La última vez que hablamos, me regañó. Tenía, como solía pasar, razón. No toda, pero casi. Hacía muchos años que nos conocíamos y teníamos suficiente confianza para reñirnos, pasar horas con un café bien corto, caminando o en larguísimos trayectos de coche. De hecho, preparamos una operación interesantísima de solidaridad -que no tenía nada que ver con el Procés-, pero el CNI la echó a perder filtrando a un diario españolísimo las conversaciones preparatorias, pensando que el independentismo había fichado a Jason Bourne. Menos mal que los españoles tienen la fuerza, porque a veces han demostrado ser un grupo de torpes.

En este punto de la película, y recordando su genio y su figura, tanto me da que se sepan muchas cosas. Y una de esas cosas es que Víctor Terradellas (Reus, 1962) era, sobre todo, un patriota. Un hombre entregado a la liberación nacional de Cataluña y del resto de los Países Catalanes, con una extraordinaria intensidad, con ideas magníficas y revolucionarias, pero también con ideas absurdas o estrafalarias que le otorgaban un toque a medio camino entre genio, pesado y atrevido. Dialogaba con todo el mundo. Y todo el mundo es todo el mundo. Solo había que ver este martes la sala de velatorio 4 del tanatorio de su Reus para comprobar su versatilidad y generosidad humana e intelectual.

Víctor Terradellas, en un momento de la entrevista en El Món
Víctor Terradellas, en un momento de la entrevista en El Món

Un lector magnífico y un hombre que veía con perspicacia, a veces demasiada perspicacia y todo, lo que sucedía en el mundo. Con sus ONG, con una organización caótica pero efectiva, había llevado el nombre de Cataluña a casi todos los rincones del mundo. Incluso, aquellos rincones que se convirtieron en agujeros de la civilización. Tal era su vocación por ver una Cataluña independiente que se desvivía por hacer encuentros, reuniones y conversaciones con la gente más inverosímil. No le atemorizaba sentarse y dialogar para conseguir el milagro, aunque lo hiciera el Diablo. Su predisposición a hacer y colaborar, sin embargo, no la tuvo de vuelta cuando las cosas se torcieron. Pero nunca abrió la boca ni puso bajo el foco a ninguno de los que luchaban en el mismo bando de la trinchera.

Perseguido judicialmente durante años, por el juez que imaginó la ‘trama rusa’

Precisamente por escuchar a todo el mundo fue víctima de una injusta e indecente persecución judicial en los últimos ocho años. La operación Estela y la operación Volhov -sobre la estrambótica tesis de la trama rusa del Procés- permanecieron abiertas contra su persona hasta este verano. Todas las piezas separadas de ambos sumarios, casi una veintena, quedaron archivadas con un delicado tirón de orejas de los magistrados superiores al instructor de la causa, Joaquín Aguirre, una toga nociva para la democracia y el estado de derecho.

Les confieso que hacía más de un año que trabajábamos en un libro donde Víctor explicaba aquello que hasta ahora no se ha explicado de lo que ha pasado en Cataluña los últimos veinte años. Hechos e historias que se alejan de los relatos de personajes y periodistas que han escrito sobre el Procés y que, personalmente, no he visto nunca en ningún lado cuando sí que había visto a Víctor, como en los alrededores de Palau los fatídicos días 25, 26 y 27 de octubre de 2017. El compromiso del libro continúa firme. Tengo suficientes horas de grabación para escribir tres volúmenes y suficientes nombres para hacer la Enciclopedia Catalana, y su memoria lo merece. Aunque siempre le dije que había elegido mal al periodista, admito que para mí es un honor su confianza de la cual garantizo que estaré a la altura.

No les niego que la persistencia del juez Aguirre en perseguirlo por el sumario Volhov y poner nombres de oscuros personajes del submundo del espionaje nos obligaba a tomar medidas de seguridad. Nunca más he vuelto a beber de una botella que no abra personalmente ni sin antes girarla boca abajo. Con Víctor aprendimos a no hacer nunca la misma ruta, a cambiar el sentido del paso y procurar no acercarnos a nadie que llevara un paraguas.

Su muerte repentina sorprende. La muerte de un activista que es una mala jugada para su esposa, Judit, sus hijos y sus familiares, amigos y conocidos, pero sobre todo es una putada para el país. Hay un juez que disfruta de su onerosa jubilación y el país tiene un patriota menos. Y yo me he quedado sin un amigo a quien nunca le dije lo suficiente cuánto lo respetaba, cuánto lo apreciaba y cuánto lo admiraba. Víctor, descansa en paz, seguiremos con el trabajo.

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