Jordi Nopca (Barcelona, 1983) es periodista cultural –responsable de la información sobre libros en el diario Ara desde que salió, a finales de 2010– y es escritor, de cuentos (Puja a casa) y de novelas (El talent, La teva ombra). Este Sant Jordi tiene a la venta su última novela, publicada a finales de enero en Proa, El futur és una petita flama. La protagoniza un erizo que trabaja de informático, que acaba de tener un hijo con la eriza. Vive con angustia el cambio climático y el avance de la extrema derecha y tiene conflictos humanos con otros animales, excepto con su amigo musaraña, con quien monta un negocio de marihuana a domicilio.
Podría ser una fábula pero no lo es. Podría ser una novela distópica pero no lo es. Es una novela de Jordi Nopca. En algunas acotaciones en esta entrevista se hace constar que sonríe o, como mucho, que se ríe por lo bajo, lo cual es exacto. Así es también el humor en sus textos, un truco que permite soportar la vida y sonreír, lo cual ya es mucho.
¿Le gusta Sant Jordi? Hay autores que no terminan de sentirse bien con el aspecto comercial de la fiesta.
Yo tengo la esperanza de que esta novela pase por debajo de la trituradora de Sant Jordi, que es como una especie de máquina que tritura muchos libros.
¿Qué quiere decir?
Sant Jordi es un gran selector de libros que acaban teniendo mucho eco, pero en paralelo también destruye muchos libros que podrían tener un cierto recorrido. Mi esperanza es que, como el libro salió a finales de enero, ahora, por Sant Jordi, pase por debajo de esta trituradora, inadvertidamente, y que en mayo vuelva a tener como una pequeña segunda vida. Espero que Sant Jordi, que mata al dragón, no mate a los erizos [sonríe].
¿Ve Sant Jordi como una fiesta injusta?
Creo que todos los que nos dedicamos al periodismo cultural tarde o temprano nos damos cuenta de eso, de esta injusticia, porque Sant Jordi no deja de ser una fiesta de celebración de la lectura. El problema es que ha tomado una inercia que hace que dé preponderancia a un número de títulos muy concreto y que el resto queden un poco abandonados.
Vaya, que tiene una posición ambivalente ante Sant Jordi.
Sí, porque es bonito que tengamos un día en el que el libro esté en el centro de nuestras vidas. Pero después piensas… ¿qué tipo de libro queremos colocar en el centro de nuestras vidas? Sin decir nombres, pero a veces…
¿Nunca le convencen los más vendidos?
Hay veces que sí, que hay sorpresas. Ha habido años en que los más vendidos han sido agradablemente sorprendentes. Por ejemplo, un año uno de mis vendidos fue de Víctor Català, fue Un film (3.000 metres), una novela de hace un siglo. Otros años ha tenido mucha repercusión Eva Baltasar, y me he alegrado, porque literariamente son libros potentes, con recorrido, con aspiraciones…
¿Cree que no está todo perdido, entonces?
Sant Jordi es un poco una cruz para algunos autores. Pero puede haber oportunidades de colarte por ahí, no arriba del todo de mis vendidos, pero sí que tus lectores te reconozcan y te vengan a ver. Eso es maravilloso. Te encuentras con gente que te ha leído y el hecho de que vengan a verte y te saluden es una maravilla. Yo soy una persona como muy poco sociable, en general. Esta ruptura de una especie de techo de vidrio que es Sant Jordi me hace muy feliz.
¿Se pasará el día firmando?
No, no. He pedido estar poco, para no deprimirme.
¿Por si no van lectores?
Claro.
¿Pero le ha pasado, eso?
Es que no he firmado casi nunca.
Acaba de decir que es muy bonita la experiencia de tener contacto con los lectores…
Tengo el recuerdo de 2015, que fue cuando publiqué Puja a casa. Fui a firmar dos horas, y vino bastante gente.
Entonces, ¿por qué tiene miedo ahora?
Porque han pasado diez años, y yo ya soy otro tipo de erizo [leve risita de autoparodia].
¿Y no se supone que ha de ser mejor, como autor? ¿Cree que no ha madurado?
Como autor, creo que sí, que soy mejor. Ahora, ser mejor como autor no implica que te lean más. Pero creo que en estos diez años me he hecho menos cínico, seguramente.
