Estel Solé (Molins de Rei, 1987) ha desempeñado todos los papeles en el ámbito de la cultura, como actriz de teatro, cine y series de televisión como la mítica La Riera, de TV3, como ayudante de dirección en montajes teatrales, como dramaturga, como poeta, en el «tortuoso» mundo de la literatura catalana. Ahora vuelve a la primera plana de la escena literaria con la publicación de su segunda novela, Aquest tros de vida (Columna, Grup 62), ganadora del premio Ramon Llull. En esta entrevista con El Món, la escritora, que ha hecho de su afición una forma de vida, reflexiona sobre las dificultades de la conciliación familiar, la presión y subestimación de la mujer en el mundo de la ciencia, el feminismo -o su ausencia- dentro de la escena cultural catalana, y el vacío al momento de dar a luz una novela.

El Ramon Llull, un premio que ha dicho que no esperaba…

No, no me esperaba para nada ganar… Vengo de una época tan complicada en el ámbito personal, tan dura, que al final todas las ilusiones y la posibilidad de que esto ocurriera había quedado sepultada. Era una concha en la arena de la playa de la supervivencia. Llevo años de escritura, de mucha lucha. Yo me estaba centrando en encontrar un piso para mis criaturas, porque me divorcié hace un año, compaginando cincuenta mil trabajos a la vez, con mucha ansiedad, mucho agobio… Todo esto, las cosas buenas, flotaban mínimamente, pero quedaban muy difuminadas. Y no les daba espacio tampoco, porque he estado con este pensamiento, típico de nuestros días, de ejecutar, de hacer, de tirar adelante. No puedes detenerte en nada, y menos esperar a ver si algo bonito ocurrirá o no.

¿Cómo ha sido la conciliación laboral y familiar durante todo este tiempo?

Ha sido muy complicado. Yo comencé a escribir esta novela cuando acababa de nacer Bruna, mi segunda hija, en un contexto postconfinamiento. Y desde entonces, los tres o cuatro años siguientes, han sido de robar tiempo al tiempo. De levantarme los sábados por la mañana, cuando todos dormían en casa, muy temprano y marchar a un bar a escribir, hasta que me llamaba mi exmarido [entonces todavía era mi marido] y me decía que las criaturas me reclamaban [ríe]. Algunos veranos tenía que pedirle a mi madre o a los amigos que me los cuidaran [los hijos] mientras estaba en la piscina para poder escribir. Esta novela la he escrito con el ordenador encima durante tres años, pero como algo secundario. Que, realmente, es perverso y difícil, porque era lo que yo más ganas tenía de poder hacer. De pararlo todo y centrarme solo en escribir, porque para mí es tortuoso escribir, pero una vez estoy dentro es uno de los mayores placeres. Desaparezco. Y está muy bien hacer desaparecer el ego, y escribir es una muy buena manera de hacerlo.

Pero me ha costado mucho hacerlo [el libro], y ha quedado sepultado. He tenido que ir rascando momentos, con el ordenador encima, y se convierte en todo un reto. Al final, la promesa que me hago a mí misma es que, por mucho que me esté costando muchísimo, debo entrar cada día en el documento, escribir una frase y, si no puedo ni siquiera escribir una, al menos releer.

El proceso, entonces, de alguna manera, ha sido diferente al de la novela anterior.

Es cierto que ha sido una novela mucho más pensada de lo que fue la primera, porque evidentemente en los primeros dos años de la primera hija no tenía tiempo de escribir. De hecho, yo a veces pienso, aunque no es verdad, que ojalá me dedicara a un trabajo mecánico, a poner clavos [ríe], porque es un trabajo que puedes hacer incluso si estás mal. Todo esto júntalo con una segunda maternidad, donde yo he tenido mucha ansiedad, mucho agobio. Durante la escritura de esta novela quería sobrevivir profesionalmente, porque durante el embarazo de mi primera criatura yo me aparté mucho del mundo laboral, y esta vez no quería que me volviera a pasar. Y, por lo tanto, me reivindicaba laboralmente dentro de la familia, mientras también tenía la presión de ser excelsa como madre de dos criaturas.

