Calma tensa y silencio. El tiroteo mortal con uno Kaláshnikov el pasado domingo, 23 de junio, coincidiendo con la verbena de San Juan, en el cual perdieron la vida un hombre y una mujer, de 48 y 44 años, respectivamente, ha enmudecido las calles del barrio de la Font de la Pólvora de Girona y el del lado, Vila-Roja. La muerte violenta de Juan y Yolanda, que compartían apellido con el presunto autor de los hechos, Guillermo Campos Heredia -que se encuentra en busca y captura desde el tiroteo, acumula una quincena de causas judiciales y ya había sido detenido por la policía el pasado mes de abril en el marco de una operación internacional contra el tráfico de marihuana-, ha conmocionado el barrio. Todo había empezado por una discusión entre dos adolescentes por un móvil, pero la intervención de los adultos de las respectivas familias y el hecho de que uno de los implicados tuviera un fusil AK-47 desencadenó la tragedia.

Cuatro días después, entre las motocicletas y las reuniones de amigos en la terraza del Bar Cuéllar, situado en el número 13 de la calle Font, también se puede ver un fuerte despliegue policial, con furgones de Mossos d’Esquadra. El objetivo de la policía es evitar más enfrentamientos, mientras otros agentes investigan para localizar al responsable del tiroteo –y su familia, que también huyó después de los hechos– y conseguir mantener la paz en el barrio, donde se teme una venganza por parte de los familiares de la víctima en aplicación de la ley gitana, aunque la familia del autor de los hechos ya se ha marchado en cumplimiento del destierro y que la casa donde vivía ya ha sido destrozada como castigo. «Tenemos miedo de que todo esto pueda acabar convirtiéndose en una guerra», explican fuentes del barrio en conversación con El Món. De momento, los agentes ya han conseguido localizar el arma, con la cual se dispararon, como mínimo, según los datos periciales de balística, treinta tiros, y el coche calcinado del presunto autor del crimen.

Conflictos habituales y el peligro de estigmatizar el barrio

Por las calles de la Font de la Pólvora, no se ve a poca gente. El olor de marihuana -uno de los males endémicos y principal negocio ilegal del barrio- llena todos los rincones. Pero se hace vida normal. Las vecinas tienden la ropa en la ventana, algunos niños juegan en la calle y los padres de familia se reúnen en el portal a charlar: «No es la primera vez que vivimos esta tensión», apunta un vecino que se quiere mantener en el anonimato. Una idea con la que también coinciden el exjefe de la Policía Municipal de Girona y actual concejal de la oposición en las filas del PSC, Josep Paluzié, y el antiguo director del Instituto de Vila-Roja Cristóbal Sánchez, que ha trabajado en la zona desde 1971: «No es un hecho aislado». Si bien es cierto que un asesinato con un AK-47 es un elemento extraordinario, desde que la Font de la Pólvora se edificó, en 1978, se han producido graves conflictos: desde secuestros hasta homicidios, pasando por el tráfico de drogas. «El gran problema es que siempre ha habido cierta impunidad dentro del barrio. Si las autoridades [tanto policiales como políticas] no actúan en la raíz, se genera caldo de cultivo para conflictos que acaban estallando», argumenta Cristóbal Sánchez, que considera que hay que endurecer medidas para frenar la violencia.

Mientras Paluzié y el exdirector de la escuela de Vila-Roja avisan que el incidente de la noche de San Juan no es un hecho puntual, el regidor de barrio de la Font de la Pólvora, el republicano Àdam Bertran -que empezó a ocupar este cargo con el mandato de Lluc Salellas-, asegura en conversación con El Món que esta tragedia «no es la tónica constante». «No tenemos que estigmatizar el barrio. Este barrio es mucho más de lo que se ve a simple vista», alerta. De hecho, en esta línea, si bien no niega que el tráfico de drogas tiene presencia en la Font de la Pólvora, también asegura que hay «muchas familias» que buscan otras maneras de vivir: «Desde que he ocupado el cargo [de regidor de barrio] he ido a menudo y puedo afirmar que es un barrio seguro», defiende.

Compañeras y amigas de la difunta durante el minuto de silencio por los dos muertos en el tiroteo al barrio de la Font de la Pólvora, ante el Ayuntamiento de Girona, a 25 de junio de 2024 / EP

De la chatarra al gran negocio de la marihuana

El barrio de Font de la Pólvora se construyó a finales de los años 70 y principios de los 80, cuando el ahora consejero de Universidades e Investigación, Joaquim Nadal, era alcalde de Girona. El objetivo de la creación de este barrio era consolidar un espacio de pisos para eliminar las barracas de las afueras de la capital gerundense. En aquel momento, las familias que vivían en barracas -mayoritariamente familias gitanas e inmigrantes venidos de Andalucía- abandonaron su vivienda precaria para instalarse en los bloques de pisos de la Font de la Pólvora. Con los años, el barrio fue creciendo en población y, en consecuencia, se generó un pequeño «microclima» alejado del centro de Girona, puesto que también se aumentaban las infraestructuras públicas de la zona, como la escuela o el pabellón del barrio. De hecho, una vecina que hace casi cincuenta años que reside ahí, asegura que siempre ha sido un barrio «muy familiar» y muy «cómodo» para vivir.

