Joel Joan es la intensidad. Como director, como actor, como guionista, como persona. En el teatro, la televisión y el cine. De vez en cuando, la vehemencia en una declaración impetuosa lo sitúa en el centro de nuestro pequeño mundo. No se calla ni una, aunque él no esté de acuerdo y matiza que se calla muchas. Eso sí. Si en esta entrevista ha callado mucho, ¿qué será cuando hable…? Lo suele acompañar en cada intervención una desaprobación, un eco incómodo, que se podría entender como prudencia, recelo o envidia. “Vicent, tengo muy mala fama en todos los sentidos”, remata resignado e indiferente. Quizás. Tanta mala fama como éxito. El éxito le sonrió desde el principio, desde la inmortal Plats bruts, hasta el final, ahora mismo en el teatro con Escape Room II. Conciso en la audacia, responde cuando le preguntan por qué fracasó el proceso: “Porque nos hicimos cacas”. En una sociedad acostumbrada a perder, las victorias -también las individuales- pueden resultar amargas. Y la sinceridad, equivocada o acertada, se paga cara.
Es difícil seguirle el rastro a usted. No para quieto, ha hecho de todo…
Ya lo dirás tú…
Creo que debemos empezar por el cine. Y la primera cucharada, una mosca: ¿qué le parece el cine que ahora mismo se hace en Cataluña?
Mmmm… Primeramente, deberíamos aclararnos sobre qué cine se hace en Cataluña, porque no todo es lo mismo, pero en general pienso que es una industria muy enfocada en el autor y en ganar prestigio en festivales, pero muy poco interesada en el espectador. Las películas no se hacen para llenar los cines, sino para ganar premios o para hacerse el importante, el intelectual, el profundo. Hay mucho postureo en el cine catalán. Con muchas obras que quieren hacernos cambiar la vida o llegar a lugares muy profundos del alma, y yo a veces creo que para llegar al alma del espectador no hace falta tanto postureo. Se puede llegar con historias que de entrada enganchen al espectador y que después lo hagan reflexionar o no, pero engancharlo es básico. Y no es un cine que quiera engancharlo.
Por ejemplo, en el cine catalán ya no hay comedias. Desde Ventura Pons, que nos hacía aquellas maripilis hace mil años o sin contar Scape Room, esta película nuestra que es una comedia, no se hace, de comedia. No da prestigio la comedia. No ganas premios con la comedia. No haces reputación. Pero, en cambio, la comedia, si está bien hecha, hace público.
Eso quizás es porque no hay industria comercial. La industria que hay en el cine catalán, en el sector, es artística, de autor, pero no comercial.
Exacto. Pero esta es una de las cosas que yo cuando fundé la Academia del Cine Catalán hace 17 años tenía muy clara. Está muy bien que haya este cine de autor y que se ganen premios en el extranjero y en casa, y todas estas cosas, pero a mí me gustaría que el cine catalán fuera como el cine español, el francés o el italiano, que cada año tienen un volumen de películas que hacen diez millones de euros. Que hacen público y que no van a Cannes, porque eso es otra liga, pero que crean colectividad. Es decir, se ríen de sus cosas francesas, italianas o españolas. El padre de familia o los Torrentes, del gran Santiago Segura… Dirás que cinematográficamente no es Orson Welles. No. No lo es, ni pretende serlo, pero va mucha gente a ver estas películas, que tienen unos referentes comunes, que son esos personajes que hace él y esas películas. Es el mismo caso de Plats bruts. Un espacio donde toda la familia puede disfrutar de una comedia y que es muy transversal. Eso en el cine catalán no se estila.
¡Ostras! Y, por tanto, si le pregunto por Albert Serra…?
¿Albert Serra? Me parece que es perfecto. Tener a Albert Serra, un tipo que está bastante loco para hacer las cosas que hace él, tener los cojones de hacerlas… A mí me merece mucho respeto, Albert. No pide perdón por hacerlas, ni mucho menos. Y, además, le creen en Francia, en Cannes, y en el País Vasco, en San Sebastián, y viaja por el mundo con estas películas que nunca serán taquilleras, pero que sin duda crean identidad o sello… Pues, yo, encantado. Pedirle a Albert una comedia es absurdo. “Albert, ahora deja tu rollo y haz una comedia o un thriller o haz uno de terror…». No. Hubo una época, sin embargo, que en el cine catalán… A ver, de entrada también tenemos que aclarar qué es cine catalán.
Podemos entender que es el cine que se hace en Cataluña…
Claro… Esa es la clave de todo. Pero no. Si tú ruedas en castellano, es una película española. Porque el epicentro, la lengua, lo que se comparte, es hispanocéntrico. La lengua es el español, por mucho que la rodéis en Barcelona o pase aquí. Para mí eso es secundario. Si pasa en Holanda, porque unos actores españoles se van a rodar a Holanda, siempre es una peli española si la haces en español. Y si la haces en catalán, es una peli catalana. Es más, puedes hacer una peli catalana en Madrid, porque los personajes son catalanes o hablan catalán, aunque la historia pase en Madrid o en Holanda. Eso sería también una película catalana. ¿Me explico? Yo entiendo como cine catalán el que no solo es en lengua catalana, sino que es como lo que hacen los franceses con sus cosas o los españoles con las suyas. No podemos obviar este debate. Recuperemos ahora el hilo. Hace años Jaume Balagueró hizo la saga Rec, que es una saga de terror, que me parece…
La tercera era una comedia.
¿Cuál?
La de la boda que acaba derivando en una orgía zombi. Muy Robert Rodríguez…
Ah, sí.
La primera y la segunda eran muy inquietantes, sórdidas, muy bestias…
Muy bestias, sí. La tercera no la vi…
Es como pide usted. Una buena comedia, muy divertida y muy comercial.