¡Va al revés del mundo! Con los años te vuelves más cínico, en general.
Pues yo me he vuelto menos cínico, creo. Hay un punto de mí que tiene más esperanza en el ser humano que antes. Hace diez años tenía una visión muy pesimista de la existencia. Y ahora creo que estoy un poco más animado.
En el libro, el protagonista oscila entre la decepción, la visión crítica del mundo y, al final, la esperanza. Es un ecoansioso que sufre por el destino del planeta y por la extrema derecha, muy crítico con la clase política, que pasa unos momentos muy difíciles. Pero vence la tentación de volverse cínico. ¿Sería eso?
Creo que he aprendido que hay cosas por las que vale la pena luchar. Quizás hace diez años, al margen de la literatura o del amor, era bastante incrédulo. Y ahora, por ejemplo, en esta novela hay una crítica a la clase política, pero al mismo tiempo hay este mensaje de creer que quizás mañana no todo será de color de rosa pero que, en función de las decisiones que tomemos, podemos ayudar a mejorar las cosas. Es el gran cambio que he hecho.

¿Y eso se lo ha traído la edad o la paternidad? Porque la paternidad que explica en la novela es autobiográfica…
Yo creo que las dos cosas. Llegó un momento que me di cuenta de que ya no podía ser más oscuro y que tenía que ir hacia una especie de luz. Y esa luz fue un cierto compromiso con algunas causas. Para mí el ecologismo es muy importante. Y en el momento en que apareció Greta Thunberg, me generó una gran ambivalencia, porque me parecía que sus discursos tenían un punto muy inocente, pero por otro lado admiraba que ella vehiculase estos mensajes con una fuerza que yo no tendré nunca. Y empecé a pensar que quizás un personaje mío, como es este erizo protagonista, podría sentirse fascinado por alguien como Greta, algo que a mí me costaría mucho. Yo puedo apoyar estas ideas, pero la fascinación que el erizo siente por la causa del ratón no la he tenido nunca. Y empecé a pensar, cuando escribía la novela, que tenía que intentar, de alguna manera, destruir el mundo del personaje, del erizo, para que después de esta destrucción pudiera haber una especie de pequeño renacimiento. Su identidad ha quedado totalmente destruida por el hijo, porque le requiere las 24 horas del día de atención, y el trabajo le requiere muchos más compromisos…
Y una traición a sus principios.
Y una traición a sus principios, exacto. O sea, el trabajo le da un sueldo, pero hay un momento en que le reclama un gesto que implica traicionar sus principios.
Y luego acepta un trabajo que aún es peor…
Mientras escribía la novela pensaba qué sería lo que más me incomodaría. Era un momento en que en Hungría había vuelto a ganar la extrema derecha, Marine Le Pen parecía que sería la siguiente presidenta de Francia, Meloni ya despuntaba en Italia… Y pensé que lo que más me fastidiaría sería trabajar en una estructura de extrema derecha. Por eso decidí que era donde tenía que ir mi personaje. A una estructura de extrema derecha y, además muy, inquietante, porque es el Ministerio del Interior, que se dedica a repartir estopa y a inventarse conspiraciones, en la novela.
Lo pone en una situación extrema.
Es que el mundo en el que se encuentra el personaje es extremo, muy desesperante, y se parece mucho al nuestro, por desgracia. Por eso se trata de encontrar una grieta. Por eso el erizo aspira a convertirse en un error del sistema. Como técnico de sistemas, puede colaborar con el gobierno y borrar pruebas de corrupciones, y luego, al mismo tiempo, puede idear aplicaciones para la dark web y montar un negocio de marihuana. Quizás es la parte más catalana del libro, montar un negocio de marihuana [ríe por lo bajo].
Es un emprendedor.
En Cataluña tenemos muchos emprendedores devotamente dedicados a la marihuana.
Por tanto, la conclusión es que hay cosas por las que vale la pena luchar y la manera es ser un error del sistema, una especie de caballo de Troya?
