Pep Coll (Pessonada, Pallars Jussà, 1949), autor de Dos ataúdes negros y dos de blancos y de El abominable crimen de la Alsina Graells entre otros títulos, lo ha vuelto a hacer. Ha vuelto a escribir una novela que él dice que no es una novela negra pero que se lee como si lo fuera —en el mejor sentido de la idea— y que, en realidad, explica muchas otras cosas: el Pallars, la agricultura, la posguerra, las dos primeras décadas del franquismo en el Pirineo y el choque entre payos y gitanos que se arrastra desde hace siglos. Todo ello, partiendo de un crimen de 1953 en el que lo que importa no es saber quién es el autor, sino más bien el curioso juego de espejos sobre la verdad que se genera alrededor de los hechos. Els crims de la mel (Edicions Proa) —crímenes, en plural, hay que leerlo hasta el final— habla de la verdad y de la libertad —y de qué es verdaderamente la libertad— a partir de la historia de un campesino que se hace pasar por asesino de un gitano para salvar la casa familiar —y que se encuentra encarcelado física y psicológicamente— y la de una gitana que también busca liberarse de su destino. Dos vidas que se van encontrando con giros inesperados.

Esta novela no es la primera que escribe con temas de crónica negra. Pero usted mismo aclara en el epílogo que, aunque está inspirada en un caso real, no pretendía hacer una recreación fiel, sino abordar todo lo que implica. Que es mucho, porque se tratan temas como el racismo, el clasismo, la libertad, la verdad… 

La novela es un género literario que se adapta a todo, como el capitalismo. Siempre dicen que se acaba. Lo decían a principios del siglo XX, cuando apareció el cine, porque el cine muestra el entorno, el territorio, con más fidelidad. Se consideraba un mejor espejo para el exterior. Pero la novela se ha ido adaptando, sobre todo mirando hacia el mundo interior. Y lo que hago en ‘Els crims de la mel’ es partir de un crimen del cual se sabe el autor desde el primer momento, pero los personajes después evolucionan. Sí que he tomado algunos elementos reales. Por ejemplo, consulté el sumario del caso. Y también he hablado con algunos testigos que quedan, pero desde el punto de vista informativo poco te pueden decir, porque hace 70 años de los hechos…

Debe quedar muy poca gente viva.

Sí, y tampoco tienen detalles del caso. Me han servido para tener una percepción más clara de cómo eran los payos de la época en la zona. De los gitanos, es imposible encontrar nada, eran ambulantes, no han quedado vínculos.

Por lo tanto, lo que más le interesa es reflejar una época y, sobre todo, el choque de dos mundos, el de los gitanos y con el de los payos, con la Guardia Civil y la administración de justicia de por medio, en plena posguerra.

Me interesaba este choque entre dos visiones del mundo, sobre todo en el aspecto de la movilidad. Unos nacen condenados, o destinados, a vivir siempre allí, a cuidar de la casa y de los campos. Los otros continuamente cambian de lugar. Me interesaba, en este sentido, la cuestión de la libertad.

¿Qué es realmente la libertad es un debate transversal en la novela…

Me interesaba, sobre todo, explorar la libertad individual, porque tanto en un lado como en el otro puedes encontrar personajes que de una manera u otra se sienten en una prisión, al margen de la prisión física de uno de ellos. Y llega un momento en que se dan cuenta de que están atrapados. Tanto por la parte de los gitanos, en el caso de la gitana, la viuda, como por la parte de los payos, en el caso del campesino, con el cuestionamiento del destino del heredero de una casa. Y en este caso, además, circulaba por el Pallars el rumor de que había habido un engaño [el autor de la muerte de un gitano habría convencido a su hermano mayor, el heredero, para sacrificarse y hacerse pasar por el asesino para salvar la casa], de modo que había la cuestión de la mentira frente a la verdad, que también me interesaba mucho. La libertad y la verdad son los dos conceptos que forman parte de aquella máxima evangélica, ‘la verdad os hará libres’. Aparece al comienzo del libro, en la montaña, que es un lugar un poco sublime entre el cielo y la tierra, y todos los personajes se mueven en esta máxima.

Pep Coll, escritor. Barcelona 12-12-2024 / Mireia Comas
Pep Coll, durante la entrevista con El Món sobre su última novela, ‘Els crims de la mel’ / Mireia Comas

En esta trama del relato incluso hay puntos humorísticos, o tragicómicos, con el engaño de un hermano al otro. 

Para empezar, contiene una reflexión sobre el funcionamiento de la figura del heredero, de lo que implica o implicaba heredar una masía y qué podían hacer los otros hermanos. 

Hay una dualidad entre la ingenuidad de uno y el cinismo del otro. ¿Es lo que representan los dos hermanos?

