Jofre Bardolet (Vic, 1999) es la máxima representación de artista polifacético. Compositor y director de música clásica, entre otros, Bardolet se alza como la cara de una nueva generación de talento musical de Cataluña. Con veintiséis años recién cumplidos, formado en el conservatorio de Vic y en la Escuela Superior de Música de Cataluña (ESMUC), Bardolet ya se ha hecho un nombre dentro de la escena musical del país. Amante de la ópera, y con especial deleite por Mozart, es el compositor y director musical de Ferides, un homenaje mozartiano ambientado en el tramo final de la Guerra Civil española. También es responsable de la dirección musical de la reciente adaptación osonense del emblemático Cop de Rock -que Dagoll Dagom estrenó en 2011- y, ahora, vuelve a los escenarios con Festeig i giravolt para homenajear los grandes nombres de la música clásica de Cataluña del siglo pasado. Una ópera que dirige, pero también interpreta.
Bardolet, sin embargo, es mucho más que un compositor clásico. Apasionado de la cultura catalana, hace un lustro que también compone sardanas. En esta entrevista con El Món, el joven compositor de Vic reflexiona sobre el papel de la ópera, la escena cultural del país y defiende, con uñas y dientes, la lengua como eje vertebrador de la identidad de Cataluña: «El día que esto se acabe, se habrá acabado todo. Se acabará Cataluña», exclama. Esta es la quinta entrega de una serie que hará la radiografía de una generación, talentos de menos de 30 años, con Carnet Jove o con la posibilidad de tenerlo.
La música ya te viene desde muy pequeño.
Viene de familia, eso es verdad. Mis padres, ambos, son músicos. Mi padre es chelista, mi madre cantante, y no son los únicos. Tengo dos primos mayores que son violinistas. Nací en un contexto muy musical y habría sido extraño que no hubiera estudiado música. De niño te lo encuentras, pero de mayor sí que llega un momento en el que te tienes que plantear si vas por ahí o no. Es una decisión ya consciente, a los catorce-quince años. Yo siempre explico que tengo una conexión musical, que me atrapó muy fuerte, que es Mozart. Creo que si no hubiera sido por Mozart, mi conexión con la música no habría sido tan elevada. Especialmente por La flauta mágica, que es una ópera que he visto infinidad de veces cuando era pequeño. Más allá de Mozart, también tengo una gran conexión con la música catalana, porque me toca muy de cerca la cuestión nacional.
¿Qué tiene Mozart de diferente en comparación con otros grandes compositores clásicos?
Algo que va mucho con mi manera de ser es la cuestión teatral. De hecho, de pequeño también estudié, y llegó un punto en el que me llegué a plantear si estudiar música o teatro. Por eso siempre me ha fascinado el mundo de la ópera, porque es casar la música y el teatro. Yo prefiero la música que cuente historias. Evidentemente, la música sinfónica de Beethoven, por ejemplo, también me puede interesar muchísimo, pero la que va acompañada de historias, ya sea desde un punto de vista operístico, o de lo que llamamos poema sinfónico, o incluso los musicales más modernos, siempre me han atraído más. Entonces Mozart fue un autor que, entre otras cosas que hizo, realizó una producción operística muy teatral. Mozart es muy teatral. De hecho, ha habido directores musicales, a lo largo de la historia, que a veces han pedido que en los montajes operísticos que hacen no haya director escénico, porque se hace solo. En la música de Mozart ya está toda la dramaturgia, todo el componente escénico, con un concepto teatral muy evidente que me atrapó. También, sin duda, es un genio.

Incluso, pionero, para algunos.
Para mucha gente, y para mí mismo, Mozart es bastante fundacional. Evidentemente, previo a Mozart ya habían pasado cosas, especialmente Bach, que es el gran nombre previo a Mozart. Algunos músicos tienen a Bach en lo más alto y lo ven como Dios nuestro señor, hay otros que tienen a Mozart en lo más alto. Y ese soy yo [ríe]. Que con esto no quiero desmerecer a Bach, pero para mí Mozart es bastante el fundamento de todo lo que vino después. También hay una cierta sencillez en su música, y a la vez una belleza tan profunda, que tiene tanto mérito…
La ópera, sin embargo, no se concibe como un arte sencillo, sino que se la percibe como enrevesada. Incluso, un punto pesada o elitista.