Jaume, en ese sentido, cuando hace también Mientras duerme, hace género. Esto es lo que no hace el cine catalán. El titular sería: “No hacemos género”. O sea, el género es una cosa que parece como… comercial, que es la peor palabra del mundo mundial en Cataluña. Que algo sea comercial. Eso es terrible. Cosa que no entiendo, porque ¿quién quiere los teatros o los cines vacíos? Todos los quieren llenos.
Ya que pide éxitos, hablemos de tres películas que han hecho fortuna. De público y de crítica. La primera es Alcarràs. Quizás la intención inicial no era hacer un producto comercial, pero ha acabado siéndolo…
Me parece una propuesta de una cineasta muy particular, que domina el hecho de contar historias desde un lugar muy diferente al que utiliza la industria convencional. Poco guion, sin actores, porque no le gustan los actores, gente de la calle, imágenes muy robadas, donde deja que pasen cosas, y ella va grabando y al final aparecen perlas. Carla Simon es un poco como una voyeur, como un poco… eso, que no quiere forzar las cosas y deja que pasen. Luego, tal como lo monta, con la inteligencia que tiene ella, que me parece muy brillante esta mujer, acaba haciendo películas que ganan en Berlín…
Y que la gente va a ver.
Sí. La gente las va a ver, pero eso es porque ganó en Berlín. Eso es diferente. Es decir, si no hubiera ganado en Berlín, Alcarràs no habría hecho ni la mitad del dinero que ha hecho. ¡Ni de coña, ni de coña, ni de coña! Pero Berlín, que es un festival donde hay pelis que son más abiertas, que quizás no son tan de autor como Cannes, la puso en el lugar donde está. Despertó la curiosidad de la gente: “¿Qué es esto que ha ganado en Berlín? ¡En lengua catalana y, además, campesinos de Lleida!”. Es que todo te explota en la cabeza. «¿Pero cómo? Tractores, ahí, y el melocotón… ¿Pero qué coño es esto?». Crea mucha curiosidad. Carla Simon es un poco como Albert Serra. Es una tía que debe existir, que tiene una voz propia.
Estoy seguro de que Tardes de soledad, cuando se estrene, atraerá a mucho público también. Porque ha ganado la Concha en San Sebastián y porque se ha hablado mucho.
Seguro. Y en el caso de Carla, porque ahora es un nombre bastante importante para que haga lo que haga despierte el interés de mucha gente.

Al final, pues, resulta que los autores, los divinos, también logran el éxito comercial, que es lo que usted pide.
No siempre. Porque Albert Serra ha ganado muchas veces en Cannes con películas que…
Premios secundarios, pero da igual. Tiene usted razón. Bastantes premios que luego no han generado la curiosidad del gran público. También es cierto que algunas son bastante difíciles de soportar para ese público…
Es que Albert va muy fuerte. El espectador medio -que es como decir, como, si dijéramos la gente normal, que no son eruditos- pues, se encuentra que dice “¡Uf!”. Hablábamos de géneros. También está la animación. El mundo de la animación es muy refrescante para cualquier industria cinematográfica porque puedes usar un humor que guste a los pequeños, pero a la vez que sea ácido para los grandes…
Eso lo inventaron hace décadas los americanos de la Warner con Merrie Melodies…
Sin duda. Y después con Pixar. Pixar ha hecho maravillas. Y Toy Story es una maravilla porque nos interpela a los grandes y a los pequeños. Y todo son parábolas…
Pero eso es muy caro.
Sí. Sobre todo es muy caro porque se debe pensar mucho. Y pensar cuesta dinero y tiempo. Da mucha pereza. Pensar es lo que más pereza da. Hacer es otra cosa, pero pensar qué película queremos hacer, a qué público debe ir, pensar una historia que pueda entender todo el mundo y que a la vez nos… Toy Story, a través de unos juguetes de mentira, nos habla…
Unos juguetes que somos nosotros.
¡Que somos nosotros! ¡Evidentemente!
Ahí hay mucho talento.
Mucho. Y trabajan mucho también. Entre película y película quizás pasan nueve años. Sin hacer la siguiente de la saga.
Eso en Japón es Hayao Miyazaki y el estudio Ghibli.
No lo conozco.
El director de El viaje de Chihiro, La princesa Mononoke o El castillo ambulante…
¡Ah, sí! Aunque yo tengo que reconocer que el cine oriental me cuesta. Los encuentro muy marcianos…
Nos hemos desviado mucho. Le había hablado de tres películas catalanas de éxito. la segunda es El 47.
No la he visto.
¿Sabe de qué va?
Sé perfectamente de qué va. Aquella del autobús. Pero, por lo que me han dicho, todo eso del autobús pasa en el último cuarto de hora, ¿no?
Hombre, primeramente está toda la historia de los personajes y la llegada de las olas migratorias al barrio de Torre Baró de Barcelona…
[Va asintiendo]. Hombre… sí… No la he visto… No te la puedo criticar…
Ha ganado un montón de premios y una gran cantidad también en los Gaudí…
Como era de esperar. Es una película políticamente muy para el momento que vivimos. Todo lo que es expresión humana es expresión política. Todo. Desde un cuadro hasta un chiste. La política está en todas partes. Y pretender que estas películas sean apolíticas o que son sociales y no van de… Nooooo. Vi un tuit de Pedro Sánchez, que fue a ver El 47 y salió encantado. Hombreeee… Ya está. No hace falta que me lo digan más claro. Una señal más política que esa no hay. Si descaradamente sale el presidente y te dice: “Fíjate qué bien, porque esta catalanidad, sí. Estos son los buenos y hay otros, otros catalanes, que esos no….”.
Por eso quería que me hablara de la tercera película, Casa en llamas, de esos “otros” catalanes…
No la he visto entera.
¿Por qué?