Es que era bastante frecuente esta situación. El que no nacía heredero tenía que buscarse la vida, lo cual podía significar muchas cosas. Pero lo que aparece también en ‘Els crims de la mel’ es el momento en que heredar una masía relativamente rica, de 90 hectáreas, deja de ser un privilegio y comienza a ser una carga.

¿Es el final de un mundo?

Sí, se acaba un mundo. Se encuentran muchas familias hacia finales de los 50 y de los 60. Ven que la tierra no da suficiente, y ser el heredero se vuelve bastante desagradable. Y mi protagonista es el último de su casa. Por eso se llama Galderic, que es el nombre del patrón de los campesinos catalanes, un nombre antiguo, de un santo del Rosellón. Después, con la Contrarreforma y el Concilio de Trento, a este santo lo dejaron de lado en favor de San Isidro, que es de Madrid. Por eso, el personaje se llama Galderic y representa al último campesino tradicional, el que todavía labra con bueyes en pleno siglo XX. Porque al final de la novela, cuando él vuelve a la masía, ya es una granja. No tiene nada que ver con la relación con los animales y con la tierra que tenían antes de que él se fuera a la prisión.

¿Es una reivindicación del campesino tradicional?

En todo caso, el lector lo puede interpretar como una reivindicación, pero el trabajo del narrador es narrar. Y no creo que haya nostalgia por parte del narrador. Más bien, humor, o ironía. Cuando se despide definitivamente de la finca, el monólogo es bastante irónico, porque, por un lado, siente nostalgia, pero, por otro lado, hay rabia contenida por las peleas que ha tenido con la tierra, con esta tierra tan áspera y rocosa. 

El tema de la libertad se aborda a partir de la contraposición entre payos y gitanos…

Sobre todo, es una experiencia individual. Hay un payo y una gitana que ambos están destinados a vivir de una determinada manera y quieren liberarse, ser libres. Pero descubren esta necesidad a partir de un choque, de un hecho inusual. Uno será por esto de hacerse pasar por asesino, que es un golpe muy fuerte y lo hace entrar en la prisión y en un mundo que desconocía. Y la otra, a raíz del aborto, cuando se queda viuda. Es como si cayeran del caballo. Un hecho traumático les permite darse cuenta de que hay una vida diferente más libre.

Aunque hay muchos personajes que se sabe que hablan en castellano, cosa que el narrador explicita, el idioma de la novela es, en todo momento, el catalán.

Una novela catalana debe ser en catalán. Esto lo tengo clarísimo. Veo que hay escritores que, si aparece un guardia civil, lo hacen hablar en castellano. Yo lo encuentro una anomalía. Juan Marsé o Vázquez Montalbán, en novelas suyas que transcurren en Barcelona, hacen salir catalanes y no los hacen hablar en catalán. Si haces una novela en catalán, debe ser toda en catalán. Además, el idioma que yo domino es el catalán. Por lo tanto, hacer hablar a guardias civiles en castellano también me costaría, por la cuestión del registro. No basta con entenderlo. Tienes que dominar mucho un idioma para hacer un producto mínimamente artístico. Y me parece que, en una novela en catalán, hacer hablar a un guardia civil en catalán es tratar el catalán como una lengua normal. Además, en esta novela, si hubiera querido poner el idioma original de guardias civiles, gitanos, juzgados… habría sido casi toda en castellano.

Si queremos tener una lengua normal, de la misma manera que las novelas en castellano ambientadas en Cataluña son íntegramente en castellano, en catalán debemos hacer exactamente igual. Hacer lo contrario me parecería incoherente y negativo, porque denota un complejo el hecho de pensar que introduciendo el castellano habría más verosimilitud, cosa que no es cierta.

Pep Coll, escritor. Barcelona 12-12-2024 / Mireia Comas
Pep Coll habla del racismo de guardias civiles y campesinos en los años 50 en el Pallars / Mireia Comas

El racismo es otro de los temas transversales de la novela. El de los guardias civiles, pero también el de los campesinos.

Quizás los más racistas serían los campesinos. Consideran a los gitanos unos ladrones. Porque su forma de vida es tan diferente, choca tanto, que no entienden que pueda haber una cultura tan ancestral, como en el paleolítico, con los cazadores-recolectores, que no tenían tierra. No es hasta el neolítico que comienza a existir la propiedad de la tierra, un cambio que ha calado históricamente en los payos pero no en la cultura de los gitanos. Que en la naturaleza no puedan recoger algunos frutos, cuando hay tantos, no lo acaban de ver. Y los campesinos no entienden lo contrario. 

