Algunas personas desde Cataluña me han preguntado cómo afectará el trauma de la DANA a la identidad valenciana. La pregunta es legítima y yo siempre he pensado que el referéndum del 1-O no se puede explicar sin la reacción institucional, mediática y popular contra los catalanes después de los atentados del 17-A. El tono de condena, la frialdad, la falta de empatía y en muchos casos la criminal malevolencia expresada por las autoridades hirió a muchos catalanes que veían el referéndum como un medio más de presión dentro del juego político democrático. Eran plenamente conscientes de la imposibilidad de hacer tangible la independencia, pero participaban por ser un mecanismo legítimo de expresión de la voluntad nacional. Sin embargo, la cantidad de toxicidad recibida durante tantos días rompió una parte de su identidad política inscrita en el proyecto plurinacional español y hizo urgente una ruptura completa con España. La independencia se convirtió en una necesidad fisiológica y su cuerpo les pedía llevar adelante una DUI aunque fuera una quimera.
Por lo tanto, muchos esperan una reacción similar en el pueblo valenciano y una inminente voluntad de independencia que, lamento comunicar, no se producirá. Aun así, la sociedad valenciana está experimentando ya cambios profundos que dependerán, principalmente, de cómo los coordina el liderazgo político o si se expresan en un vacío sin sentido y proyecto.
En primer lugar, para valorar cómo afecta un evento traumático e inesperado a los colectivos debemos analizar tres factores: antecedentes, magnitud de la tragedia y la dirección de la inercia política. En este sentido, destaca la magnitud de la catástrofe: afecta directamente a medio millón de personas, pero l’Horta Sud y sus municipios son una de las arterias industriales de la provincia. De una manera u otra, toda la población de la provincia, más de dos millones y medio de personas, estamos afectadas directamente y nuestra vida y normalidad se ha visto interrumpida.
La intensidad también es importante. La tragedia más reciente, la crisis de la Covid, se extendió durante meses y psicológicamente muchos pudimos prepararnos. También fue un sufrimiento compartido por la humanidad y eso significa que no te individualiza o afecta a tu identidad colectiva. Aquí, al contrario, una riada es un hecho fundamental de nuestra geografía y de nuestra memoria, nos identifica como valencianos y como una población sometida a una tragedia común y muy nuestra. Además, se expresa de una forma repentina y brutal y miles sufrieron unas situaciones dramáticas que los marcarán para siempre aunque fueran tan afortunados como para no sufrir daños personales o perder familiares. No se olvidará nunca esta experiencia y el dolor no se podrá enterrar con copiosas ayudas públicas como esperan tantos políticos.
Además, la falta de liderazgo, de calor, de atención sufrida por la población ha hundido en muchos la forma de entender la autoridad pública y los poderes de la administración. Una persona que creció en una Polonia devastada me dijo que la Covid era peor que una guerra, porque no podías abrazar a las personas queridas, y, en cambio, en los bombardeos morías rodeado de los tuyos. La soledad, el aislamiento y el ejercicio de una solidaridad mecánica e institucionalizada, donde solo había una ayuda totalmente estatalizada en forma de médicos, enfermeros y policía, fue inhumana porque reprimía nuestros instintos de ayudar, de altruismo y de querer estar con los nuestros. Durante la riada y los días posteriores, la población se sintió totalmente desamparada, olvidada y abandonada; pero se ha topado con el pueblo.
La avalancha de solidaridad, de calor, de unión y de acción popular ante la ausencia total del Estado y sus élites marcará al pueblo valenciano. Los discursos elitistas de desprecio a las masas, que nunca han tenido un gran predicamento en el País Valenciano, están fracasados en nuestra tierra. Un profundo sentimiento democrático de comunidad, que es la base de cualquier proyecto nacional sano, ha arraigado en el corazón de personas que desconfiaban de la solidaridad y colaboración del pueblo y pensaban que solo el mercado podía coordinar la sociedad, porque todos somos agentes racionales profundamente egoístas. Asimismo, los marcos reaccionarios que pretenden imponer el relato de la Nación salvadora o difundir discursos de odio tampoco tienen espacio para jugar. Durante los primeros días de la tragedia, los inmigrantes han tenido un papel más destacado que el ejército, máxima expresión de la nación española, en las tareas de rescate.
