Cataluña ha registrado en las últimas semanas tres fenómenos de violencia grupal que han hecho saltar las alarmas. Los disturbios por la fiesta mayor de Molins de Rei, una pelea multitudinaria en Vic y una trifulca de jovencitos en el centro de Manresa. Tres casos que, desde el punto de vista policial, se encuadran en la definición de pelea tumultuaria, de las cuales se han registrado 133 en Cataluña en los últimos ocho meses. Tres hechos que tienen una explicación independiente pero que han generado alarma porque todo ha pasado en dos semanas. Los Mossos d’Esquadra, que celebraron una macrorreunión en el Complejo Egara el pasado 5 de octubre, relativizaron los disturbios de Molins de Rei, reduciéndolos a una pelea de borrachos donde los detenidos ni son de Molins ni se conocen entre ellos, y circunscribieron el caso de Vic a una «disputa sentimental y familiar» entre dos grupos.
Únicamente el caso de Manresa es, para la policía, un «fenómeno propio». La trifulca en el paseo de Pere III de la capital del Bages, el 23 de septiembre, ha sido gasolina para la disputa política y social que hace tiempo que se arrastra. Tanto es así que se convocaron manifestaciones cruzadas a raíz de la pelea. La primera fue una manifestación contra la inseguridad, espoleada por formaciones de la extrema derecha y con cierto sustrato racista, el pasado cinco de octubre, y reunió a unas dos mil personas, según la Policía Local. Percepción de inseguridad, cruda batalla política y cambios sociales y de población explican por qué Manresa vive una situación extraña, de protagonizar las portadas como si fuera

¿Cuáles son los datos?
¿Es realmente Manresa una ciudad del
Así, han subido sustancialmente los delitos relacionados con lesiones y peleas tumultuarias, con un 90% más (se ha pasado de 20 a 38 casos) y las agresiones sexuales con penetración con un 50% de incremento (de 6 a 9 casos). Por el contrario, han bajado a la mitad los delitos de tráfico de drogas (de 10 a 5) y los robos con fuerza a domicilios, con un 30% menos (de 106 se ha pasado a 74). Los hurtos han pasado de 430 a 581 y los robos con fuerza de 130 a 144. Un delito que afecta establecimientos y comercios, sector especialmente enfadado con la situación. En cuanto a los delitos más graves, el mismo ministerio del Ministerio el Interior explica que se ha pasado de ningún caso de homicidio en grado de tentativa a uno. Cifras superadas por otros municipios de Cataluña con más de 20.000 habitantes como Sant Quirze del Vallès, Castellar del Vallès, el Hospitalet del Llobregat, Sitges o el Prat del Llobregat.

Varios elementos
«Manresa no tiene más problemas que cualquier otra ciudad de Cataluña, incluso tendría menos». Esta es la premisa que expone el alcalde de la ciudad, Marc Aloy, de ERC, en conversación con El Món. El alcalde se remite a las cifras y se muestra más preocupado por el uso político que se hace de la situación que por los problemas que puede generar la «percepción de inseguridad». Ahora bien, insiste que los datos demuestran que «Manresa es más segura que el conjunto de Cataluña». Una opinión que comparte el comisario jefe de los Mossos d’Esquadra, Eduard Sallent.
En todo caso, el alcalde detalla los elementos que generan la actual sensación sobre la seguridad. De entrada, la reconversión del barrio antiguo, y recuerda que en diez años la ciudad ha crecido un 10% con población recién llegada, una cifra que incrementa la «complejidad» de la gestión social. De hecho, de cerca de los 78.000 habitantes que tiene la ciudad, 18.200 son nacidos fuera del estado español y más de 9.000 fuera de Cataluña. El paro es del 11,5%. Además, para el alcalde, se han sufrido dos crisis especialmente duras y que han castigado bastante la comarca y la capital, la crisis económica de 2008 y la crisis de la Covid. Dos crisis que han aumentado la «precariedad» de muchos ciudadanos, y más de la nueva ciudadanía que «ha llegado a Manresa huyendo del hambre o de una guerra». «Todo aliñado con una ley de extranjería que no ayuda nada», lamenta Aloy, que aduce que «las leyes no están preparadas para estas nuevas realidades». A todo esto, añade las nuevas maneras del uso del espacio público y admite lo que califica de «problemas de incivismo» que vive la ciudad, que van desde el uso del patinete a la gestión de los residuos o incluso, el alumbrado.