Un poco sí. El sistema lo pone muy difícil para ayudar a construirlo de una manera digna, me parece bastante indigno, tal como está montado. Lo único que se me ocurre es destruirlo desde dentro siendo un error del sistema, vulnerando algunas pequeñas normas, códigos de conducta… No es una novela sobre ocupar casas abandonadas, que es otra manera de resistir, sino sobre cómo, un poco al margen de la legalidad, podemos ayudar a construir una alternativa. Sea desde el activismo encubierto, sea a través de la salvación de alguien, como es el ratón, o incluso a través de un negocio de venta de marihuana a domicilio repartida con furgonetas de una gran empresa de comercio electrónico.
Eso es justicia poética, que el repartidor de Amazon…
Usted ha dicho esa palabra, yo no la digo…
No, usted dice ‘la gran empresa del comercio electrónico’.
Lo que me interesa es que, trabajando para un gobierno de extrema derecha, el erizo hace el mal, aunque sea legal. Y con la marihuana hace una ilegalidad. No es un error del sistema pensado para ser un nuevo mesías. Es un error del sistema muy secundario. Se desplaza por debajo de los grandes eventos y logra hacer puentes entre una realidad opresiva y una realidad un poco más esperanzada. La gracia es que el erizo cuenta una historia épica siendo un secundario. Y la épica es salvar el país. Que es algo que a los catalanes nos encanta. Nos encanta la idea de salvar el país, de encontrar una alternativa mágica, de llegar a Ítaca. Pero nos faltan esos errores del sistema. A veces quizás los hemos llegado a tener, pero se han acabado muy rápidamente.
El sistema los ahoga.
El personaje está en una doble tensión, entonces.
Sí, claro, es la tensión íntima y la tensión macro. La tensión macro en un determinado momento toma relevancia, pero sin la tensión íntima probablemente la novela sería toda otra. Quizás la gracia para mí es que él siempre está sopesando los pros y los contras de todo. Ve el error antes de que esté. O ve el accidente antes de caer. Aquí quizás le he dado un poco de mi propia personalidad. Tengo tendencia a darle muchas vueltas a las cosas… a sobrepensar.
¿Hay muchas cosas suyas en la novela, mucha autoficción?
Hay autoficción en el marco que doy al personaje. Pero las situaciones son más divertidas que las que yo he vivido. La vida siempre es peor que la ficción.
Exacto, el sistema los ahoga. Entonces, la idea era contar una historia cotidiana, la vida de una familia, que lucha por sobrevivir en un mundo hostil, donde la extrema derecha acaba ganando unas elecciones. Y quise añadir la idea de tener un pequeño dictador en casa, el hijo, mientras tienes otro en las noticias.
El humor atraviesa toda la novela, como en otras obras suyas. ¿Lo necesita?
Es que el humor no se hace para hacer reír a los demás, sino para salvarte tú. Para salvarte en el sentido de que cuando haces humor es porque estás tan desesperado que no encuentras otra manera de salir de ese laberinto. El humor son mis púas de erizo. Es una forma de salvarme sin necesariamente hacer daño a los demás. Porque, normalmente, el humor que uso es muy contra mí. Es un humor que me castiga a mí, que me pone mucho en ridículo a mí.

Antes hacía una especie de paralelismo entre la paternidad y la extrema derecha.
Sí. Porque un hijo, para mal y para bien, es un gran dictador.
¿Para bien en qué sentido?
Porque te sometes a una autoridad que te promete algo que las autoridades políticas no te prometen, que es amor. Un hijo es un dictador que lo que te promete no es un país mejor, sino que con él te sentirás lleno, amado, y que amarás. Es muy tentador. Es algo que no lo vives antes de tener hijos. Yo he amado personas, pero no de la manera que he logrado amar a los hijos o que he sentido que ellos me amaban. Por eso es un dictador que a veces te castiga y otras veces te hace inmensamente feliz.
Pero muy a menudo los hijos tienen un punto egoísta con los padres.
Yo creo que esa sensación debe crecer con los años, en el momento que te das cuenta de que todo aquel esfuerzo que has hecho ha servido para que salga adelante otra persona diferente a ti, que tiene unos intereses diferentes a los tuyos y que de alguna manera todo lo que tú has invertido, en tiempo, dedicación y lecciones, si se puede usar esa palabra, esa persona nueva lo toma y lo metaboliza de una manera que no es como tú preveías. Entonces quizás ahí viene la decepción, quizás piensas: ‘Te he dedicado mi vida y tú me devuelves un insulto’. Eso será muy amargo cuando pase. No estoy en ese momento, aún. Mis hijos son pequeños.
