“Hemos venido a agobiar a la derecha y a estresar a la izquierda. No a complementar a las fuerzas ya existentes”. 4 de diciembre de 2012. La CUP, que había salido de su zona de confort municipal, entraba en el pleno del Parlament con 3 escaños pilotados por David Fernàndez. Sobre el papel, la izquierda independentista anticapitalista era entonces aritméticamente irrelevante. CDC y ERC investían a Artur Mas con 72 votos. Pero solo tres años después, la CUP pasaría de querer agobiar y estresar a la cámara catalana a ser una pieza determinante para tumbar a presidentes, investirlos y condicionar el diseño y los tempos del ‘proceso’. El movimiento que había nacido en 2000 en un encuentro de jóvenes en Vinaròs para establecer las bases del enésimo intento de reconstruir la unidad de la izquierda independentista, conseguía 10 escaños solo 3 años después de haber pisado la cámara catalana por primera vez. 336.376 votos que les entregaban la llave para dar luz verde al primer gobierno independentista de Junts pel Sí, una candidatura unitaria de CDC y ERC. Desde fuera del Palau de la Generalitat, la CUP sería el guardián de la unidad independentista, pero también un eslabón inestable.

Del ‘no tranquilo’ a Artur Mas al 1-O

Aquel 2015, la CUP sí que estresaría al independentismo. El ‘no tranquilo’ a Artur Mas, enviarlo a «la papelera de la historia», o cómo forzaron a Junts pel Sí a presentar a un nuevo candidato, Carles Puigdemont, marcarían una manera de hacer política que, al final, conduciría al independentismo más institucional a liderar las leyes de la desconexión en el Parlament y el referéndum del 1-O. Pero vamos por partes, porque en este trayecto, la CUP perdió a su jefe de filas, Antonio Baños. El 5 de enero de 2016, después de que su partido hubiera tumbado por segunda vez al candidato de Junts pel Sí, Artur Mas, con un ‘no tranquilo’, y a las puertas de precipitar una nueva convocatoria electoral, Baños dejaba su escaño. «Tengo la conciencia tranquila. No he traicionado a nadie. Representaba a una organización que decidió de manera democrática -en una asamblea nacional extraordinaria el 27 de diciembre de 2015, los militantes de la CUP empataron a 1.515 votos entre investir o no investir a Mas, y para deshacer el empate se hizo un consejo político que decidió tumbar a Mas- de tomar una posición, y dado que no me veía capaz de defenderla, he renunciado». Y cuatro días después, el 9 de enero, en las puertas de la sede de la CUP, el diputado Benet Salellas sentenciaba: “Hemos enviado a Artur Mas a la papelera de la historia”. Pocas horas después, solo dos horas y media antes de que expirara el plazo, Carles Puigdemont era investido president de la Generalitat con el voto de 8 diputados de la CUP.

Artur Mas i Carles Puigdemont se abrazan, el día que se produce el relevo al frente del país
Artur Mas y Carles Puigdemont se abrazaban después de la investidura de Puigdemont el 10 de enero de 2016

A partir de entonces, se intensificaría el marcaje de los anticapitalistas al Gobierno. Tanto, que el 27 de septiembre de 2016 el presidente se sometía a una cuestión de confianza en la cual anunció la convocatoria de un referéndum en otoño de 2017. Dos meses después, la CUP permitía al Gobierno tramitar los presupuestos y daba oxígeno a un ejecutivo en minoría, pero con la mayoría asegurada en la cámara catalana. Junts pel Sí y la CUP empezaban el 2017 -en marzo se aprobarían las cuentas con 2 votos a favor de la CUP y 7 abstenciones, que incluían partidas para el referéndum- trabajando codo con codo para aprobar en el Parlament las leyes de la desconexión y sacar adelante el 1-O.

Después del referéndum, el 10 de octubre llegaba la tormenta dentro del independentismo, cuando el Parlament aprobaba la Declaración de Independencia e inmediatamente el president Puigdemont la dejaba en suspenso temporal para negociar con Madrid. Por voz de Anna Gabriel, la CUP exhibía su decepción: «Hoy tocaba proclamar solemnemente la República catalana. Y creemos que el único medio de negociación posible con el Estado español es la República catalana”. La unidad independentista volvía a tambalearse, hasta que el día 27 de octubre el eslabón volvía a encajar con la aprobación de una propuesta de resolución que regulaba la proclamación de la República Catalana.

Una hora después, el Senado español aprobaba la aplicación del artículo 155 de la Constitución, por el cual tomaba el control de la Generalitat destituyendo a todos sus miembros. Con la Generalitat intervenida, Madrid convocó elecciones para el 21 de diciembre. Algunos de los consejeros y el president Puigdemont iniciaron el camino del exilio, y otros fueron a la Audiencia Nacional, donde habían sido citados a declarar. Ocho miembros del Gobierno eran encarcelados.

