Este jueves, es decir, hace aún apenas unas horas, me encontraba con el presidente de Aragón, Javier Lambán, en su despacho oficial en Zaragoza. Le entrevistaba con destino a un libro que preparo sobre la evolución del socialismo en España, pero, inevitablemente, la conversación derivó también hacia algunas cuestiones de actualidad: Lambán preparaba su desplazamiento este viernes a Balaguer para allí encontrarse con el president de la Generalitat, Pere Aragonés. Tema estrella a tratar, entre otros “relacionados con dos comunidades en vecindad”: la preparación de los Juegos Olímpicos de invierno de 2030, que Aragón pretende que se organicen ‘en plan de igualdad’ con Catalunya, y que el Govern catalán quiere comandar de manera hegemónica.
Obviamente, no entraré a debatir aquí cuál de las dos partes tiene razón, puesto que ni soy técnico en deportes invernales ni conozco lo suficiente el alcance de las negociaciones, más allá de lo que Lambán me contó: me pareció que el diferendo, que tiene un indudable trasfondo político, más tiene que ver en este momento con discrepancias en cuestiones protocolarias y ‘de banderas’ que con la pura técnica organizativa de los Juegos. El caso es que el presidente aragonés incluso tenía preparada una mesa para almorzar con tres personas relacionadas con su inminente, y decía él que muy importante, encuentro con Aragonés. De pronto, una llamada al parecer urgente hizo que se levantara y, al regresar, me anunció: “voy a suspender mi encuentro de mañana con el presidente de la Generalitat”. Lo demás que me explicó eran, a mi juicio, detalles secundarios. No hay entendimiento, simplemente.
Este asunto, que sospecho que derivará en nuevas reuniones y, confío, en una solución que no sea la suspensión de los Juegos en Cataluña y Aragón, que es lo que pretende evitar el Comité Olímpico Español, alineado más bien con la posición aragonesa, ni siquiera me parece el más importante en la agenda de desencuentros que en estos momentos separa a las administraciones catalana y española. Obviamente, el rechazo por Esquerra Republicana de Catalunya y, por tanto, del Govern, al actual proyecto de reforma laboral que defiende el Gobierno central constituye ahora el motivo de discrepancia más serio y urgente entre ambas partes. Hasta el punto de que la vicepresidenta y ministra de Trabajo, Yolanda Díaz, se ha visto forzada a viajar a Barcelona en busca de apoyos a ‘su’ reforma. Un desplazamiento el de la señora Díaz que incluía, inicialmente al menos, una tenue esperanza en ‘hacer cambiar de opinión’ a ERC y convencerla de que apoye con su voto en el Congreso, dentro de una semana, esta ‘reforma de la reforma’. Ella es la que más se juega en este envite. Quizá, incluso su carrera política.
La política española se vuelve cada día más insustancial. Y ello lo demuestra, por si hicieran falta más ejemplos, la inmensa batalla ‘parlamentaria’ que se nos muestra en torno a una reforma laboral que ni es reforma ni es casi nada, y que puede salir adelante o fracasar dentro de unos días en el Congreso en función de múltiples cuestiones… que, por supuesto poco o nada tienen que ver con la esencia de esa ‘reforma’ ni con el bienestar de los trabajadores. Lo que prometió ser ‘derogación’ se ha quedado casi en ‘renovación’, con cambios no esenciales, de lo que había.
Pienso, con datos en la mano, que prácticamente nadie de los que más se fajan en esta guerrilla laboral, más allá de los agentes sociales, que están teniendo un magnífico comportamiento en comparación con las ‘fuerzas políticas’, se ha leído a fondo la cuestión, tan hábilmente manejada por la vicepresidenta Yolanda Díaz que hasta se nos ha olvidado el compromiso derogatorio, que ya sabíamos que no iba a ser posible. Entre otras cosas, porque, en el fondo, nadie lo quería. Era un viejo compromiso que todo el mundo consideraba nocivo, pero a ver quién era el guapo en la izquierda que lo decía. Así que lo mejor es no decir nada, lanzar cortinas de humo, y ‘rebus sic stantibus’, o sea, dejar las cosas con cambios ‘lampedusianos’ para que todo siga igual. O semejante.