Este golpe brutal a la conciencia política o cívica de cientos de miles de personas se ha producido en unos antecedentes claros de negación del cambio climático por dos partidos, VOX y el PP, que han supeditado toda la gestión administrativa de la Generalitat a las coordinadas políticas de Isabel Díaz Ayuso y la prensa madrileña. La voluntad manifiesta de Carlos Mazón era hacer del País Valenciano el resort turístico de Madrid y todos sabemos que una de las razones para minimizar los peligros de la DANA fue no generar alarmismo porque desde la capital no cancelaran sus reservas de hotel. Este tratamiento de altivo desprecio, que muchos sienten principalmente en las competiciones futbolísticas, ha sido magnificado por los medios de comunicación hasta el punto de que nuestro sufrimiento, nuestra tragedia, no merecía una retransmisión en directo el martes por la noche. Miles de personas descubrieron que solo existían en A Punt, porque en RTVE su vida importaba menos que la actualidad del Real Madrid.
La indiferencia de las instituciones españolas se ha hecho muy patente para muchos. No hay, como pasó con Cataluña el 17-A, un sentimiento popular de animadversión hacia los valencianos, pero el distanciamiento con las élites políticas españolas es inevitable, porque los primeros días de la tragedia mostraron más preocupación por el largo fin de semana que habían perdido en la costa que por nuestro futuro. Esta distancia será, probablemente, de dos pulsiones: un populismo antiinstitucional y un anti-madrileñismo sincero, plenamente consciente de que la actual relación con la capital es tóxica y significa nuestra subordinación y castración mental, física y económica.
La mezcla de todos estos factores hace inevitable que nos autocentremos. La tarea de reconstrucción y esta experiencia acumulada solo nos pueden llevar a ser el centro de nuestras vidas y nuestro destino. Abandonados, olvidados e instrumentalizados por luchas partidistas de terceros, solo podemos estar pendientes de cómo reconstruir nuestro país. En una ausencia total del Estado y la administración, el pueblo ha reaccionado dejando en ridículo a las autoridades y hemos tomado conciencia de nuestra fuerza. Ahora sabemos que la tenemos, que es nuestra y que no nos la pueden quitar y eso es un hecho insólito desde la fundación del Reino de Valencia. Nunca hemos tenido tanta necesidad de pensar en nosotros y decidir por nosotros.
Sin embargo, estos deseos no se convertirán en ningún proyecto independentista, porque la independencia parece un sueño de gusto napoleónico para aquellos que gustan de dibujar mapas en su cabeza y escribir constituciones para pasar los fines de semana. Todos tendrán la cabeza en la tierra y pensarán más en cosas más directas, tangibles y materiales para nuestro futuro. Todos sabemos que las circunstancias son propicias para la emergencia de un valencianismo político centrado y pragmático, sin aspavientos de extrema izquierda para estar a la última moda de los círculos intelectuales, pero profundamente democrático y respetuoso con el pueblo, donde el sentimiento nacional sea la concepción de una administración de abajo hacia arriba, arraigada en nuestra historia del mandato imperativo del pactismo medieval.
En Compromís deben entender que desconectar de Sumar y Madrid es urgente y que la energía destinada a enviar representantes al Congreso de los Diputados resta fuerza a la organización. Es el momento de borrar muchos teléfonos y contactos de la agenda, porque son gente que no nos merece, y ordenar correctamente nuestras prioridades. Esta tragedia nos ha golpeado sin ninguna dirección y este es el factor más decisivo para darle sentido y conformar nuestras identidades. Es la tarea de Compromís, precisamente, hacerlo en un sentido constructivo que nos libere de los males que arrastramos y nos condenan a ser el resort de las élites madrileñas.