El 2025 es el año de Miqui Puig. No es que haya parado nunca, pero no todos los años uno se infla de vender ejemplares de sus memorias por Sant Jordi –Yo no quería ser Miqui Puig– y luego llena la Sala Apolo con un espectáculo personalísimo un viernes de otoño. Eso es lo que hizo él ayer, en una actuación que iba de hacer bailar a la gente, como siempre hace en sus sesiones, pero con sus canciones. Una hora y media casi sin ninguna pausa –el público tuvo dificultad para encontrar espacios para aplaudir– y con estímulos constantes.

Aparte de bailar y cantar, al Apolo este viernes había que ir a mirar, porque el bolo –dirección visual del cineasta Santi Trullenque, amigo del alma del artista– era audiovisual en el sentido más pleno de la palabra. Una selección hipnótica de fragmentos de películas del Hollywood clásico –la mayoría en blanco y negro, la mayoría de viejos musicales– se iban sucediendo sin sonido sobre la pantalla del fondo del escenario mientras los músicos actuaban: claqué mudo de los años cuarenta combinado con el pop de 2025. En otros momentos, un estallido de color con imágenes caleidoscópicas, de constelaciones o de fuegos artificiales inundaba la sala. E incluso filmaciones caseras de amigos de Miqui Puig con sus perros –por ejemplo, Òscar Dalmau y Thais Villas– y él mismo con su perra Pancho.

Miqui Puig y los dos guitarristas sobre el escenario del Apolo, con un fragmento de una vieja película musical proyectado al fondo / S.B.
Miqui Puig y los dos guitarristas sobre el escenario del Apolo, con un fragmento de una vieja película musical proyectado al fondo / S.B.

Bailen, bailen

Comenzó con puntualidad británica –es decir, solo cinco minutos tarde– y enseguida se vio que aquello sería un no parar. Como si fuera una sesión de club, con la técnica depurada del DJ que ha recorrido el país quizá tantas veces como Pujol para hacer bailar a los catalanes, iba encadenando los temas sin alargarlos y sin dejar ni un momento en blanco. Y no se hizo esperar con los clásicos, porque al cabo de pocos minutos ya asomaba por primera vez –hacia el final se volvería a escuchar– el mítico Bonito es, hit de Los Sencillos. También dejó oír y bailar –en este caso, más tiempo– otros clásicos del grupo que lideró durante los años 90: Drama («Siempre nos quedará un drama / Siempre nos quedará el amor / Siempre quedará una comedia / Que vimos en el cine tú y yo») y Doctor Amor («Llámame, búscame, soy el doctor Amor«).

Miqui Puig, en un momento del concierto en el Apolo, cantando una de sus canciones, todas de amor / S.B.
Miqui Puig, en un momento del concierto en el Apolo, cantando una de sus canciones, todas de amor / S.B.

Pero, por supuesto, tampoco faltaron piezas de los otros discos, incluido el último, Miqui Puig canta vol. 7: Cadera de mimbre, La Casa Italia, Los decentes o Yo no quería estar allí. Y piezas de otros LPs más antiguos de álbumes en solitario, como El sirviente Di quién te cuidará cuando yo no esté, cuando me marche / Di quién te cuidará cuando yo no esté, cuando se acabe / Quién doblará toallas para ti / respetando tamaño y color»).

Un final para echarlo de menos

Al principio, como una declaración de intenciones, había cantado Raros, una de sus canciones más reivindicativas: «Soy gay, soy nazi, escoria / Soy trans, soy puta, sin patria /Soy gay, soy nazi, bollera / Soy rojo y gordo, marica». Y para ir hilando la despedida eligió Vos trobava a faltar: «Os echaba de menos / Pero no como aquel que querría volver / Os echaba de menos / Teneros aquí al alcance». Introducida por un aviso al público: «Os echaba de menos, hijos de puta, ¡mucho!».

Acompañado presencialmente solo por dos guitarras, con voces y bases rítmicas pregrabadas, el espectáculo visual y con dos cambios de vestuario –su obsesión por la moda no podía faltar a la cita–, Miqui Puig hizo lo que había prometido. Como «cantautor pop» –así lo define el promotor musical Albert Salmerón, uno de los amigos que no se perdieron el espectáculo–, como artista que se ha relacionado tanto con el tecno y el house como con el punk y el soul, hizo «canciones bonitas, solo himnos y hits, hits que lo fueron en ninguna parte». Piezas «arregladas para la ocasión desde el laboratorio LAVLAB», el espacio de creación donde trabaja día a día con Raúl Juan, uno de los guitarristas de la velada. Era lo que estaba anunciado y es lo que tuvieron los que estuvieron allí.

El concierto de Miqui Puig en el Apolo en el tramo final, con fuegos artificiales proyectados sobre la pantalla del escenario / S.B.
El concierto de Miqui Puig en el Apolo en el tramo final, con fuegos artificiales proyectados sobre la pantalla del escenario / S.B.

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