Pero también es sencillez. Las bodas de Fígaro, por ejemplo, es un vodevil, es una obra de enredos. Y es absolutamente teatral, es muy cómica. Muchas veces, en lo que es la aproximación al mundo de la ópera, hay mucho desconocimiento, y es muy fácil colocarle la etiqueta de elitista. Es decir, nos parece que una entrada a la ópera es muy cara, pero ¿cuánto cuesta ir a escuchar a Coldplay? ¿La gente sabe la cantidad de personas que están involucradas en una función de ópera? La orquesta sola ya vale un montón de dinero. Solistas, coros, vestuarios, escenografía…
¿De cuánto estamos hablando, entendiendo que cada ópera es un mundo?
Depende mucho. Yo te puedo decir, por ejemplo, que de mi ópera Ferides, que era una producción hecha con un zapato y una alpargata, el mínimo por el cual podíamos vender una función era 6.000 euros. Y eso es con la gente cobrando una miseria. Evidentemente, el presupuesto del Liceu es otra cosa, pero se ha de ser consciente de que, en una ópera, de por sí, la producción es cara. Hay muchísima gente involucrada.
Lo que se ha de conseguir, pues, es quitar la etiqueta «elitista» a la ópera. ¿Cómo se podría hacer?
Creo que es muy importante hacer la comunicación correcta, hacer pedagogía. Yo siempre digo que Mozart estrenó La flauta mágica en un teatro de mala muerte. En un ambiente donde la gente iba bebida, gritaba y hacía escándalo. Aquí es donde reside el origen. Era la distracción de la gente de aquella época, por lo tanto, la conexión con el público era muy directa, era muy real. A veces, sí que es cierto que se ha tendido, por diversos motivos, también por parte de los mismos músicos, y aquí es donde veo el problema, a poner la música clásica en un pedestal y a transformarlo en un arte divino. Creo que eso es un error, porque es alejarla de su esencia. Por eso para mí Mozart es un poco el paradigma de esto, porque intentó romper con argumentos propios de la época anterior, que es la ópera seria, de óperas italianas que hablan sobre divinidades o sobre héroes. En cambio, Mozart plantea hacer una ópera que es la historia de un criado que se quiere casar. Es hablar de personas reales con quienes el público se puede identificar. Fue muy rompedor, y fue una manera de conectar con el público.
El público que consume ópera tiende a ser gente mayor. ¿Hay futuro?
Aquí hay varios aspectos a considerar. Mi padre siempre dice, y tiene razón, que el público de ópera, o de música clásica, siempre es gente mayor. La media de edad es altísima [ríe]. Pero, sin embargo, siempre hay. Y siempre es gente mayor, lo cual quiere decir que, de alguna manera, la gente cuando se jubila tiene tendencia a consumir más cultura y, puede ser, de repente, descubren que les gusta la música clásica. De la misma manera que hace treinta años había gente mayor que escuchaba música clásica, ahora también la hay. Quizás es una cuestión natural.
¿Y puede interpelar a los jóvenes?
Aquí es donde está la clave, y es donde siempre intento poner el foco. Sé que es muy difícil, pero también tengo muchos amigos que han venido a ver cosas mías y han salido sorprendidos porque no se habían permitido antes la opción de que les pudiera gustar. A menudo hay un prejuicio hacia la música clásica, y después les sorprende y les gusta.

Teniendo en cuenta los géneros musicales que están ganando más peso entre la gente joven, ¿crees que es posible dejar de lado estos prejuicios para apreciarla?
Tampoco hace falta apreciarla del todo. Creo que la música es más de disfrute. Por ejemplo, si no tienes ni idea de música, claro que no podrás apreciar a Mozart, pero tampoco podrás apreciar una canción de Coldplay que comentábamos antes. Puedes ir a ver un espectáculo sin formación, y que te atrape. Yo, cuando voy a ver un espectáculo de circo, no tengo ni idea de lo que están haciendo técnicamente, pero alucino igual. En la ópera puede pasar lo mismo, pero a menudo hay una barrera con que la gente cree que no le aportará nada, que no tiene nada que enseñarles. Creo que falta pedagogía y acercar a los protagonistas, que son los compositores, y las historias de la ópera al público.
¿Es responsabilidad de las administraciones trabajar esta pedagogía?
