¿Y ahora qué? Estamos en una nueva encrucijada. Quiero pensar que a punto de superar el paso atrás que se produjo en octubre de 2017. Es hora de recuperar el legado de que ocurrió entre 2010 y el 1 de octubre de 2017. Es hora de asumir el paso atrás que se ha producido entre el 27 de octubre de 2017 y el momento actual. Es el momento de recuperar la iniciativa política. 

Los últimos años han estado llenos de dificultades. El independentismo perdió la iniciativa. El Estado jugó con sus armas de siempre. Las más obtusas, como la policía, los jueces y las cloacas. Y también algunas armas más inteligentes, como promover la división y radicalización de los partidos independentistas o bien, por ejemplo, la insistencia en querer convertir el conflicto entre el Estado y Cataluña en un pretendido conflicto entre catalanes.

Es evidente que la acción del Estado ha hecho daño a las bases del movimiento favorable a la independencia. No parece, sin embargo, que hayan dado la vuelta a la cuestión central: ¿los catalanes tienen alguna razón convincente para dejar de banda la voluntad de independencia? No sé ver ninguna razón objetiva para continuar incrustados en el Estado español, un estado fracasado, autoritario y excluyente. La ciudadanía favorable a la independencia no tiene ninguna razón para dejar de buscarla, y tiene todas las razones para reclamar un estado democrático y representativo, más aún en un mundo que multiplica la necesidad de poseer un estado como es debido. Tenemos, pues, el mismo derecho que teníamos, pero todavía más necesidad.

No creo, no obstante, que el independentismo en conjunto haya hecho la revisión que hacía falta de sus propias fortalezas y debilidades. Ni tengo la impresión que el relato interno se haya fortalecido y haya ganado en coherencia, tampoco que se haya entendido que la matriz de todo es construir una mayoría social imbatible, ni pienso que se haya conseguido definir una estrategia política suficientemente unitaria, del mismo modo que tampoco veo en ninguna parte que la comprensión internacional del caso catalán haya crecido.

Fraccionamiento y dispersión en el independentismo

La Diada que viviremos este lunes, 11 de septiembre, espero que sea muy concurrida. Pero, más allá del número de manifestantes, a estas alturas, mientras escribo a priori, veo un abanico de posiciones y reivindicaciones más fraccionadas y dispersas del que debería. Parece que estamos en el espíritu de 1978 y no en el de 2023. Cataluña, Estado de Europa, decía la pancarta de hace más de una decena de años. Tendríamos que partir de aquí, no del año 1978. 

Necesitamos un gran cambio de estrategia. Hace falta que sea unitaria y global. División y fragmentación es lo que quiere el Estado. Ojalá que partidos y organizaciones consigan definirla en los próximos meses. Ciertamente, la investidura de Pedro Sánchez es una oportunidad. Lástima que cada cual continúa a la suya, aunque el discurso del presidente Puigdemont el martes en Bruselas marca un camino, supone un notable paso adelante en liderazgo y claridad. 

El presidente en el exilio, Carles Puigdemont, en la conferencia desde Bruselas para explicar el marco de negociación de Junts / Europa Press

No olvidamos que las próximas elecciones al Parlamento catalán llegarán pronto y tienen que ser un marco propicio para empezar una nueva etapa. El Estado español ha usado todas las armas que tiene, las de siempre, y el independentismo tiene que recuperar la iniciativa política y social. Y puede hacerlo. La gente está ahí, pero falta la estrategia. 

Nos hace falta una estrategia basada en el derecho y en la necesidad. Que aúne los problemas de hoy con los anhelos de mañana. Desde la brutal factura fiscal que pagamos en el Estado hasta el problema creciente del catalán. Desde la falta de inversiones ordinarias en trenes de Cercanías y carreteras por parte del gobierno central, hasta la insostenible infrafinanciación de la depauperada autonomía. De la pobreza estructural de los servicios esenciales, como la educación, la sanidad y la cultura, a la penuria de los ayuntamientos.

De aquellos aspectos que un estado tiene que aportar a una sociedad, ¿hay alguno con el cual la ciudadanía pueda estar mínimamente satisfecha? No lo sé ver. ¿Es previsible que el Estado cambie? No lo veo posible. ¿Entonces? Desgraciadamente, con la estructura institucional actual, lo más probable es que se multipliquen las dificultades, las tensiones sociales y la decadencia política, económica y cultural. 