Todo esto ha terminado colándose dentro de la novela. Quería que la protagonista estuviera atravesada por la precariedad que, en este caso mío, pero también en otras personas, lleva a hacer mil trabajos. Y con esta novela también quería explicar qué pasa en el día a día de una vida, y que la precariedad ya no va de aquellas personas que viven en barrios marginales, sino que la precariedad nos atraviesa a todos. Y, en este caso, quise apostar por explicar la precariedad desde el sector de la ciencia. Y el libro, en el fondo, ha acabado siendo un homenaje a la científica Anna Tresserra, que me estuvo ayudando a configurar el personaje y que, lamentablemente, murió este verano, y me estuvo asesorando para diseñar a la protagonista, ya que quería que fuera una investigadora científica.

Estel Solé, actriu i escriptora. Barcelona 24-02-2025 / Mireia Comas
Estel Solé, actriz y escritora. Barcelona 24-02-2025 / Mireia Comas

El libro, sin embargo, también tiene un cierto componente autobiográfico.

Es cierto que tiene algún punto, pero no buscado. De hecho, creo que soy más sincera y confesional en mis artículos que en la novela. Ahora mismo, yo no creo mucho en la autoficción. Para mí es: o nos confesamos y explicamos desde el ‘yo’, o hacemos ficción. Respeto que existan los dos géneros, pero para mí esta novela es solo ficción. Ahora bien, es inevitable que aparezcan cosas personales en la novela, porque la vida me atraviesa. Yo lo he visto. En el período que estás escribiendo una novela, salvo que sea una novela histórica, y que, aún así, habrá partículas de cosas que te atravesarán, siempre aparecen aspectos de tu vida. Yo me entiendo como un canal creador. A pesar de que he pensado mucho esta novela porque no tenía tiempo para escribirla, y mientras mecía a la niña o iba a comprar iba dando vueltas a aspectos del libro, al final el proceso sigue siendo muy inconsciente, porque me gusta que sea así. Y no sé hacerlo de otra manera.

¿Considera que la precariedad se acentúa aún en el mundo de la ciencia, donde hay pocos referentes femeninos?

Justo la semana pasada vi un artículo que lo explicaba. Creo que, evidentemente, en el mundo de la ciencia todavía hay menos referentes mujeres que en el mundo de la cultura, por ejemplo. También porque el mundo de la ciencia tiene mucha menos proyección pública y social. Es decir, el mundo de la cultura, al final, es un mundo en el que nos tiramos un pedo y esto se anuncia. En cambio, en la ciencia no. Hay grandes científicas en nuestro país haciendo cosas determinantes que luego harán que mejore nuestra vida, aplicándolas a la salud o la alimentación, por ejemplo, y no lo sabemos. No sabemos quién está detrás del descubrimiento. Por lo tanto, yo entiendo que para una mujer que se dedica a la ciencia ha de ser realmente complicado querer ser madre y compaginar la dedicación absoluta que supone esto, y también las luchas internas que hay dentro del sector.

Esto se puede ver en el libro.

El libro trata un poco esta cuestión. También he querido hacer hincapié en esta falta de feminismo por parte de las mujeres. Hay dos fragmentos de esta novela, dos personajes femeninos en concreto, que descolocan y le provocan un dolor terrible a la protagonista, porque de ellas espera una comprensión, una empatía, y no la encuentra. Evidentemente, duele mucho más encontrarse con la falta de feminismo por parte de una mujer que cuando es por parte de un hombre. Y creo que también era interesante, porque yo como madre me he encontrado en el ámbito laboral. Que, de alguna manera, se me dijera qué horarios me irían mejor, o que me despidan, pero que así tendré más tiempo para estar con las criaturas. Y que esto te lo esté diciendo una mujer duele. Quiero entender que, al final, es una mujer que vive en una sociedad machista. Pero, igualmente, entre aliadas duele más.

¿A qué se debe?