Porque no la aguanté. No entendía la historia. No sabía de qué iba…
Hombre, es una familia burguesa catalana, con todas sus miserias…
Eso de una familia burguesa catalana no es una historia. Eso es un cliché. Porque, además, tenemos que ver qué es esa burguesía. Mucha gente decía: “¡Uy, yo veo a los míos, ahí!”. Yo no. Los míos realmente no son esa gente. Y no sé…
Se lo ponía como el ejemplo de tres películas, tres mundos, y la visión mayoritaria que se extiende ahora. Los campesinos fuertes y resistentes a la especulación en forma de nuevas tecnologías, que pierden la batalla; la inmigración íntegra y noble de los años cincuenta, que levantó Cataluña…
Evidentemente. Pero también te preguntas siempre por qué no se quedaron en Extremadura en los años cincuenta. ¿Por qué no se quedaron en su país a levantarlo? Aquel país sigue hundido cincuenta años después de la muerte de Franco. ¡Hostia! Quédate allí y levántalo. Ah, no, vienen aquí a levantarlo. Pues, ya son ganas de querer ser catalanes y levantar Cataluña. Todo eso…
Allí pasaban hambre…
Evidentemente. Porque la gente no emigra porque sí. Ni aprende idiomas porque sí. Ni nada. Esta era una tierra donde había oportunidades de encontrar trabajo. Y venían a eso. En lugar de decir es que fuimos allí donde había riqueza, como fueron los europeos a América hace cien y doscientos años, porque allí había oportunidades y había tierras y había trabajo, y aquí, no… Decir que fueron a salvar América… No. Fueron a salvar el culo. Su culo. Que luego entre todos han hecho un gran país, sin duda. No haría falta otra. Pero nadie vino a levantar Cataluña. Vinieron a salvar el culo. Con todo el honor y con toda la decencia. Y estoy de acuerdo al cien por cien que lo hicieran. Porque, eso sí, los catalanes somos muy buena gente. Somos muy buena gente y lo aceptamos casi todo. Somos muy acogedores y, hostia, si, además, hablas un poco de catalán, vengas de donde vengas, ya eres de casa. Eso sí que lo tenemos clarísimo, porque somos una lengua minoritaria y muy odiada. No solo por los españoles y parte de los franceses. Molestamos en Europa a todo el mundo. Y este es un complejo muy grande que tenemos. Entonces, si nos hablan un poco en catalán, se nos cae la lágrima, pero no, no. Estoy harto de este discurso. Dicen que aquí éramos todos burgueses. Mis abuelos resulta que todos eran burgueses…
Esta es la tercera, Casa en llamas… Campesinos, inmigrantes y burgueses. Son las tres películas de éxito. Con un mensaje político muy claro. ¿No le parece?
Clarísimo. Ya te lo he dicho. Es imposible no ser político. Solo si te tiras un pedo, eso es apolítico. Eso es una flatulencia que te sale del culo y que no estaba prevista, pero no es política. Toda cosa que pasa por el cerebro y se expresa por la boca es todo política. Yo no vi Casa en llamas. No sé de qué gente habla. Y ojo, que he estado con burguesía norteamericana en películas con Woody Allen u otras y he empatizado mucho. De todos modos, lo de Casa en llamas pienso que es un problema del guion, que no… [hace chasquear la lengua contra el paladar], que no está hecho lo suficiente, brrrrr, ¿cómo decirlo? Que no tiene suficiente gancho. No sé por qué narices tengo que seguir el personaje de Emma Vilarasau, por qué me tiene que importar. Y esos conflictos de esos hijos que se quieren pero que no se quieren y no se lo dicen. No lo acabé de entender y al final dije: “Mira, da igual”…
¿Escuchó el discurso que hizo el guionista de la película, Eduard Sola, cuando recibió el Gaudí? Le dieron el premio al mejor guion, por cierto.
Lo sé, lo sé. Pero no lo he escuchado, el discurso, no. Últimamente todo aquello que me puede poner de mal humor lo evito, ¿sabes? Ya voy yo con suficiente bilis mía… Ya soy algo, yo, que ya vive suficientemente traumáticamente todo lo que le rodea para ir intoxicándome con… Sé de qué fue la cosa, pero no…
Lo aplaudieron mucho y todos de pie…
Evidentemente, porque es lo que toca. El sector del cine, todo el sector que está expuesto al público, lo que quiere es estar bien con los poderes. Y ahora toca la autoflagelación, como siempre ha tocado, por otro lado, porque el nuestro es un país que no puede ser orgulloso. Es un país que no puede estar orgulloso de su gente. Escucha, a mí, la burguesía… Yo no vengo de familia de burgueses. Mi abuelo era chapista y mi abuela trabajaba en el mercado de Hostafrancs, la otra era costurera, unos currantes, unos miserables…

Los que levantaron Cataluña.
¡También! Por cojones, diría yo. En mi casa hemos sido eso siempre. Pero ojo también con la burguesía, que ha hecho mucho por este país. Gracias a la revolución industrial y a la burguesía tenemos un Palau de la Música…
Tenemos un país.
Tenemos un país. Ahora lo has dicho. Entonces, decir que todo eso es de pijos, que eso son los catalanes… Es que estoy tan cansado… Es la historia de siempre. Desde que nací me lo dicen. Que si los convergentes, que si los burgueses… Buscan el enfrentamiento étnico con el social. Al catalán se le ha hecho creer que ha sido una potencia hasta hace cuatro días, imperialista, fascista, porque, en lugar de hablar el idioma del otro y ser educado y sumiso, habla el suyo e impone su nacionalismo… Es malísimo ser nacionalista aquí. Ser feminista no es malo. Hay muchas cosas que acaban en ista y que no son malas, pero ser nacionalista, amar el país y su lengua, eso parece que es horrible, filo-nazi. Nos lo hemos creído tanto, han insistido tanto, que cualquier discurso que nos autoflagele… [Golpea las manos tres veces con contundencia]. Y más el mundo del cine, que es hispanoreferencial. El mundo del cine catalán lo que quiere es gustar a España. Punto. Y su mercado es España. Punto. No piensan en productos para fuera de España, tampoco. Esto no hay manera de cambiarlo porque dicen que con el mercado catalán no hay suficiente. Y yo pienso que sí. Yo pienso que podríamos hacer pelis para nuestro mercado, ya no solo el del Principado, sino también en Valencia y Mallorca. Con pelis que podrían hacer seis o siete millones. Unas cuantas. Somos ocho millones de personas solo en el Principado. Hay mucho público.
