¿Fue un acierto o un error celebrar la ‘cumbre’ hispano-francesa en Barcelona? Yo pienso que fue una equivocación, tanto desde el punto de vista del Estado como del de la propia Generalitat de Catalunya. Ignoro en estos momentos cómo estarán titulando los medios franceses y cómo aparecerán en sus ediciones de este viernes, pero apostaría por que una parte del protagonismo se lo llevará el ruido de la manifestación, la salida del abucheado Junqueras de la misma y, en el fondo, el escaso protagonismo de un Pere Aragonès que se limitó a dar la bienvenida, o poco más, a sus dos huéspedes y a los ministros de ambos, mientras la sensación de incoherencia entre lo que se hacía en los salones oficiales y lo que ocurría en la calle se incrementaba.

No hablaré de los logros que, desde el punto de vista del Gobierno central español, se hayan conseguido en la ‘cumbre’ que protagonizaron Pedro Sánchez y Emmanuel Macron (y para nada Aragonès): creo que, si hay algún beneficiario de este encuentro, ése es Sánchez, que se va acostumbrando a ser el centro de esas ‘photo opportunities’ que tan rentables le serán ante las elecciones generales a celebrar probablemente en diciembre. Y, si hay unos perdedores, esos son los partidos independentistas catalanes, que han ofrecido una imagen de división y desgobierno realmente notable.

Claro que, no siendo independentista (y ni siquiera catalán), supongo que teóricamente debería alegrarme de este ‘fracaso’, entre comillas, claro, de Junts, ERC, la CUP y demás organizaciones que salieron a manifestarse. Seis mil personas, según las estimaciones de la guardia urbana barcelonesa, congregadas para gritar que el ‘procés’ no está muerto (contra lo que se pretende divulgar desde La Moncloa) no es gran cosa, la verdad, dada la ocasión. Que el ‘procés’ esté viviendo horas gloriosas no parece muy cierto, ni siquiera aunque el president de la Generalitat lo afirmase muy tajante y seriamente en una entrevista con Le Monde, que sigue siendo una especie de Biblia del periodismo y de la opinión pública galos.

Personalmente, de ninguna manera me alegro. Pienso que lo ocurrido este jueves en Barcelona va a redundar en contra de una trayectoria de diálogo, aunque sea a trancas y barrancas, que se había iniciado, con coste para ambos pero con posibles resultados positivos a mi entender, entre Sánchez y Aragonès. Visto, como yo lo veo, desde el desapasionamiento (y, claro, desde Madrid, que da siempre otra perspectiva), no fue una buena jornada, ya digo, para casi nadie, y menos aún para ese diálogo. Y tampoco me parece positivo que los presuntos logros y avances de la ’cumbre’, si es que los ha habido realmente, hayan quedado minimizados por el estruendo circundante en Barcelona.

Una lástima, por lo demás, porque la ciudad y Catalunya en general, es magnífica tierra de acogida para eventos internacionales, como tantas veces se ha demostrado. Pero ahora, remedando la frase famosa del asesor de Clinton, “es la política, estúpido!”, y a ella, en su peor versión, hay que rendirse.

Lo noticioso es, pues, cuando en el aire queda la duda hamletiana de si la cuestión es que el ‘procés’ sigue o si se ha quebrado de alguna manera. Y me parece que esa duda, esa indefinición, las incoherencias y la falta de una planificación clara son cosas que dan siempre mal resultado en política. En Barcelona, en Madrid o donde fuere. Excepto, claro, para quien pesca en río revuelto para engordar su cesta. O sea, el pescador Sánchez.

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