La estrategia independentista tiene que ser capaz de desplegarse desde el corazón del problema. La sociedad catalana no podrá abordar los serios problemas que tiene, y los que están por venir, los particulares y los globales, sin un buen estado detrás. Y el Estado español no tiene ningún interés en serlo, ya lo hemos comentado, entre otras cosas, porque está monopolizado por una gente que no está dispuesta a perder poder y beneficios. Partamos, pues, del corazón del problema: la independencia es, por lo menos de momento, la única respuesta de progreso y de futuro ante un mal estado, todavía más en una época de transformaciones, globalidades e interdependencias como las que el mundo está viviendo.  

El independentismo, por lo tanto, se materializará por un acto de fe. Avanzará si es capaz de armar una estrategia de contra estado. No de contra España, y sí de contra estado y contra todas las indolencias, degradaciones, deficiencias e intereses que esconde. Una estrategia a la contra nunca puede ganar. Hay que hacer dos cosas más. Una elemental: desenterrar nuestras propias indolencias. Y una más compleja: dar forma a un ideal de república, a un ideal de país, creíble, por el que valga la pena luchar.  

Pongamos, pues, inteligencia. De poco sirve pasar del ánimo al desaliento, de la credulidad a la incredulidad, del diálogo a la unilateralidad y las múltiples contraposiciones internas que aparecen diariamente. La voluntad de independencia no ha desaparecido y no desaparecerá, porque el Estado continúa siendo, y todo hace pensar que querrá continuar siendo, el de siempre.

Lo que se puede esperar de la negociación para la investidura 

El presidente Puigdemont pide un compromiso histórico, pero no pone fechas, y hace bien. El conflicto viene de muy lejos y de momento no tiene fecha previsible de finalización. El debate sobre la investidura será importantísimo, pero no caigamos en la trampa de creer que el conflicto se resolverá en esta negociación. Pongamos por encima el paraguas de una estrategia que vaya más allá, que sea clara y comprensible. La negociación de la investidura será táctica y nadie ganará por cinco a cero.

El Estado español mantendrá en juego todas sus cartas. Violentar los acuerdos, revertirlos cuando lo vea posible. También usar las cloacas cuando le convenga. Su programa continuará siendo desnacionalizador, por mucho que la matemática electoral puede ser que los obligue a templar su tono represivo y judicial. Es posible que trate de ofrecer cierta reparación autonomista. Es muy probable que hagan pequeñas concesiones que renueven su legitimidad en Cataluña. Pondrán la línea roja en la autodeterminación y el referéndum. Pero a pesar de todo hay que negociar, sin perder de vista que los posibles acuerdos de ahora son elementos tácticos en una estrategia global demasiado desdibujada. No lo olvidemos, es importante. Nos hace falta un compromiso histórico con España, pero todavía más una estrategia de estado clara, inteligible cara adentro, pero también cara afuera.   

El presidente del gobierno español, Pedro Sánchez, y la vicepresidenta segunda, Yolanda Díaz | EP
El presidente del gobierno español, Pedro Sánchez, y la vicepresidenta segunda, Yolanda Díaz | EP

Me permito pedirlo abiertamente a todos los implicados. Hace falta una nueva estrategia política, inteligente, global, unitaria, eficiente, de mirada larga, desenredada de tácticas circunstanciales y parciales. Alejada de rencores históricos y personalismos. Es hora de dejar atrás tics sectarios e individualistas. Solo así se puede ganar ante un Estado poderoso como el español, por muy torpe que sean quienes viven acampados en él. Es hora de entender que el alboroto tacticista (cada cual a lo suyo) no ayuda especialmente. Hace falta que recordemos que ninguna estrategia es vencedora si no se inscribe en una narrativa, en un relato identificable por los convencidos, pero también por una mayoría de los ciudadanos y ciudadanas.

Decía Max Weber que lo que es importante en política, y en la vida en general, es la claridad conceptual. Y añadía que, en un mundo complejo, es decisiva la conexión entre las ideas. El independentismo está sobrado de ideas, en todos los órdenes y aspectos, solo hay que observar la cantidad de grupos y chats que tienen cosas que decir. Pero es necesario poner en marcha una conexión eficaz entre las ideas y las voluntades, o continuaremos empantanados en la lógica política del Estado español.  