También hay el racismo institucional, el del poder… 

Hay desprecio de la Guardia Civil, porque a la Guardia Civil los gitanos le daban trabajo. Sin los gitanos habrían estado muy tranquilos y por los gitanos recibían continuamente protestas de los campesinos. Pero en el crimen del cual parto, en el caso real, me sorprendió el trato totalmente digno y justo de los tribunales. El sumario sería exactamente igual si la víctima fuera un payo. En ningún momento el juez dice la palabra ‘gitano’. Sí la utilizan el fiscal y el defensor, pero el juez, no. Y condenan al supuesto asesino a diez años de prisión, que no es poco.

Pero en la novela introduce una deliberación imaginaria, entre los tres jueces, bastante divertida, que refleja el debate social y el racismo.

Sí, sí, quería poner un juez estrafalario. Pero en el sumario real se ve que hubo un juicio con cara y ojos en el año 1953…

Y eso le sorprendió…

Sí. Porque existía aquello de la ley de ‘vagos y maleantes’, parecía que si mataban a un gitano la condena tenía que ser de un año y gracias, que es un poco lo que pensaba la Guardia Civil y la gente de allí. Y, en cambio, no fue así. Cosa que no hacían con los presos políticos.

El choque entre el mundo de los payos y el de los gitanos surge también en cuanto al trato de los difuntos. 

Es otro aspecto que también me interesaba mucho.

Hay una discusión divertidísima con el juez y el forense dentro de la caravana de los gitanos, reclamando al patriarca el cadáver de la víctima del crimen para poder hacer la autopsia…

El caso es que al juez y al médico sólo les interesa hacerla para quedar bien con Lleida! El juez teme un tirón de orejas de las instancias superiores, porque era un juez de distrito, como un juez de paz, que hacía una larga suplencia porque la plaza de juez profesional estaba vacante. Y él se sentía muy inseguro. Pero al margen de las escenas inventadas, analizando el sumario real encontré que la justicia no había sido nada racista en este caso. Teniendo en cuenta que eran los años 50, en pleno franquismo.

¿Pero cree que fue una casualidad, cosa de un tribunal en concreto?

Supongo que dependía del juez. Pero sí que tengo la sensación de que, probablemente, la justicia de la época habitualmente trataba mejor a los gitanos que a los republicanos.

En un momento de la novela, el narrador recuerda que las noticias sobre crímenes y sucesos enseguida fueron descubiertas por el franquismo como una distracción ideal para que la gente no hablara de política. Es un lastre que la crónica negra y la novela policíaca han llevado mucho tiempo, pero eso se ha acabado. Ahora el género pasa por una época dorada.   

Pues yo no leo nada de novela negra…

¿No considera que ‘Els crims de la mel’ sea novela negra, por tanto?

De la novela negra me interesa el esqueleto que tiene, que a veces puedes usar para no descubrir al asesino hasta el final o hacer un final sorprendente, pero tampoco me interesa especialmente.

Pues no es la primera vez que hace una novela sobre crímenes…

Quizás la que sigue más los códigos, la estructura esta de mantener una incógnita hasta el final, es ‘El abominable crimen de la Alsina Graells’, que tiene un esquema clásico. Hay un muerto en el primer capítulo, un desfile de sospechosos y al final un final sorprendente, realista pero que sorprende al lector. Tanto en ‘Dos ataúdes negros y dos de blancos’ como en ‘Els crims de la mel’, en cambio, sólo he tomado algún aspecto del género…

Bueno, se titula ‘Els crims de la mel’, en plural, y al principio sólo hay uno. De este se sabe el autor desde el primer momento, pero hay que llegar hasta el final para entender el título del todo. Sí que juega con la incógnita.

Sí, sí, en este sentido, sí. Hay un gancho hasta el último capítulo, como en un thriller. Pero tomo sólo algún aspecto de la novela negra, en esta y en algunas otras novelas. En principio no me interesa especialmente la curiosidad esta de quién fue el asesino, que a veces es lo único que quieres saber. Lo que me interesa es lo que decía antes, hablar de qué es la libertad y qué es la verdad, qué significa realmente la verdad. Me interesa eso y mostrar el ambiente social de la época. 

La atmósfera viene determinada no sólo por la época sino también por la zona geográfica, dura y áspera. Retrata una especie de far west de Cataluña.

Sí, la tierra sí que no es de ficción. Todos los topónimos son reales, no los oculto. A veces encuentras novelas en las que parece que hablar de los topónimos de aquí es provinciano, y yo pienso que tan provinciano es hablar de topónimos del Pallars como de calles de Nueva York. Además, dan mucho juego. Son topónimos tan arcaicos que incluso fonéticamente te dicen mucho de la tierra. Nombres como Carrànima, con esas erres. Te imaginas esas peñas, esos bosques con precipicios. Forman parte también de la expresión literaria y es un material que aprovecho.

Pep Coll, escritor. Barcelona 12-12-2024 / Mireia Comas
Pep Coll, el día de la entrevista. La naturaleza del Pallars está muy presente en la novela ‘Els crims de la mel’ / Mireia Comas

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