Esta con la cual titulo mi columna es una pregunta que he escuchado varias veces en muy diversos ámbitos, tanto en Barcelona y Girona como fuera de Catalunya. Si el Partido Popular, aliado con Vox, gana las elecciones y gobierna en España, ¿significará esto el fin de todo diálogo con el Govern catalán, un endurecimiento en las relaciones con el Gobierno central, algún tipo de restricciones a la actuación de la Generalitat? Me parece una inquietud pertinente, y he procurado trasladarla a algunos de mis interlocutores habituales en el seno de los partidos, especialmente el PP, donde en estos momentos parece reinar cierta confusión sobre el alcance y futuro de sus pactos con la formación de ultraderecha de Santiago Abascal.
Primero, en estos momentos una victoria electoral de Feijóo se antoja cierta, al menos probable, pero necesitaría, como dicen abrumadoramente todas las encuestas, del concurso de Vox. Dado como estamos viendo que discurren las negociaciones entre los dos en Valencia o en Extremadura, podemos sospechar que, después de las elecciones dentro de un mes, habrá una negociación a cara de perro entre Feijóo y Abascal, en la que este exigirá, a cambio de su apoyo, una vicepresidencia del Ejecutivo, que es una cosa que me consta que el presidente del PP no está dispuesto a ceder, conocedor de que una presencia ‘potente’ de ‘ultras’ en su gobierno significaría un nuevo ejemplo, ahora en la derecha, de ‘coalición pesadilla’.
Desde luego, si el próximo Gobierno central estuviese integrado por una coalición PP-Vox “los conflictos con la Generalitat catalana se recrudecerían”, admite una fuente de los populares. Y ni que decir tiene que en los cuarteles generales de PSOE y Sumar no hacen sino advertir de este “riesgo cierto”. Pero en el PP, especialmente en el catalán, donde el popular Sirera acaba de favorecer, con su apoyo táctico, la alcaldía para el socialista Collboni, dicen muy otra cosa: nada de retorno a los tiempos de Rajoy y el 155, nada de procurar hostilidades que le vendrían muy mal, entre otras cosas, a la misma gobernación de Feijóo. Nada de ‘halcones’ ni de búsqueda de confrontación.
“En Catalunya, nada que hacer con Vox”, insisten voces procedentes del cuartel general popular en la calle Génova, anticipando lo que sin duda va a ser una relación complicada entre ambas partes. En estos momentos, y a salvo, claro, de lo que pueda ocurrir de aquí al otoño –las negociaciones entre PP y Vox serán, sin duda, largas: dudo de una rápida investidura de Feijóo, si él fuera el ganador del 23-J–, se puede anticipar que Catalunya será uno de los principales temas de fricción entre los dos eventuales socios en el Gobierno de Madrid.
De paso, he tratado de averiguar cuál sería la actuación respecto a las relaciones con un Govern catalán de un Ejecutivo central integrado probablemente por el PSOE y Sumar, si los resultados electorales lo permiten. Naturalmente, las cosas serían bastante diferentes, en función, en todo caso, de las relaciones entre los partidos independentistas catalanes y de ambos con el tándem Sánchez-Yolanda Díaz, teniendo en cuenta que esta última secunda firmemente la opción de Ada Colau. Aun contemplando la habilidad de la señora Díaz para unir a dieciséis formaciones en una sola alternativa electoral, dudo de que pudiera perpetuarse esta mayoría de la investidura con ERC y Bildu surgida hace cinco años después de la moción de censura contra Rajoy: ya no se dan las condiciones para ello, te reconocen en la mayoría socialista, donde las inquietudes por el futuro son palpables por poco que te fijes y sortees las declaraciones triunfalistas.
Pero, eso sí, Pedro Sánchez está haciendo de la “mejora de la situación en Catalunya en relación con 2017” uno de los ítems de su campaña electoral, sobre todo cuando le preguntan críticamente sobre los indultos a los encarcelados del ‘procés’ o por los espionajes de Pegasus. Los suyos son argumentos para salir del paso, no un verdadero proyecto de futuro, pero las cosas son cómo son, a derecha e izquierda. Pienso, la verdad, que una cuestión tan sensible e importando como la de las relaciones con la Generalitat catalana en la próxima Legislatura merecería algo más de concreción, algo más de atención, cierto cariño y mucha más sensibilidad. Pero, insisto, es lo que hay.