Doy por supuesto que la gran mayoría de quienes hemos trabajado a favor de la independencia de Cataluña hemos hecho, poco o mucho, cierta valoración crítica de lo que nos ha pasado en los últimos años. Nos fortalecería hacer cierta evaluación colectiva, sin miedo. 

No somos un país independiente, pero tampoco una sociedad vencida. El año 2017 perdimos la iniciativa y todavía estamos pagándolo, pero es el momento de recuperarla. 

Lo que ha cambiado con las elecciones al Congreso del 23-J

Las elecciones estatales han abierto una ventana de oportunidad. Basta de solo defenderse. Algunos de nuestros dirigentes parecen dispuestos a aprovecharlo. Esperamos que acierten los términos más favorables de cara a la política de contra-estado español y de estado catalán futuro. Esperamos que no se centren en apuestas de coyuntura. Sería imprescindible vincularlo a una redefinición global del sentido y la estrategia independentista. Sería bueno resituar sin romanticismos el valor que pueda tener la república proclamada y no consumada. 

Sería muy necesario dirigirse específicamente a los muchos catalanes que han aflojado su convicción independentista. Algunos porque quedaron decepcionados de la experiencia de octubre de 2017, otros porque desconfían de los partidos, y especialmente a aquellos que se han abandonado a la idea de que es imposible vencer un estado como el español. 

Y todavía sería más que imprescindible otra cosa: tener en cuenta el numeroso grupo de ciudadanos y ciudadanas que no entienden por qué sería buena la independencia. Para ellos, el Estado español seguramente está lleno de defectos, pero es tangible, al menos más que una independencia que remite en un estado catalán indefinido y fantasioso. Entre otras cosas, implica hacer de la república catalana un ideal factible.

Creo que sería bueno asumirlo. Hay que actualizar la partitura. Es necesario hacer valer las virtudes y reconocer los defectos de lo que ha pasado, pero sobre todo construir un ideal alentador y esperanzado. La independencia no es solo cosa de los confabulados y convencidos. Todavía hay muchos ciudadanos que no la ven.  

Seguro que las próximas semanas viviremos expectantes por cómo acabará la negociación sobre la investidura del presidente español. Tengo la convicción de que el presidente Puigdemont está haciendo el trabajo con rigor de estado catalán. No sé si habrá nuevas elecciones o no. Sí sé que, acabe como acabe, el PSOE-PSC, el PP y las instituciones del Estado continuarán siendo lo que son. Doy por supuesto que, como han hecho siempre, desde 1978, tratarán de revertir acuerdos y pactos. Y no tengo ninguna duda que, si hay repetición electoral y la matemática electoral no necesita los siete votos de Junts, la política de pacto volverá a su punto de partida. Quiero decir, pues, que no confiemos solo en la negociación actual. Hay que hacerla, y creo que el presidente Puigdemont la está llevando con destreza, pero hay que mirar más allá de esta coyuntura postelectoral e incluso de esta legislatura.

Acabe como acabe la negociación, insisto, es imprescindible un replanteamiento abierto, sincero y profundo del conjunto de la estrategia del independentismo a largo plazo, que refuerce el sentido, que lo injerte de una mayoría social amplia, que lo vuelva a situar en el ámbito internacional como un referente proactivo de democracia y de futuro.   

No nos confundamos, pues. La cuestión sobre si apoyar o no a Pedro Sánchez es muy importante, pero no deja de ser una pieza táctica más en el tablero. Con acuerdo o sin él, la independencia continuará siendo una necesidad para que los catalanes podamos desplegar una política, una economía, una cultura e incluso una civilidad más sana, positiva y adecuada a la nación, estado y sociedad que anhelamos. En definitiva, una vida menos condicionada, coaccionada y mal gobernada. 

No olvidemos, por lo tanto, que, después de la gran decisión que se tendrá que tomar una vez sepamos qué dice el Estado ante las exigencias del presidente Puigdemont, quedará el mismo Estado de siempre. Y por el que yo veo, y creo que todos vemos, es un Estado que se mueve por imperativos de poder, más que por imperativo democrático. Y este carácter del estado profundo no parece que nadie lo quiera cambiar. 