¿Pero cree que pasará seguro, en algún momento?
No lo sé, quizás sí, quizás no. Tengo la esperanza de que no me pase. Miro los casos que conozco de padres con hijos adultos y veo que hay un poco de todo. Hay hijos muy devotos de sus padres, hay hijos generosos, y hay padres que no son nada generosos con sus hijos. La idea del egoísmo es interesante.
¿Y la decisión de tener hijos es egoísta?
Esa es una buena pregunta. En la decisión de tener al menos un hijo, que fue el primero, no recuerdo mucha premeditación. No recuerdo mucha conciencia, pero sí recuerdo que, aunque no lo verbalizaba mucho, me hacía mucha ilusión llegar a tener un hijo. Lo que pasa es que no me lo llegaba a plantear, porque trabajaba en un diario, escribía cuentos, escribía novelas, tenía la cabeza muy ocupada en cuestiones, importantes, que no me permitían llegar a pensar cómo cambiaría mi vida si tenía un hijo. No llegué a darme cuenta de cómo podía llegar a cambiarme la vida hasta el día que llegamos de la clínica a casa y nos dimos cuenta de que eso era para siempre.
Hombre, ya se sabía, ¿no?
Pero una cosa es saberlo y la otra es, de repente, encontrarte en un infierno cada noche que te impide dormir, por tanto, descansar, por tanto, relajarte, y que hace que al día siguiente sea como una extensión del primer día, y que el otro día sea una extensión del segundo y del primero, porque en ningún momento descansas, en ningún momento renuevas la energía. Y eso es algo que no podía imaginar que me pasaría, porque había sido, hasta entonces, una persona que dormía bastante las horas que le tocaban. La clave de mi rendimiento laboral y creativo era dormir. Dormir las horas que me tocaban y tener energía las horas que estaba despierto. Y, cuando tuve al primer hijo, durante casi dos años me convertí en una especie de zombi. No era muy consciente ni de cuándo trabajaba ni de cuándo vestía al niño… Hacía muchas cosas con el piloto automático, porque iba muy cansado. Iba de casa al trabajo, del trabajo a casa, y en casa había mucho más trabajo que en el trabajo. Tenía la sensación de descansar en el trabajo. Cuando iba al diario, durante unos minutos pensaba, ‘ostras, ahora no hay nadie llorando’.
También ayuda que tiene un trabajo que le gusta.
Sí, pero lo más importante era que no había nadie llorando, no había nadie reclamando un biberón. Había paz. En casa hubo una época que no había paz. Había una exigencia muy salvaje. Y creo que esa cosa tan animal de ser padre era lógico que la trasladase a los personajes. Por eso los hice animales.
Por eso hace una novela que es como una fábula.
Se puede pensar eso, pero la fábula tiene un mensaje.
¿Y no lo tiene, la novela?
Quizás está, bastante al final. Pero hay tantos problemas entremedio que queda muy escondido.
Por tanto, ¿no había la voluntad de hacer una fábula?
Había la voluntad de llegar a un lugar que fuera un espacio de transformación del personaje. Si eso es una moral, quizás había la voluntad de llegar a una moral.
Quería decir la fábula como género.
No, porque la fábula está muy acotada. Y requiere una extensión mucho más breve, y además requiere que los personajes sean bastante arquetípicos. Si en una fábula aparece un zorro, sabes que será astuto, que se comportará con malas intenciones, que quizás se saldrá con la suya, pero lo hará con malas artes. Aquí, por ejemplo, hay un zorro que es un acosador laboral, que ni siquiera sabemos si es macho o hembra, porque en catalán dices la guineu y en castellano dirías el zorro. Y lo dejo abierto. No sabes si al erizo, que sí sabemos que es un macho, lo acosa un zorro macho o un zorro hembra. Hay mucha gente que me ha dicho que veía un zorro hembra. Y yo lo veía masculino.