Usted creó y presidió durante cinco años la Academia del Cine Catalán. Con una idea en esta línea y buscando prestigiarlo…
Y con una idea de llevar a los espectadores a nuestros artistas, nuestras películas, nuestros directores… Para eso sirven los premios. Para hablar de nosotros, de nuestro arte. Premiarnos y hacer hervir el caldo para que la gente diga: “¡Ostras! Ahora quiero ver esta peli”. Para eso sirven los premios.
¿Todo eso cree que se ha cumplido? ¿Cómo ve ahora la Academia?
No tengo ni idea. Yo…
¿No le interesa?
Nooooo. Ya hace mucho tiempo. Me deshice de la Academia. La Academia tiene un problema, que son los académicos.
Como todas.
[Ríe]. Entonces, los académicos son muy poco serios. Eso me da mucha rabia. No se miran las películas, no hacen el trabajo que deberían hacer. Lo único que hacen es seguir la moda, seguir lo que toca, y entonces, pues eso. El año pasado tocaba Alcarràs y todo era Alcarràs. Y eso es muy duro cuando, por ejemplo, Alcarràs fue nominada como banda sonora. Por ponerte un ejemplo. Y Escape Room, la película que obtuvo cero nominaciones y que tenía una fotografía y unos actores increíbles -excepto yo, que soy muy malo-, un guion espectacular, porque, a través de la comedia del terror, hablas de cosas importantes del ser humano, lo desnudas y lo desenmascaras, no tuvo ninguna. Pero hablo de la música, donde Xavi Capellas hizo una banda sonora estilo Hollywood, con tema incluido que es repetitivo en la película… Horas y horas de trabajo, que no está por ordenador, porque fueron unos búlgaros que, con sus instrumentos, grabaron con Xavi y con el chico que hacía las partituras con una conexión, un zoom, no sé de qué manera, rarísima, que les permitía escuchar hasta el último detalle y corregirlo todo… Tiene una banda sonora Escape Room de la hostia. Y eso me indigna, porque Xavi no estaba ni nominado.
Entonces, ¿qué pasa? Que ahora está de moda un actor, Enric Auquer. Pues, Enric Auquer ganará el Gaudí. Porque los señores académicos no piensan más allá. Ahora este es el chico que está de moda y ya es eso. Es absurdo que en este país tan pequeño haya actores con tres y cuatro gaudís. ¿Cuántos gaudís tiene Eduard Fernández? ¿Cuántos gaudís tiene Clara Segura? Es absolutamente absurdo. ¿Cada año ganan los mismos?
¿Se siente castigado por la Academia?
A mí no me castiga nadie. Al contrario. A mí me miman. Quieren hacerme miembro de honor. Yo les dije: “Hombre, yo, miembro de honor, no seré, pero si quieren hacerme una estatua allí en la sede que conseguí de la SGAE, como lo conseguí todo, pues, muy bien. El día que haya que destapar mi estatua la destaparemos, si quieren”. [Ríe].
Si lo premiaran, ¿iría a recoger el premio? ¿O haría como Woody Allen y se iría a tocar el clarinete?
¿Qué premio?
El que sea, el que venga. El que corresponda a Escape Room 2…
¡Es que no me lo darán nunca! Escape Room 2 ya no la presentaremos. No presentaremos esta película. Porque es comedia. Porque es comercial. Porque se supone que no hay ningún tipo de pensamiento detrás, más allá de distraer y entretener. Cuando se equivocan, porque, a través de la comedia, puedes hacer una crítica ácida y decir unas verdades que no puedes hacer ni decir ni con drama, ni con tragedia, ni con ningún otro género. Y Escape Room 2 dirá unas cuantas de esas verdades. Como esta película está pensada para el público y para que el público se lo pase de maravilla y, además, salga satisfecho y haya un viaje emocional con los personajes, no ganará en ningún lado ningún premio ni nada. Ya sabemos de entrada, como pasó con la primera -con la que teníamos esperanzas de algo, que algún académico se fijara-, que será cero. Eso es muy indignante, porque al final son los premios más previsibles del mundo. Tanto es así que, mira, la protagonista de El 47 ¿quién es? Clara Segura. Clara Segura no fue nominada a mejor actriz. Porque cuando tú haces los premios decides en qué categoría la incluyes. La pusieron de secundaria. Y no es una secundaria. Es la prota…
Bueno, sí, pero…
De las chicas. De las chicas es la que está más arriba, ¿no?
Sí.
Pues, ya está. Por eso se hacen premios masculinos y femeninos. En toda película hay un tío y una tía que destacan, ¿no? Bueno. Pues, no la pusieron de prota porque ya sabían que este año tocaba dar ese premio a Vilarasau. Y así se aseguraban los dos premios. Porque los académicos no tienen ningún tipo de criterio, ni quieren tenerlo, ni nada. Todos votan lo que toca votar. Es lo que siempre pasa en este país. Que siempre se hace lo que toca hacer para quedar bien, porque quedar bien es lo que realmente nos obsesiona.
Usted ha trabajado con Francesc Betriu, con Ventura Pons, con Manuel Huerga, con Woody Allen… ¿Qué recuerda de cada uno de estos directores?