Opiniones contradictorias
La composición de la situación que hace Ramon Barcardit, jefe de la oposición a Manresa por Junts, es muy diferente. «Los datos son unos y la percepción es otra», opina Bacardit, que niega las acusaciones de «manipulación» que le hacen desde el Ayuntamiento y replica que «politiza la situación quien manipula los datos». «No acepto que nos vayamos acostumbrando al incremento de los delitos», indica. «Además, la senació de seguridad es muy personal, para un abuelo a quien le arranquen la cadena o no tener suficiente luz en la calle también es inseguridad», añade. «La ciudad no es segura», insiste. «Hay inseguridad, suciedad e incivismo», concluye. «Yo haría firmar un contrato social a todo manresano, con una carta de derechos y deberes», propone Bacardit que quiere cambiar las normas para acceder a ayudas sociales.
Bacardit no se está solo en estas convicciones. La manifestación celebrada el pasado 5 de octubre para quejarse por la inseguridad reunió a dos mil personas. Destilaba un sesgo político evidente con el apoyo del Frente Nacional de Cataluña, con representación en el Ayuntamiento, y de Vox. No se puede olvidar que Manresa fue feudo de Plataforma por Cataluña, formación xenófoba que lideraba el aun concejal de Vic Josep Anglada. De hecho, los tenderos del centro o manresanos de la zona de la plaza Cataluña explican en El Móm que tienen la sensación de incremento de la inseguridad pero que la gente continúa paseando por Manresa «como se ha hecho toda la vida».
Pero, ante la acción-reacción, Cáritas de Manresa, con un fuerte ascendiente sobre la sociedad local, unió en un manifiesto unas setenta entidades que denunciaban el cariz racista que estaba tomando la situación. «Vivimos esta situación con el miedo, la impotencia y la rabia de ver como se pretende utilizar ciertos grupos sociales como chivos expiatorios de todo el malestar que sentimos, estigmatizándolos y deshumanizándolos, hasta el punto de que ya no somos capaces de atender el problema de fondo», alertaba el documento. Y criticaba que «se aproveche la vulnerabilidad social y económica de sectores de la sociedad para hacerlos culpables de unas violencias que ellos sufren a su vez en su versión más dura».

Nadie cree en la solución policial
Fuentes de la policía, no oficiales, relativizan la inseguridad de la ciudad. Si bien admiten que hay este incremento de hurtos o del uso del espacio público, ven que la gestión policial que se está llevando a cabo «incrementa esta sensación de inseguridad». «La nueva comisaria de los Mossos en la región central, Alícia Moriana, ha puesto a la Brigada Móvil a vigilar el paseo, ¡como si la Brimo no tuviera cosas más importantes que hacer que vigilar cuatro
«¿Qué percepción de seguridad das si pones Mossos, Policía Local y CNP a identificar menores en medio de la ciudad? ¿Qué estigmatización? ¿Cómo si fuera un régimen militar? Las cosas en seguridad ciudadana no se resuelven así!», enfatizan. Una opinión absolutamente compartida por los disciplinados miembros de la Brimo, que recuerdan que son una unidad de orden público y no de seguridad ciudadana. «Que alguien nos explique qué hacemos vigilando chiquillos en un paseo y borrachos en Lloret!» se quejan en conversación con El Món. Incluso Bacardit encuentra «muy heavy que vayan a buscar menores a su casa para identificarlos o hagan estos controles en medio de la ciudad». El jefe de filas de Junts en el Ayuntamiento manresano reprocha que le decían que no hacía falta más policía y «ahora nos dicen que los incrementarán en cinco». «La solución no es solo policial», remarca el alcalde, que hace un año firmó con el consejero de Interior, Joan Ignasi Elena, el convenio para construir una comisaría de proximidad en el centro, compartida por Mossos y Policía local y que se encuentra en la fase final de obras.
De hecho, Manresa hace menos de un año era noticia por el «Método Manresa» de seguridad. Se trataba de un sistema dirigido por el mosso Jordi Noé y la regidora de Bienestar Social Mariona Homs, que integraba a jóvenes migrantes sin red para combatir la delincuencia. Un proyecto piloto alimentado por la entonces comisaria Cristina Manresa y que «fue un éxito», según la policía, el Ayuntamiento y las entidades sociales. Tanto fue así que Noé fue condecorado en el día de las Escuadras y la Asociación de Directivos de la Seguridad Integral lo reconoció con el máximo galardón. El programa prácticamente se ha desmantelado y la política actual es de «mano dura» y «poco margen para la mediación». De hecho, fuentes oficiales de la policía se niegan a hablar o hacer declaraciones sobre la situación de Manresa alegando que es un «tema más social y de educación». «Es curioso que digan esto y envíen a la Brimo a identificar menores», ironiza un veteraníssim agente de seguridad ciudadana que evita dar el nombre para no tener represalias en comisaría. También desde el departamento de Educación aseguran que «nadie de Mossos» se ha puesto en contacto con ellos «por la qúestió de los menores» y desde el Ayuntamiento «confían más en las medidas sociales que en las policiales».