Lo que ocurre es que el PSOE necesita una victoria parlamentaria más para presentarla ante la UE, ahora que se aceleran los fondos ‘next generation’; que el PP no se apea de su posición tozuda del ‘no es no’ a una reforma que es casi –casi– su propia reforma; que Esquerra, a la que el tema, sospecho, le importa un rayo, anda mosqueada con la ministra de Trabajo y vicepresidenta porque su ‘proyecto político personal’ está teniendo más aceptación en el mundo de la izquierda que otros mucho más clásicos y consolidados, como el de la propia ERC; que Bildu anda con sus presos a cambio de apoyo a la reforma; que el PNV busca obtener réditos en cosas dispares, para nada conectados con el tema central teóricamente en debate.
Y así todo: incluso la campaña hacia las elecciones en Castilla y León dificulta cualquier acuerdo con los ‘populares’ en materia laboral, mientras Ciudadanos, que se ahoga, se ofrece ahora a votar el proyecto-decreto del Gobierno socialista que hace muy poco rechazaba. ¿O acaso cree usted que la oferta de apoyo de los ‘naranjas’ al proyecto de los socialistas no tiene nada que ver con el agravio sufrido con el adelanto por el PP de las elecciones castellano-leonesas? Pues eso. Y ahora nos encontramos ante un nuevo motivo de división –uno más– en el Gobierno de Pedro Sánchez: los que, como Nadia Calviño, quieren apoyarse en Ciudadanos para sacar adelante la ley, y quienes, como Yolanda Díaz y los ministros ‘podemitas’, pretenden mantener la mayoría con los actuales aliados, es decir, ERC y Bildu, considerándose ‘incompatibles’ con el partido de Inés Arrimadas.
Me parece lógico que a usted, si ha tenido la paciencia de llegar hasta aquí, le cueste entenderlo, como cuesta entender casi todas las enormes polémicas que se generan en este país nuestro y que luego acaban disueltas en la nada del olvido ¿Quién se acuerda ya de los indultos, de lo del salario mínimo –que esa va a ser otra–, de las peleas del Supremo con el Ejecutivo –otra, también–, de la que se montó con la renovación del Tribunal Constitucional, de…?
Pues eso: que aquí, en la política testicular española, donde todo se hace ‘por mis santos huevos’, lo importante es la batalla por la batalla, y las soluciones o el consenso en torno a los temas clave son secundarios. Y ya verá usted cómo, de una manera o de otra, la micro-mini reforma (que, para colmo, no digo yo que se necesitase más que eso) pasará el trámite parlamentario y todo seguirá siendo lo mismo: doña Yolanda, que ya digo que se juega mucho con esta aprobación, nos convencerá de que es casi una derogación en toda regla; el PP asegurará que va a ser una catástrofe para el empleo; el Gobierno seguirá con la contratación pública que tan bien sienta en las cifras del INEM… y a otra cosa, que siempre encontraremos un motivo nuevo para dividir a las dos Españas.
Así que, en mi opinión, y por volver a la cuestión inicial, lo de la suspensión del encuentro este viernes entre Lamban y Aragonés es un ejemplo más, por si falta hiciera, de esa política de querer llevarse el gato al agua, de falta de voluntad de pacto y de consenso, que tantos avances está entorpeciendo. Yo diría que, además, lo que ocurre en torno a los proyectados Juegos de Invierno es un ejemplo a sumar a otros de que en estos momento hay un estancamiento en las relaciones entre ‘Madrid’ (incluyendo, claro, a Aragón) y ‘Barcelona’ (incluyendo, por supuesto, al Pirineo): la mesa de negociaciones estancada, la reforma laboral en entredicho y los contactos de segundo nivel, me dicen, prácticamente paralizados. No sé a qué causa favorece este estado de cosas: a la del buen desarrollo de unos Juegos que son importante no solo para Cataluña, sino para el resto de España también, desde luego que no. Y la bola de nieve, me temo, se agranda.