Creo que pasa porque ancestralmente las mujeres hemos sido los ángeles del hogar, las personas que se ocupaban de la casa y las criaturas. Y a veces hay un poco la sensación de que si quieres conquistar el mundo laboral, muy bien, pero que si has decidido también ser madre estarás cumpliendo con esta tarea. Ya puedes estar cada día llevando o recogiendo las criaturas en la escuela, mientras haces malabares para salir adelante laboralmente, con una presión increíble porque sientes que, como mujer, puedes fallar menos que un hombre, que el día que tu pareja hombre recoge las criaturas te dirán: «Cómo los cuida, qué gran padre». Esto sigue siendo así, porque hay algo que es excepción y lo otro que, por antecedente histórico, es el hecho común. Y estamos en transición, pero parece que sigue siendo excepcional y que se debe valorar que un hombre se implique en los hijos.

Yo entiendo que los hombres están en un momento en que les explota la cabeza, porque de alguna manera saben que no pueden perpetuar los estereotipos y los roles de aquella masculinidad que han ejercido sus padres y abuelos, pero al mismo tiempo tampoco saben hacia qué modelo deben dirigirse. Y se encuentran con unas mujeres más reivindicativas que nunca, más implacables que nunca en algunas cosas… Y esto también se cuela un poco en la novela, en toda esta historia de este matrimonio, en el que hay una mujer, que ha gestado, que ha criado, que se ha retirado laboralmente durante los primeros años de la vida de la criatura, y ha estado con un desgaste increíble, mientras hay un hombre que durante el embarazo ha continuado trabajando igual, que durante los primeros años de crianza también, y no ha hecho ninguna renuncia profesional. Esta criatura es tanto del padre como de la madre, pero ¿quién está haciendo más sacrificios? ¿Y a qué precio? Esto yo también quería explicarlo, porque es una situación con la que nos encontramos, también en hombres de izquierdas que se consideran feministas, y que lo son en muchos sentidos, pero que están en el proceso de dejar ir privilegios. Al final se piden hechos y no palabras, ¿no? Puede parecer que el personaje masculino que presento en el libro es un desastre de la ficción, pero no deja de ser un Frankenstein de las miles de historias que he escuchado de todas mis amigas y que yo he vivido en mi propia piel.

Estel Solé, actriu i escriptora. Barcelona 24-02-2025 / Mireia Comas
Estel Solé, actriz y escritora. Barcelona 24-02-2025 / Mireia Comas

¿Estos roles de género que comenta también se reproducen en el mundo de la cultura?

Creo que en el ámbito de la cultura, como en todos los ámbitos, se han hecho avances. Pero no sirve de nada hacer lecturas feministas el 8 de marzo o el 25 de noviembre y hacer todo este purple washing si luego, a la hora de la verdad, no hay acciones. Me da rabia hacer este discurso, que suena capitalista, pero al final esto va de dinero, porque vivimos en un mundo capitalista. La mujer puede empoderarse mucho a sí misma, pero no nos sirve de nada todo este discurso hacia la galería de «creemos en vosotras», «creemos en el talento femenino» si luego no se nos dan oportunidades laborales que nos permitan ganar tanto dinero como ganan los hombres para poder hacer nuestras creaciones y acabar consolidando una carrera. Se sigue desconfiando de nosotras. Sinceramente, no hace falta que hagan ningún discurso el 8 de marzo si no hay una apuesta real detrás.

Queda en papel mojado, entonces.

Absolutamente. Ahora mismo, lo que tiene que pasar es que las programaciones, como mínimo, sean paritarias. Mitad y mitad. Pero también estamos un poco cansadas de esto, ya lo tenemos un poco superado, y ahora es reivindicar que me tienes que programar, no solo porque sea mujer, sino porque tienes que hacer una apuesta y que la programación, si es necesario, durante una temporada, sea solo de las mujeres. Deben ser hechos y no palabras. Al final, la oportunidad debe ser real, y lo que reclamamos es solo que se nos deje el mismo derecho a fallar que tienen ellos.

Al principio de la entrevista, usted me ha definido escribir como un proceso «tortuoso».

