La intención de la compañía no es juzgar ni dictar sentencia. Pero muchos de los espectadores salen de la sala habiendo absuelto a Luigi Mangione. O, al menos, habiendo entendido por qué es posible que un joven de buena familia de Baltimore mate al CEO de la principal aseguradora médica del país de Donald Trump –y de Barack Obama–, donde la sanidad es una selva. Esta es la catarsis que se produce en el Teatre Lliure de Montjuïc, donde se representa hasta el 4 de enero El manifest Mangione. Mientras el proceso judicial por el crimen más mediático del último año en Estados Unidos avanza en Nueva York –en las audiencias preliminares, los abogados han solicitado que se desestimen pruebas que la policía confiscó a Mangione el día de la detención, sin autorización judicial–, en Barcelona una compañía formada por jóvenes actores graduados del Institut del Teatre y comandada por la directora Carol López lleva el caso a escena.
En un casting con una sesentena de candidatos, los elegidos fueron ocho: Asier Gilabert i Ibáñez, Andrea Sánchez i Sos, Alba Roldán Gil, Élida Pérez Lucena, Fidel Pallerols Rossell, Judith Forner Gallardo, Arnau Guillén i Carulla, Carlos Ulloa Marín. La propuesta está bajo el paraguas del programa Reverberacions IT Teatre Lliure, en el que, con apoyo de la Diputación de Barcelona, se intenta poner en órbita a actores jóvenes y no solo desde Barcelona, sino también desde otras poblaciones de la demarcación, por donde harán gira después de cinco semanas en el Lliure.
¿Qué es violencia?
Como ha hecho tantas veces, Carol López ha construido lo que ven los espectadores en cocreación con los actores. De esta manera, en el escenario se fusiona la mirada más veterana de la directora con la de los intérpretes, la mayoría de los cuales no llegan a los 30 años. Con una escenografía muy versátil de Jose Novoa y Lucía Romero, que permite transiciones rápidas para pasar de la redacción de un diario a una comisaría de policía, de un plató de televisión a un McDonald’s, de una sala de juntas a un call center, los personajes llevan a los espectadores a la reflexión en torno al caso. El centro no es el crimen cometido por Mangione hace un año en una calle de Nueva York, sino todo lo que lo rodea: la falta de escrúpulos en el negocio de los seguros médicos en un país donde no hay la sanidad pública universal a la que están acostumbrados los espectadores del Lliure, la aceptación o no de la violencia como respuesta a la injusticia y, incluso, qué es realmente violencia: ¿no es violencia no atender a una mujer que ha roto aguas a los siete meses de embarazo?
Para enfocar estos debates, de Mangione –un joven ingeniero de datos con un brillante expediente académico que un día estalló– se habla mucho, pero casi no aparece en escena. Se le ve en algunos momentos breves, y solo es un hombre con una capucha. Un auténtico esfuerzo por reenfocar un caso que, en EE. UU., ha generado una legión de fans de Mangione, que lo defienden de las acusaciones de la fiscalía. Él se declara inocente, pero puede acabar condenado a cadena perpetua en Nueva York e incluso le pueden pedir pena de muerte en un juicio posterior, con cargos federales.

También tiene una presencia reducida en el escenario la víctima, Brian Thompson, consejero delegado de United Health Care. El protagonismo, en una obra coral, se lo llevan un policía ambicioso que no lo logra y que maltrata a una agente novata, la misma agente novata, la mano derecha del policía ambicioso, una presentadora de televisión infeliz y manipuladora que maltrata a su asistente, la misma asistente, una fotógrafa embarazada y un periodista que es la otra cara de la moneda de la presentadora: él quiere llegar a la verdad –quiere publicar el manifiesto de Mangione, que los otros medios ocultan porque cuestiona el sistema– pero también, y quizás sobre todo, quiere ganar un Pulitzer. Así es como ningún personaje es del todo bueno ni del todo malo en un montaje que no quiere juzgar pero sí quiere sacudir, estimular la mirada crítica de los espectadores.
Jóvenes, preparados y versátiles
Hay ocho actores, pero muchos más personajes. Porque, si la escenografía es versátil, los intérpretes lo son aún más. Aunque tienen un personaje principal asignado, en muchos momentos, con una modulación de la voz y un retoque del lenguaje corporal se transforman, por ejemplo, de policía o asistente de la presentadora en trabajador o trabajadora de un seguro médico que denuncian malas praxis de las cuales ellos mismos son instrumentos. Y esto unos minutos después de haber sido miembros de un consejo de administración crispado y dividido del seguro cuestionado a raíz del caso.
Actores de promociones recientes que se muestran polifacéticos, en la línea de perfiles muy frecuentes en el mundo anglosajón, capaces de cantar y bailar con la misma solvencia que interpretan texto. Verosímiles, con vis cómica cuando es necesario o un toque de histrionismo si la escena lo requiere. Y el final va seguido de un aplauso largo y sincero del público que los hace marcharse satisfechos del trabajo realizado.