Creo que es una cuestión que se ha de trabajar en las escuelas. La aproximación a la música «clásica» ha de comenzar en la escuela, porque creo que es donde tenemos el problema de fondo. Si en la escuela te presentan a Mozart como un señor con peluca que vivió hace doscientos años y que vivía instalado en su mundo de composición, y que solo tocaba el violín, pues claro que es un personaje lejano. Si lo aterrizas y explicas quién era de verdad, es otra cosa. La aproximación será mucho más real. La cuestión es conectar con ellos. Y es más difícil con Mozart, pero no debería serlo tanto con Eduard Toldrà, por ejemplo, que vivió aquí [en Cataluña] hace cien años. En las escuelas, nadie se preocupa de que los niños sepan quién era Eduard Toldrà. Evidentemente, vaya de entrada que hablo con cierto desconocimiento, porque yo no estoy en una escuela de primaria cada día para verlo en directo, pero creo que lo que se ha de hacer es intentar encontrar la manera de humanizar estas figuras para que puedan conectar más con los niños.
¿Se puede vivir de la ópera y la música clásica en Cataluña?
Depende.
¿De qué depende?
Es evidente que en este país, las facilidades no son las mismas que en el centro de Europa, donde he estudiado dos años. Yo soy una persona extremadamente vinculada con mi país y siempre he tenido claro que quiero vivir en Cataluña, y lo que hago está muy vinculado con Cataluña. Mis proyectos siempre tienen que ver o con la lengua o con la historia. Y eso te marca una situación. Aquí, prácticamente todo el mundo del país que se dedica a la música también da clases. Se trata de compaginar facetas. Ahora acabo de hacerme autónomo [ríe], y me dedico a hacer cosas muy diferentes. Yo he estudiado dirección de orquesta y dirección de coros. Por suerte tengo muchos encargos de composición, pero eso es algo muy volátil. Puedes tener muchos encargos un trimestre, pero después nada. De eso va la vida artística, no hay estabilidad. ¿Se puede vivir? Depende del mes [ríe].
O sea, vivir exclusivamente de tus obras es muy difícil.
Mira, yo ahora mismo también me considero muy productor. Tengo una productora, La Barca, a través de la cual he producido mi ópera Ferides, la versión del musical Cop de Rock que hicimos aquí en Vic, exitosísima, ahora estamos produciendo Festeig i giravolt… Destino gran parte de mi tiempo a la producción, a la gestión de todo esto. Porque si no lo hago yo, no lo hace nadie más [ríe], y porque, en cierta manera, soy empresario. Soy emprendedor. Y, si nos ponemos tiquismiquis, eso no es dedicarse a la música, es dedicarse a la producción. Es decir, yo no me levanto y me paso la mañana componiendo, sino que lo más probable que haga es enviar correos, hacer llamadas y enviar un dossier a ver si me compran Festeig i giravolt en Girona [ríe]. Todo esto se ha de compaginar. Pero también es quien quiero ser, y lo asumo. Ahora mi perfil es totalmente polifacético. Yo no me veía, o en todo caso no me veo ahora mismo, encerrándome en un único lugar, haciendo una única cosa. Me gusta poder hacer cosas muy diferentes, a nivel de composición, de dirección. Ahora también estoy protagonizando mi espectáculo como cantante y actor. Hago muchas cosas diferentes. Y, como muchos, también doy clases. De eso va ser músico en Cataluña. Eduard Toldrà, por ejemplo, suerte tuvo de dar clases en el conservatorio de Barcelona.

Pero sí que hay artistas catalanes que pueden vivir solo de su música…
Creo que se necesita una reflexión más profunda. A mí me parece muy curioso que haya gente en este país que se hace llamar artista o se hace llamar músico sin tener ni idea de música. Gente que se gana la vida perfectísimamente a pesar de que desafinan y no saben ni qué es una corchea, mientras que gente formada, que hace cosas con criterio y muchas horas de trabajo detrás, se las tiene que apañar para tener una vida más o menos estable económicamente. Creo que eso es lo triste.
¿Se premia lo suficiente el talento en Cataluña?
Se premia, pero se podría premiar más. Por ejemplo, que a Arnau Tordera le haya llegado el momento de estrenar una ópera en el Liceu es premiar el talento, evidentemente, pero es que debería estrenar una cada año. ¡Eso sería premiar el talento!
Al principio de la entrevista me has comentado que, más allá de la música clásica, Cataluña como nación, y su música, son ejes fundamentales de tu esencia artística. Has estado muy vinculado, como compositor, con el mundo de la sardana. ¿Se está perdiendo la tradición?