Pero no me dirá que la elección de los animales para cada personaje no tiene los códigos de la fábula. Quizás una fábula deconstruida…
Una fábula de machos reconstruidos [nueva risa que no llega a serlo].
Él es un macho deconstruido, ¿no?
Un poco, supongo.

¿Pero cómo eligió los animales?
Andaba por todas partes observando a la gente, miraba las noticias. Durante una época estuve mirando mucho las noticias, sobre todo para imaginar cómo sería cada político. La yegua, la tortuga de los verdes, la rana de la extrema derecha…
¿La rana es un mix entre Le Pen y Meloni?
¡Y de Donald Trump! A Trump le han hecho muchos memes de rana.
Ah, ¿tampoco es una mujer?
Sí, la rana sí que la veo como una mujer, como una dictadora. Porque pensé que una manera de subvertir, de cambiar algunos códigos, era hacer que todas las figuras de poder fueran hembras. Eso de alguna manera rompía con nuestro mundo. Pero luego hago que las figuras de poder, como toman roles bastante masculinos, acaben comportándose, por desgracia, como hombres. Es decir, no son direcciones renovadoras, transformadoras y respetuosas, sino que son direcciones clonadas de las que han ocupado los hombres.
¿Cree que es posible que las mujeres dirijan las cosas de otra manera por definición?
No lo sé. Hay muchos manuales de liderazgo en femenino. He leído alguno.
¿Pero lo ha visto alguna vez en la realidad?
No lo he llegado a ver. Claro, como me lo miro todo desde el punto de vista del que está abajo, tengo una visión bastante escéptica del poder. Tanto si lo ostentan hombres como mujeres, tengo tendencia a mirarlo con suspicacia. Quizás si me colocase arriba vería diferencias entre la manera de decidir de hombres y mujeres. Pero como esta novela está escrita con un personaje que lo mira desde abajo, ve el poder de una manera bastante crítica.
En todo caso, la elección de los animales, aparte de observar rasgos físicos de personas reales, también debía hacer referencia a los caracteres. La ministra de cultura es una serpiente.
Pensé que debía ser una pitón porque no mata con veneno, sino por asfixia. En la cultura no nos ‘matan’ con veneno, sino por asfixia. Vamos perdiendo fuerzas porque el mundo no mira hacia la cultura, mira hacia otros lados.
Y el protagonista es un erizo, que es el máximo exponente de un ser reservado que se defiende de las agresiones exteriores.
El erizo lo elegí porque se había puesto de moda en Instagram y había muchos vídeos de gente con erizos en casa y esa cosa del animal cuqui me revolvía profundamente, porque pensaba que los estábamos humanizando hasta unos límites ridículos. Entonces decidí hacer un erizo de clase media que tiene que levantarse para ir a trabajar, que tiene una pareja, que tienen un hijo y que se siente desbordado. Por eso le di este carácter existencialista. Para mí el existencialismo, que es una de las fuentes de lo que hago, no deja de ser una reflexión sobre el sentido de vivir, que es que no hay sentido. El sentido de vivir es que tenemos que ir resistiendo. ¿Nuestro hijo destroza el piso? Nosotros lo tenemos que ordenar. ¿La cocina está sucia? Jordi, límpiala. No podemos hacer nada más que eso. Eso es mi existencialismo.
Poco épico.
Es muy poco épico, es una épica de mínimos. Yo no podría llegar a Troya, pero limpiaría las patas del caballo. Esa sería mi épica.
¿Por qué decide al final cambiar la voz del narrador?
Porque pensé que esta historia no la podía acabar un macho. Que era la historia de alguien que pensaba que tenía una voz literaria, pero que en realidad esa voz literaria debía cederla a quien más lo amaba, que acabaría su historia por un imperativo de salud del erizo, pero al mismo tiempo era como una especie de traslación literaria. Los machos hemos tenido un tiempo y ahora tenemos que aprender que debemos callar.
¿Es la hora de las mujeres?
Es la hora de las erizas. La hora de las hembras. Es la hora de que ellas puedan acabar las historias que nosotros hemos esbozado. Eso me pone en una situación muy difícil, es como si ya no pudiera escribir nada más.
¿Dejará de escribir?
No lo sabemos, no lo sabemos. [Sonrisa final].