Cataluña es un país muy marcado por su huella arquitectónica. De la misma manera que la historia de Cataluña no se puede entender sin echar un vistazo a su pasado modernista, el estilo románico también ha supuesto un antes y un después para muchas poblaciones del país. Más allá del entramado de construcciones repartidas por la Vall de Boí, declaradas patrimonio de la humanidad por la UNESCO, el territorio catalán también esconde varias joyas que deben descubrirse, al menos, una vez en la vida. Este es el caso, sin duda, del monasterio de Sant Cugat del Vallès, una antigua abadía benedictina que se construyó entre los siglos XI y XII. Como otros monasterios catalanes, uno de sus grandes atractivos es el claustro.

Los orígenes del monasterio se remontan al siglo IX, cuando se decidió unir la iglesia que contenía los restos de Sant Cugat con una antigua fortificación romana, situada justo al lado del edificio eclesiástico. De hecho, esta fortaleza, que ha perdurado en el tiempo -aunque, con los años, se ha ido modificando-, en la época medieval pasó a llamarse Castrum Octavianum. El origen de la comunidad de monjes que se estableció en el monasterio se atribuye a Carlomagno, ya que fue el primer rey en conquistar la fortaleza romana de la época. Los primeros documentos que mencionan la creación del edificio eclesiástico se remontan al año 887, momento en que Carlos el Calvo -posteriormente Carlos III- adquirió los bienes de la zona. Es precisamente de las viejas edificaciones medievales y romanas sobre las que se ha ido fundamentando el monasterio que conocemos hoy en día.

Imagen del claustro del monasterio de Sant Cugat / Credit Commons

El claustro del monasterio, un emblema del románico catalán

El elemento que más destaca del conjunto del monasterio de Sant Cugat es su claustro, uno de los grandes emblemas de la arquitectura románica de Cataluña. Dentro del jardín del claustro se pueden observar los restos de la primera basílica del siglo V, sobre la cual se edificó el claustro actual, y el lugar donde la tradición dice que fue enterrado Sant Cugat. Estilísticamente, este claustro tiene muchas similitudes con la catedral de Girona, ya que en el año 1190 un taller de escultores que había trabajado durante más de una década en la catedral de la capital gerundense se instaló en el monasterio para esculpir los capiteles del claustro.

Más allá del claustro, sin embargo, la fachada exterior de la edificación también es una clara muestra de la evolución del arte románico catalán. La fachada, construida en la primera mitad del siglo XIV, refleja las tres secciones de las tres naves, un poco más alta la central. Está centrada por la gran rosácea que preside el monasterio e ilumina la nave central y trazada con figuras que recuerdan el aspecto de flores y otros vegetales. Teniendo en cuenta que las diferentes fachadas del espacio se edificaron en diferentes épocas históricas, en el monasterio de Sant Cugat conviven diferentes variedades estilísticas, la mayoría de las cuales son románicas. En el interior, sin embargo, también se pueden ver varios retablos, tanto barrocos como renacentistas. El monasterio de Sant Cugat es un espacio ideal para todos los amantes del arte y la historia, ya que combina la riqueza arquitectónica de la época medieval con imágenes y esculturas históricas que plasman el paso del tiempo en Sant Cugat. Sin duda, una parada obligatoria en una visita al municipio del Vallès Occidental.

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