El reloj de madera que había en el consulado de México en Barcelona en enero de 1939 se paró a las dos del mediodía el día que la oficina cerró por «la invasión franquista de la ciudad». Así lo explica el programa de mano del acto de este jueves en la actual sede del consulado para celebrar el 45.º cumpleaños del retorno de la diplomacia a mexicana a Cataluña, después de mantener el boicot al franquismo durante toda la dictadura. A diferencia del que hicieron la mayoría de países occidentales –que fueron reabriendo embajadas y consulados a partir de 1950, cuando la ONU levantó el aislamiento en España–, México aguantó 38 años la condena al régimen, en solidaridad con la República, con su gobierno en el exilio y con los miles de exiliados que acogió, entre los cuales muchos catalanes.

Ahora, en una villa de la Bonanova diseñada por Josep Puig i Cadafalch el 1911 para el sultán del Marruecos Muley-Afid, el reloj del consulado preside el pequeño salón de actos donde se ha hecho la celebración. El conserje del edificio donde trabajaba la diplomacia mexicana durante la Segunda República, en la Rambla Catalunya, rescató el reloj mientras entraban los nacionales. Lo tuvo en casa durante la dictadura y, antes de morir, pidió a su hijo que lo devolviera al consulado el día que reabriera. El hijo cumplió escrupulosamente el deseo del padre y en 1977 lo entregó al primer cónsul de la Transición, Carlos Planck Hinojosa. Y el diplomático decidió volverlo a colgar en un lugar visible, parado a las dos del mediodía para siempre, como ejercicio de memoria histórica de aquel día terrible del invierno de 1939.

Claudia Pavlovich, nombrada por López Obrador, recuerda la historia de un vínculo

La actual cónsul, Claudia Pavlovich, nombrada por el presidente Manuel López Obrador –muy crítico con la actitud colonial española, que todavía perdura, y poco apreciado en Madrid–, tenía el icónico reloj detrás mientras se dirigía hoy a los invitados que llenaban la salita. La escuchaban cónsules otros países llatino-americanos y el de Ucrania –el espacio limitado no había permitido extender la invitación a otros países– y representantes del tejido asociativo y cultural del país, como por ejemplo el director de la Filmoteca de Catalunya, Esteve Riambau. «La presencia del gobierno mexicano en Barcelona se remonta a los primeros años de nuestra independencia, con un viceconsulado que se abrió en 1837 y el primer consulado, que se abrió solo un año después. Y los lazos se estrecharon particularmente después de la proclamación de la Segunda República», ha recordado.

Conmemoración de los 45 años de la reapertura del consulado de México de Barcelona 11.05.2023 / Mireia Comas
Parte del público del acto de celebración de los 45 años de la reapertura del consulado de México de Barcelona, con representantes del cuerpo consolar y de la cultura catalana, con José María Murià en primer término a la derecha / Mireia Comas

El estreno de una pieza del compositor Carlo Constantini, de Jalisco, ha sido el plato principal de la celebración. Y el reloj ha vuelto a tener protagonismo, puesto que la obra, titulada Tiempo detenido, se inspira en su historia. Constantini, que ha dirigido personalmente la Ensamble Instrumental del Conservatori del Liceu, se ha metido al público en el bolsillo, hasta el punto de hacerlo participar con efectos sonoros adicionales producidos con el rozamiento de las manos y el patalear de los asistentes. Después, ha llegado la hora de probar una muestra de gastronomía mexicana –regada con cava catalán– en otra sala, donde había obras de pequeño formato del pintor de origen asturiano establecido en Barcelona Víctor Fernández.

Conmemoración de los 45 años de la reapertura del consulado de México de Barcelona 11.05.2023 / Mireia Comas
El compositor de Jalisco Carlo Constantini, ante el Ensamble Instrumental del Conservatorio del Liceo, en el acto de este jueves / Mireia Comas

Una sede modernista para un consulado que podría ser una embajada

Entre los invitados que comentaban la ceremonia rodeados de acuarelas y saborendo cava y pequeñas raciones de ceviche, estaba José María Murià, hijo de una de las muchas familias catalanas exiliadas que acogió México en 1939 y nacido a Jalisco. A lo largo de su vida, ha tenido varios cargos –vinculados a la cultura y a los asuntos exteriores– en la administración mexicana. Y fue él quién buscó para el consulado la sede actual, una magnífica pieza del modernismo protegida como patrimonio cultural, donde la legación diplomática se instaló hace veinte años. Él, que no está sometido a los límites que impone la diplomacia, no se ha ahorrado explicar por qué eligió este edificio. «Un consulado suele ser una simple oficina para tramitar documentos. En cambio, esta casa de Puig i Cadafalch tiene suficiente presencia para ser una embajada, el día que Cataluña sea independiente», aventura. Y esta es la historia de como el hijo de unos exiliados aportó su granito de arena al concepto ‘estructuras de estado’ hace ya dos décadas.

Conmemoración de los 45 años de la reapertura del consulado de México de Barcelona 11.05.2023 / Mireia Comas
El palacete de Puig y Cadafalch donde hay la sede del consulado de México en Barcelona / Mireia Comas
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