Un fenómeno poliédrico
Un tendero de la calle Guimerà reconoce que el «problema de Manresa» responde a «una realidad social determinada». «En la pelea del sábado en el paseo, eran los ‘Britos’ contra magrebíes, y en los dos grupos había compañeros de barrio o de instituto o de fútbol, había chicos con apellidos muy catalanes, chicos instalados en el patio del Casino desde hace mucho tiempo», asegura convencidísimo Ramon, un vecino del centro con muchas horas de vuelo en las terrazas del Paseo. «Si vemos más chicos que provienen de familias inmigrantes es porque los autóctonos han renunciado al espacio público o porque prefieren que sus hijos, más que jugar en el parque, se queden en casa jugando con la Play», asegura Dolores, otra vecina del centro que habla sin complejos. «Hay un evidente componente racista», concluye Nuria hacia personas que pueden tener un «riesgo de exclusión social».
«Mira, también se ha intentado mezclar la pelea con el estropicio de vidrios de dos días después a unos autocares en la estación de los autobuses de Manresa, caray… justo días después de que los estudiantes se quejaran del mal servicio de la compañía y de los horarios para ir en la Universitat Autònoma de Barcelona, chicos a los que nadie hace caso», recuerda, perspicaz Jordi, un vecino que serena los ánimos de Joan, un ferviente manresano, que sí se muestra convencido de la carencia de seguridad de la ciudad. También entra en la ecuación el cambio demográfico en el barrio viejo de Manresa y la proximidad con el eje comercial de una capital importante de la Cataluña Central.
Un problema también comentado es el de las ocupaciones, de la cantidad de viviendas abandonadas que han sido ocupadas. Según las cifras de Interior, a las cuales ha tenido acceso El Món, en 2022 Manresa registró 127, la séptima ciudad de la demarcación de Barcelona, superada por Barcelona, Badalona, Mataró, Terrassa, Sabadell, Rubí y Sant Boi del Llobregat. Una cifra proporcional al número de habitantes, casi 78.000 habitantes ( más de 18.000 nacidos fuera del estado español) y dimensión del resto de municipios más grandes de 20.000 habitantes. «Es un problema delictivo, pero sobre todo, social», especifica un policía local.

Las mismas soluciones
La idea que resume el alcalde es que hay que apostar por las «medidas sociales» para calmar los ánimos y reducir la sensación de inseguridad de muchos vecinos. «No es policía solo, hacen falta medidas económicas y sociales, leyes muy hechas y trabajo de todo el mundo», subraya. En esta línea remarca que a la última Junta de Seguridad de la ciudad faltaron cinco miembros, «señal de que la seguridad no preocupa tanto», puntualiza. Aun así, Aloy se pone deberes, como por ejemplo cambiar el alumbrado del barrio viejo, ponerse firme con la recogida de residuos, terminar con el caos de los patinetes, hacer patrullar más a la policía, educar contra el incivismo y apostar por medidas sociales y económicas que ayuden a dinamizar la economía y el comercio. Curiosamente, la oposición aunque se encuentra en una verdadera guerra con el gobierno municipal también aplicaría la misma fórmula y, más o menos, las mismas recetas concretas. Enigmáticas coincidencias de la política ante una situación en la que la batalla ha llegado a rozar los límites de la corrección.