Carles Riera, poraveu de la CUP
Carles Riera, portavoz de la CUP cuando el partido se abstuvo el 2018 para impedir que Jordi Turull fuera presidente en el momento de ingresar en prisión

Lo no de la CUP a investir a Turull antes de entrar a prisión

Con la Generalitat intervenida, Madrid convocó elecciones 21-D. La CUP llevaba de jefe de cartel Carles Riera, que rivalizaría por el voto puesto 1-O con Carles Puigdemont, desde el exilio, y Oriol Junqueras, desde la prisión. A pesar de la victoria de Cs, el independentismo tenía mayoría absoluta con 70 escaños. Y empezaba una pugna entre Junts per Catalunya y ERC, monitorizada por la CUP, sobre la estrategia de choque con el Estado por la vía del Parlament. Un pleno de investidura telemático era el plan A. 29 de enero de 2018 y aviso del Constitucional. Pero in extremis, el presidente del Parlament, el republicano Roger Torrent, aplazaba el pleno. Solo los 4 diputados de la CUP se presentaban al hemiciclo y protestaban por la decisión con el puño alzado.

Jordi Sànchez, también encarcelado, era el segundo candidato que Junts intentaría investir, pero él mismo se retiró a última hora. El tercero fue el consejero de la Presidencia, Jordi Turull, ahora fuera de la prisión, pero con una citación ante el Tribunal Supremo justamente el día siguiente a la primera votación del pleno de investidura. Turull llegaba al hemiciclo sin el sí de la CUP, que consideraba que ERC y Junts habían echado por el derecho sin su luz verde. Una llamada de la CUP a Turull poco antes de subir al atril le hacía saber que los anticapitalistas impedirían que fuera investido, y por tanto, que entrara a prisión con el simbolismo que implicaría ser el 131 president de la Generalitat. Aquella decisión volvía a desestabilizar al movimiento independentista, a las puertas de la gran represión de la sentencia del proceso. Al día siguiente, Turull, Josep Rull, Raül Romeva, Dolors Bassa y Carme Forcadell eran encarcelados en Madrid.

Jordi Turull, en su escaño el día que la CUP tumbó su investidura, el 23 de marzo de 2018

Y llegó el cuarto candidato, Quim Torra. Finalmente investido el 14 de mayo de 2018 en segunda votación, con la abstención de la CUP.

2021: un candidato independentista con el sí de la CUP

A las elecciones del 2021, con victoria del PSC en votos, pero empatado con escaños con ERC (33), Juntos con 32 y nuevamente con los necesarios 10 escaños de la CUP, el independentismo consigue la famosa mayoría del 52%. Esta vez, los anticapitalistas votaron a favor de Pere Aragonès y fue Junts quien se abstuvo. En segunda vuelta se repetía la escena, y la sombra de la repetición electoral planeaba sobre la cámara. Esta vez no era la CUP quien ponía en riesgo la mayoría independentista. Finalmente, cinco días antes de agotar el plazo, Pere Aragonès era investido presidente y se anunciaba la coalición de Gobierno con Junts. La CUP volvía a apostar por fiscalizar el poder institucional desde el Parlament y la calle, a pesar de que habría podido exigir representación en Sant Jaume.

Laia Estrada, diputada de la CUP, en una intervención en el Parlamento, mientras sus compañeros de filas como Carles Riera, Dani Cornellà o Montse Vinyets, paran la oreja/Parlamento
Laia Estrada, diputada de la CUP y cabeza de lista por Barcelona en las elecciones del 12-M ACN

La fiscalización se concretaba en octubre de 2022, cuando Junts abandonaba la coalición de Gobierno. La CUP presentó en el Parlament una moción que instaba al presidente a presentar una cuestión de confianza. Solo los anticapitalistas votaron a favor. Junts, VOX y Cs se abstuvieron y el resto votaron en contra. Y hasta hoy, la CUP ha mantenido su compromiso de ser oposición a pesar de haber investido al presidente de la Generalitat.

En las puertas del 12-M, con 10 diputados en la línea de salida, la CUP plantea las urnas como un “plebiscito entre la agenda de Foment y los derechos de la mayoría”. La candidatura está liderada por la diputada Laia Estrada, que se erige en la solución para decantar la balanza independentista “ante la estrategia negociadora de ERC y Junts con el PSOE”. En cualquier caso, ERC y Junts han necesitado el visto bueno de la CUP para gobernar desde que el 10 de enero de 2016 fue investido Carles Puigdemont. La gran prueba de fuego será continuar siendo la tercera pata del independentismo en la cámara catalana y, por lo tanto, mantener el marcaje a los dos partidos hasta ahora hegemónicos del movimiento.

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