Urge hablar claro de una vez.  Cuando, sea cuando sea -por cierto ¿cuándo?-, Pedro Sánchez y Pere Aragonés se encuentren donde sea –por cierto, ¿dónde?-, la sombra de las mentiras, de las operaciones sucias como la ensayada por el ex ministro Jorge Fernández Díaz, de los ‘pinchazos’ telefónicos, tiene que haberse alejado para siempre. Y a Sánchez no le queda, en todo caso, mucho tiempo para enfrentarse a la realidad: si cree que el aroma nefasto del catalangate se va a disolver, como tantas otras cosas, difuminado por otro escándalo posterior y aún más gordo, creo que se equivoca. Aquí se acaba sabiendo todo. Y, si no, que eche un vistazo a las cosas que ahora van descubriendo los audios del comisario Villarejo respecto de los sucios manejos contra el independentismo catalán puestos en marcha desde el Gobierno Rajoy.

Creo que una auténtica operación de acercamiento al Govern catalán pasa por un diálogo sincero, en el que no quepan falsedades como que el Gobierno desconoce a quiénes se espía desde el Centro Nacional de Inteligencia. Eso, a estas alturas, nadie se lo cree, y bien haría Sánchez es no insistir en tamaña tergiversación: ¿cómo creerse que La Moncloa no sabía que el espionaje ‘oficial’ controlaba el teléfono del entonces vicepresident de la Generalitat, entre otros?

También ha de dejarse Sánchez de dilaciones, pensando que, con Aragonés en Barcelona y con Rufián en Madrid, ya no es preciso realizar esfuerzos suplementarios de entendimiento: me aseguran que piensa, absurdamente, que las cosas van lo suficientemente bien con ellos. Me parece inexplicable que, a estas alturas, y tras el monumental escándalo de los espionajes telefónicos, Sánchez no se haya encontrado aún con el president de la Generalitat, que insiste una y otra vez en la “urgencia” de ese encuentro. Ojalá que este comentario periodístico quedase invalidado porque de inmediato se anuncie un día, una hora y un lugar para una “cumbre” que debería producirse con mucha más frecuencia y no constituir, como está ocurriendo, un acontecimiento extraordinario.

Y de esa “cumbre”, en la que han de darse muchas explicaciones -tal vez por eso se está posponiendo: porque no hay explicaciones convincentes que dar- , ha de salir la convocatoria de una primera reunión de esa Mesa negociadora entre el Gobierno y el Govern. Sigo sin encontrar el sentido del muy prolongado aplazamiento de un calendario de funcionamiento de una Mesa que, a mi entender, nació animada de la mejor voluntad y de un espíritu lo suficientemente abierto como para aceptar que ningún tema de discusión podría orillarse, y ninguna cuestión debería constituirse en obstáculo insalvable para no seguir las conversaciones.

Sé que podría parecer utópico hablar, con la que está cayendo, de intentar un progreso en las relaciones entre Gobierno y Govern: ni la polarización extrema en Madrid ni las actividades del “hombre de Waterloo” lo hacen sencillo. Se diría que son muchas más de las que nos imaginamos las personas que están en contra de un entendimiento, de lo que Ortega llamaba “la conllevanza”. Pero, ahora, hablar, mirarse a los ojos y reconocer errores y trapisondas varios, es más importante que nunca para poder llegar a soluciones constructivas. No puede ser, simplemente no puede ser, que cunda la sensación de que toda maniobra política, toda escucha, o, desde el otro lado, toda conjura desestabilizadora, son moneda corriente en las relaciones entre ambas partes.

No sé a qué esperan para arreglar esto, la verdad. A menos, claro, que nadie quiera arreglarlo, en la a mi entender absurda tesis de que “cuanto peor, mejor” y que “viva la guerra”.

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