Tengo la percepción de que, una vez te pones, no se ha perdido. Yo también tenía un poco esta visión, pero cuando empecé a componer, y, por lo tanto, estar en contacto con coblas y grupos sardanistas, ves que la gente está ahí. Sí que es cierto que la media de edad es bastante elevada, pero también ves a mucha gente joven. Hay mucha gente joven que toca instrumentos de cobla. Por ejemplo, ahora en la ESMUC, desde hace unos cuantos años, el estudio de instrumentos de cobla se han convertido en estudios superiores de música. Esto significa que hay gente que sale con un grado superior de flabiol, pero tampoco hay tantas coblas en Cataluña donde puedas ganarte la vida. Acaba significando que las coblas de todo el país tienen un nivel muy alto, y eso es perfecto. Y hay grupos sardanistas jóvenes, y debemos estar orgullosos. Se ha de, sobre todo, tratar la sardana sin condescendencia.
¿En qué sentido?
Bueno, los catalanitos somos de esta manera que todo lo que es nuestro lo menospreciamos, y lo hacemos más pequeño de lo que es, cuando, desde fuera, compositores muy célebres del siglo pasado, como Ígor Stravinski, venían a Barcelona y se quedaban alucinados de lo que es una cobla. Hagámonos dignos de ello. No tratemos la cobla y la sardana con condescendencia, al contrario. Debemos reivindicarla, debemos programarla más. Una cobla debe poder sonar en un auditorio y no solo en la plaza, porque es un elemento sinfónico de primera división.
¿Nos da miedo reivindicarla?
Por supuesto. Es por consecuencia de la historia. Las cosas habrían sido muy diferentes con Cataluña siendo un país desde el año 31 si la república de Macià se hubiera instaurado. Que desde fuera se intenta destruir la identidad de Cataluña me parece una obviedad. La identidad de un país se hace desde la lengua y la cultura, por eso mantengo el catalán siempre y procuro defender en todo lugar la cultura catalana desde mi ámbito, que es la música. Y eso significa componer para cobla, significa hacer musicales y óperas en catalán, y nunca hacerlo en castellano. Creo que como país tenemos un complejo de inferioridad importante. Es básico que mantengamos la lengua y mantengamos la cultura, porque el día que esto se acabe, se habrá acabado todo. Se acabará Cataluña.
Para defender la cultura también se le debe dar espacio… ¿Se le da lo suficiente?
Siempre se puede hacer más. Creo que discriminación positiva en este sentido, siempre se podría hacer más. Desde el Auditori de Barcelona hasta una escuela de música de un pueblo más pequeño de Cataluña. En todos lados podría haber más presencia de autores catalanes, desde conocer quiénes eran hasta interpretar su música. Ahora, con Festeig i giravolt, que lo que hace es poner en valor a una serie de artistas que hace cien años estaban en un momento muy álgido, como Toldrà, Garreta, Casals y Conxita Badia, he percibido un interés real por parte de programadores. Me lo han programado en cuatro o cinco lugares sin haber visto el espectáculo, y eso dice mucho de estos lugares, instituciones y equipamientos, porque creo que interpela como país, y estoy contento de que haya sido así. Creo que el interés existe, pero ha de ser real por todas partes.
¿A qué te refieres?
Por ejemplo, tocar música catalana es muy caro. Ahora en julio dirigí un concierto con la orquesta de cámara de Vic, dentro de mi residencia de la Clàssica Jove de l’Atlàntida, e hicimos un programa únicamente de autores catalanes. Tocamos Toldrà, Joaquim Serra, Juli Garreta, instrumentaciones de Brotóns y de Guinovart, y una pieza mía. Cuesta mucho dinero alquilar estas partituras, y aún más si se graban. Tuvimos que renunciar a la grabación porque los permisos eran inmensos. Yo puedo entender que las editoriales han de vivir y han de seguir existiendo, pero tocar a Mozart es gratuito… Nos quejamos de que no se hace música [clásica] en catalán, pero quien lo hace se arruina.
¿Y cómo se resuelve?
Eso es voluntad política. Es tan fácil como que el coste [de alquilar las partituras] lo asuma la Generalitat. Y me parece que no digo ninguna tontería. Que se toque música en catalán es una cuestión que a la Generalitat le debería interesar y debería promover. No puede ser que alguien quiera hacer un concierto de música catalana y tenga que pagar 1.000 euros de edición de partituras, y aún mucho más si lo quiere grabar. Es claro que no se hace… Ahora gobierna quien gobierna, pero han gobernado los otros los últimos años, y tampoco ha cambiado nada.