A escasos nueve días de las elecciones presidenciales de Estados Unidos, encuestas y expertos parecen incapaces de hacer una predicción clara del resultado. La ventaja lograda durante las primeras semanas de su campaña por la vicepresidenta y candidata demócrata Kamala Harris -quien tomó el relevo del actual presidente Joe Biden durante el verano- se ha desvanecido; y su rival, el expresidente y líder ultraderechista Donald Trump, prácticamente la iguala en intención general de voto. Según el último estudio electoral elaborado por el tracker FiveThirtyEight, el ticket demócrata rondaría en intención directa de voto el 48%, mientras que el regreso de Trump al Despacho Oval contaría con un 47% de los apoyos. Una ventaja en el voto popular que, cabe recordar, no es significativa en el sistema electoral estadounidense: George W. Bush, en 2004, es el único presidente republicano, de hecho, que ha ganado una elección con una mayoría de sufragios directos este siglo. Y el último desde, curiosamente, su padre, George H.W. Bush, en 1988. Así, el GOP encadena rachas de dos décadas sin obtener una mayoría de votos en unas presidenciales.

El sistema electoral estadounidense, distribuido en colegios electorales que otorgan toda la representación de cada estado solo al candidato que más votos obtenga, distorsiona enormemente las cifras generales. En este sentido, y con la multitud de territorios que, antes de cualquier carrera, están prácticamente asegurados para uno de los dos partidos -Texas, por ejemplo, siempre será republicano, mientras que Nueva York o Vermont difícilmente votarán por un candidato que no sea demócrata-, ganan especial peso las escasas circunscripciones donde el voto tambalea. Los estados del cinturón del óxido, tradicionalmente obreros pero atraídos por las proclamas proteccionistas de Trump, son ejemplo; pero también aquellos condados del sur dominados en los últimos 50 años por los conservadores por las dificultades que la abundante población afroamericana aún encuentra para ejercer sus derechos de representación, y donde las comunidades negras juegan un papel esencial.

Últimos esfuerzos de campaña

Ambos candidatos, de hecho, han dirigido su campaña este fin de semana a estados con este perfil. El pasado viernes, Kamala Harris celebró uno de sus actos de campaña más multitudinarios en Atlanta, la ciudad más grande del estado de Georgia. Un histórico bastión conservador desde las elecciones de 1964, en medio de la batalla por los derechos civiles, se decantó por Joe Biden en 2020 gracias a la intensa movilización del electorado negro, especialmente activo alrededor de sus organizaciones de base y congregaciones eclesiásticas. En Atlanta, la vicepresidenta llevó dos caras conocidas: la de Barack Obama, en su primera aparición en campaña desde el Congreso Nacional Demócrata de agosto; y la de Bruce Springsteen, que vuelve una vez más a actuar al lado de un presidenciable del partido azul, como ya hizo precisamente con Obama, y antes con Bill Clinton. Una estrategia que ha reproducido horas después en una trinchera mucho más débil para su formación: Texas. La vicepresidenta salió al escenario de la mano de Beyoncé, nativa de Houston -donde celebró el acto- y del mítico guitarrista Willie Nelson, también un icono tejano.

Kamala Harris en un acto de campaña con Barack Obama en Atlanta / EP
Kamala Harris en un acto de campaña con Barack Obama en Atlanta / EP

Por su parte, Trump intentó acercarse al público joven con una gran ponencia en la Universidad Estatal de Pensilvania. Allí, el republicano se centró en su agenda económica -especialmente en la promesa de reducción de precios energéticos mediante el impulso al fracking, muy relevante para las rentas bajas, castigadas por el aumento del costo de la vida-. «Kamala rompió los precios, y yo los arreglaré», lanzó, entre ovaciones de los asistentes.

A favor de Trump

La estrategia de presencia en los estados campo de batalla, si se ha de confiar en las encuestas, parece estar favoreciendo la campaña conservadora. Según el tracking de FiveThirtyEight y los estudios de ABC News, los demócratas solo se impondrían, por ahora, en dos de los siete swing states: Wisconsin, con 10 votos electorales, y Michigan, con 15. En ambos casos, se trata de comunidades marcadamente industriales, donde el posicionamiento de los sindicatos -favorable en la mayoría de los casos a Harris, aunque no con la efusividad con la que recibieron en su momento a Joe Biden- marca el movimiento de importantes masas de voto. Cabe decir, sin embargo, que las cifras están muy ajustadas: la vicepresidenta conserva la primera posición con menos de un punto porcentual de ventaja sobre su rival. El mismo resultado, pero a la inversa, se prevé por ahora en la más pequeña de las siete carreras: Nevada, donde el republicano gana por escasas décimas. También lo hace en Pensilvania, seguramente el más relevante, con hasta 19 votos electorales. Allí, los demócratas se juegan repetir la blue wall -la continuidad de victorias en estados esenciales, especialmente de las costas y el midwest– que les ha llevado a la Casa Blanca siempre que han gobernado.

En los swing states del sur, sin embargo, Trump consolida su liderazgo. Tanto en Carolina del Norte como en Georgia, el republicano saca más de un punto de ventaja a su rival -más de un 2%, en el segundo caso-. También lo hace en Arizona, donde su discurso migratorio ha sido especialmente efectivo por la proximidad con la frontera sur; y donde los demócratas no parecen estar capitalizando, por ahora, el voto de las comunidades latinas. Cabe decir que las encuestas son tradicionalmente volátiles en los estados del sur, y a menudo no representan correctamente a la población afroamericana. Sin ir más lejos, días antes de las elecciones de 2020, Trump estaba cómodamente por encima en el tracking de FiveThirtyEight, con un punto y medio de ventaja. No fue hasta la semana inmediatamente previa a las elecciones que Biden dio la vuelta a la tendencia en un estado que se volvió esencial para su mayoría.

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