Muy poquito. Muy poquito recuerdo. Porque… los directores, al final, ruedas con ellos… Pues, hombre, si eres el prota, quizás al final ruedas veinte días, pero, si no lo eres, quizás ruedas tres, cuatro, cinco… Hice una película en la que al final no salía, pero fui a Quito a rodar, con John Malkovich. Y la gente me preguntaba: “¿Cómo ha ido con Malkovich dirigiendo?”. Yo qué sé. ¡Nada! Porque el tipo se te ponía al lado e hizo cuatro gestos que tú pensabas: “John, ¿estás bien del estómago? ¿Va todo bien? ¿O te vas a cagar aquí ahora, John?” Y se iba y no te decía nada. Y yo me miraba al equipo como diciéndoles: “¿Qué se supone que tengo que hacer?”. [Ríe]. Pues, es eso. Para decirte que algún director me ha marcado, debería haber hecho tres o cuatro pelis con él. Debería haber sido un habitual, como todos esos del Tim Burton, no sé qué. Pero, todos esos que me has dicho… Con Manel Huerga trabajé en una peliculita de Minoria Absoluta, con un papelito que…
Y en Salvador…
En Salvador trabajé con él, sí, pero mi personaje era muy pequeño. Al final de quien tienes recuerdos realmente es del trabajo que tú haces, que es donde dedicas todo el esfuerzo.
¿Y usted cómo dirige? ¿Cómo trata a sus actores? ¿Qué fama tiene como director en el sector?
Mmmm… [Resignado]. Tengo muy mala fama, en todos los sentidos, Vicent. No solo como director. En todos. Por tanto…
Como director, también.
También. Seguro. Porque soy un tipo exigente y a veces hay gente que confunde la exigencia… “Es que no aprecias lo que hago”. “No, no, lo aprecio mucho, pero quiero esto”. Hay actores que lo entienden a la perfección, que te lo hacen y no hace falta tocar nada más, y otros actores a los que les cuesta mucho. Soy muy insistente hasta que el actor hace lo que creo que debe hacer. Tiene tanto poder, el actor, sobre todo en teatro, pero también en cine, que puede acabar diciendo lo contrario de lo que dice el texto, si quiere.
En el teatro, sí. ¿En el cine, quiere decir?
En el teatro, sí. En el cine, no. Tienes toda la razón. No estaba diciendo la verdad, pero ahora que lo dices tú… [Ríe]. En el teatro son los que cuentan la historia, no el director. Pero el actor en cine, es verdad, lo puedes arreglar mucho. Ya me lo decía David Trueba hace años: “El problema de los actores y actrices de cine es que piensan que son lo que ven en la pantalla”. [Ríe]. Es buenísimo. Pero no lo son. Eso es una estilización absoluta de ellos. Coges las mejores tomas. Si no la encajaban, pones el contraplano. Si no, vienes y haces una DR, que significa que doblo la frase y la digo como debería haberla dicho en la versión original… Voy al estudio y la dejo como debe ir.
En el teatro, no. En el teatro si el actor no entiende el juego… La gracia del teatro es que es un juego entre el actor y el espectador. Jugamos todos a creernos una mentira enorme. Quieres ver a unos actores jugando sobre el escenario. Por eso se dice to play en inglés, jouer en francés… Los que se inventaron el teatro, de alguna manera, instaban a jugar. El actor que no entiende el juego que le plantea el autor con la escena, como director ¿qué haces? Puedes cambiar el casting o trabajas mucho mucho hasta que te odian. Entonces, te puedes salir un poco, pero ya les has tocado demasiado las narices.
En cine ahora tendría problemas para convencer a según qué actores para trabajar con usted?
¿En cine?
Sí.
Mmmmm… Sssssí, sssí. Pero es que no quiero dirigir. No quiero dirigir más. Ni cine ni teatro. He decidido que la dirección… quizás acabo dirigiendo algo, no digo que no, pero no es algo que…
¿Por qué?
Porque acabo muy quemado por todo eso que te he dicho ahora. Porque no sé vivirlo lo suficientemente feliz y lo suficientemente contento. Me hace sufrir y acabo… Como persona, salgo muy mal parado. No me gusto a mí mismo dirigiendo.

El cine y el teatro, como director, sacan la peor parte de usted?
Como director, quizás, sí, sí. Porque me pongo nervioso. Debería tener más de eso que llaman temple. Más sangre fría. Debería trabajar más relajadamente. Soy muy visceral, si eso no sale… Un director debe tener muchas cosas. Debe tener la visión de la obra, debe saber explicarla y debe saber transmitir a sus actores lo que quiere. Pero, además, es un entrenador, porque estás entrenándolo para hacer esa obra cada día. Y que cada día sea fresca. Y eso es un trabajo muy difícil.
Pero a mí me han dicho que los directores hacen todos los ensayos, sí, van el primer día del estreno, pero que después ya no vuelven.
[Ríe]. ¡Hombre, eso es un clásico!
¡Es verdad!
Tienes razón. Eso es así.
Por tanto, tampoco debería ser tanto sufrimiento. Una vez has terminado los ensayos, la obra es de ellos.
Sí. Una vez has estrenado, yo también me voy a casa y ya se apañarán. La función es suya. De los actores y del público.
Hay unas tensiones enormes entre los actores. Hay quienes se pelean incluso por el protocolo a la hora de saludar cuando acaba la obra…
Es horrible, sí. Pero es que eso pasa en todas partes. Lees biografías de gente de Hollywood, las más grandes estrellas, y bueno, unas tonterías… ¡Unas chorradas! Se enfadan y deciden un día no rodar, porque hoy no sé qué. Y todo el equipo allí, mirándolos. Unas paranoias… En este país, lo decía el otro día no sé quién en Vilaweb en una entrevista, la envidia es…
“El mal nacional”, sentencia de Josep Pla.
Exacto. Es nuestro mal nacional. Eso se nota en todas partes. Somos envidiosos. Mucho. No lo soportamos. No entendemos que el éxito de los demás también forma parte de tu éxito. Y que, si a ti te van bien las cosas, a mí también, porque lo iremos sumando. Y todo será un crecimiento exponencial hacia la virtud, hacia hacer las cosas bien.
