Ministros, todo apunta que Bernier optará por una amalgama de liberales y conservadores para acompañar el programa macronista en sus dos últimos años en el Elíseo. El primer ministro saliente, Gabriel Attal, ha alardeado de la voluntad de diálogo de la formación contemplando la «posible participación» del centro al ejecutivo, de la mano de los gaullistas tradicionales; si bien no ha comprometido un «apoyo incondicional» al primer ministro. El nuevo jefe de gobierno, por su parte, podría protagonizar un apaciguamiento entre los enfrentados sectores de la derecha tradicional, en liza después de que el líder de los Republicanos, Éric Ciotti, se aviniera a trabajar en pactos con Le Pen. El grupo a su alrededor, la Unión de las Derechas Republicanas, se mantiene a la espera de un programa de gobierno concreto, si bien su líder a la Asamblea Nacional, Laurent Wauquiez, ha prometido que «tomarán las decisiones» adecuadas. Justo es decir que el mismo Ciotti ha sido una de las únicas voces de su espectro político a mostrarse crítico con la alianza; y ha exigido al ejecutivo «mesuras de seguridad o para combatir la inmigración», demandas idénticas a las de los lepenistes, antes de hacer ningún movimiento.