La moda de los SUV, la transición hacia el vehículo eléctrico y los ajustes económicos de producción hacen estragos. El sector de la movilidad sufre una metamorfosis acelerada y el fenómeno ha comprometido la continuidad de algunos modelos. Es el caso del Ford Fiesta, las tres últimas unidades del cual quedarán en nómina de la flota patrimonial de la marca. Ford decidió quedárselas, el pasado viernes, luego que sonó la sirena de final de turno a la línea de montaje de Colonia, que los ha fabricado los últimos diez años. La marca del óvalo azul quiere vender 600.000 vehículos eléctricos los próximos dos años y se ve que la planta que hasta ahora hacía los Fiesta pasará a fabricar baterías.

Futuro a un lado, nuestro protagonista aconteció un modelo exitoso desde el primer momento. Ha estado tres veces el coche más vendido a Europa en su segmento y lo primero de estos a ofrecer mecánicas diésel, a incorporar ABS y el airbag de serie para el conductor. De hecho, conoceréis muy poca gente con más de 50 años encima que no haya tenido un, lo haya llevado o recuerde anécdotas. El Fiesta merece, pues, un lugar de honor a la historia del automóvil. No solo por haberse mantenido casi cinco décadas a los concesionarios, sino también porque, de las 15 plantas que lo han fabricado en el mundo, han salido más de doce millones de unidades en todo este tiempo. Los que lo han vendido y buena parte de los que lo han tenido hablan de un coche asequible, versátil y práctico. Bautizado de mil maneras, ha estado objeto de todo tipo de sobrenombres y, incluso, protagonista de canciones y películas.
Unas vacaciones en Italia, en el origen del utilitario de la Ford
Nació para cubrir las necesidades de la sociedad de la época y porque el fabricante norteamericano se decidió a hacer frente a sus competidores a Europa, que ya tenían al mercado utilitarios pequeños, como lo Fiado 127 o el Renault 5. De hecho, fue lo primero compacto que fabricó Ford con motor delantero y mecánica transversal. Y el modelo más pequeño comercializado nunca en los mercados globales donde ya hacía negocio. Pero su origen real tiene mucho que ver con los azares de la vida. Estrechos colaboradores de la marca explican que a principios del 1972 el nieto del fundador, Henry Ford II, hizo una escapada relámpago en Italia. fue acompañado de su mujer y, para moverse mejor, optó para alquilar un auto. Le proporcionaron un pequeño utilitario. Acostumbrado como estaba a las grandes berlinas norteamericanas, el hombre quedó cautivado enseguida por las medidas del coche, la austeridad del consumo y la exagerada maniobrabilidad que proporcionaba transitando por las estrechas carreteras del sur de la bota.
De vuelta a casa, y empujado también por la crisis energética de finales del 73, decidió producir un modelo pequeño y económico para triunfar aquí. El proyecto –inicialmente secreto– fue bautizado internamente como operación Bobcat y dotado con un millón de dólares. Con todo aquel remanente, los sabios norteamericanos se estuvieron tres años desmontando los utilitarios de la competencia para mirar de optimizar costes y tiempos. El coche acabó fabricándose, finalmente, a la planta que Ford había abierto en el País Valenciano y fue bautizado como Fiesta por el amo mismo, que se decantó después de haber descartado nomenclaturas del tipo Amigo, Chico, Bambi o Pony.
Dirigido inicialmente al público femenino
La presentación en sociedad no llegó hasta el verano del 1976, el mismo año de su comercialización a Europa. Dirigido inicialmente al público femenino, las dos únicas versiones que entonces vieron la luz sedujeron enseguida una buena pandilla de adeptas. Gente que las alababan por precio, estética y consumo. Que encontraban que era diferente. Elegante, luminoso y versátil. Ideal por devenir el primer coche. Adecuado para llevar la familia… Y es que, en ciertos aspectos, tuvo el acierto de competir con coches de gama superior. Aterrizó al mercado liderando la categoría con un buen maletero y con una gran puerta detrás que facilitaba extraordinariamente el trabajo en la hora de llenarlo. Tengo un amigo que, plegando los asientos posteriores y lanzando una esterilla paseaba un grande Dogo Alemany de más de 70 kilos, de Pals en el Estartit, sin ni despeinarse…

En realidad, el primer Fiesta era un peso pluma de 700 kilos y 40 CV potencia que triunfó mucho, también, porque se venía a un precio particularmente competitivo. Presentaba un buen interior. Un habitáculo especialmente luminoso que, opcionalmente, podía incorporar ciertos lujos, como un techo solar de vidrio practicable, que podía desmontarse… para hacer una fotografía o mejorar la climatización de forma radical. La carrocería cinco puertas se ofreció pronto y su particular ergonomía cuajó perfectamente con las necesidades del momento.
Grandes resultados de la versión deportiva
Su estampa puede identificarse todavía hoy en muchas carreteras y calles peninsulares. Especialmente en ciudades pequeñas y a campesino, donde todavía se valora aquello «del primer coche» o «el auto del abuelo». El Fiesta, como el 600 o el Renault 5, han servido por acompañar el traspaso de la posguerra a la modernez. Por eso, muchos de nosotros recordamos con nostalgia el puñado de resultados que la versión deportiva de esta montura consiguió, a escala internacional, de la mano de pilotos de la talla de Ario Vatanen, Salvador Servià o Sebastian Ogier. El primer Fiesta geniut ya se vio en el Montecarlo del 79 y solo dos años después la casa sacaba al mercado el mítico XR2 con mecánica 1.6, suspensiones más firmes, carenados, latas y pasos de rueda prominentes. Le anunciaban puntas por encima del 160 y a fe mía de Dios que, en ausencia de radares…
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