Todos bajan por la escalera como Gloria Swanson en El crepúsculo de los dioses…
Sí, sí. Somerset Maugham tiene una frase muy buena: “No solo hay que tener éxito, es necesario que el otro fracase”. Y eso lo dijo un inglés. Este mal es un mal muy humano y muy universal. De hecho, El gran comediante hablaba de eso. Hablaba de los celos, del éxito. De un subnormal, que era Llorenç Tortosa, que se enfadaba porque su amigo, malo para él, se iba a hacer una serie en Netflix y él, no.
Usted hacía de Llorenç Tortosa. ¿Esto también le ha pasado a usted?
Esto me ha pasado a mí, sí. Y tanto. Soy muy ambicioso.
¿Y envidioso?
También. También he sido muy envidioso. Y lo soy. Vamos, yo lucho contra eso. Evidentemente. Pero también es verdad que trabajo mucho. Tengo un terapeuta de hace veinte años y es verdad, a mí no me importa trabajar, soy muy trabajador. Voy allí y trabajo y hablo y eso. Y mira… Por ejemplo, casos como el de Jordi Sánchez, que podrías decir: “Empezasteis juntos y mira a Jordi ahora, no para de hacer películas, es una estrella nacional…”.
¿Le remueve la envidia…?
En absoluto. Al contrario. Estoy muy contento por él. Si eso me hubiera agarrado quizás veinte años atrás, eso no habría sido así y habría deseado que un rayo lo matara allí mismo. [Ríe]…
Pero, ¿acabaron bien?
¿Jordi y yo? Sí. Estamos muy bien. Lo que pasa es que fueron diez años muy intensos, donde nos quemamos los dos. Nos veíamos veinticuatro horas al día, vivíamos en el mismo rellano… Era una locura.
Un matrimonio…
Sí. Éramos un matrimonio. Un auténtico matrimonio, que, además, se iba cada día de farra hasta las siete de la mañana.
Ya que hemos empezado a hablar de teatro, cuando yo era pequeño decían aquello de “la letra con sangre entra”. El arte dramático, el virtuosismo, ¿se debe aprender con sangre?
No. Este es el debate…
Ha sido y es el debate del Institut del Teatre. ¿Ha visto Whiplash, aquella película sobre un profesor maltratador y un joven baterista de jazz…?
Sí. ¡Y tanto!
¿Es eso? ¿Aprender el arte debe ser eso?
No. Eso es… Eso es maltrato, y ya está. Punto. Maltratando a la gente nunca sacas la mejor parte de ellos mismos. Lo que pasa es que la línea es fina, porque ¿hasta dónde llega la exigencia de un profesor o de un director para que esa persona saque la mejor parte de sí mismo? Esa exigencia… ¿hasta dónde dices que a partir de aquí hace daño y a partir de aquí, no? ¿Dónde está esa línea? Es muy difícil.

¿En el Institut del Teatre se traspasaba esa línea y dejaban en el camino a mucha gente que podría haber sido buenos actores o actrices?
Puede haber gente así, sí. Gente que haya quedado muy tocada por profesores que hacían daño, iban a hacer daño y pensaban que haciendo daño hacían bien su trabajo. Y tanto. Los ha habido y los hay. Y espero que cada día haya menos.
Ahora la gente joven se ha rebelado.
Correcto. Pero antes incluso era algo de admirar: “¡Ese es el duro!”. “¡Hoy me ha insultado!”. Y en ese momento se creía que eso te fortalecía como actor.
¿Los actores y las actrices son frágiles? ¿Deben exhibirse con todo abierto ante los demás… Quizás necesitan endurecerse.
Sí, pero ¿para qué queremos estar endurecidos? No quiero actores endurecidos, quiero actores felices. La parte más difícil del teatro es combinar la exigencia de una profesión que no es nada fácil con la felicidad. Si el actor no es feliz sobre el escenario, esté llorando a raudales o esté riendo como un loco, mal…
¿Cómo puede ser feliz si siente envidia de los demás?
Claro. Ese puede ser un problema. Pero, eso, yo no lo encuentro tanto. Si uno se enfada mucho con eso, tienes muy mala vida. Y creo que la gente no es tan tonta para vivir de esa manera. Pero lo que sí veo son actores y actrices que no son felices. Los ves que dicen el texto y hacen el papel, pero no disfrutan, no juegan, no se lo pasan bien con eso porque dominan lo que hacen… Yo soy muy feliz en el escenario, porque es lo único que puedo hacer como buen profesional. Un buen profesional es alguien que debe saber ser feliz en el escenario y serlo, por ejemplo, en las trescientas funciones que celebramos el jueves que viene en el Teatro Condal. En cada función hay que disfrutar. “Siempre es lo mismo”, puede decir alguien. No. Está la típica pregunta que tú no harás pero que ya hago yo: “¿Y no se aburren de hacer siempre lo mismo?”. No. Porque cada día el público cambia. Si fuéramos siempre los mismos, nos aburriríamos todos mucho. Indudablemente. Pero no es así.
Mal aquel que se aburre haciendo su trabajo…
Cada trabajo tiene su gracia. El nuestro es duro porque cada día debes ser feliz haciendo la misma obra.
¿Cómo vivió usted todo el caso de Joan Ollé?
Mal. Joan no entendió que lo que hacía falta era pedir perdón por lo que había hecho durante muchos años y… ¡Y ya está! Porque al final, ¿quién no se equivoca en la vida, quién no comete errores?
¿El suyo no fue un caso de castigo ejemplar? ¿No acabó pagando por lo que durante años habían hecho muchos profesores del Institut?
Su caso… A mí nunca me aceptó una persona como él. Yo era muy joven. En el tercer curso del Institut, el último curso, hice Las amistades peligrosas, que él dirigió, y aprendí muchas cosas, porque era uno de los mejores profesores. De los que he tenido yo, de los mejores. Muy bueno. Pero con una mala leche y… el alcoholismo… Eso él mismo lo confesó. Era alcohólico. Ya venía borracho por las tardes. Y a pesar de eso, era un buenísimo profesor.
