Pablo Urdangarin es, de los cuatro, el hijo más mediático de Iñaki y Cristina de Borbón. Solo él ha concedido entrevistas a los medios de comunicación, sobre todo a los deportivos en su calidad de jugador de balonmano profesional. Es inevitable que los periodistas se interesen por su vida privada, ya que no es fácil tener acceso a alguien que ha formado parte de la familia real española. La agencia EFE ha podido hacerle unas cuantas preguntas y, a una de ellas, ha dicho que no le gusta que lo comparen con su padre -deportivamente hablando-.
A raíz de estas declaraciones, la revista Semana se ha puesto en contacto con una psicóloga que analiza qué podría haber detrás. ¿Se puede extrapolar esta respuesta profesional a otras facetas de su vida personal? ¿No quiere que lo comparen con el padre tampoco a otros niveles?
Lara Ferreiro ha analizado si realmente puede llegar a afectarle psicológicamente que comparen continuamente su trayectoria con la de su padre: «Existe la presión del efecto Pigmalión«, sostiene. Esta teoría dice que si lo presionan mucho para ser como su padre, puede verse obligado a rendir más «y acabar frustrándose»; hasta el punto de acabar siendo «un juguete roto«. Cabe recordar que las expectativas externas «influyen muchísimo» en el rendimiento de un deportista de élite.
«Si esta situación se cronificara en el tiempo», dice, «también podría generarle el síndrome del impostor que es muy incapacitante». En estos casos, siempre pesa ser el hijo de: «La herencia del apellido Urdangarin pesa, de la misma manera que llevar el mismo número con el que competía su padre también puede minarle muchísimo la autoestima». Y es que, así, podría sentir que vive bajo la sombra de un padre tan mediático como él.
Todos los desafíos de Pablo Urdangarin
Y ya si dejamos de lado el terreno del balonmano, no podemos olvidar que Iñaki Urdangarin ha tenido muy mala prensa desde que lo encarcelaron y se supo que había sido infiel a su esposa. Ante esto, resulta lógico pensar que Pablo no quiera que se le relacione tan directamente con él: «Es muy complicado navegar entre dos aguas como tener buena relación con el padre y, a la vez, querer diferenciarte de su figura«. Se le puede querer mucho, sí, pero también desear que no lo vean constantemente como el hijo de un exconvicto infiel.
Otras personas en esta situación acaban desmitificando su figura paterna porque lo necesitan para construirse a sí mismas, han «de humanizar» a la persona «detrás del mito». Resulta clave que los jóvenes se creen sus propias identidades y que reduzca la presión sobre su apellido, que sea capaz de aislarse del ruido externo. Siempre se le ve aparentemente tranquilo, pero la psicóloga advierte: «Eso no significa que su salud mental no pueda verse afectada«. Tanta presión y escrutinio a una edad tan joven puede desembocar en ansiedad, depresión e insomnio, por ejemplo.

Tampoco ayuda la gran complejidad familiar que tiene, ya que él siempre ha intentado quedar bien con el padre y con la madre: «Ha velado por el bienestar emocional de la madre y también ha intentado no castigar a su padre por sus errores. Todo esto puede crear trastornos emocionales que hagan que los roles cambien». Ella como experta ha visto casos similares con respuestas muy diferentes: «Algunos cortan la relación con los padres para siempre y otros intentan llegar a un punto de equilibrio«. Habrá que ver cómo acaba este caso en particular.