De entrada, fruto de la pobreza sistémica en que vivían, muchas de las familias continuaban en el negocio de la chatarra, la venta de cobre y, incluso, algún robo -especialmente en farmacias y gasolineras, el tipo de establecimiento donde había robos y atracos frecuentes durante las décadas de los 70 y de los 80. Ahora bien, con el tiempo, este negocio ya solo daba para «sobrevivir». Es en este punto, pues, en que el auge de la marihuana se convirtió en el nuevo modus vivendi de parte del vecindario de la Font de la Pólvora: «La llegada del cannabis cambió el estilo de vida de los vecinos y, como consecuencia, también generó un aumento de la violencia», apunta Josep Paluzié. Con el crecimiento de este tráfico y la llegada de la crisis económica de 2008, también apareció un nuevo fenómeno: pinchar la luz. Si a finales de los años 80 y principios de los 90 la actividad relacionada con las drogas se limitaba al tráfico, la venta de estas sustancias, con los años también se empezó a cultivar dentro del mismo barrio: «Llegó un punto que en la Font de la Pólvora se cultivaba, distribuía y vendía la marihuana de la ciudad», asevera el exjefe de la policía local de Girona.

De hecho, en los últimos años se han producido varios registros y macrooperaciones contra el tráfico de drogas para intentar erradicar el cultivo y la venta de sustancias estupefacientes -que no se limitan a la marihuana- dentro del barrio. Operaciones que consiguen pequeñas victorias, pero no cortar de raíz el problema. Para Cristóbal Sánchez, uno de los motivos por los cuales esta situación continúa arraigada es que las nuevas generaciones ya han crecido en este ambiente de «gueto». «En la escuela se pueden trabajar valores, pero si no hay una educación general, cuando salen del centro educativo vuelven al mismo mundo de siempre, y las cosas no acaban cambiando. La mejor manera de integrar sería desintegrando [refiriéndose a romper las barreras físicas del espacio]», argumenta.

Reducir la desigualdad, objetivo del Ayuntamiento

Es por este motivo, entendiendo que en el vecindario conviven culturas diversas con costumbres bastante alejadas entre sí, que el regidor Àdam Bertran considera que hay que destinar «muchos esfuerzos» a normalizar la vida del barrio para «igualarlo» al resto de Girona, o, cuando menos, reducir la desigualdad: «Toda la ciudad necesita igualdad de oportunidades», apunta.

Imagen de un cruce de edificios con restos de basura en las afueras en pleno centro del barrio de la Font de la Pólvora / G.M.

Más presencia policial que nunca

Fuentes del barrio relatan a este diario que siempre ha sido un espacio con una convivencia «frágil»: «Más de una vez hemos discutido [como eufemismo de peleado a puñetazos] con los vecinos porque la música estaba muy alta», relatan. Ahora bien, todo y estos pequeños disturbios, también aseguran que es un barrio donde es «muy fácil» vivir con tranquilidad: «Todos sabemos donde vive cada cual», explica un vecino, que también se ha querido mantener en el anonimato. Son precisamente estos pequeños problemas de convivencia los que han provocado gran parte de las intervenciones policiales de los últimos años: «Siempre ha habido muchos conflictos entre vecinos donde ha hecho falta que actuara la policía», recuerda Josep Paluzié. Según relata el exjefe de la policía local de Girona, hace más de dos décadas se había instalado una «patrulla fija» en la Font de la Pólvora para prevenir posibles delitos. Una presencia policial, pero, que con los años fue desapareciendo despacio, hasta el punto de que los agentes solo intervienen cuando es necesario.

Hoy en día, según Paluzié, ya no hay ninguna patrulla establecida únicamente en el barrio de las afueras de Girona, pero sí que se hacen actuaciones «bastante constantes» siempre que hay un delito grave que se notifica -a pesar de que apunta que es una de las zonas gerundenses donde menos denuncias se interponen. En los últimos días, pero, fruto del sangriento tiroteo mortal, la presencia policial al barrio ha aumentado: «Nunca había visto tantos agentes patrullando estas calles», asevera un vecino del barrio.

La búsqueda de soluciones estructurales

De hecho, este jueves, 27 de junio, el alcalde de Girona, Lluc Salellas, decidió de acuerdo con la Junta de Seguridad Local, en la cual también participaron el consejero de Interior en funciones, Joan Ignasi Elena, y el delegado del gobierno español en Cataluña, Carlos Prieto, entre otros, que se mantiene «ininterrumpidamente» el dispositivo desplegado desde domingo en el barrio de la Font de la Pólvora. En este sentido, Àdam Bertran confía en poder ampliar la duración de esta presencia policial para ayudar a combatir la delincuencia dentro del barrio. «Es importante que estos días esté para capturar el presunto autor del tiroteo, pero tenemos que encontrar la manera de cortar los problemas de raíz», argumenta el regidor de barrio.

Tanto el exjefe de la policía local de Girona como el antiguo director del centro educativo de Vila-Roja, donde asisten a clase hijos de familias de Font de la Pólvora, coinciden que esta presencia no es suficiente para combatir las problemáticas del barrio: «Hay que conseguir encontrar un punto intermedio entre mano dura [en referencia a detenciones y sanciones] y mediación para conseguir que baje la criminalidad», apunta Paluzié, que considera que históricamente se ha mirado «hacia otro lado» para evitar interferir en las trifulcas de la Font de la Pólvora. Estos días, el barrio ha quedado blindado de agentes para intentar preservar la paz, localizar los fugitivos, y evitar que se reproduzca un tiroteo como el de San Juan, pero los vecinos de la zona confían en que, una vez se calmen las aguas, la policía se marche. Que todo vuelva a la normalidad.

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