¿Y director?
Como director… Creo que era mejor profesor que director de teatro, Joan. Pero traspasaba la línea. Se pasaba tres pueblos. Hasta que una vez en un ensayo me empezó a insultar, pero a unos niveles… “¡Hijo de puta! ¡Maricón! ¡No tienes ni puta idea! ¡No sabes nada!”. Algo que dije: “Aquí te quedas”. Y me fui. Debíamos estar hasta las nueve de la noche y yo me fui a las seis. “Ya veré qué hago mañana, pero hoy vete a la puta mierda”. No puedes llegar a esos niveles. Todo eso se toleraba en esa época.
Lo que le pasó realmente a Joan -eso no lo hacían todos los profesores, lo hacían unos cuantos, pero no todos- es que abusaba de su poder para su sexualidad. Eso es algo muy reprobable y que durante muchos años también ha sido muy aceptado. ¿No? Tú sabes que debes pasar por la cama de aquel para según qué trabajo y no sé qué… O como el caso de Eduard Cortés, también. El que abusa de su poder, porque puede prometer cosas o porque te puede manipular porque tiene un nombre para meterse en la cama contigo… eeeeh. Eso es intolerable.
¿Eso ya no pasa?
No lo sé. ¿Dónde?
En el mundo del teatro.
No lo sé.
Hombre, ¡usted trabaja allí! Con actores y con actrices.
Estoy fuera del mundo del teatro, yo. Yo trabajo con los tres que hacemos Escape Room.
¿Eso es teatro o no?
Sííííí, pero es Agnès, Oriol…
¿No tiene relación con el oficio?
La tengo, sí, pero muy esporádica. Por ejemplo, con Pere Arquillué, con quien he hecho una obra de teatro en mi vida, si nos encontramos, nos saludamos… Pero no hago relaciones públicas…
No se encuentran entre los actores y comentan estas cosas del oficio…
No, no, no. En cuanto a los abusos, en el mundo profesional lo que pasa ahora es exactamente todo lo contrario. El director tiene miedo de dirigir o no tiene ni idea y no dirige. Cada uno tiene su tono y la orquesta desafina. Cada uno se piensa una cosa. Unos piensan que hacen una parodia; los otros, una sátira; los otros, un drama… No hay orden ni concierto. Eso es falta de dirección. Como dice la palabra, dirección es dirigir. Es decir, poner a todos hacia una dirección, que todos expliquemos el mismo relato y con el mismo tono. Yo trabajo poco con directores. Hice mucho teatro como mercenario, pero ahora me dedico más a producir. Ahora, me dicen esto: “Es que el director no nos dice nada”. Y eso es un clásico en la profesión.
Sergi Belbel, Rosa Maria Sardà, Àngel Llàcer, Carme Portaceli, Calixto Bieito… Vaya que ha trabajado como “mercenario» con directores de peso… Antes me ha dicho que en cine no le había marcado nadie…
Con el teatro es diferente.
¿Quién le ha marcado más, entonces?
Àngel Llàcer no me ha dirigido. Trabajamos juntos como actores en Frankenstein. Quizás de quien más recuerdo tengo es de Ariel García Valdés y de Rosa Maria Sardà. De Calixto, también me sorprendieron muchas cosas. Creo que es un tipo con mucho talento y que arriesga y que se la juega y se rompe la cara en sus espectáculos. Belbel, en cambio, es un hombre que te deja trabajar mucho y que te da mucha libertad. Eso es un arma de doble filo. Si el casting entiende exactamente lo que está haciendo, es una joya trabajar con él porque todo va muy bien, monta muy rápido y lo tiene todo claro, pero no te dirige como actor. Él te dice dónde ponerte, pero no hace de director personal. Sí que hace de director de orquesta, totalmente, pero no personal. Entonces te encuentras con casos de obras de Belbel con cosas que no cuadran, pero bueno, escucha…
¿Y Carme Portaceli?
[Ríe]. Carme es una mujer que hace muchas cosas, hace muchas cosas. Cuando haces muchas cosas muy a menudo no dedicas el tiempo que debes dedicar. Y eso es lo que pasa. Y no solo con ella. Con mucha gente. Yo pienso que no hace falta hacer tantas cosas en la vida.
Lo dice usted, que ha hecho un montón…
Porque empecé muy joven. [Sonríe.] No, pero en el sentido de, por ejemplo, eso, una temporada hacer cuatro montajes. ¿En serio? ¡No podrás sorprender al público con cada uno de los cuatro montajes! Cuando hago una obra, como ahora Escape Room, estoy tres años haciéndola. No necesito ir a otro teatro y hacer un personaje diferente. No, no. Estoy haciendo Escape Room y puedo hacer trescientas funciones o cuatrocientas, si va bien, y no necesito… Sin que haga falta hacer nada más. Hay gente que necesita estar saltando de una obra a otra.
Creo que los actores, al final, somos gente muy limitada. Es decir, tenemos un punto de vista sobre las cosas, un físico, una voz, y puedes hacer cosas con eso, puedes hacer personajes diferentes y tal, pero tampoco nos flipemos. No es como una página en blanco donde puedes inventarte todo como cuando escribes. Es un personaje que te viene escrito, con unas neuras, unos problemas, unos traumas, unos objetivos, y tú lo que haces es interpretarlo. Por eso somos intérpretes. Es poner tu punto de vista sobre eso, sobre ese personaje, combinado con tu yo.
Al Pacino lo acierta -o quizás es Dustin Hoffman, ahora no lo sé- cuando dice que el personaje final es la conjunción entre el personaje escrito y el alma del actor. Lo que sale de ahí, eso es el personaje. Y siempre es diferente, pero siempre es igual a la vez. El tío Vania siempre es el tío Vania, pero habrá gente que sacará una fuerza, una poesía, una atracción, porque ese actor tiene un carisma y un no sé qué. Y otro no entenderá el personaje porque no dará más de sí. Pero, al final, los actores no somos Miguel Ángel. Ahora te hago una estatua, ahora te hago unos frescos, ahora te hago unos dibujos y ahora un invento para volar. Siempre somos nosotros. Y es más, esa es la gracia que tiene. Porque lo que a mí me gusta de los actores que me gustan es su punto de vista sobre las cosas, es la manera en que enfocan el personaje.
