Dicen que quien escribe una nota necrológica empieza hablando por sí mismo, como si con ello enriqueciese la biografía de aquel sobre quien escribe. Pero es que el escritor está obligado a narrar una parte sustancial de su vida al lado del biografiado, porque se supone que lo ha conocido a fondo. Así que me perdonará usted que le cuente quién era el Pedro Vega que yo, desde hace tantos años, conocí.
Un día, de larga conversación y varios tragos, le dije: “Al final, yo acabaré escribiendo tu necrológica; te cuidas poco”. Se comía la vida a un ritmo indescriptible: tomaba partido y se involucraba hasta grados difícilmente concebibles y compartibles. No sé, al final, si era un extraño forzosamente aterrizado en Catalunya o alguien que trataba casi heroicamente de conciliar posiciones tantas veces irreconciliables. Sé que amaba, y no poco, a Catalunya. Pero sé también cuánto le costaron sus posiciones equidistantes, racionales. Hay circunstancias en las que el distanciamiento o la proximidad de las posiciones maximalistas simplemente no se comprenden, y Pedro estaba inmerso en la enorme contradicción.
Pedro era, como yo, natural de Cantabria, aunque quizá menos pasionalmente que uno mismo; fue más comunista que yo, porque él sufrió el exilio, la actividad clandestina —en la Radio Pirenaica— que uno no tuvo la oportunidad de vivir plenamente. Juntos escribimos una trilogía, Crónica del Antifranquismo que en su momento, es la verdad, fue un referente de una historia que los prohombres de la Transición querían olvidar.
Algunos simplemente obviamos, como el propio Santiago Carrillo, una determinada forma de ser militantes en el Partido Comunista. Otros, como Pedro Vega, adoptaron posiciones más críticas.
Un día, ya inmersos en la llamada Transición, le propuse escribir Crónica del Antifranquismo. Nos salieron tres volúmenes, de los cuales él aportó la principal sustancia, la muy rica historia de un PCE romántico y heroico contra el franquismo. La de los héroes que nunca cantaban ante las torturas de la Dirección General de Seguridad y los salvajes de la Brigada Político-Social. La del que le falsificaba los pasaportes a Santiago Carrillo, pasaportes y documentos de identidad falsos, pero indetectables en su falsedad y cuyas fotografías conseguimos en los archivos de ‘aquel’ PCE que ya nada tiene que ver con la actualidad.
Perdone usted, pues, si le hablo de una historia remota, que tanto Pedro Vega como yo nos empeñamos en superar cuando comprobamos que aquella historia romántica de lucha contra el franquismo ya nada tenía que ver con la realidad de una democracia naciente. Un día le dije a Carrillo: “Oye, Santiago, que yo no me siento comunista». “Pues yo ya tampoco”, me dijo el viejo santón del PCE. “Y entonces, ¿qué hacemos?”, pregunté yo. “Tú no sé, supongo que te marcharás del partido” —me dijo Carrillo—, “a mí, supongo que acabarán echándome”.
Al final, el viejo zorro resultó profético. Se dispersó bastante la fuerza clandestina del comunismo. Pedro, que acabó aborreciendo a Carrillo, se reía bastante cuando le contaba esta historia. “¿Seguro que fue así?”, me zarandeaba. “Seguro”, le decía. Luego él, que había vivido mucho más de cerca todo aquello, escribió Los herejes del PCE, y yo sabía de su profunda herida, disimulada como distanciamiento.
Le presenté a Miquel Roca i Junyent y se convirtió en su jefe de prensa parlamentario. Eran muy otros tiempos, y Roca fue un gran aliado de Felipe González en la transformación, creo que para bastante bien, del país. Y me parece que Pedro hizo ahí un muy buen trabajo, porque era persona conciliadora a la que los conflictos provocaban aversión.
Luego hicimos muchas cosas juntos, entre ellas algunas series de televisión hablando sobre el exilio que tantos españoles hubieron de sufrir. Eran otros tiempos y otras televisiones: hoy, aquellos programas de Estadio TV o Documentos TV quizá no tendrían tanto éxito.
Nos distanciamos, nos volvimos a acercar. Pedro era un tipo irrepetible. Hace unas horas, una familiar de él me golpeó: ”Pedro se ha muerto de repente”. Hace años que solo nos veíamos en Barcelona, donde él vivía una vida solo parcialmente conectada con el periodismo. Nunca hablábamos el pasado, de tantas cosas compartidas y confrontadas.
Cuando recibí un WhatsApp sobre su fallecimiento, acababa de enviarla un mensaje tratado de concertar con él una cita vacacional en nuestro Santander natal. La próxima vez, nos veremos en el mundo indefinible de quienes trataron de hacer un mundo más habitable para sus nietos, que es algo de lo que más de una vez hablamos.