Definir el ideal de república catalana: 10 elementos claves

Nos hace falta, pues, acompañar el debate actual, repito, de una estrategia que sitúe todos los elementos en juego de nuevo en escena. Nos hace falta una estrategia que sitúe el estado catalán en forma de república libre y democrática en un paisaje y una textura identificable. No hablo de una fecha, me refiero a una mejor definición del ideal de república que la haga tangible, y de un proyecto de contenido que dé esperanza a la base troncal del país. Quiero decir, un ideal y un proyecto identificable por una parte sustancial de la ciudadanía para que se pueda reconocer. Con esto es donde empieza lo que en estos artículos he llamado política de estado catalán. 

Sugiero que a la política de estado catalán añadamos por lo menos diez elementos que en mi opinión son determinantes para acabar imponiéndonos a un Estado como el español. 

  • En primer lugar, es necesario restaurar integralmente el relato catalán. Es necesario explicar bien a qué obedece nuestra exigencia de ejercer el derecho de autodeterminación y la voluntad de muchos catalanes de independizarse del Estado español.
  • En segundo lugar, es necesario poner al alcance de todos los catalanes (y de paso de los europeos y españoles) el ideal de república que defendemos la gente que queremos la independencia.
  • En tercer lugar, socializar un proyecto de estado y país inclusivo.
  • En cuarto lugar, tener en cuenta las complejidades del mundo en el que vivimos.
  • En quinto lugar, trabajar para articular una mayoría social favorable a la independencia convencida y amplia.
  • En sexto lugar, materializar una dirección estratégica coherente y unida.
  • En séptimo lugar, componer una nueva práctica unitaria.
  • En octavo lugar, definir un modelo de movilización que sume.
  • En noveno lugar, tener en cuenta lo que espera Europa de Cataluña.
  • Y, en décimo lugar, ofrecer un pacto de respeto y buena vecindad a España.

Seis aspectos de la política de contra-estado

Pero todavía hace falta una cosa más. Es imprescindible una estrategia efectiva de contra-estado. Obviamente, tiene que ir más allá del momento presente. Tiene que contemplar como mínimo seis aspectos. 

  • En primer lugar, dar valor al papel conjunto de los grupos catalanes en las Cortes españolas.
  • En segundo lugar, una clara explicitación, libre de prejuicios, sobre la política más conveniente de pactos y negociación con el Estado.
  • En tercer lugar, una gestión lo más eficaz posible, pero también lo más sincera posible, de las limitaciones y contradicciones del gobierno autonómico actual.
  • En cuarto lugar, la definición de un sistema preciso de denuncia nacional e internacional del agravio histórico y actual que sufre Cataluña en términos políticos, económicos, sociales, culturales y lingüísticos, y déficit fiscal incluido.
  • En quinto lugar, el mantenimiento de una denuncia internacional de los derechos conculcados en Cataluña por las autoridades estatales.
  • Y en sexto lugar, un sistema internacional de verificación permanente y público de los cumplimientos del diálogo y la negociación.

Para avanzar se tienen que trabajar todos los frentes a la vez. Desplegarlos por separado es perder tiempo y fuerza. Dentro de Cataluña: estrategia de estado catalán. De cara en España: estrategia de contra-estado. 

Nos hace falta más pensamiento de estado propio. La negación del Estado español no es suficiente. Sabemos que es un estado caducado, pero una estructura caducada puede mantenerse mucho tiempo. Nos hace falta un independentismo afirmativo en democracia, justicia, prosperidad, bienestar y civilidad. Hay que asumir que desmontar un estado como el español es más complejo de lo que se supuso en octubre de 2017. Hay que tener presente que la independencia de Cataluña se plantea en un mundo enormemente complejo. Por lo tanto, es recomendable que dentro y fuera se vea como una solución y no como un problema. 

Vivimos en Cataluña cerca de ocho millones de hombres y mujeres. Pensemos lo que pensemos, tengamos el nivel de renta que tengamos, nos hacen falta buenas instituciones de gobierno. Hemos asumido que el Estado español difícilmente será nunca el estado que nos conviene. Nos hemos rebelado contra un estado que nos perjudica sistemáticamente. 

Somos una sociedad madura y democrática. Tenemos que superar con un planteamiento afirmativo el cansancio, el aburrimiento y la ineficiencia. El independentismo se tiene que asociar a una idea de buen estado social, servidor y emprendedor, a una voluntad de república ejemplar, de republicanismo civilizador, y en cualquier caso, democrático.    