Cuando un actor tiene éxito y llena un teatro, haga lo que haga, es porque la gente quiere ver qué pone de su alma. Cuando decimos alma queremos decir su punto de vista, cómo recrea, por ejemplo, el Cyrano o el Hamlet. Yo sé exactamente lo que quiero de los actores: que sean ellos más que nunca, porque son ellos los que me interesan como intérpretes. Puedes hacer un personaje jorobado y otro que no lo sea y puedes hacer uno que sea un cínico y otro que sea ingenuo. Puedes hacer muchas cosas diferentes, porque eso lo marca el texto, pero la sensibilidad, la inteligencia -sobre todo- son tuyas. Al final cuando hablamos de actores hablamos de inteligencias. La inteligencia del actor es lo que a mí me hace ir a ver una función. A mí si me dicen que hay Hamlet, pero lo hace un actor que no me gusta, ya te digo yo que no lo iré a ver. Porque Hamlet es una gran obra, si se hace bien. Pero Hamlet también puede ser una gran mierda.
¿Cuál es la clave del éxito de Escape Room?
Buena pregunta. Me parece que es, en parte, la originalidad y que, de alguna manera, todos estamos encerrados y… Es una parábola -muy parábola, haciéndose mucho el filósofo- de dónde estamos encerrados cada uno de nosotros.
Pensaba que iba a decir “de nuestras mierdas”…
De nuestras mierdas, sin duda. Y lo que hace es depurarlas y sacar las verdades. Sales de allí un poco más liberado. Porque es cierto que la verdad libera y pone sensatez. La locura te trastorna y te lleva hacia el caos. Escape Room es un invento muy simple, es un contador, una cuenta atrás, que eso lo tienen todas las obras, porque es uno de los pilares de la dramaturgia. Los personajes están encerrados con un asesino que los quiere matar afuera -eso ya es muy agradecido- y que les pone unas pruebas que los desenmascaran. Esta tontería de idea es muy buena, y la hemos tenido nosotros.
No es porque sea de ustedes… [Río]. ¿Cómo trabaja usted como guionista?
¿Yo, de guionista? Sudando sangre. Aquí sí que sangras, cuando escribes. La escritura, para mí y supongo que para cualquiera, es la parte más difícil. Es muy difícil tener ideas y es muy difícil llevarlas a buen puerto. Y que acaben teniendo un sentido para el espectador y que tú acabes diciendo: “Ah, mira, hemos explicado esto y se entiende”. Por eso escribo con Hèctor Claramunt. Somos muy diferentes, Hèctor y yo, pero juntos sumamos y hacemos las cosas mejores. Escribir es muy difícil. Muy.
Terminamos con la televisión. Plats bruts, Porca misèria, El crac…
¡Y se acabó! [Ríe]. Hace diez años. Hace diez años que no hago…
¿Cómo llevó el éxito de Plats bruts? ¿Le sorprendió?
Sí. Plats bruts me sorprendió. Además, era una época que, cuando hacías audiencias, eso eran audiencias. El récord en un capítulo de la serie fue más de un millón de personas…
Eso ya no pasa. La televisión convencional ya no atrae ni a la mitad de gente.
La gente la mira, la televisión, pero hay tantas plataformas, tantas ventanas…

La gente ya no ve un programa en directo…
No, porque lo tienes en las redes. Todo eso ha cambiado mucho. Pero entonces era muy bestia. Yo ya fui un poco famoso, a los veintitrés años, haciendo Poblenou, una serie que ya fue revolucionaria en su momento porque era la primera vez que se hacía un culebrón diario. Mi personaje, Ferran, ya levantó polvo. Me mataban, parecía que me iba a morir, pero quedaba paralítico… Luego hice Periodistas, en Madrid. Pero el éxito de Plats bruts fue toda otra cosa. Aunque ya estaba un poco entrenado en esto de la fama, éramos como los Beatles, una locura. Dondequiera que íbamos -un bolo, un teatro, una disco…- era brutal. “¡Los de Plats bruts! ¡David y Lopes!”. Vivimos unos años gozosos. Parecíamos los Rollings. Era muy divertido. Éramos la polla en vinagre.
Y después de El crac ya no ha vuelto a trabajar en TV3…
No, no. Y no será porque no haya presentado cosas. Pero aquí es donde yo también pienso que… [chasquea la lengua contra el paladar dos veces] Las envidias tienen mucho que ver. Un detalle: Escape Room 2, de la profesión de actores, ha venido muy poca gente a verla. Muy poquitos. En cambio, a La presencia, en la Villarroel, una obra de Carmen Marfà y Yago Alonso, ya ha ido la mitad de la profesión, con una semana de exhibición.
¡Es que usted no cae bien!
Eso, sin duda. Y con los compañeros de trabajo, seguro. Pero, sobre todo, es porque un éxito, si no lo vas a ver, hace más daño que si lo vas a ver y dices: “Este cabrón tiene el teatro lleno. Este cabrón está ganando mucha pasta. Me cago en la puta!”.
¿Pero qué tiene que ver eso con una nueva serie en TV3?
Que esa envidia del éxito, de alguien que hace tantos años que es famoso o haciendo cosas que la gente todavía tiene ganas de ver, sus nuevas pelis, aquellas series, eso da mucha rabia. Entonces, ellos tienen un poder que yo no tengo, que es el de decidir, y lo usan.
Se ha hablado muchas veces de hacer una segunda parte, una secuela, de Plats bruts. ¿Por qué no la ha hecho? Había gente de TV3 -donde yo he trabajado como director, dicho sea de paso- que la pedía, que me insistían mucho