Este lunes solo si eres japonés tienes pase VIP a Montserrat. Esta expresión resume perfectamente el estado de sitio que se vive en el santuario benedictino en la víspera de San Juan. La visita del monarca español, Felipe de Borbón, ha alterado el habitual ritmo turístico del monasterio y, al parecer, la orden que rige los destinos de la abadía parece encantada de la vida. El miedo a disturbios ha hecho resguardar la viña con un impresionante despliegue de los cuerpos policiales que operan en Cataluña y una vistosa presencia de la Guardia Real, con agentes uniformados de campaña.
Las medidas de seguridad blindan las entradas al monasterio. Cada visitante, sobre todo las pocas decenas que nutrían las columnas de la ANC que ha convocado una protesta, ha tenido que mostrar la mochila, en varios controles combinados de la Brigada Móvil y las Áreas Regionales de Recursos Operativos (ARRO), en las entradas del recinto. La imagen de perros de la policía metiendo el hocico dentro de la basílica y la cripta donde se encuentra la imagen de la Virgen dejaba boquiabiertos a un cura resfriado y una monja que ha venido a practicar unas jornadas espirituales.

Policía y autoridades
A las seis de la mañana, la ANC había convocado varios puntos de encuentro para iniciar las columnas en protesta por la presencia del Borbón. La más atrevida, que salía desde Can Maçana y hacía el recorrido por la Roca Foradada hasta Montserrat se ha dividido en dos porque, el encargado de la logística de las marchas no estaba muy al tanto de que la ruta necesita más de tres horas para completarse, y eso, si estás entrenado. Por eso, dos personas han hecho el camino largo y el resto, unas cuarenta han elegido el camino de Santa Cecilia que con un ínfimo desnivel se llega cómodamente y en tres cuartos a la entrada de la Abadía.
La presencia policial se nota y se hace notar. De hecho, algún bromista insinuaba durante los registros de las mochilas con la posibilidad de que «la orden benedictina que regenta el monasterio hubiera sido sustituida por templarios, los monjes soldados». Incluso, operarios de mantenimiento se quejaban del tránsito de vehículos policiales logotipados o de vehículos normales con sirenas azules en el interior. «¡Hay policía por todas partes y de toda clase!», insiste Carme que ha venido desde Rellinars para formar parte de una columna.
Una decena de activistas ha entrado a la abadía para oír la misa de las ocho y analizar el panorama, a pesar de saber que, una vez acabado el ritual, se habría acabado la fiesta. Y así ha sido, una vez que los curas y los sacerdotes han abandonado el templo, han entrado unas cuarenta personas vestidas como si estuvieran en una gala de Massimo Dutti, perros y un sargento de la Guardia Real, robusto y con cara de pocos amigos. El trabajo que tocaba era mirar y revolver las bancadas para ver si algún desaprensivo había dejado algún paquete o bien algún jubilado independentista se había camuflado entre algún cáliz. «¡Quizás tienen miedo de que el niño les tire la bola a la cabeza!», apuntaba Angelina, que, de paso, ha aprovechado para poner una vela al salir de la abadía.