En mi opinión, hacer creíble un proyecto de independencia pide algo más que una proclama. Exige una definición compartida por un número lo mayor posible de ciudadanos. Son estos ciudadanos los que darán forma a la mayoría vencedora. 

Creo que la cosa más rotunda que he aprendido trabajando de consejero o de regidor es que construir un país, hacerlo avanzar, es antes de que nada una cuestión de ideas compartidas y de estrategias adecuadas. Lo aprendí sobre todo trabajando con Pasqual Maragall.

Una estelada gigante a la manifestación de la Fiesta 2019
Una estelada gigante a la manifestación de la Diada 2019

La política catalana, el independentismo, tiene que pensar más. El ideal republicano implica pensar un proyecto. Un proyecto implica pactar. Pactar implica gestionar. Gestionar implica rendir cuentas. Es la mejor manera de plasmar una verdadera política de estado catalán.  

El estado catalán, el soberanismo catalán, la república de los catalanes, o se asocia a un proyecto cultural, social, económico o no será. La independencia tiene que ser sinónimo de país más democrático, justo, próspero, acomodado y universalista, o no será. Paradigma nacional y paradigma social, presente y futuro, para la vida de las personas son la misma cosa.    

Somos una sociedad de gente trabajadora, de clases medianas, de jóvenes con pocas oportunidades, de gente mayor que esperaba tener un país con instituciones más representativas. Por lo tanto, el independentismo tiene que hacer notar que lo sabe. Quiero decir, pues, que la república es la herramienta que tiene que vincular mujeres y hombres, jóvenes y mayores, niños y jubilados, creadores y emprendedores, empresarios y autónomos, nativos e inmigrantes, profesores y universitarios, médicos y sanitarios, investigadores y artistas, ambientalistas y animalistas, conservadores y progresistas. Todos, o no será.

La república tiene que ser sinónimo de democracia, de bienestar, de prosperidad, de justicia, de educación, de cultura, de civismo, de buen gobierno, de participación, de urbanidad, de ciudad de sostenibilidad, de salud, de singularidad, de universalidad, de civilidad, de pasado, de presente y de futuro.

La república es cambio. Tiene que dar respuesta a las modificaciones que se están produciendo en los parámetros que regían nuestro mundo. El mundo se está complicando y hacen falta herramientas institucionales adecuadas. Una nueva república es nuestro instrumento para hacer frente a ello. El cambio climático no es una broma, los déficits del sistema productivo tampoco, o la falta de trabajo de calidad para los jóvenes, como no lo son los déficits de democracia o poner fin la discriminación de la mujer, o incrementar la solidaridad con las generaciones mayores, o afrontar la inaplazable modernización digital de la administración pública, o la preservación de una cultura de la inteligencia y la diversidad. Es construir un estado más democrático y eficiente, más justo e inclusivo, más próspero y avanzado, más acomodado y, por lo tanto, útil a las necesidades de las personas. 

El independentismo es un movimiento político democrático que propone una estrategia para lograr un estado para Cataluña. Pero también es la expresión de un ideal alentador y un proyecto viable sobre el cual se moviliza una gran mayoría de ciudadanos. Y es, no hay que decirlo, nuestro proyecto colectivo a la civilidad. O bien es todo esto, o difícilmente será.     

Más noticias
Notícia: Expertos ven “factible” articular un referéndum por la vía Puigdemont
Comparte
El presidente español tendría que solicitar el referéndum consultivo y posteriormente el Congreso lo tendría que aprobar por mayoría absoluta
Notícia: Ciutadans, contra el Once de Septiembre con un cartel en castellano
Comparte
La formación naranja quiere eliminar el Once de Septiembre como Fiesta de Cataluña y propone cambiarla de día a Sant Jordi
Notícia: Ciutadans, contra el Once de Septiembre con un cartel en castellano
Comparte
La formación naranja quiere eliminar el Once de Septiembre como Fiesta de Cataluña y propone cambiarla de día a Sant Jordi
Notícia: La Eurocámara debatirá el lunes incorporar el catalán en los plenarios
Comparte
Se trata de uno de los acuerdos previos a la incorporación del catalán como lengua oficial en la UE pactado con el gobierno español

Comparte

Icona de pantalla completa