Para mí escribir, sobre todo al principio, al romper la página en blanco, esas primeras semanas en las que no hay nada, es un momento de bajar a la cueva e internarme muy dentro de mí. Es una cueva que tengo dentro, pero la visualizo fuera. Para mí la historia y los personajes ya existen, es un poco como ese espeleólogo que baja con muy poca luz y mucha oscuridad, porque ir dentro de ti siempre es ir a un lugar oscuro, y comienza a picar piedra. Y picar mucha piedra para terminar encontrando una escultura que ya está allí. Entonces, bajar a la cueva para mí es duro porque te estás poniendo en contacto con aquellas partes de un inconsciente y porque, para escribir, debes ir a buscar tu propia voz. Una voz que conoce tus fantasmas, tus demonios y tus peores partes. Debe ser una voz que busca la autocrítica y que no se queda con lo primero que encuentra. Todo este proceso de honestidad es tortuoso. Siempre pienso que lo único que me salvará de las críticas es saber que he trabajado con el máximo rigor, la máxima honestidad, y con todo el trabajo que yo podía aportar aquí. A partir de aquí, que el resultado guste más o menos ya no está en mis manos, pero ha pasado muchos filtros de calidad míos, que soy la más exigente de todas conmigo misma.

Es un trabajo de introspección, entonces.

Exacto, totalmente. Es un trabajo de introspección, pero también muy interesante. Esta alienación que me provoca a veces, el hecho de ver los temas sobre los cuales me nace hablar… Es como cuando vas al psicólogo con la idea de hablar sobre un hecho, y de repente la sesión termina girando en torno a una cuestión totalmente diferente. Me gusta que con la escritura me pase esto. Que tengo una idea muy pensada y, de repente, el cuerpo me lleva hacia otro lado. Es tortuoso, no solo porque bajas al fondo de ti mismo, sino porque te estás preguntando constantemente si esto vale, te planteas por qué estás escribiendo… Y a veces tienes ganas de borrarlo todo.

¿Se ha encontrado en esa situación durante la escritura de Aquest tros de vida?

Yo tuve dos meses de bloqueo absoluto en los cuales no podía más. Estaba totalmente bloqueada. Hay partes de esta novela que las he reescrito dos y tres veces con voces diferentes, y al cabo de dos meses volver a abrir el ordenador y pensar: «Eres mi hijo [metafórico], no me gustas del todo, pero debemos reconciliarnos». Y volver a ponerme a ello. Aprender a usar la papelera de reciclaje y aprender que escribir tiene un punto delicado: te debe gustar lo que haces, pero no hasta el punto de enamorarte, porque te ciega. Debes poder hacer autocrítica, y al mismo tiempo cuidar de no caer en la autodestrucción para no hundirte y bloquearte. Para escribir debes tener una relación sana contigo mismo [ríe].

Un poco esta idea de resiliencia que aparece durante toda la obra.

La idea de resiliencia surge bastante porque el personaje, como yo misma, debe tirar adelante. Al final, deben aceptarse las circunstancias. Hay cuestiones sobre las que se debe luchar, pero hay otras que no. Y la vida es saber encontrar este equilibrio: saber cuándo luchar para transformar, pero también cuándo se debe aceptar y saber cuál es el mapa que se está desplegando delante de ti. La resistencia, realmente, es lucha bien canalizada y bien enfocada. Por lo tanto, ante según qué hechos que atraviesan a la protagonista y contra los cuales no puede luchar, su respuesta es ver cómo los toma y cómo redirige su vida.

¿Qué haría diferente si volviera a comenzar desde cero la escritura de la novela?

Me gustaría pensar que tendría el valor de parar y escribir desde aquí. Ahora bien, soy una persona muy acostumbrada a la dificultad y, por lo tanto, he desarrollado un carácter en el cual la dificultad me hace crecer. Y me gusta de alguna manera. Lo que debo cuidar, sin embargo, es de no autoexplotarme y autolesionarme por empujar demasiado. Y aprender a tener esos momentos de calma y saber que se pueden hacer las cosas bien, igual que se puede amar bien, sin sufrimiento. Porque yo he sufrido mucho durante el proceso de escribir la novela. Ha sido una época de mucha lucha conmigo misma, sobre todo en el tramo final de escritura, antes de que llegara el premio. De hecho, tengo un poco la sensación de que este premio llega en postguerra.

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